Sabiduría.
¡Pobre
e infrecuente virtud, qué solitaria, incomprendida, extraña eres en este mundo
de necedad rampante!
Valorando
las esencias en lugar de los denarios, los esfuerzos en lugar de las glorias,
los talentos en lugar de las famas, las virtudes en lugar de los vicios, las
ternuras en lugar de los desprecios, las ideas en vez de los tópicos... ¿cómo
vas a medrar en este sumidero de estúpidos?
Prefieres
construir mejor que destruir, pensar antes que repetir, creas y enciendes donde
el reglamento y la sombra todo lo embrollan y ciegan. Y ni siquiera tienes
enemigos dignos de tu elevada condición, pues el necio es necio y ni siquiera
es tu enemigo, lo sería el sabio que vendiese su sabiduría para comprar
necedad, pero ese sabio no existe porque no sería sabio, es meramente el listo
que conduce a los necios al redil de sus intereses y al matadero de sus
cohechos. ¡Verte reducida a enfrentarte al listo, qué tristeza tan humillante
te han procurado los dioses, hermosa sabiduría de tan elegante altivez!
Me
consuela saber que eres esquiva, que, si los necios no te buscan, de todos
modos no te encontrarían aunque te buscasen, porque no habitas donde ellos
construyen sus chozas, ni fluyes por los cauces de sus miserables arroyos.
Inmaculada, blanca, distante, felizmente entregada a los pocos que saben
seducirte, contemplo con fervor tu imagen de dorada maravilla y la venero en lo
más profundo de mi corazón, con ese respeto hacia lo sagrado que salva al
hombre de sus miserias por desastrosas que sean.
Y
no dudes de que tienes en mí la excepción de todas las reglas, pues, siendo
necio, te amo, te busco, sé dónde te encuentras, como el ciego adora la luz que
nunca le mira, ciega del ciego.
Necedad.
Lo
peor y lo mejor que se puede decir de esta abundante virtud es que con
frecuencia pasa por ser sabiduría, no me pregunten cómo, quizá por la fuerza
del número, por ser los mismos necios jueces y jurados de su propia necedad.
El
proceso de siembra, germinación y aumento de la necedad es muy sencillo (y
explosivo). El necio que se hace notar, ante muchísmos necios se presenta que,
como comprenden, reconocen y sienten esa cualidad como propia, la encomian,
admiran, alaban, fomentan y prodigan. Nueva (pero igualmente siniestra) ley de
Malthus, si la población crece geométricamente, la necedad crece en potencias
de sí misma, porque diez necios más diez necios no son veinte necios, sino diez
elevado a la diez, diez mil millones de necios.
Como
la ira, no tiene contrario. Ni antídoto, ni curación, ni remedio, ni más
actitud ante ella que la resignación o el clemente suicidio. Y yo recomiendo
éste último como mejor salida y de mayor oportunidad, porque vivir en el océano
de la necedad infinita... eso es tarea que los dioses, los propios dioses, han
preferido abandonar en nuestras pacientes manos.
Si
tuviese que fundamentar mi pesimismo, cosa que tantas veces se me solicita, ni
la maldad, ni el odio, ni la venganza usaría como argumentos y mucho menos la
cariñosa muerte: es la necedad la que me asusta, de la necedad espero lo peor,
la necedad será, estoy seguro, la que acabe dando al traste con este planeta y
esta especie.
Y el espantoso terror de verte ir volviendo necio tú mismo, poco a poco, a fuerza de vivir rodeado... no sé, creo que eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo (que no se puede volver necio porque ya lo es).