Justicia.

 

No hay otra virtud, ella es la única. Incluso si no existe, cosa probable y aterradora.

Toda una corte de usurpadoras reina en su ausencia: la caridad, la piedad, la misericordia, la filantropía, la compasión, la lástima, la clemencia, la ‘humanidad’... Se pavonean sobre el trono que por derecho corresponde a la justicia, y son alabadas, bendecidas, aplaudidas, ensalzadas, llevándose los honores que no se han ganado. Mientras la justicia, ausente, desterrada del reino de la vida, vaga por las sombras y los sueños de los miserables recorriendo caminos alejados y probablemente infinitos, desde los que tal vez nunca pueda regresar al hogar.

La vida humana no es humana, y ni siquiera es vida, estando la justicia exilada y lejana. Los derechos son palabras que los humildes gimen y excusas que los propotentes esgrimen, y no hay un solo rincón en este planeta desgraciado donde la justicia sea respetada o defendida.

La justicia hace que los hombres sean hombres y los eleva a la suprema condición para la que fueron creados. La justicia no tiene que ser amable porque es justa, no precisa ser misericordiosa porque impide que nadie necesite misericordia. No olvida el nombre de ninguno de sus hijos, penetra e ilumina las intenciones de los hombres, traza los equilibrios y corrige los metros, destruye la mentira y la falsa promesa, derrota a la soberbia, encadena al poder, restituye derechos, consagra el respeto, se hace fuerte contra la fuerza, suprime la traición, rae para siempre del alma social la lepra en que consiste la injusta riqueza.

Así es la justicia, ésa es la esencia que el hombre necesita y no tiene, porque la justicia es lo más hermoso que existe, pero no existe.

 

Injusticia.

 

No hay otra virtud, ella es la única. Su reinado esplendoroso no está seriamente amenazado por nadie.

Toda una caterva de intrigantes atenta contra su reino: la caridad, la piedad, la misericordia, la filantropía, la compasión, la lástima, la clemencia, la ‘humanidad’... Se confabulan y conspiran, e incluso son alabadas, bendecidas, aplaudidas, ensalzadas, llevándose los honores que no se han ganado. Pero la injusticia se mantiene firme en su trono, cuenta a los suyos por miles aunque cuente a sus enemigos por millones, y sabe que vale mucho más un puño de acero que un enjambre de pálidos miserables.

La vida humana no sería humana, y ni siquiera sería vida, si la injusticia no existiese dando cauce a la ambición y a la inventiva de los más capaces, más inteligentes y más fuertes. Los derechos son palabras que los humildes gimen y excusas que los débiles esgrimen, pero si fuesen respetados por los amos, los amos mismos se convertirían en esclavos, desapareciendo para siempre todo progreso.

La injusticia hace que algunos hombres (los que todo lo emprenden e impulsan) sean hombres, y los eleva a la suprema condición para la que fueron creados. La injusticia no tiene que ser amable porque perdería su fuerza y condición, no precisa ser misericordiosa porque nunca tiene que pedir misericordia. No olvida el nombre de ninguno de sus hijos, penetra e ilumina las intenciones de los hombres, traza los equilibrios y corrige los metros, concreta el alcance de palabras y promesas, derrota a la estupidez, encadena a la masa, impone derechos, consagra el respeto, se hace fuerte con la fuerza, suprime la debilidad, rae para siempre del alma social la lepra en que consiste la torpe pobreza.