Fidelidad.

 

Es virtud muy diferente de analizar en los dos casos en que es posible tratar el tema: a) la fidelidad como virtud a tener con los otros; b) la fidelidad de los otros hacia ti.

El caso ‘b’ está clarísimo, es deseable cuanta más fidelidad mejor, porque aumenta la amistad, mejora el flujo del afecto entre amigos, posibilita un nivel más elevado de la relación humana, contribuye a la cooperación para mejores y más difíciles empresas, hace que el nivel de comunicación se vuelva más versátil y profundo, produce emociones positivas, respalda las decisiones difíciles, engendra horizontes más amplios tanto en lo individual como en lo colectivo, permite mejores oportunidades ante las expectativas del entorno, impulsa a riesgos más nobles para metas más altas.

El caso ‘a’ es, por el contrario, confuso y difícil, porque no siempre nuestro juicio sobre los otros es correcto (pueden ser criptotraidores), quizá no sea asumible el riesgo de una fidelidad sin cautelas, tal vez queden en entredicho nuestras mejores intenciones, es posible que debamos retroceder en el peor momento, se corre el peligro de ver pisados los más delicados afectos, no debemos descuidar la defensa de nuestra dignidad personal, etc., etc.

La fidelidad en sí misma, como ente abstracto, es hermosa emoción y encomiable actitud, debe ser predicada en los púlpitos y promocionada en las escuelas, puestos los nombres de los más fieles en el cuadro de honor de la vida, mostrados como el ejemplo mejor. Y quizá formar una sociedad de defensa de la especie, porque son claros candidatos a que sus disecadas cabezas figuren en el salón de trofeos de cualquier traidor malnacido.

 

Traición.

 

Al ser una entidad relativa a la expectativa creada, y juntamente con el hecho de ser muy común, deberíamos decir que la traición es imposible y no existe. En efecto, traición es lo que cualquiera espera de los demás, y por lo tanto, si traicionan, no nos sorprenden. Pero la traición se supone que sorprende siempre y que nunca es esperada.

No es contradictorio este asunto. Casi nada es contradictorio cuando se comprende a fondo a los seres humanos. Si fuesen reales cosas como la amistad y la lealtad, comunes cosas como la fidelidad y la verdad, la traición sorprendería por su rareza tanto como por su esencia y dolorosa condición. Pero no es infrecuente, sino frecuente, lo que hace que ya no resulte rara. Aunque dolorosa, al parecer, lo es siempre.

Y no es uno, sino muchos, los multiformes aspectos que adopta para adaptarse a las más diferentes circunstancias. Pues aunque en el fondo siempre se trata de la misma virtud, no es igual que un amigo se pase al bando contrario por dinero, que la mentira superficial con que se disculpa el que ha faltado contigo a compromiso menor.

Siempre es un puñal y siempre por la espalda, es decir, siempre es agresión, herida, daño, y siempre cuando menos protegido estás, o mirando hacia asuntos de otra urgencia, o en la zona en que la agresión causa más destrozos, el alma si se tiene. La herida, por cierto, nunca cura, incluso aunque cicatrice: le quedan adheridas unas minúsculas partículas de la relación traicionada (como grumos mixtos de afecto y desafecto), y se infectan periódicamente a tenor del flujo mismo de la vida, de forma que, al vivir, te duelen. Con el tiempo se cierra de modo superficial, pero queda -latiendo en la memoria- el pus.

Y no hay otra cura que traicionar tú primero.