Admiración.
Admirables
son los espíritus que se admiran, porque hoy esta virtud casi no se practica.
Asombrosos
son los soles ¿verdad?, tan grandes que se extienden por espacios imposibles de
imaginar, con temperaturas y tamaños que no caben en las cifras, de todos los
brillos y todos los colores, infinitos en el ámbito infinito. ¿Admirados?...
Poca gente se admira de su maravilla, como hay tantos...
Admirable
es la vida ¿no es cierto?, de tan rica y diversa variedad que su inventario es
un catálogo inacabable, desde el halcón al buitre, desde el león a la mosca,
desde el elefante a la mariposa, desde la yerba al hombre... ¿Admirada?...
Pocos son los espíritus que la encuentran admirable, hay tanta...
Se
asombran de que tú te asombres por su falta de asombro. No entienden a qué te
refieres, nada les llama la atención, no penetran la esencia de lo que a ti te
resulta admirable. Seres que en su belleza inimitable, en su función precisa,
en su poder inagotable, en su diseño genial, merecen todos los asombros, apenas
si encienden en esos espíritus una lucecita de pálida atención.
Me
parecen a mí, en cambio, tan grandes los motivos para el asombro, que solamente
me detiene mi limitada capacidad, y ni siquiera, pues aunque la maravilla de
los soles o de la vida exceden, naturalmente, mis posibilidades, más allá de
las mismas deseo seguir admirando, me asombro de la infinitud que se me escapa,
lamento la pérdida de lo que supera mis talentos, reconozco la excelencia y me
levanto hacia ella. En cierto sentido se podría decir, más allá de dioses,
vidas y soles, que mi admiración es mayor que lo que hay de admirable.
Desinterés.
Cuidado
con esta palabra porque tiene varios sentidos. Uno de ellos, la generosidad o
escaso apego a los bienes de este mundo, es sentido fácil de eliminar, porque
esta virtud no la hay, no la ha habido y se sabe positivamente que nunca la
habrá. Nosotros usamos aquí el término en otra de sus acepciones, para indicar
falta de interés por aquello que resulta interesante, escasa motivación del
espíritu hacia la admiración de lo admirable, vaciedad del alma en lo que se
refiere al asombro por lo asombroso.
En
este sentido la inmensa mayoría de la gente posee esta virtud, el desinterés, a
espuertas, hasta ser quizá la más frecuente (más aún que la reputada envidia,
me parece). Porque se pueden acumular maravillas incontables ante la vista de
las gentes, que el resultado serán hastiados bostezos y mirar la hora (gesto
ritual de elegante aburrimiento).
Y
es que no se puede meter el mar en un vaso pequeño.
Si
el ojo no se admira de la luz, la deja como tema marginal de trivial
importancia, la usa sin asombro, ni tan sólo la menosprecia, sino que la
ignora, alguna explicación debe de tener el hecho, tan extraño en sí mismo
(aunque tan frecuente). Yo me lo explico del siguiente modo: el ojo, en su
momento primitivo e ingenuo, está en la luz, no se ha desasido de ella, no ha
vuelto sobre sí, no ha regresado para ser y no solamente para ser ojo; pero
mientras esté en esa circunstancia, en la luz, sin regresar a serse, no puede
admirarse de esa luz porque la luz no se admira a sí misma, para ello es
precisa una distancia y un verse desde el ojo. Sólo cuando la luz se vea desde
el ojo, no cuando el ojo esté donde la luz, podrá tener lugar la admiración, la
contemplación admirada de la luz por el ojo.