Definición.

 

Se empezaba antes por definir las cosas, el objeto de estudio, el problema planteado, el perfil del territorio, el protocolo del análisis, la generatriz del cuerpo. Van perdiendo las definiciones presencia, importancia, sentido, van dejando de existir, simplemente. Ya nada se define, todo lo más se calcula, nada se precisa, en todo caso se conjetura; gusta a los que gobiernan, juzgan, controlan, quedar en la sombra de la indefinición, en la imprecisión de un limen borroso. Tal vez incluso sea ahora de mal gusto definir y definirse, los ‘puede ser’ han sustituido a los ‘es’.

Pero esta virtud, núcleo de toda metafísica, no queda por ello muy desamparada, pues sigue habiendo reductos que la necesitan, o al menos la usan. Los que se proponen decir ahora digo y decir luego diego, los que saben de antemano que van a decir lo que mañana no querrán haber dicho, los profesionales del ‘no recuerdes mi pasado, lo que digo ahora es lo que cuenta’, esos sí definen, sí concretan, sí consolidan (generalmente en forma de promesas) sus palabras, categóricos, densos y contundentes. Pero nadie, claro está, se los toma en serio: cuanta mayor definición, menor crédito.

¿Desestimamos esta virtud sin disparar en su honor ni una sola salva? ¿Nada vale ahora el hombre de palabra, que se sabe donde está, que dice lo que piensa, que cumple lo que promete, que tiene precisa definición y lugar meticulosamente asignado, del que siempre se sabe lo que se puede esperar? Afirmo que vale mucho, para mí vale todo, es la única clase de gente que merece la pena tratar, quizá los únicos en los que puede confiarse. Pero atención: no confundir aquéllos de los que podemos estar seguros, con aquéllos que están seguros de sí mismos, no son iguales, generalmente son opuestos.

 

Fronteridad.

 

Estar en el borde, ser de la frontera, vivir en la raya que divide los mundos, no ser del uno ni ser del otro, en el brocal del pozo, en el umbral del tiempo, en el puente levadizo que no es paisaje ni es castillo, ser de ninguna raza, de ningún tiempo, de ningún lugar, blanco pero negro, alto pero bajo, un ojo de cada color, viendo con uno la luz que amanece, con el otro la sombra que apaga.

La fronteridad es mi modo de ser, soy muy mío y no soy de grupo alguno, no me entienden y no les entiendo, pelean batallas que no quiero ni ganar ni perder, adoran a dioses que no frecuentan los mismos cielos que los míos. Hablan una lengua que, siendo la misma, es diferente, saben cosas que yo ignoro, yo sé cosas que ellos no quieren saber, mis blasfemias son sus jaculatorias, es frío para mí lo que ellos llaman calor.

Tenemos horizontes tan diferentes que mi paisaje es su tiniebla, su pasado mi futuro, van a donde vengo, y cuando al cruzarnos un instante se decanta el corazón por las miradas de amor, miran ellos de mí lo que yo no quiero que miren, aman en mí lo que no debe ser amado, creen que soy la máscara que ellos mismos me ponen, me contemplo en su espejo y no me reconozco.

Pero como en todas las patrias me va pasando lo mismo, he llegado a pensar que no soy de ninguna, nacido del viento, sin raíz ni anclaje, pues el firme cimiento que me sujeta al mundo, a ninguno de sus mundos me sujeta, o ellos o yo nos estamos alejando en el tren que se aleja.

Un tiempo sufrí por no ser profeta en mi tierra, siempre tan ajeno y ellos tan remotos. Ahora sé por fin que no puedo serlo porque no tengo tierra, vivo en la raya que marca la frontera, cuando señalan lo extraño me señalan a mí.