Misericordia.

 

Dicen que no hay de esta virtud tan hermosa, y tan necesaria, aunque se habla mucho de ella y se extraña su ausencia. Las gentes viven hacia dentro de sí mismas, las familias, los pueblos, las naciones, nadie mira a los otros, a los ojos de los otros, a las tristezas de los otros, a las tragedias de los otros, e incluso si a veces se aparenta mirar, siempre es a través de una cuenta bancaria para necesitados del tercer mundo. Y nunca se sabe qué tristeza concreta tiene una concreta mirada, en suma: que no hay misericordia.

Pero ya en otro sitio del presente librillo se ha hablado de la compasión, y de lo que aquí tratamos es de la misericordia activa, la que, en vista de la situación aterradora del hombre en esta vida (llena de seres humanos feroces), se propone ayudar a que ese estado de cosas mejore, haciendo y planeando y ejecutando y emprendiendo: ¿tampoco hay de ésta? La verdad es que cada causa social tiene su cuenta bancaria, cada afligido exiliado su organización no gubernamental, cada minoría étnica su tribunal internacional de derechos. Sí que hay misericordia de ésta, el mundo está plagado de sucursales de la misma, hay momentos que tienen que reñir para poder tocar cada una a un marginado, y ciertos conflictos bélicos se hacen exprofeso para que haya huérfanos mocosos con moscas para todo el mundo. Hay especialistas en colectas de caridad para genocidios (es decir, para supervivientes de; los genocidios mismos se financian por otras fuentes), espectáculos donde los artistas trabajan de forma gratuita y el dinero va a parar... (es decir, ‘se destina’, a dónde vaya a parar es otro tema) a víctimas de diásporas y masacres. Todo ello son formas de la misericordia activa, es pura mala fe decir que de ésta, como de la otra, tampoco hay.

 

Crueldad.

 

De esta virtud todo el mundo dice que hay demasiada, que sobra, que no se necesita tanta, pero la verdad es que casi nadie deja de aportar su granito de arena al inmenso montón, y los encargados ya no saben cómo repartirla equitativamente (si es que alguna vez han querido ser de verdad equitativos en este reparto).

Hay ciertos sectores de la población tradicionalmente destinatarios de la mayor parte de la misma, incluso de los excedentes de cupo, y los encargados habituales del reparto, por la inercia de la costumbre, suelen tratar de encauzar más y más crueldad a dichos sectores, aunque en ocasiones se produce un verdadero atasco de crueldad desenfrenada en los mismos. Los llamados grupos marginados, exiliados y sujetos pasivos de genocidios y masacres, se quedan con una gran parte del total, sin duda por influencias ilegales, cohechos, clientelismo, y todas esas lacras políticas y administrativas que hacen que todo vaya a parar siempre a los mismos.

Pero quiero aquí hacer referencia expresa a los pequeñas empresas privadas (casi siempre unipersonales) de crueldad, porque a menudo hablamos de los grandes consorcios multinacionales, y en ocasiones es conveniente mirar más de cerca y a lo nuestro. En este aspecto es fácil encontrar ejemplos notables, las pequeñas alimañas que desprecian al prójimo y se lo hacen notar, maltratan al subordinado para que quede clara su autoridad, extorsionan al débil, pisotean al caído, abusan de su pequeño poder, siembran rencor o simplemente no hacen el servicio de justicia que nada les costaría y al otro le es esencial. Lástima que estas muestras pasen desapercibidas para los grandes medios de masas, aunque son tantas que quién podría dedicarles a todas atención, máxime estando cada uno ocupado con las suyas.