Actividad.

 

Bien, es muy buena cosa, hay que levantarse pronto por la mañana, ponerse de inmediato a componer el mundo (no dejarlo un instante, el mundo se descompone a tal velocidad que, si lo abandonas un momento, ya entra en coma), subir, bajar, entrar, salir, traer, llevar, hacer, deshacer, rehacer, todos los verbos que encuentres, cuantos más verbos mejor. Pero cuidado con los verbos, que los hay muy sospechosos, quintacolumnistas de la pereza que se han colado en el lenguaje, no se les debe permitir que medren: verbos como ‘pensar’, ‘descansar’, ‘esperar’, engendros (súcubos) de la molicie que no debieran ser verbos, como mucho adverbios.

Los hombres hemos sido puestos en el universo para controlar y dominar a los restantes seres de la naturaleza, y eso solamente puede hacerse a base de mucha actividad, controlando todo, llevando listas y catálogos y sabiendo cuántos son los árboles de cada bosque, cuántas las gotas de cada océano, cuántas las águilas de cada cumbre. En caso contrario pueden quedar árboles sin quemar, gotas sin pudrir, águilas sin cegar...

Ya se ve que no soy muy partidario ¿verdad?... Esta maldita virtud me carga, me parece que se inventa su propio cauce, que se levanta a sí misma por el cuello de su propia camisa, que acaba uno siendo activo para poder hacer todas las cosas innecesarias que la actividad, crecida sobre su propio frenesí, se ha ido inventando. No puedo evitar esta frase: la naturaleza ha tardado un millón de años en hacer al hombre que, activa y diligentemente, en un simple siglo está acabando con la madre naturaleza. Corriendo, corriendo, corriendo, a ningún destino.

Pero en fin, contra pereza diligencia.

 

Pereza.

 

Ni se te ocurra hacer hoy lo que puedas dejar para mañana: difícil encontrar mejor consejo que éste (difícil ya encontrar éste mismo, porque la maravillosa virtud de la pereza tiene muchos detractores, y el consejo está muy mal visto). Pero teniendo como tenemos ante nuestros ojos el dilatado horizonte del tiempo ¿por qué no pensar dos y hasta tres millones de veces cada decisión que se haya de tomar, dejándola para un luego eternamente diferido, como mayor medida de seguridad en un mundo donde el hacer sanciona consecuencias?

Por hacer, pasa. Los que odian la pereza dicen: ‘por no hacer, también pasa’. Pero es un pasar menos contundente por el no hacer que por el hacer. No es lo mismo matar que mirar cómo se mata, negar que ver negar, cometer que omitir. Y la pereza, tan cauta, está siempre de parte del omitir, nunca de parte del cometer. Además, el que omite nunca es cómplice del que comete: ‘¡sí, con su aquiescencia!’, dicen los activos. Pero no, eso es no conocer a la pereza: aquiescer es hacer, y la pereza omite.

También está el tema de que la pereza, si fuese acaso la reina del mundo, nos habría dejado huérfanos de las quintas sinfonías, de las venus de milo, de los partenones, de... Dos respuestas: primera, a la vez nos habría ahorrado otros horrores, váyase lo uno por lo otro, hasta yo preferiría haberme quedado sin los dostoyevskis si me hubiese quedado también sin los stalins. Segunda, es muy posible que la creación más elevada salga de la pereza y no de la actividad, del reposo sin tiempo más que del frenesí de la acción inmediata. Además, los activos frenéticos que tienen siempre mil cosas esperando ser hechas, nunca tienen, como una de esas cosas, el pensar. Pensar es de perezosos, a mí me gusta.