Humildad.

 

Nunca dejes que te venza la humildad, paloma astuta como serpiente, capaz de aprovechar la más pequeña arruga de la coraza del alma para hacerse un nido y dominar la cumbre. Ha sido entrenada por el más sagaz y hábil de todos los halconeros, y ahora persigue halcones y sabe de antemano todas sus fintas.

Es blanca por fuera, pero en su hipócrita y traidora condición, se ha atrevido a ser también blanca por dentro, y se cierra de tal modo a su destino, que no hay fuerza capaz de hacerla cambiar de rumbo. Como que los rumbos la temen, porque los vuelve de basalto.

Es una melodía que casi no llega a los oídos, de tan suave y temblorosa que al principio se muestra. Pero poco a poco (no la asusta el tiempo) va subiendo y subiendo las octavas de su tono, la intensidad se pliega a sus designios y aumenta, y cuando quieres librarte de ese rugido feroz, ya todos los tejidos de tu alma tiemblan, trepidan sin escape con todo el universo, cegadora la belleza de los ángeles furiosos que sienten cómo estallan también sus tímpanos.

Se dice que fue traída de oriente por un dios viajero, se comenta si acaso nació de las aguas primeras, un rumor achaca su origen a la envidia que el orgullo engendró en la vanidad (este relato la hace, pues, hermana de los ‘Férotes’)... cuentos, historias, ¿quién sabe?... No parece hecha de material que muera, es que como el sílice que puebla las arenas. Y a la postre da igual cuál haya sido su fuente, o si quizá es eterna y anterior a la historia: tenemos que vivir en su propio cubil.

No dejes, pues, de intentar ser humilde por todo cuanto te digo. Y recuerda además que es la máscara mejor si quieres ocultar al mundo tu terrible orgullo.

 

Orgullo.

 

Ya quisiera el orgullo poder ser orgulloso, pero vive en unos pechos y late en unos corazones de tan plebeya condición y tan torpe artificio, que debe conformarse con profesar de humilde.

Porque muchos se piensan que virtudes y vicios quedan dentro de sus propios rediles, que la libertad es libre, la verdad verdadera, la humildad humilde, lasciva la lascivia, orgulloso el orgullo. Pero no, una cosa es el alma donde la esencia habita, otra la esencia misma en su abstracción pura.

Y así el orgullo nunca ha podido hacerse el orgulloso, de lo que tiene querencia por merecer la honra de parecerse a su estirpe. Y no podrá verse satisfecho, pues si algún espíritu elevado se compadeciera de su frustrado destino y le acogiese en un pecho honrado y comedido, de propósito firme y preclaros principios, no podría el orgullo disfrazado de humildad presentarse ante su gente. Es problema insoluble que cada máscara esté enmascarada del otro.

Piensa tú, lector, si el orgullo te conviene, pero medita la cuestión con rigor y sin prisa. Puedes tener el orgullo a prueba un tiempo en tu alma, en algún retirado gabinete interior donde nadie lo sepa y no te comprometa; y decidir muy luego si le quieres como huésped eterno o tan sólo como visita ocasional para momentos graves.

Y en caso de permanente adopción, no olvides que necesita mucho equipaje y no todos tenemos el mérito o el talento, la belleza o la gracia de la que pueda el orgullo ocuparse mientras nos vive y habita.

Pues patético es el caso de tantos anfitriones de un orgullo inmenso, que nada tienen con qué alimentar la bestia insaciable crecida día a día en su íntimo cubil y que ruge en esos pechos sin encontrar destino.