Constancia.

 

Pocas virtudes como ésta, se arriesgan a que las confundan con rivales desairadas, pues la constancia muchas veces pasa por terquedad, por contumacia, por recalcitrancia, hasta por necedad e incapacidad para cambiar al bien. En efecto, frases como ‘de sabios es cambiar de opinión’ o ‘de malos amigos es no dar el brazo a torcer’, condenan a la constancia a un confuso limbo de no bien apreciadas actitudes.

Parece que la constancia depende mucho de que la primera decisión haya sido acertada, pues siéndolo, la constancia en mantenerla es virtuosa y hasta heroica, pero no siéndolo, la constancia se vuelve necia terquedad que sólo lleva al desastre.

Es, pues, una virtud que no depende de sí misma para ser virtuosa y que puede tenerla el sabio, que entonces es, además de sabio, constante, pero no puede tenerla el necio, que además de necio es terco y carece de constancia. Puede tenerla el bueno en su bondad, agraciada con este adorno, pero no puede tenerla el malo, contumaz en su malevolencia.

Yo de mí sé decir que no sé qué decir, pues no me aclaro al respecto, y nunca estoy contento cuando soy constante (siempre me critico de terco y recalcitrante), y nunca estoy contento cuando no soy constante, pues creo que los hombres deben mantenerse firmes. Y no le vayas a preguntar al vecino, que, como la constancia en tu caso a él no le cuesta nada, te aconseja constancia en lo que te perjudica y dejación en lo que te beneficiaría (haga usted la prueba).

No me suelen gustar las salidas que tiran por la calle de enmedio, pero yo en este asunto aconsejaría mirar bien atento los propios intereses y ser constante en defenderlos, dejando para la defensa de los intereses ajenos el apellido de terquedad, dando en ellos el brazo a torcer.

 

Volubilidad.

 

Tiene buena prensa esta virtud, es de sabios cambiar de opinión, demuestra ser generoso y no terco quien sabe dar su brazo a torcer, se acomoda a los cambios del tiempo y se adapta a su sociedad, puede ser a la vez firme en sus odios pero versátil en sus afectos... En fin, que tiene muchas ventajas.

Como algunas otras que se analizan en este librillo, la volubilidad es de aquéllas que se aprecia mucho en uno mismo pero se prefiere que los demás no la tengan en alto grado, o la tengan sólo de forma transitoria y mientras se alcance algún ajuste. Yo siempre la he considerado del otro grupo, el que no contiene aquéllas como la humildad y la generosidad, que todos queremos que las tengan los demás, pero preferimos carecer de las mismas.

Y es que no es sensato pedir a los dioses virtudes indiscriminadamente (aparte el hecho de que hay que ganárselas a pulso, los dioses raras veces conceden virtudes como ésta que nos ocupa, más generosos son con la humildad, la piedad, la misericordia, que al que le tocan, le tocan), pero la volubilidad se puede pedir sin empacho, porque lo peor que te puede pasar es que no te la den. ¿Acaso no es mala muchas veces? dirá el timorato. Yo creo que nunca es mala, porque para no cambiar de opinión cuando no cambiar te favorece, para eso no se necesitan virtudes ni demasiadas luces.

Y que el tiempo es muy suyo y hace voluble al más terco, porque le convence, le cambia, le explica nuevas versiones de viejas actitudes, viejas versiones de actitudes nuevas, le transmuta proyectos en recuerdos, amores en odios, impulsos en rutinas, frenesíes en olvidos. Aunque a la postre todos somos constantes en la última mueca.