Templanza.

 

Controlemos nuestros apetitos si queremos vivir en una sociedad organizada y feliz. ¿Acaso podemos todos, en todo momento, sin tener en cuenta a los otros, entregarnos a la más inmoderada lujuria, a la gula más soez, a la destemplanza más grosera? Si las normas del sano comportamiento cumplen alguna función, es precisamente ésa, lograr una contención pública y social de los más bajos apetitos.

No hagas ante tu porquero lo que no harías ante tu rey. No por el porquero mismo, sino por ti, por tu propia elegancia interior, no por el qué dirán, sino por el qué dirás tú ante tu solitario espejo.

Existe una como elegancia de gestos espirituales que diseñan un perfil de comportamiento elevado, una nobleza de actitudes que parece desechar ciertos actos como no pertenecientes a esta jerarquía, para hacerlos en privado (muy privado, quizá no hacerlos). Y si esta piedra de toque espiritual aconseja retirarlo al cerco íntimo de lo oculto, ¿no será conveniente, tal vez, retirarlo del todo del hacer habitual? Si no queda elegante que te embriagues como una bestia ante los apenados ojos de tu santa madre ¿por qué no dejar la embriaguez totalmente, incluso en el santuario de tu soledad? ¿Acaso no te estás viendo siempre a ti mismo? Si no llevas a tus más sucias barraganas cuando visitas al obispo para sobar allí las empercudidas oquedades, ¿no sería bueno prescindir de semejantes regodeos incluso en las privadas habitaciones de tus instintos? Porque hay en nosotros nobles y elevados impulsos que decaen y hasta dimiten cuando nos dejamos ir en la inercia de los oscuros cómplices de la carne.

Ahora bien, si tus barraganas se lavan y perfuman (Afrodisias, 200.000 el cuartillo), o si te embriagas con Vega Sicilia del 63, entonces no.

 

Intemperancia.

 

Muy mal vista socialmente esta extendida virtud. Y ambas cosas a la vez dan un extraña mezcla, pues si está tan mal vista ¿por qué es tan frecuente? Porque gusta en uno mismo pero fastidia en los otros. No importa si te tienen tus amigos que llevar borracho a casa, pero no es un plato de gusto llevar a su casa borracho a un amigo. ¿Es la embriaguez el único exceso de la intemperancia? Nooo, ni mucho menos: lujurias variadas (nunca muy variadas), gulas que oscilan entre el diseño y la simple cantidad, caprichos de las variadas almas del cuerpo (atención: no el elevado auriga que controla el tiro) que lo menos que puede decirse de ellos es que son groseros y bajunos, apetitos que, ya sólo por ser apetitos, no deberían figurar en la lista de apetitos de la gente bien educada.

La intemperancia es, sencillamente, de mal gusto. Sé orgulloso, infiel, malnacido, ladrón, traidor a los tuyos, mendaz, chaquetero, despectivo, salaz, vengativo... y la corte de admiradores podrá hacer su trabajo sin problemas. Pero sé intemperante, y te volverán la cara. Clava puñales por la espalda pero no vomites sobre la alfombra: ésta es la lección de la virtud que nos ocupa. ¿Por qué?... ¿Quién lo sabe?... Quizá por la contumaz predicación de sujetos que, atentos a las terribles soberbias del espíritu, a la ambición de poder y de gloria, no han tenido tiempo ni gónada que dedicar al instinto. Si todo tu afán es el dominio de las almas de otros, tal vez tengas que impedir el franco uso de sus cuerpos, liberadores cauces por donde evacuan las almas sus heces malolientes. Si te tropiezas con alguien que desdeña saborear junto a ti un vaso de vino y hablar de mórbidas redondeces, cuidado: sirve a un dios que odia y envidia el cuerpo que no tiene.