Prudencia.
Honor
a los prudentes, poseedores de una cualidad que los distingue entre todos los
otros seres del universo, les hace diferentes e insignes. La prudencia no
mancha las manos de púrpura, ni se precipita en el abismo de los riesgos
innecesarios, no actúa sin razones ni razona sin lógica, no procede sin causa
ni propone sin previsión. Medita sus empresas bajo todos los aspectos y estudia
sus horizontes desde todos los ángulos. Pocas son las veces que yerra el prudente,
y cuando yerra, su equivocación no le es generalmente imputable.
Hace
que fermenten las otras esencias del comportamiento, la da cauce al valor,
cielo despejado a la sabiduría, le pone alas a la esperanza, cimientos a la
fidelidad, camino seguro a la constancia, hogar duradero a la alegría. Está
aliada con el azar de modo permanente, y la muerte y ella se tratan con grave
respeto.
Los
antiguos y sagrados libros veneran a la mujer prudente y al prudente varón, los
ponen como ejemplos a seguir y encomian este hábito sobre otros muchos. Si te
vuelves prudente (no calculador), si te orientas por la prudencia (no por la
frialdad del ánimo), si sabes en todo momento distinguir la medida prudencial
(no el astuto beneficio), mucho tendrás ganado en todos los órdenes de la vida
y de la convivencia, pues desde la ley hasta la costumbre consideran la
prudencia guía segura de los actos.
Aunque
pasa con ella, como con tantas otras, que es primeramente buena para el que la
posee, y sólo de forma delegada y vicaria con los otros que a su lado se
encuentren, a los que a veces llega nada más el fleco escasamente abrigador de
sus deshilachados perfiles. Y nos libren los dioses de un perverso prudente.
Temeridad.
Los
temerarios no solamente se pierden a sí mismos, pierden a los que están cerca y
no pueden evitar la ola voraz del riesgo sin medida. No te acerques a ellos
aunque sea preciso. Mala virtud es ésta para sufrirla en los otros. Ignora que
existe una íntima trabazón causal de las cosas, y no la tiene en cuenta.
Desprecia los signos que marcan el filo del abismo. Olvida las advertencias
señaladas de púrpura en los mapas. Y no cree que el corazón sea capaz de
sentirse atemorizado. Por eso es sensato evitar a los temerarios, y temerario
seguirles.
Pero
no toda temeridad es ruinosa, porque llamamos con este nombre esencias
diferentes: la cautelosa temeridad del cobarde, la astuta temeridad del que
arriesga lo de otros, la temeridad rigurosamente medida y pesada con que la
prudencia avanza hacia más allá de sí misma, muchos otros abstractos que,
dentro de su campo de acción, puedes seguir sin peligro.
Es
axioma sapiencial importante que no todo es ello mismo, no toda sabiduría es
sabia, no toda prudencia prudente, no toda temeridad temeraria, no toda verdad
verdadera, e igualmente con el resto de los contenidos de la acción. Por eso,
si se razona con rigor y de forma pausada, y se entiende el tema, le es posible
al valiente ser a vaces cobarde, al sabio ser a veces necio, al honesto ser a
veces injusto, sin perder por ello las coordenadas de su hábito habitual.
Tienes
ya, por tanto, la guía necesaria para conocer esta virtud de la temeridad en su
atrevida condición: sé temerario cuando la temeridad no sea ella misma, no lo
seas cuando lo sea. Porque los premios que otorga a quien pierde y los castigos
que infiere a quien gana no se distinguen bien los unos de los otros. Y el juez
es siempre el mismo.