más allá del laberinto

miguel cobaleda

 


Obra completa

ISBN: 84-236-1543-X

Depósito legal: nº B-18812-1981

 


Estrenada por la Compañía “María Díaz” el 8 de junio de 1979

bajo la dirección de Mony Hernández

 

 


IR AL ACTO PRIMERO  IR AL ACTO SEGUNDO  IR AL ACTO TERCERO  IR AL FINAL DE LA OBRA

 


lugares de la acción:

patio del palacio real de Trecene

 

biblioteca del palacio real de Trecene

 

patio exterior del palacio real de Trecene

 

bosque

 

bosque

 

bosque

 

costa de Creta

 

Laberinto del Minotauro

 

 

tiempo de la acción:

nunca

 

 

personajes:

Teseo

 

Etra

 

Hipólita

 

Piteo

 

Baros

 

Kriso

 

Oxilos

 

Itilos

 

Kranaos

 

Hermione

 

Herse

 

Narrador 1

 

Narrador 2

 

Caminante 1

 

Caminante 2

 

Skirón

 

Bandido 1

 

Bandido 2

 

Bandido 3

 

Bandido 4

 

Bandido 5

 

Procusto

 

Ariadna

 

Guerrero 1

 

Guerrero 2

 

Guerrero 3

 

Coro

 

Laberinto

 

 

canciones:

canción coral inicial

 

canción de Hipólita

 

canción de Etra

 

canción coral y recital 1

 

canción coral y recital 2

 

canción coral y recital 3

 

canción coral inicial acto tercero

 

canción de Ariadna

 

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PRIMER ACTO

 

 

CANCIÓN CORAL INICIAL

 

Érase

una vez

un guerrero fuerte y armado,

que salió

a buscar

laberintos de piedra y temor.

 

Más allá.

tras el mar,

el Minotauro de la venganza

quiere ser

vencedor

en la lucha en contra del amor.

 

Podéis ver

hoy aquí

el combate donde el coraje

consiguió

resistir

contra el miedo de sombra y maldad.

 

Esta es

la canción

de Teseo, hombre de Atenas,

que logró

el amor

de Ariadna, más allá del mar.

 

Supo ir

y volver

porque el hilo le conducía.

Y luchar

y vencer

con la ayuda de su gran valor.

 

La verdad

del saber

de la fuerza y de la firmeza

pudo al fin

obtener

el rescate de la libertad.

 

ESCENA PRIMERA

(Al levantarse el telón, Teseo, niño, está jugando con sus amigos, Oxilos, Kranaos, Itilos, y con su amiga Hermione y con su prima Herse. Están jugando a las tabas y dando grandes voces. Después de un rato de juego, el bullicio se calma un poco y continúan en relativo silencio.

Salen los narradores y el coro.)

 

Narrador 1.-      Estamos en el patio del palacio de Piteo. Piteo es el rey de Trecene, es el padre de Etra y abuelo de Teseo. Es un buen rey y también un abuelo complaciente.

 

Narrador 2.-      Tanto Etra como Piteo procuran que Teseo se divierta y le dejan jugar y jugar con sus amigos y amigas.

 

Narrador 1.-      No quieren que Teseo despierte demasiado pronto.

 

CORO.-             No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

        El sueño de la infancia es tu mejor defensa.

        Ya vendrá la vigilia, y el cansancio y la lucha.

        Ya vendrá la batalla, el peligro, el temor.

        Despertar es el cansancio.

        Despertar es la tarea de los hombres.

        Tú eres niño, Teseo, conserva aún tu sueño.

                                   No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

        En tu sueño no hay gigantes, ni monstruos, ni batallas.

        En tu sueño no hay bandidos, no bosques, ni desiertos.

        En tu sueño no hay mares, ni ríos, ni montañas.

        Todo es llano y sencillo y claro y sin sombra.

                                   No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

 

Narrador 2.-      Etra y Piteo conocen el destino que aguarda al muchacho. Saben que deberá enfrentarse con mil peligros enormes, con gigantes crueles, con bestias salvajes, con monstruos y laberintos.

 

Narrador 1.-      Pero será más tarde, mucho más tarde, cuando Teseo se convierta en un guerrero fuerte.

 

Narrador 2.-      Cuando pueda arrancar la espada y levantar la peña que tapa el escudo.

 

Narrador 1.-      La espada y el escudo de Egeo, su padre, que dejó enterrados bajo una gran piedra. Teseo no será capaz de enfrentarse con el mundo hasta que no pueda rescatar las armas de su padre.

 

Narrador 2.-      Y aún falta tiempo, mucho tiempo.

 

CORO.-             No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

                           Despertar es empezar el camino de la muerte.

                           No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

                           Despertar es dejar el sendero de la ilusión.

                           No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

Narrador 1.-      Egeo, el padre de Teseo, está en Atenas. No quiere que su hijo vaya allí aún, cuando es tan niño que no puede defenderse.

 

Narrador 2.-      Un gran enemigo le amenaza: Minos, rey de Creta, que ha jurado vengarse.

 

Narrador 1.-      Pero llegará el día de la verdad y la lucha se abrirá terrible, cuando Teseo, siguiendo su llamada, vaya a enfrentarse con el Minotauro.

 

Narrador 2.-      Pero aún falta tiempo, mucho tiempo.

 

CORO.-             No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

 

Narrador 1.-      No despiertes, Teseo.

 

Narrador 2.-      No despiertes.

 

(El juego ha vuelto a enconarse. Suben las protestas y los gritos. Por fin Teseo, airado y enfurruñado, se levanta y se aparta del grupo de sus amigos.)

 

Oxilos.- Caramba, Teseo, siempre quieres ganar.

 

Herse.-   Como es el niño mimado... Seguro que en casa siempre hace lo que le da la gana. Si lo sabré yo...

 

Itilos.-     ¡Eh...! Ven acá, mal amigo. ¿No estás contento si gana alguno de nosotros? ¿Tan poco quieres a tus compañeros que no puedes dejarles la victoria alguna vez?

 

Kranaos.-           Aunque sea el mejor...

 

Oxilos.- ¡El mejor! Eso está por ver...

 

Kranaos.-           Aunque fuese el mejor, la suerte es la suerte.

 

Teseo.-   ¡La suerte es mía!

 

Itilos.-     ¿Oís?... ¡La suerte es suya! Trecene es suya, el palacio es suyo, el reino de Atenas es suyo, el patio es suyo, las tabas son suyas y, por si fuera poco, ¡la suerte es suya!

 

Herse.-   ¡No! No le deis la suerte. Que gane ahora y siempre si es el mejor, o si le ayudan, o si tiene buenos amigos. Pero no le deis la suerte.

 

Itilos.-     ¿Por qué no?... ¡Para él toda la suerte del mundo! A mí no me importa, no la necesito.

 

Herse.-   ¡Bobo! ¿No te das cuenta de que la suerte es la ayuda de los dioses? ¿Qué puedes hacer nunca sin la suerte?

 

Kranaos.-           A mí me han enseñado que los dioses sólo conceden ayuda si tú pones algo de tu parte. En caso contrario, no hay suerte que valga.

Oxilos.-  Sea como sea, lo cierto es que con este muchacho no se puede jugar a las tabas.

 

Hermione.-        Bueno, basta ya. Siempre os estáis metiendo con él.

 

Herse.-   ¡Claro, ya salió la defensora!

 

Hermione.-        Teseo tiene la suerte con él, lo mismo que tiene la fuerza y la habilidad.

 

Itilos.-     ¡Chica, que se te nota mucho la preferencia!

 

Hermione.-        ¿Y qué?... Lo que he dicho es cierto.

 

Herse.-   ¿Sí? Pues a ver cuándo gana alguna vez a las tabas, porque hasta ahora no ha ganado ni una sola vez. Al menos esta tarde.

 

Hermione.-        Es un juego que no tiene ninguna utilidad. Pero los juegos que importan los gana todos siempre.

 

Oxilos.-  ¿Y qué juego importa, si se puede saber? ¿Pelear como salvajes? ¿Subir a los árboles, como esos bichos de cola retorcida que trajeron los buhoneros orientales?

 

Hermione.-        Dices que lo desprecias porque eres débil, pero en el fondo sabes que tengo razón.

 

Teseo.-   ¡Basta!... No es preciso que nadie me defienda ni me ataque. Los monstruos de mares lejanos se juntarán para atacarme...

 

CORO.-             ¡¡No despiertes, Teseo, no despiertes!!

 

Teseo.-   ...y yo sólo me basto para defenderme. Ya lo he dicho: la suerte es mía.

 

Kranaos.-           ¿La has comprado?

 

Herse.-   ¿O acaso la has heredado de tus padres?

 

Teseo.-   No la he comprado ni la he recibido. La ganaré con mi propio valor, y es tan seguro, que ya podéis considerarla como mía.

 

Herse.-   Mal te veo, vanidoso. Me parece que antes tendrás que quitársela a tu primo Hércules, que la necesita y la tiene toda él.

 

Oxilos.-  Has dado en el clavo. Lo que le pasa a éste es que tiene una envidia que no se aguanta.

 

Hermione.-        ¡Dejadle en paz!

 

Teseo.-   Vas a ver tú quién es el héroe y quién es el primo del héroe.

 

(Teseo, como una furia, se lanza contra el grupo de sus amigos. Se entabla una feroz pelea, quedando solamente Hermione a un lado. Poco a poco Teseo va derribando a todos. Cuando la pelea está a punto de concluir entra Hipólita, la anciana nodriza de Teseo.)

 

Hipólita.-            ¿Pero es que estáis locos? ¡Los dioses me valgan! Siempre la misma escena. Brazos arañados, rodillas despellejadas, sangre por todas partes... ¡Bien se ve que sois aspirantes a héroes y guerreros...! ¡Venga, todo el mundo a su casa! Por hoy se ha acabado la fiesta. Y tú, Teseo, castigado en aquel rincón.

 

Oxilos.-  (Saliendo.) Con suerte o sin suerte, la próxima vez te voy a hacer comer las tabas.

 

Herse.-   Adiós, niño bonito. Ahora podrás ganar siempre. Jugando tú sólo...

 

Hermione.-        No les hagas caso, Teseo. Sólo es envidia...

 

Kranaos.-           Mañana veremos, Hércules de pega...

 

Itilos.-     (Cojeando.) Abusón, burro.

 

Hipólita.-            ¡Venga ya, todos a casa y en silencio!

 

(Los chicos se han ido. Teseo está en su rincón, mirando hacia la pared y canturreando como si nada hubiese pasado.

Hipólita recoge lo que han desordenado y luego, poco a poco, se va acercando al muchacho. Le coge de un brazo, le vuelve y le levanta la cara buscando lágrimas. Después le lleva hasta un banco de piedra y  le sienta junto a ella.)

 

Hipólita.-            Pero muchacho, muchacho... ¿tienes que estar siempre peleando con tus mejores amigos?

 

Teseo.-   No son mis mejores amigos, nodriza, ni siquiera son mis amigos.

 

Hipólita.-            Pero Hermione...

 

Teseo.-   Ella es aparte. Los otros sólo vienen aquí porque éste es el palacio del rey, y porque sus padres quieren presumir de que los chicos juegan con el nieto de Piteo. No son mis amigos, nodriza. Son mis enemigos.

 

Hipólita.-            Ésa es la primera lección que tienes que aprender. Y tienes que aprenderla bien.

 

Teseo.-   ¿Qué los príncipes sólo tienen enemigos?

 

Hipólita.-            Que los hombres están solos.

 

Teseo.-   No te entiendo.

 

Hipólita.-            Antes de que empezarais esa absurda pelea, que casi no me habéis dado tiempo a intervenir, estuve escuchado vuestra discusión. Tú tienes razón, Teseo, pero ellos también la tienen. La suerte la dan los dioses, pero su compañera es la soledad. Irás por el mundo venciendo, como Hércules, más que Hércules, y serás el rey más glorioso de Atenas, si es que eres capaz de ganar tu suerte. Pero estarás solo.

 

Teseo.-   ¿Es mala la soledad?

 

Hipólita.-            Es un precio... Si lo que consigues merece la pena para ti, entonces no importa. Si resulta demasiado cara... entonces lamentarás haber conseguido la suerte. La mayoría de los hombres, por eso, aunque dicen que la quieren, en realidad no la quieren.

 

Teseo.-   Pero acabas de decir que todos los hombres están solos...

 

Hipólita.-            Eso es, Teseo, los hombres, los verdaderos hombres, los que saben con certeza lo que quieren y lo quieren de tal modo que nunca se apartan de su camino. Vencen, pero sólo pueden sentarse sobre su victoria y hablar consigo mismos.

 

Teseo.-   Entonces no sé si quiero buscar y encontrar la suerte.

 

Hipólita.-            A veces ella nos busca y nos encuentra a nosotros.

 

(Canción de Hipólita, mientras se hace la oscuridad.)

 

CANCIÓN DE HIPÓLITA

 

Oye,

mis ojos ven tu andar lejano

cuando te enfrentas con el mundo

sin

piedad.

 

Yo sé,

aunque ahora juegas y te ríes,

aunque ahora sueñas y no sabes

que

te irás.

 

Siento

tus hondos ojos en la noche

venciendo miedos, laberintos

de

temor.

 

Y oigo

tu silencioso y gran coraje

contar al mar y la montaña

la

verdad.

 

Vuelve,

niño Teseo que aún no has ido,

regresa desde la tiniebla

sin

tardar.

 

 

ESCENA SEGUNDA                  (Palacio de Piteo. Biblioteca.

Teseo está sentado en una pequeña silla junto a una mesa llena de pergaminos. Está estudiando. A su lado se encuentra Baros, su preceptor. Al fondo, sentada tejiendo, Etra, su madre. Revisando pergaminos por las estanterías, Piteo, su abuelo.)

 

Teseo.-   (Refunfuñando.) ¡No sé de qué me va a servir tanta bobada!... La historia de Atenas, la de Trecene, la de los dioses, la de los héroes...

 

Baros.-   Mal podrás imitarles si no conoces sus hazañas.

 

Teseo.-   Es que no pretendo imitarles. Yo quiero ser yo mismo, Teseo el Héroe, no Teseo el Imitador.

 

Etra.-      No refunfuñes, Teseo. Los héroes no refunfuñan.

 

Teseo.-   Ni estudian.

 

Piteo.-     Tal vez el muchacho tenga razón. Seguro que Hércules no ha estudiado ni el alfabeto...

 

Baros.-   No me parece bien que descuides tus palabras, Piteo. Aunque yo sea un humilde preceptor, debo decirte que, como rey, no debes menospreciar a los héroes; como abuelo, no debes dar mal ejemplo a tu nieto; y como simple mortal debes tener respeto por los dioses.

 

Teseo.-   ¡Duro con él, abuelo!

 

Etra.-      ¡Niño!

 

Piteo.-     Verás... creo que tienes mucha razón en lo que dices, pero aún recuerdo cuando era muchacho y me obligaban a pasar el tiempo leyendo lo que yo no quería leer, sino practicar. ¿Vosotros creéis que se prepara uno mejor para arrebatarle la ganadería a Gerión leyendo que haciendo ejercicios?... Yo creo que no. Y en cuanto a Hércules... bueno, con esa pinta de...

 

Etra.-      ¡Padre, por favor, que el niño está delante!

 

Teseo.-   Sigue, abuelo.

 

Piteo.-     En fin, que me parece bien un poco de estudio, de cultura y de ciencia, pero el muchacho está sobrecargado de lecciones y yo entiendo que se canse. Eso es todo.

 

Baros.-   La cultura es la base de la vida. ¿Te parecería bien que volviera un día victorioso de enfrentarse con algún enemigo monstruoso y no supiera corresponder debidamente a los homenajes que se le hicieran? ¿O que agradeciera un elogio con un gruñido?

 

Etra.-      Me parece que esta discusión es ociosa. Se ha decidido entre todos que la educación de Teseo sea completa, ¿a qué viene, pues, el volverlo a discutir?

 

Teseo.-   ¡Mujeres!

 

Baros.-   ¡Basta, Teseo! Tu madre debe merecerte todo el respeto.

 

Teseo.-   Pero las mujeres nunca comprenden las cosas de los hombres...

 

Etra.-      Tal vez, pero comprendemos las cosas de los niños.

 

Teseo.-   (Pegando un salto, airado.) ¡Yo no soy un niño! Mil veces te he dicho que me permitas intentar levantar la piedra para recoger el escudo y la espada de mi padre, y tú no quieres. Seguro que soy capaz de hacerlo. ¡Soy un hombre!

 

Etra.-      Ni un pedrusco eres tú capaz de levantar todavía.

 

Teseo.-   ¡Madre!

 

Piteo.-     ¡Basta! Ésta sí que es una discusión ociosa. Día llegará en que seas capaz de levantar esa piedra y de empuñar con honor la espada de tu padre. Llegará, no lo dudes, aunque siempre será más tarde de lo que desea tu impaciencia y más pronto de lo que pretende el cariño de tu madre.

 

Etra.-      Las mujeres griegas no entendemos las cosas de los hombres... Ni Penélope, ni Casandra, ni Helena ni Aljmene, ni Io ni Etra, ni Antígona ni Electra, ni Medea ni Ifigenia, ni Iocasta ni Fedra. No, las mujeres de Grecia no saben nada de los hombres... ¿quién entiende entonces las cosas de los hombres...? ¡Los hombres no, desde luego, al menos en esta tierra! ¿Quién cuida de los hijos hasta que se hacen hombres?, ¿quién siembra en ellos el respeto y el amor por un padre lejano que siempre está en la batalla y la aventura?, ¿quién les enseña el idioma de sus mayores?, ¿quién pena por los esposos y los padres y los hijos cuando guerrean?, ¿quién se alegra con los esposos y los padres y los hijos cuando regresan con la victoria?, ¿quién les llora cuando no regresan?, ¿quién les amortaja y entierra?, ¿quién suplica a los dioses por su día y por su noche, por su infancia y por su madurez, por su vida y por su muerte? ¡No, las mujeres de Grecia no saben nada de las cosas de los hombres! Ni Penélope, ni Casandra, ni Helena ni Aljmene, ni Io ni Etra, ni Antígona ni Electra, ni Medea ni Ifigenia, ni Iocasta ni Fedra...

 

(Entra Kriso, el sirviente mayor.)

 

Kriso.-    Mensaje de Atenas. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Abriendo el mensaje y leyendo.) “De nuevo se nos exige el tributo de catorce jóvenes para que sirvan de alimento a esa maligna bestia que habita en el laberinto de Creta. Minos no tiene piedad de nosotros y la ciudad se va quedando sin sus hijos. ¡Cuánto deseo que haya quien pueda plantar cara  a ese terror! Espero que estaréis en salud y que Teseo se irá haciendo fuerte día tras día. Recordadme, Egeo.”

 

Teseo.-   ¿Qué dices ahora, madre? ¿No me dejarás aún que pruebe a levantar la piedra? ¡Atenas, mi patria, me necesita!

 

Etra.-      Atenas necesita un hombre. Ya llegará tu día.

 

Piteo.-     ¡Ojalá ese día no sea tardío para Atenas!

 

Baros.-   El molino de los dioses muele despacio.

 

Piteo.-     Sí, y al final la harina de la vida se deshace entre los dedos.

 

CORO.- (Desde dentro.) Gira la rueda del tiempo y las cosas viven según medida.

 

Baros.-   No se puede precipitar la historia.

 

Teseo.-   ¡Quiero pelear! Quiero enfrentarme a los enemigos de mi patria.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y los hombres la encuentran lenta.

 

Etra.-      Si fueses ahora a su encuentro, serías una nueva víctima que habría que sumar a todas las otras.

 

Piteo.-     Un número cada día mayor...

 

Teseo.-   Pero probar, solamente probar.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y los hombres la encuentran veloz.

 

Baros.-   Quien ensaya antes de tiempo quema sus semillas. Sembrar cuando no es la hora es destruir la cosecha futura.

 

Teseo.-   ¡Yo conozco mi propia fuerza!

 

Etra.-      Nadie conoce su propia fuerza hasta que trata de mover la rueda de la vida.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y las montañas se hacen jóvenes.

 

Piteo.-     No es posible moverla. No se la puede forzar.

 

Baros.-   Por eso pretendo que Teseo conozca, pues solamente el que conoce puede enfrentarse a su destino con posibilidades de victoria.

 

Etra.-      Y conocer es ir acumulando sufrimientos y esfuerzos.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y los mares se hacen jóvenes.

 

Teseo.-   Si matáis mi valor con vuestra prudencia, nunca llegaré a desenterrar el escudo de mi padre, nunca podré empuñar la espada de mi padre, nunca podré vengar las ofensas de mi patria ¡nunca podré ser Teseo!

Etra.-      Nunca somos nosotros. Siempre estamos tratando de serlo, pero siempre algo se nos interpone. Vivir es eso: tratar de ser nosotros mismos.

 

Piteo.-     Y al final se descubre...

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y las estrellas se hacen jóvenes.

 

Kriso.-    (Entrando.) Mensaje de la campiña. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Leyendo.) “El gigante Skirón siembra el terror por todas partes; los viajes son cada vez más inseguros, los caminantes son asaltados y muertos. Suplicamos al rey que envíe tropas contra él y libre a la gente pacífica de ese tremendo peligro”.

 

Teseo.-   Los mensajes se suceden y Teseo estudia.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y los hombres envejecen.

 

Etra.-      ¡No importa! No importa si el Minotauro deshace la juventud de Atenas, ni importa si Skirón asola los caminos. No importa si los bandidos asaltan a los viajeros, no importa si los héroes vencen o son vencidos. Lo único que realmente importa es que cada uno descubra su nombre, y eso requiere tiempo, tiempo, ¡tiempo!

 

Piteo.-     ¿Y cuando el tiempo se acaba?

 

Etra.-      El tiempo no se acaba nunca.

 

Teseo.-   Ya no hay tiempo que perder. Madre, permite que lo intente. Sé que soy capaz de levantar esa piedra y de matar a ese gigante y de destruir ese monstruo y de salir del laberinto. Madre, ¡yo soy Teseo!

 

Etra.-      ¿Y quién es Teseo?

 

Baros.-   Se necesita tiempo, tiempo, tiempo, para que cada uno descubra su propio nombre.

 

Piteo.-     Yo sé que estáis hablando desde otro extremo de la vida. Sé que no sabéis. Porque el tiempo es poco y se acaba antes de empezar.

 

CORO.- Gira la rueda del tiempo y los hombres no lo ven.

 

Teseo.-   ¡¡Yo soy Teseo!!

 

Kriso.-    (Entrando.) Un mensaje del tiempo. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Lo abre.) Está en blanco.

 

(Oscuro.)

 

 

ESCENA TERCERA

(Patio exterior del palacio de Piteo. En el centro hay una roca enorme, debajo de la cual están enterrados la espada y el escudo de Egeo.

Teseo está junto a ella, mirándola de frente, quieto, silencioso, con las piernas abiertas, como plantado firmemente en la tierra.

Desde las almenas, y situados a distancia uno de otro, le observan Etra, su madre, Piteo, su abuelo, e Hipólita, su nodriza.

Los dos narradores están en primer plano. Se oye de vez en cuando al coro, pero no se le ve.)

 

Narrador 1.-      Por fin ha llegado el momento. Teseo es ya un hombre y su madre le ha consentido intentarlo. Tratará de levantar la enorme piedra debajo de la cual se encuentra la espada de Egeo, su padre.

 

Narrador 2.-      La espada es el símbolo de la fuerza, pero también del valor y de la inteligencia.

 

Narrador 1.-      Teseo siempre ha sido fuerte, pero su madre y su preceptor han querido asegurarse de que su valor era seguro y de que su inteligencia era clara. La fuerza sola no es nada.

 

Narrador 2.-      Etra sabe que Teseo vencerá su prueba.

 

Narrador 1.-      Piteo también lo sabe.

 

Narrador 2.-      Hipólita lo sabe igual.

 

Narrador 1.-      En Grecia todo el mundo sabe desde siempre lo que concierne a los héroes. No se sabe nada de los hombres normales, ni se sabe nada de las mujeres normales. Pero todo el mundo sabe todas las cosas de todos los héroes y de todos los dioses.

 

Narrador 2.-      Porque en Grecia, los héroes son la religión de la vida y los dioses son la historia de los hombres.

 

Narrador 1.-      Grecia es ningún sitio y todos los sitios, aunque esté en el mapa y vosotros lo podáis ver.

 

Narrador 2.-      Atenas y Trecene, Esparta y Tebas, Corinto, Corcira, Delfos y Creta, Estagira y Delos, Paros y Rodas son todos los sitios y son ningún sitio, aunque vosotros podéis mirar los mapas y los veréis allí.

 

Narrador 1.-      Teseo es todos los hombres y ningún hombre, porque todos estamos alguna vez delante de una enorme prueba en donde se va a poner en juego nuestra firmeza, nuestro valor y nuestra inteligencia.

 

Narrador 2.-      Todos estamos algún día con los pies firmemente asentados sobre la tierra, tratando de decidir si ya es el momento de intentarlo. Entonces estamos solos.

 

Narrador 1.-      Entonces estamos solos con nosotros mismos, mientras nuestro pasado nos observa desde las almenas del tiempo.

 

Narrador 2.-      Y nuestro futuro espera.

 

Etra.-      Ahora es el momento, Teseo. Por fin ha llegado.

 

Piteo.-     Ahora. Fuerza tu espalda, fuerza tu valor.

 

Hipólita.-            No desfallezcas.

 

CORO.- El futuro te espera, el pasado te observa.

 

Narrador 1.-      Teseo también sabe que va a vencer.

 

Narrador 2.-      Pero teme.

 

Narrador 1.-      No teme a la piedra, pues sabe que sus músculos son más poderosos que la montaña, más fuertes que el huracán.

 

Narrador 2.-      No teme a los gigantes ni teme a los monstruos.

 

Narrador 1.-      Sabe que su astucia y su valor son mayores que las estrellas y que los laberintos.

 

Narrador 2.-      Teseo teme a Teseo.

 

Narrador 1.-      No quiere abandonar su hogar de niño, su mesa de niño, su cama de niño, sus juegos de niño. No quiere marchar solo y sentirse solo y estar solo. Teseo tiene miedo de la constante y pertinaz compañía de Teseo.

 

CORO.- El futuro te espera, el pasado te observa.

 

Etra.-      ¡Ya!

 

Piteo.-     ¡Todavía!

 

Hipólita.-            ¡Luego!

 

(Teseo acerca sus manos a la roca y comienza a empujar. Poco a poco la piedra se va desplazando de su sitio, hasta que finalmente deja al descubierto las armas de Egeo.

Teseo las recoge y con un gesto de cansancio interior sale.

Etra comienza a cantar su canción, mientras se hace poco a poco la oscuridad.)


CANCIÓN DE ETRA

 

Si la edad te ciega ahora

pronto acabará;

ya la sentencia el tiempo

que veloz se va.

El mundo abre sus puertas

a tu caminar.

Teseo, tienes que marchar.

 

**********

 

El niño es hombre entero,

el poder llegó.

La espada de la roca

su mano arrancó.

El escudo de Egeo

luce y brilla al sol.

Tu estrella ya se presentó.

 

**********

 

Saber,

comienza por saber

la ruta de tu voz

tu gran destino.

 

Oír

la arena en el reloj

la nueva dimensión

de tu camino.

 

Tocar

la orilla de este mar

para poder volver

a tu principio.

 

Poner

tu mano y corazón

para poder saltar

sobre el abismo.

 

**********

 

Si hallas en el mundo amigos

habla con tu voz.

Si su mano te enfrenta

que hable tu valor.

No dejes que la sombra gris

desoriente al sol,

atiende el eco del amor.

 

**********

 

Tu historia está esperando,

deja de escuchar;

ya la mañana se hace

mapa sin trazar.

Encuentra la trompeta fiel

de la soledad,

el valle de la libertad.

 

**********

 

Saber,

comienza por saber

la ruta de tu voz

tu gran destino.

 

Oír

la arena en el reloj

la nueva dimensión

de tu camino.

 

Tocar

la orilla de este mar

para poder volver

a tu principio.

 

Poner

tu mano y corazón

para poder saltar

sobre el abismo.

 

 

 

 

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SEGUNDO ACTO

 

 

 

CANCIÓN CORAL 1

 

Qué será de ti

cuando el ocaso se presente sin señal,

y el anochecer

te traiga sombras y silencios de temor.

Qué será de ti...

En estos bosques tan salvajes perderás

tu seguridad,

guerrero fuerte, bien armado y vencedor.

 

 

Caminante, caminante

que caminas al azar,

si te encuentras a un gigante

no sigas para adelante,

caminante, caminante,

y camina para atrás.

 

Caminante que caminas

adelante y hacia atrás,

si te encuentras a un gigante:

o Teseo está delante,

caminante, caminante,

o te van a destrozar.

 

Qué será de ti

si la tortuga tiene hambre una vez más,

cuando no está aquí

Teseo, el héroe, con su escudo y su valor.

Qué será de ti

cuando la espada se te rompa al pelear

y tu corazón

se atemorice ante la maza de Skirón.

 

ESCENA PRIMERA

(Hay un bosque de pinos rectos y muy altos que llega, a través de una playa entremezclada de arena y pinocha, hasta el borde del mar.

Allá a lo lejos, por entre los pinos del fondo, se distinguen las formas enormes del gigante Skirón, el que ata a los caminantes a pinos que ha doblado previamente, de forma que al soltarlos, los cuerpos de los infelices se desgarran y sus despojos van a parar al agua, donde espera la tremenda tortuga que se los come. El resoplar de la tortuga hambrienta se oye de vez en cuando.

En primer plano hay dos caminantes que han escapado por los pelos del suplicio, y que hablan entre jadeos por el cansancio de su huida vertiginosa.)

 

Caminante 1.-    La verdad es que no hay quien vaya tranquilo por esta región, caramba. Debe haber más gigantes en este país que en ningún otro sitio del mundo. Recuerdo yo...

 

Caminante 2.-    Y hemos estado bien a punto de no poder recordar ya ninguna cosa.

 

Caminante 1.-    Y que lo digas. Bueno, recuerdo que cuando estuve por las islas, se podían visitar las diferentes regiones sin problemas. Ni gigantes, ni bestias salvajes, ni bandidos, ni nada. Únicamente en un sitio llamado Creta, que había un tal Minos que tenía un hijo... así como rarito, de esos que tienen cuerpo de una cosa y cabeza de otra y manos de otra...

 

Caminante 2.-    Ya sé: centauros.

 

Caminante 1.-    No, éste no era centauro, pero debía ser de la misma familia porque le llamaban Minotauro. No comía cualquier cosa, no, es una bestia exquisita: sólo carne humana, y joven por cierto. Pero lo tenían en chirona, en una especia de lío, creo que lo llaman.

 

Caminante 2.-    Laberinto.

 

Caminante 1.-    Eso. O sea, que ni siquiera en Creta había verdadero problema. En cierto modo es hasta turístico... Yo les propuse que cobrasen la entrada, pero me dijeron que no tenía éxito. El bicho ése por lo visto huele muy mal.

 

Caminante 2.-    El ganado bravo ya se sabe...

 

Caminante 1.-    Pero es que aquí, con esta moda de los gigantes, ya no se puede transitar.

 

Caminante 2.-    Pues éste no es de los peores. Hay otro fulano, grandote también, uno que le llaman Perifetes, o algo así, que es más animal todavía. Tiene un roble grande que usa como de maza, y se divierte aplastando a la gente que pasa desprevenida por los caminos. Claro que no ve bien, y se le escapan muchos por entre las raíces del mazo ése.

 

Caminante 1.-    He oído hablar de él. Mi primo el espartano dice que se escapó y que le insultó y todo. Claro que no me lo creo porque ya sabes lo fantasmas que son los espartanos, desde lo de las Termópilas...

 

Caminante 2.-    Cuidado con lo que dices que eso no ha ocurrido todavía.

 

Caminante 1.-    Tienes razón... me armo cada lío con las noticias políticas...

 

Caminante 2.-    No creas, si yo también.

 

Caminante 1.-    Pero oye, ¿no le había ajustado las cuentas al Perifetes uno de Atenas?... Sí, hombre, uno de éstos que van por ahí matando fieras, y librando a los caminantes de peligros.

 

Caminante 2.-    Me parece que te refieres a Teseo.

 

Caminante 1.-    Sí, el mismo, que es primo por parte de padre de ese otro valentón, el de la maza: Hércules.

 

Caminante 2.-    Pues creo que cuando destripó a Perifetes se llevó el roble para poder presumir como su primo Hércules.

 

Caminante 1.-    ¡Qué barbaridad! ¿Y cómo maneja semejante artefacto?

 

Caminante 2.-    No sé, lo llevará a rastras...

 

Caminante 1.-    Pues con lo seco que es este país, menuda polvareda irá armando con el roble a cuestas.

 

Caminante 2.-    Y que lo digas. Pero los del continente son así, en cada ciudad hay un valiente oficial, y si uno lleva espada, el otro espadón; y si uno lleva maza, el otro se tiene que buscar un roble para no ser menos. Que uno mata un toro...

 

Caminante 1.-    El otro un Minotauro.

 

Caminante 2.-    No me extrañaría, porque su primo Hércules ha liquidado a uno, y por cierto, también en Creta. Así que el día menos pensado éste se marcha allá para repetir la cosa con el hombre-toro ése que tú dices.

 

Caminante 1.-    Pues sería una lástima, porque bichos raros quedan cada vez menos. En cambio gigantes... ¡madre mía, qué plaga!

 

(Entra Teseo con su gran espada, su escudo y su yelmo. Se dirige hacia los dos caminantes.)

 

Caminante 2.-    ¡Hombre! Hablando del rey de Roma...

 

Caminante 1.-    ¿Del rey de dónde?

 

Caminante 2.-    (A Teseo.) ¡Buenas! ¿Anda usted en busca de gigantes? Ahí mismo, detrás del bosque de pinos, hay un tal Skirón, ése de la tortuga. Nos hemos tropezado con él y hemos escapado de milagro.

Caminante 1.-    Sí, por un pelo. Estaba ocupado descuartizando a todo un equipo de relevos, de Rodas, que iban a la Olimpiada. Si no es por eso no nos libramos. Por cierto, que es lástima, porque eran una gente colosal, y seguro que se hubieran llevado palmas de oro en su especialidad.

 

Caminante 2.-    Otra vez será... como las hay cada cuatro años...

 

(Teseo les hace poco caso. Mira por entre los árboles hasta que parece divisar al gigante. Entonces coge su espada, cuelga el escudo de una rama y se pone a golpearlo como si fuese un gong. Al fondo se ve al gigante avanzar, abriendo y derribando el bosque con sus enormes piernas y anchísimos píes. Al ver el asunto, los dos caminantes se levantan corriendo y huyen. Enseguida aparece Skirón y mira hacia Teseo.

En vista de que se ha detenido, los caminantes se paran también, pero lejos, observando los acontecimientos.)

 

Caminante 2.-    Este tipo es imbécil. Le van a dar una zurra...

 

Skirón.-  ¿Quién eres tú, insignificante enano?... No sabes que me dedico a hacer cuartos a la gente y echarle los trozos a mi tortuga?

 

Caminante1.-     ¡Qué animal!

 

Skirón.-  ¡Vamos, suplica por tu vida, pide misericordia!... Claro que es igual, no te voy a hacer ningún caso. Anda, elige un pino de éstos y vete quitando todos esos hierros que llevas encima. Si te descuartizo con armadura le vas a producir una indigestión a mi tortuga. Mientras tanto yo voy doblando el árbol para no perder tiempo.

 

(Teseo, ceremoniosamente, se va despojando de su yelmo, peto, espaldar, y finalmente deja también en el suelo la espada. Mientras tanto Skirón dobla un árbol sin partirlo.)

 

Caminante 2.-    Lo veo y no lo creo. Los atenienses tienen mucha fama, pero la verdad es que están como cabras. Ni Minotauro ni nada, este tonto acaba en el estómago de la tortuga de Skirón.

 

Caminante 1.-    Cuando lo contemos no nos van a creer. Y mira tú que una tortuga... Hasta para elegir animales domésticos son raros los gigantes.

 

Skirón.-  ¿Ya estás listo?... Es la primera vez que me dan facilidades. No habrás pensado que te perdonaré si cooperas, ¿verdad?... No te hagas ilusiones, muchacho, que Skirón no se ablanda.

 

(Skirón va en busca de Teseo, pero éste es mucho más ágil, y cuando el gigante le quiere coger, se escabulle. Así están durante un rato, hasta que el gigante, jadeando, se detiene.)

Skirón.-  Pero bueno, ¿qué clase de juego es éste? ¿Te crees que tengo tiempo de corretear detrás de una lagartija como tú?

 

Caminante 2.-    Yo apuesto que lo coge.

 

Caminante 1.-    Vale, acepto la apuesta. Mi saco de trigo egipcio contra tu racimo de uvas de Corinto a que el ateniense se escapa.

 

Skirón.-  No me hartes, que es peor. Si te estás quieto te prometo no hacerte daño. Palabra de gigante.

 

(La danza vuelve a empezar, y sigue durante un rato, hasta que Teseo se coloca con un finta detrás de Skirón, le pone la zancadilla y el gigante, dando un traspiés fenomenal, va a parar al mar, donde se oye el crujido de sus huesos cuando se lo come la tortuga.

Mientras los dos caminantes le observan asombrados, Teseo coge sus armas, y sin decir nada ni dirigirles la mirada, se marcha.)

 

Caminante 2.-    La verdad es que este Teseo engaña mucho, ¿eh?... Así al pronto parece un cualquiera, y luego...

 

Caminante 1.-    Todo consiste en no ponerse nervioso, porque estos gigantes son todos iguales: muy grandes y muy brutos, pero tienen la mollera completamente hueca.

 

Caminante 2.-    Será como tú dices, pero hay que tener valor, no lo dudes.

 

Caminante 1.-    ¡Psh! No te creas, yo mismo...

 

Caminante 2.-    Pero tú eres espartano, ¿no?...

 

(Salen. Oscuro.)

 

CANCIÓN CORAL 2

 

 

Qué será de ti

cuando el ocaso se presente sin señal,

y el anochecer

te traiga sombras y silencios de temor.

Qué será de ti...

En estos bosques tan salvajes perderás

tu seguridad,

guerrero fuerte, bien armado y vencedor.

 

 

Caminante, caminante

que caminas al azar,

si te encuentras a un gigante

no sigas para adelante,

caminante, caminante,

y camina para atrás.

 

Caminante que caminas

adelante y hacia atrás,

si te encuentras a un gigante:

o Teseo está delante,

caminante, caminante,

o te van a destrozar.

 

Qué será de ti

si cada árbol te amenaza desde atrás,

y si al caminar

tu sombra marcha en opuesta dirección.

Qué será de ti

si los bandidos quieren tu bolsa robar

y luego con tu piel

pretenden ellos su zamarra remendar.

 

 

ESCENA SEGUNDA

(Otro bosque.

Entra Caminante 1 y da un vistazo a su alrededor. Casi enseguida entra Caminante 2.)

 

Caminante 1.-    Buenas...

 

Caminante 2.-    Buenas... Oiga, ¿no nos hemos visto antes?...

 

Caminante 1.-    Le iba yo a decir lo mismo. Su cara me suena conocida... ¿Tal vez en Corcira, comprando vino?

 

Caminante 2.-    Puede ser, pero...

 

Caminante 1.-    ¿O en Esparta, en el simposium interpolis para la limitación de las lanzas estratégicas?

 

Caminante 2.-    Allí seguro que no, porque precisamente esos días estaba en Atenas, en la conferencia de demócratas nuevos... Pues no sé, la verdad. Claro que, como anda uno siempre por esos caminos...

 

Caminante 1.-    ¡Ya está! ¡Pero hombre, si usted es el caminante del bosque de Skirón!

 

Caminante 2.-    ¡Pues claro! (Se abrazan.) ¡Amigo mío, cuánto me alegra volver a verle a usted!... (Alarmado.) Espero que no sea gafe para los gigantes...

 

Caminante 1.-    ¡Quite usted, por Zeus! No me hable del salvaje aquél... Si no llega a ser por Teseo lo hubiésemos pasado mal. He pensado mucho desde entonces. Confidencialmente: estoy proyectando un sistema para acabar con los gigantes.

 

Caminante 2.-    Ojalá tenga éxito, porque son una plaga terrible. ¿Y se puede saber en qué consiste el invento?

 

Caminante 1.-    Pues... claro, es una cosa que aún está sin patentar... Pero, en fin, usted me cae bien y parece que estamos destinados a marchar juntos por los caminos. Se lo voy a confiar.

 

Caminante 2.-    Le escucho, querido amigo, pero creo recordar que antes nos tuteábamos...

 

Caminante 1.-    De acuerdo, escucha. En esencia se trata de una competición intergigantes. Está visto que a estos animales lo que les gusta es hacer el bestia. Pues bien, entre todos los caminantes propagamos la noticia de que en tal sitio hay otro aún más salvaje que hace cosas todavía peores. A éste se le dice que aquél come más gente de un solo bocado. A aquél, que allí hay uno que maneja una maza todavía más grande. Al de acullá, que aquí vive un gigante todavía más fuerte, etc. etc. Hasta que consigamos que se pongan en marcha, y o bien se van encontrando unos a otros por el camino y destruyéndose mutuamente... que es una posibilidad, o bien organizamos una especie de olimpiada sólo para gigantes...

 

Caminante 2.-    Creo que esta segunda idea es mejor. Al fin y al cabo, podemos vender localidades y además de librarnos de ellos, sacar una pasta gansa. No hay que descuidar el aspecto económico...

 

Caminante 1.-    Sí, ya lo he pensado... pero hay un problema: ¿Qué hacemos cuando se liquiden mutuamente y nos quedemos sin gigantes?

 

Caminante 2.-    Bueno... eso no es problema. Siempre podemos contratar gigantes extranjeros...

 

Caminante 1.-    No es mala idea, tienes razón. Y una vez que hayamos empezado con gigantes, luego ya se irá viendo. También podemos importar bichos extraños...

 

Caminante 2.-    Jabalíes salvajes, pájaros comedores de carne humana...

 

Caminante 1.-    Rebaños desatados...

 

Caminante 2.-    Minotauros...

 

Caminante 1.-    Lo malo van a ser los héroes, que se ganan la vida con todas estas cosas. Es posible que tengamos problemas con el sindicato de héroes y valientes.

 

Caminante 2.-    Intrusismo profesional, quieres decir...

 

Caminante 1.-    Claro. Por ejemplo, si empleamos a gigantes en el espectáculo, ¿qué van a hacer los Teseos, los Hércules, los Aquiles, los...?

 

Caminante 2.-    Habrá que pensar algo para ellos...

 

Caminante 1.-    Ya, pues imagínate el problema... No sé, no lo veo muy claro...

 

(Mientras están hablando, por entre los árboles del bosque aparecen cinco bandidos. Se acercan sigilosamente hasta los dos caminantes.)

 

Bandido 1.-        ¡¡Pumba!!

 

Caminantes.-     (Abrazándose asustadísimos.) ¡Aaaaaahgggg!

 

Bandido 2.-        ¡Animal!... ¿Pero qué modales son esos?... Nunca aprenderéis. (A los caminantes.) Ustedes dispensen, no era nuestra intención asustar.

 

Bandido 1.-        Disculpen... es que estoy empezando y todavía no atraco bien...

 

Bandido 2.-        Son unos bastos. Les digo a ustedes que estoy hasta el gorro frigio de esta gente. Todos los días lo mismo: Que somos bandidos de Grecia, que hay que tener en cuenta el pasado nacional, que hay que tener finura, que hay que cuidar el estilo... Pues no señor, te sueltan un ¡¡Pumba!! y se quedan tan panchos. ¡Venga, otra vez! ¡Y que se note que sois clásicos, diantres!

 

(Se esconden detrás de los árboles, y vuelven a salir sigilosamente. Los dos caminantes les observan asombrados y miedosos.)

 

Bandido 3.-        Buenas tengan ustedes, amables y gentiles viajeros de los senderos que por los caminos caminando vais...

 

Bandido 2.-        ¡Basta!... Hombre, ni tanto ni tan calvo. Sí, de acuerdo, somos clásicos, pero ¡somos bandidos! No hay que olvidar ni lo uno ni lo otro. Con delicadeza, pero con decisión. Con buenos modales, pero con ceño duro; dulces, pero a lo bestia. Ustedes disculpen. ¡Venga, otro!

 

Bandido 4.-        A las buenas... ¡Que la bolsa o que la vida!

 

Bandido 2.-        (Frenético.) ¡El toque clásico!

 

Bandido 4.-        ¡Ah, sí!... A las buenas; que dice el Oráculo de Delfos que la bolsa o que la vida.

 

Bandido 2.-        (Mesándose los cabellos de rabia.) ¡No, no, no, no! ¡Basta! ¡Corten! Pero bueno, ¿qué tiene aquí que ver el Oráculo de Delfos?... Digo lo del toque clásico para que se note el estilo, para que sepan estos caballeros que no van a ser asesinados y robados por unos cualquiera. ¡Nosotros somos bandidos griegos! Gentes de alcurnia, que tienen que tener unos modales...

Bueno, empecemos otra vez. Tú, sal a ver cómo lo haces.

 

Bandido 5.-        Muy buenas tengan los señores caminantes, me alegra encontrarles en buena salud. Les ruego tengan a bien soltar sus bolsas antes de que les destripemos. Aquí mis compañeros y yo somos salteadores de caminos, en prácticas, como verán. En mi nombre y en el de mis colegas les ruego poco alboroto. Si tienen que decir sus oraciones esperaremos.

 

Bandido 2.-        ¡Por fin!... ¿Ven ustedes lo que es la buena educación?... Este muchacho ha estudiado conmigo todo el tiempo. En cambio, esos salvajes han venido matriculados desde Tebas, que no tienen ni estilo ni modales ni nada. Bueno, pues ya lo saben ustedes, la bolsa o la vida: es decir, primero lo que prefieran, que el orden es libre.

 

Caminante 1.-    Me parece que aquí hay una confusión, amigo mío. Usted no sabe con quién está hablando.

 

Caminante 2.-    Eso, eso, no sabe usted con quién está hablando.

 

Bandido 2.-        Caminantes, me parece, y comerciantes por más señas. Seguro que llevan la bolsa repleta.

 

Caminante 1.-    ¿Ha oído hablar de Skirón?

 

Caminante 2.-    Sí, señor, era un animal de mucho cuidado.

 

Caminante 1.-    ¡Pues yo maté a Skirón!

 

Bandido 2.-        (Orgulloso y contento.) ¡Qué honor tan grande, querido amigo, poder matar al que mató a Skirón! Permítame que le abrace. Cuando lo cuente en la oficina no me van a creer... Por cierto, ¿sabe usted eso de que el que mató a Skirón tiene cien años de perdón!... Le prometo, querido colega, que le destriparemos con todos los honores. ¡Qué felicidad tan grande! ¡Aprended, animales! ¡Éste es un auténtico valiente, y no vosotros, que no sabéis ni quién era Skirón!... Por cierto, y ya que estamos en ello, ¿quién era Skirón, querido amigo?

 

Caminante 2.-    Un gigante de doscientos metros de alto. Y aquí mi amigo le sacudió un par de tortas y le dejó tumbado. Así que ya sabe a qué atenerse.

 

Bandido 2.-        ¡Qué bárbaro! ¡Un gigante de dos metros matado con doscientas tortas! ¡Fantástico!

 

Caminante 1.-    (Paciente y resignado.) Al revés...

 

Bandido 2.-        Bueno, pues al revés, más fantástico todavía. ¡Doscientos gigantes de dos metros matados solamente con dos tortas! ¡Qué tortas, por Poseidón, por Zeus y por Vulcano!

 

Bandido 1.-        Jefe, ¿atracamos o no atracamos?

 

Bandido 3.-        Sí, jefe, que a este paso...

 

Bandido 2.-        ¡Silencio! ¡Aquí mando yo! ¡Estilo! Lo que hay que tener es estilo. No entendéis nada. Atracar, atracar, sólo atracar. ¿Y los modales? ¡Al cliente hay que darle conversación! Y además, siempre se aprende algo. ¿Alguno de vosotros sabía que había dos mil gigantes de doscientos metros de altura que habían matado a tortas a dos caminantes? ¿Eh?... ¿Lo sabía alguno?... Pues entonces, so burros...

 

(Entra Teseo silenciosamente y se coloca detrás de los bandidos. Golpea su escudo con la espada. Los bandidos quedan asustados y tristes, mientras los caminantes se felicitan mutuamente con gestos de gran alegría.

Teseo, en silencio, va indicando por señas a los bandidos que se pongan en fila.)

 

Bandido 3.-        Jefe, se lo hemos dicho, que va a venir alguno, que va venir alguno... pero que si quieres.

 

Bandido 4.-        Y este no deja ni los huesos... ¡Dita sea, hombre! Tanto estilo tanto estilo, para esto...

 

Bandido 1.-        Ya me lo decía mi padre: cuidado con los de Atenas, cuidado con los de Atenas, que son unos listillos. Pero cuando uno es joven no le hace caso a nadie.

 

Bandido 5.-        Más nos hubiera valido... ¡Si es que no es vida, hombre! Entre tanto gigante y tanto héroe no hay quien atraque ná... Y lo peor es que ni he terminado los estudios... Yo que empezaba ya a tener mi estilo... ¡hala, al cancerbero!... No hay derecho, tanto héroe, tanto héroe...

(Según están en fila, Teseo les va sacudiendo un espadazo a cada uno en la cabeza y caen como fardos. Cuando termina, se va tranquilamente sin decir ni pío.)

 

Caminante 1.-    Esto es lo que llaman sistema industrial.

 

Caminante 2.-    Sí, producción en serie.

 

Caminante 1.-    Tanto como producción...

 

Caminante 2.-    Este Teseo, ¿será mudo?

 

Caminante 1.-    A lo mejor es una promesa...

 

Caminante 2.-    La verdad es que no era muy difícil... Se les mandaba por señas ponerse en fila, luego se coge una tranca cualquiera y se les va desnucando a medida que van pasando.

 

Caminante 1.-    Hace falta que se pongan, claro...

 

Caminante 2.-    Hombre, todo tiene sus pegas, desde luego...

 

(Van saliendo mientras hablan.)

(Oscuro.)

 

CANCIÓN CORAL 3

 

Qué será de ti

cuando el ocaso se presente sin señal,

y el anochecer

te traiga sombras y silencios de temor.

Qué será de ti...

En estos bosques tan salvajes perderás

tu seguridad,

guerrero fuerte, bien armado y vencedor.

 

 

Caminante, caminante

que caminas al azar,

si te encuentras a un gigante

no sigas para adelante,

caminante, caminante,

y camina para atrás.

 

Caminante que caminas

adelante y hacia atrás,

si te encuentras a un gigante:

o Teseo está delante,

caminante, caminante,

o te van a destrozar.

 

Qué será de ti

cuando la sierra de Procusto vibre ya

y al atardecer

tus piernas sobren más allá del lecho aquél.

Qué será de ti

si el ateniense no te viene a rescatar,

no compensará

que te haya yo sacado ahora mi cantar.


ESCENA TERCERA

(En escena hay dos grandes camas de piedra, una a la izquierda y otra a la derecha. La de la izquierda es enorme, de una longitud desmesurada. La de la derecha es ancha, pero muy corta.

Los dos caminantes aparecen a la vez, uno por cada lado del escenario.)

 

Caminante 1.-    ¡Hombre! Si es mi amigo el de los bosques...

 

Caminante 2.-    ¡Hombre! Si es mi amigo el de los bosques...

 

Caminante 1.-    Querido amigo, ¿qué tal van esos gigantes?

 

Caminante 2.-    Querido amigo, ¿qué tal van esos bandidos?

 

Caminante 1.-    Parece que tú eres el que atraes las desgracias, porque sólo me encuentro en peligros cuando estoy contigo.

 

Caminante 2.-    Yo diría que el gafe eres tú, porque a mí me pasa lo mismo. Verte y aparecer gigantes, todo uno.

 

Caminante 1.-    Verte y aparecer bandidos, todo uno.

 

Caminante 2.-    Me pregunto quién demonios va a salir ahora...

 

Caminante 1.-    Esperemos que también aparezca nuestro salvador...

 

Caminante 2.-    Sí, Teseo el mudo.

 

Caminante 1.-    ¿Le llaman así?

 

Caminante 2.-    Así le llamo yo, pues no he logrado cruzar con él ni una sola palabra. Llega, sacude los golpes, liquida los gigantes y machaca los bandidos y se va sin decir ni pío. Por eso supongo que es mudo.

 

Caminante 1.-    Será tímido.

 

Caminante 2.-    ¿Tímido con esa facha, con ese espadón tremendo, con ese yelmo desmesurado y con ese escudo que parece una trirreme?

 

Caminante 1.-    Tengo entendido que los héroes éstos están todos llenos de complejos. Es gente muy delicada de mollera. Como tienen unos padres tan raros...

 

Caminante 2.-    En fin... ¿Y quién crees tú que vendrá a fastidiarnos esta vez?

 

Caminante 1.-    No sé qué decirte... Por lo visto en este bosque vive uno que se dedica a las camas.

 

Caminante 2.-    ¿Qué duerme mucho, quieres decir?

 

Caminante 1.-    No exactamente... Me han explicado algo, pero no lo he entendido muy bien. Parece que se trata de un hostelero, o uno que tiene un negocio de compra-venta de muebles, camas, principalmente.

Caminante 2.-    ¿Y vende mucho en este bosque?

 

Caminante 1.-    Es que no vende.

 

Caminante 2.-    ¡Ah, vamos! Es de esos que van repartiendo productos de regalo para hacer propaganda. Se está poniendo el comercio imposible con tanta competencia.

 

Caminante 1.-    Y que lo digas. He estado en Estagira hace pocos días, y he visto algo increíble. Si compras un volumen de las obras completas de no sé qué sabio, te dan de regalo un saco de trigo y una piedra de afilar cuchillos. Y de vez en cuando hacen una cosa que se llama “ofertas” y lo ponen todo por los suelos.

 

Caminante 2.-    Será incómodo para caminar, supongo.

 

(Aparece Procusto. Es un gigante enorme, armado con una gran sierra y una cuerda. Parece un sujeto educado y tímido.)

 

Procusto.-          Buenas tardes tengan ustedes.

 

Caminante 1.-    ¿Vende usted algo, buen hombre?

 

Procusto.-          Regalo camas.

 

Caminante 2.-    ¡Ah! Pues precisamente estábamos hablando de usted. ¿Marcha bien el negocio?

 

Procusto.-          ¡Psch!... No me puedo quejar. La semana pasada acomodé a toda una carreta de turistas beocios. Gente grande, los beocios. Los de la pequeña me dieron un trabajo enorme: tuve que serrar por lo menos veintisiete piernas...

 

Caminante 1.-    Perdone, ¿qué número de piernas tiene cada beocio?

 

Procusto.-          Dos, como todo el mundo.

 

Caminante 1.-    Como ha dicho veintisiete piernas...

 

Procusto.-          Ya, pero es que uno era manco.

 

Caminante 2.-    (En un aparte, a Caminante 1.) Este tipo está loco.

 

Caminante 1.-    Ya, ya le entendemos. Es decir, que eran trece beocios y medio, a dos piernas y mitad de beocio, salen veintisiete piernas menos un manco. Si está clarísimo...

 

Caminante 2.-    Así que eso le ocurrió con los de la pequeña. Y con los de la grande, ¿tuvo usted algún problema?

Procusto.-          No, señor. Apenas si tuve que estirar a uno o dos.

 

Caminante 2.-    A uno y medio, para redondear.

 

Procusto.-          Todo lo contrario, aquí no se redondea nada. Fue para alargar.

 

Caminante 1.-    Y díganos, buen hombre, ¿qué es eso de la pequeña y de la grande? Mi amigo y yo no entendemos nada, la verdad.

 

Procusto.-          Pues es muy sencillo. Como ven, tengo dos camas, y debo acomodar a los turistas desprevenidos a los que la noche les pilla en descampado. Cuando son muy grandes y sobresalen las piernas, se las corto. Cuando son pequeños y no llenan el lecho, les estiro una miaja.

 

Caminante 2.-    ¿No ha ido usted a visitar a un psiquiatra?

 

Procusto.-          No, señor, yo no visito a nadie. Es al revés.

 

Caminante 2.-    Pues los psiquiatras entienden mucho de todo esto.

 

Procusto.-          ¿También estiran y encogen a la gente?

 

Caminante 2.-    Bueno... esto... sí, más o menos...

 

Caminante 1.-    ¿Y la gente se deja acomodar, como usted dice?

 

Caminante 2.-    Me imagino que armarán un jaleo terrible.

 

Procusto.-          Pues sí, tiene razón. Cada día es más difícil convencer a la gente de que lo que necesitan es precisamente mi cama y ninguna otra cosa más.

 

Caminante 1.-    Es que hoy el público está muy maleado por la publicidad.

 

Procusto.-          Pero yo doy un buen servicio. Mi establecimiento no es una tenducha cualquiera. Aquí todo el mundo queda satisfecho. Yo no engaño a nadie. Nunca he tenido un cliente que no quedara justo a las medidas de la cama elegida.

 

Caminante 2.-    Sí, es usted un comerciante concienzudo. Así debería ser todo el mundo. Si viera cuánto engaño hay hoy en el mundo de la publicidad...

 

Caminante 1.-    Pues nosotros tenemos un amigo, un tal Teseo, que sería un buen cliente para usted.

 

Procusto.-          ¿Se le estira bien?

 

Caminante 2.-    La verdad es que no sabemos si se le estira bien, o si es correoso. Lo que pasa es que es un tipo que no da tabarra ninguna. Usted puede tratar de venderle su cama, estirar o serrar, que seguro que no da un ruido.

Procusto.-          Pues será una bendición de cliente, desde luego, porque hay cada protestón. A la mayoría les tengo que sacudir fuerte para que no griten.

 

Caminante 1.-    Pues a éste que le decimos seguro que no. Es mudo.

 

Procusto.-          Bendito sea, qué felicidad. ¿Saben si pasará por aquí alguna vez?

 

Caminante 2.-    Es un tipo andariego. No me extrañaría que pasara por aquí no tardando mucho. En secreto: es un especialista en gigantes.

 

Procusto.-          ¿Vende gigantes a domicilio?

 

Caminante 2.-    ¡No, no, ni mucho menos!. Es más bien lo contrario.

 

Caminante 1.-    Consume gigantes en realidad.

 

Procusto.-          ¡Qué raro!... ¿Sabrán bien?... Yo nunca he probado gigante.

 

Caminante 2.-    Aquí mi amigo y yo hemos estado en algunas ocasiones a punto de probar gigante... Lo que ocurre es que llegó Teseo y no nos dejó probar nada.

 

Caminante 1.-    Sí, porque si no llega...

 

Caminante 2.-    ¡Calla!... Mi amigo quiere decir que si no llega Teseo...

 

Caminante 1.-    Nos hubiera dado una indigestión de gigante.

 

Procusto.-          Pues ya me gustaría a mí conocer a ese Teseo. Tiene que ser una buena persona.

 

Caminante 2.-    Por lo menos no cobra.

 

Caminante 1.-    Eso. Cobran los demás.

 

Procusto.-          Y a ustedes... ¿no se les echa la noche encima?

 

Caminante 2.-    (Sobresaltado y asustadísimo.) ¡Calle usted, por Hera! Mi amigo y yo no dormimos nunca.

 

Caminante 1.-    Eso, somos insomnes. Y además, nos vamos que tenemos prisa.

 

Caminante 2.-    Que usted lo pase bien, querido amigo.

 

Procusto.-          ¡Un momento!... La hospitalidad es la hospitalidad. Al fin y al cabo llevamos un rato charlando y ustedes son ya como de casa. Tengo dos lechos preparados...

 

Caminante 1.-    ¡Ni hablar, querido amigo! Ya hemos molestado a usted demasiado. No vamos a consentirlo de ninguna manera.

 

Caminante 2.-    Por otra parte, siempre se pueden presentar familiares a última hora... Su señora madre, su señor padre...

Procusto.-          Les digo a ustedes que no es molestia. Ni mi señora madre ni mi señor padre van a venir por este bosque. Y además, ustedes son amigos míos.

 

Caminante 1.-    ¡Cómo le honra a usted esta insistencia! Créame que le comprendemos perfectamente.

 

Caminante 2.-    Es usted uno de esos caballeros antiguos para los cuales la hospitalidad es sagrada. Da emoción ver que las buenas costumbres no se han perdido del todo.

 

Caminante 1.-    ¿Está seguro que no le incomodamos?

 

Procusto.-          ¡Faltaría más! Me encanta que pasen ustedes la noche bajo mi techo.

 

Caminante 2.-    ¡Qué hermosa y delicada metáfora!... Porque aquí no hay techo.

 

Caminante 1.-    Ni falta que hace. Si me sierran, por lo menos que me dé el aire.

 

Caminante 2.-    Serrar... no seas pedante. Será estirar.

 

Caminante 1.-    Lo que sea. Como no andemos listos, este animal nos acomoda.

 

Procusto.-          ¿De qué hablan?

 

Caminante 2.-    Nada, nada. Comentábamos su amabilidad...

 

Caminante 1.-    Desde luego. Oiga, querido amigo, ¿no le apetecería un traguito antes de dormir?

 

Procusto.-          ¿Un traguito?

 

Caminante 1.-    Sí. Nos vamos a la taberna más próxima y...

 

Procusto.-          Pero si la taberna más próxima está a cinco mil estadios y dos cuartas...

 

Caminante 2.-    Usted siempre tan exacto.

 

Caminante 1.-    Pues estupendo, nos damos un paseito para hacer sueño.

 

Procusto.-          Hombre... un paseito de veinte horas.

 

Caminante 2.-    Y tres tercios, por lo menos.

 

Caminante 1.-    Ya no se me ocurre más. Me parece que esta vez no hay quien nos saque del lío.

 

Caminante 2.-    Sí, esta vez nos estiran.

 

Caminante 1.-    ¡Bendito sea Neptuno, y qué región más tonta!... Te roban, te destripan, te acomodan...

 

Caminante 2.-    Y Teseo sin venir.

 

Caminante 1.-    Se habrá quedado en otro gigante.

 

Caminante 2.-    A mí nunca me han gustado los hoteles de tantas estrellas. Que la cama sea cómoda, bueno, pero esto de hacerte a la medida ya es pasarse un pelín.

 

Caminante 1.-    Y la guía turística no lo advierte.

 

Caminante 2.-    Es lógico. Este sitio es sólo para multimillonarios.

 

Caminante 1.-    Sí, como los beocios.

 

Caminante 2.-    Exacto: dos beocios y medio de trece piernas y cuarta.

 

Caminante 1.-    Y cuarto y mitad.

 

(Mientras tiene lugar este diálogo, los dos caminantes tratan de escapar de Procusto, que a toda costa quiere meterles en las camas de piedra. Juegan al escondite entre las dos grandes moles.)

 

Procusto.-          ¡Qué gentiles son ustedes! Palabra que nunca me había divertido tanto.

 

Caminante 2.-    Y usted que lo diga, querido animal... ¡digo, querido amigo!

 

Caminante 1.-    (A grito pelado.) ¡¡Teseo!! ¿Pero no vas a venir de una vez?

 

Procusto.-          ¡Ojalá viniera! Aunque tendría que esperar, porque camas sólo tengo dos...

 

Caminante 2.-    ¡¡Teseo, Teseo!!... ¡A saber dónde estará el mudo holgazán ése!...

 

Caminante 1.-    ¡Teseo!... Como no se dé prisa me sierran.

 

Caminante 2.-    ¡Te estiran!

 

Caminante 1.-    ¡Bueno, me estiran!... No aguanto a la gente pedante, caramba...

 

(De pronto aparece Teseo, que comprende la situación a la primera mirada. Procusto se detiene un momento mirando al nuevo visitante. Los dos caminantes, jadeando, se dejan caer al suelo, muy relajados y tranquilos.)

 

Caminante 2.-    Ya era hora, hijito...

 

Procusto.-          Buenas... Usted no me conoce, pero yo he oído decir que usted es un gran amigo de los gigantes.

 

Caminante 1.-    ¡Menos charla y a la cama con él, fanfarrón!

 

Caminante 2.-    ¡Eso, eso, a estirar y serrar, pedazo de burro!

 

(Antes de que Procusto se dé cuenta, Teseo le descarga un terrible espadazo en la cabeza. El gigante cae al suelo. Teseo lo levanta y le tumba sobre el lecho pequeño. Después coge la gran sierra de Procusto y corta por las bravas los pies y piernas del gigante. Cuando termina coge sus armas y se marcha sin decir palabra.)

 

Caminante 2.-    Lo dicho: no me acostumbraré nunca.

 

Caminante 1.-    ¿A los gigantes?

 

Caminante 2.-    Al mudo éste.

 

Caminante 1.-    Pues nos ha hecho muy buenos servicios.

 

Caminante 2.-    Sí, pero cada vez llega más tarde.

 

Caminante 1.-    Están siempre tan ocupados...

 

Caminante 2.-    Me mudo de lugar, a otras tierras.

 

Caminante 1.-    Sí, a Creta, ¿verdad?

 

Caminante 2.-    En efecto, ¿cómo lo sabes?

 

Caminante 1.-    He oído que Teseo se va allí, a por el Minotauro; he supuesto que tú harías lo mismo.

 

Caminante 2.-    Pues sí. No me gusta mucho, pero prefiero los mudos a que me sierren y destripen.

 

Caminante 1.-    Yo también.

 

Caminante 2.-    Un día voy a componer una canción.

 

Caminante 1.-    ¿La canción de Teseo?

 

Caminante 2.-    No. La canción del gigante.

 

Caminante 1.-    ¿Y qué dirá?

 

Caminante 2.-    Muchas cosas. Hablaré de gigantes y tortugas, de camas y de bandidos.

 

Caminante 1.-    Y de beocios.

 

Caminante 2.-    Sí, de doce beocios con cuarto y mitad de piernas.

 

Caminante 1.-    Pero mancos.

 

Caminante 2.-    Por supuesto. Se llamará los doce mancos y el mudo.

 

Caminante 1.-    Cuarto y mitad de mudo.

 

(Oscuro.)


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TERCER ACTO

 

 

CANCIÓN CORAL INICIAL

 

Saben ya los cielos, los montes,

saben ya los aires y el mar.

 

********************

********************

 

Dicen que el monstruo te espera

después del muro sin voz,

después del cielo sin luces,

luego del mar sin orilla,

en el fondo del temor.

Dicen que el monstruo te aguarda

donde comienza el valor.

 

**********

Forja tú la espada, guerrero,

cumple tu destino de andanzas sin fin,

la ribera blanca, la orilla del viento

es una esperanza de rumbo feliz.

 

Templa tú la voz del silencio,

rompe ya la piedra de tiempo y metal,

la profunda sombra de noche sin vuelta

y construye sendas de limpio cristal.

 

**********

Sabes que hoy es mañana,

sabes que nunca es ayer,

que la esperanza se apaga

cuando la niebla del tiempo

el sol no nos deja ver.

Sabes que hoy es mañana

cuando el mañana se fue.

 

**********

Calla tú los gritos del miedo,

danos la firmeza de roca y de sol,

las praderas claras de mares y ríos,

las estrellas puras de eterno color.

 

Anda tú los valles del mundo

donde está enterrada la luz mineral

para que nos vean tus ojos un día

cuando de la piedra puedas regresar.


Narrador 1.-      Teseo, el Héroe, debe estar cruzando el mar en su barca. Lo más probable es que no tarde en llegar.

 

Narrador 2.-      Estamos en Creta. Nos hemos venido desde Atenas porque Teseo, hijo del rey, ha decidido venir hasta aquí para intentar acabar de una vez con el Minotauro.

 

Narrador 1.-      Esto es una isla y en ella manda Minos. Tiene una hermosa hija, Ariadna, pero Ariadna no es precisamente muy feliz, aunque es hermosa y sea la hija del rey de Creta.

 

Narrador 2.-      Resulta que Minos tiene también otro hijo, ese monstruo con cabeza y astas de toro y cuerpo humano, que llaman por eso Minotauro.

 

Narrador 1.-      Es una horrible bestia que se alimenta de carne humana, y el rey ha tenido que encerrarle más allá del laberinto.

 

Narrador 2.-      Pero Ateneas está obligada a pagar un tributo cada año, y no es dinero, no, no es oro.

 

Narrador 1.-      No es tampoco trigo, o grandes pellejos de vino.

 

Narrador 2.-      El tributo son catorce personas, siete muchachos y siete muchachas atenienses, en la flor de la vida.

 

Narrador 1.-      Ese monstruo insaciable se ha cobrado ya demasiadas víctimas humanas, y Teseo, vencedor de gigantes, vencedor de fieras, vencedor de hombres, ha decidido acabar de una vez con el Minotauro.

 

Narrador 2.-      Otros has intentado lo mismo antes que él, sin conseguirlo, y sus huesos blancos se amontonan al final del laberinto, allí donde la bestia tiene su cubil.

 

Narrador 1.-      Teseo viene armado con la espada, el escudo y el yelmo de Egeo, su padre. Viene con el valor heroico que ha probado en mil combates, pero la empresa es difícil, pues muchos se han perdido en los caminos sin fin del laberinto, sin poder llegar a la fiera, ni poder regresar a la luz del sol.

 

Narrador 2.-      Ariadna ya no quiere esperar más, ha decidido ayudar al próximo guerrero que llegue para luchar con el Minotauro.

 

Narrador 1.-      Y el próximo guerrero es Teseo, el ateniense.

 

Narrador 2.-      ¿Podrá atravesar sin perderse las sendas del laberinto?

 

Narrador 1.-      ¿Podrá enfrentarse al monstruo y darle muerte?

 

Narrador 2.-      ¿Podrá regresar a la luz del sol desde las tinieblas?

 

Narrador 1.-      Ahí está, ahí llega. Que la fortuna le ayude.

 

(Ariadna está tejiendo sentada en la playa. Teseo se acerca desde el mar en su barca. Ariadna, al verle, deja su labor y observa cómo se acerca.

Cuando llega Teseo y desembarca vuelve a reanudar el trabajo y le habla sin mirarle. Teseo la contempla en silencio, apoyado con ambos brazos en su enorme espada.)

 

Ariadna.-            Han venido muchos antes que tú. Tantos y tantos que ya he perdido la cuenta. Y todos traían enormes, largas, afiladas y penetrantes espadas. Traían grandes cascos de grandes y doradas plumas, redondos escudos, fuertes cotas por donde no pueden penetrar las garras.

 

CORO.- Las garras del monstruo, afiladas como cuchillos de pescador.

 

Ariadna.-            Gruesos hierros para proteger sus rodillas, sus brazos, su pecho. Firmes láminas que no pueden atravesar las astas.

 

CORO.- Las astas del monstruo, afiladas como reja de labriego.

 

Ariadna.-            Han venido muchos, y eran fuertes, y altos, de músculos poderosos, de largos brazos, de hombros robustos. Se detenían ahí, donde estás tú ahora, extranjero, y me contemplaban en silencio, mientras el sol brillaba en sus petos y espaldares, que no ceden a los zarpazos.

 

CORO.- Los zarpazos del monstruo, terribles como aludes, como tempestades.

 

Ariadna.-            Con sus correajes de cuero duro y curtido, seco por el tiempo, oscuro por viejas sangres de antiguas heridas, cuero que no puede quemar el aliento del monstruo.

 

CORO.- El aliento del monstruo, un infierno de volcanes.

 

Ariadna.-            Nunca se enfrentaron al Minotauro.

 

(Teseo se sienta, siempre abrazado a su espada. El coro se divide y lleva el contrapunto a las palabras de Ariadna, que sigue tejiendo sin mirar a Teseo.)

 

Ariadna.-            Todos fueron muertos por el Minotauro.

 

CORO Iz.-         Afilados cuchillos de pescador.

 

Ariadna.-            Nunca llegaron hasta el Minotauro.

 

CORO Dch.-     Afiladas rejas de labriego.

 

Ariadna.-            El Minotauro acabó con sus vidas.

 

CORO Iz.-         Aludes y terribles tempestades.

 

Ariadna.-            No tuvieron ocasión de entablar combate.

CORO Dch.-     Un abrasador infierno de volcanes.

 

Ariadna.-            El monstruo traspasó sus petos, sus corazas y escudos.

 

CORO Iz.-         El Minotauro no está esperando al final del laberinto.

 

Ariadna.-            El monstruo no pudo con sus cueros, sus cotas, sus grandes y fuertes cascos.

 

CORO Dch.-     El Minotauro no está al final, más allá del abismo.

 

Ariadna.-            El monstruo no fue capaz de romper los hierros, de traspasar las firmes láminas.

 

CORO.- El Minotauro está dentro de todos los petos y corazas.

 

Ariadna.-            El Minotauro es el miedo que cada extranjero trae consigo en su barca. Está en el laberinto interior, hecho de temores de la infancia, de pequeñas cobardías de cada hora, de todo lo que ata a los valientes guerreros a su casa, a su caballos, a su sitio, a su lugar.

 

CORO.- El miedo funde todas las espadas antes del combate, penetra por los huecos más estrechos de las armaduras.

 

Ariadna.-            El miedo está dentro.

 

CORO.- ¡Creta tiene el Minotauro y el mundo tiene el miedo!

 

(La luz se hace más fuerte y se centra sobre el Laberinto. Se agita y se mueve como una cosa viva y produce murmullos y sonidos como un bosque bajo el viento o un gran animal que gime.

Entra en él un guerrero que no es Teseo, y que lleva un gran yelmo y una lanza enorme. Comienza a internarse por él y mientras habla y arremete con su arma contra enemigos invisibles, va siendo tragado por el Laberinto, hasta que poco a poco se pierde y se confunde con él.)

 

Guerrero 1.-      Apartad, paredes horribles, que el Minotauro me espera para morir.

 

Laberinto.-         El Minotauro no muere, el Minotauro no vive, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 1.-      Yo soy el llamado a conseguir su muerte, a liberar a las víctimas. Por cada joven que no tenga que ser inmolado recibiré una fortuna, por cada doncella rescatada recibiré un reino. Dejad paso al más atrevido, valiente y poderoso guerrero de la tierra.

 

Laberinto.-         El Minotauro no muere, el Minotauro no vive, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 1.-      Mi lanza está hecha de oro, y su punta de brillante y de fuego. Atravesaré el pecho del monstruo y beberé su sangre; será la copa con que brinde por mi fortuna futura, la más inmensa que habrá poseído hombre alguno.

 

Laberinto.-         El Minotauro no muere, el Minotauro no vive, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 1.-      Apartad, abismos, apartad, vivientes muros, detened vuestras voces, abrid vuestras entrañas. Yo os lo mando, quiero pasar a través de vuestros gemidos y matar al Minotauro...

 

Laberinto.-         El Minotauro no muere, el Minotauro no vive, el Minotauro no existe.

 

(Cuando el Guerrero 1 ha sido tragado por el Laberinto, las olas de las vivas paredes se aquietan un instante. Pero pronto aparece el Guerrero 2, que no es Teseo. Lleva un enorme escudo y una honda de piel y tendones de cabra. A la espalda cuelga una rica bolsa llena de terribles cantos redondos.)

 

Guerrero 2.-      Ya me han advertido contra vosotros, muchos-y-uno, ya me han advertido contra ti. Una muchacha en la playa me ha puesto en guardia. Pero no os temo, muchos-y-uno, no te temo, porque yo no vengo en busca del oro, la pobreza es mi amiga. Mataré al Minotauro para que la fama y gloria de mi nombre se extiendan hasta el último confín del tiempo.

 

Laberinto.-         El Minotauro es silencio, el Minotauro es tiniebla, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 2.-      Mi honda ha penetrado las más duras corazas, ha abierto caminos a través de las montañas, ha llegado hasta el fondo de los océanos.

 

Laberinto.-         El Minotauro es silencio, el Minotauro es tiniebla, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 2.-      Mi honda ha callado el silencio y le ha hecho palabra y gloria, ha oscurecido la tiniebla y la ha convertido en infinita imagen de mi grandeza. No temo al Minotauro, mi honda es más poderosa que la noche y que el cielo.

 

Laberinto.-         El Minotauro es silencio, el Minotauro es tiniebla, el Minotauro no existe.

 

(Cuando el Guerrero 2 ha sido tragado por el laberinto, éste se aquieta por un instante, pero enseguida entra Guerrero 3, que no es Teseo.

Lleva una máscara resplandeciente y un arco de oro. El carcaj de sus flechas sólo muestra las puntas, de hierro tan bruñido que semejan llamas afiladas.)

 

Guerrero 3.-      No podréis contra mí, no podréis contra mi arco, vosotros, piedra-que-habla. Mis flechas no son de oro ni son de gloria, mis flechas son de venganza, mi arco es de rencor, yo soy de hielo y de odio.

 

Laberinto.-         El Minotauro es olvido, el Minotauro es desprecio, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 3.-      La venganza no muere, la heredan las piedras, y la heredan las plantas y la heredan las estrellas. Podréis matarme a mí, detenerme a mí, convencerme a mí, destruirme a mí, vosotros, piedra-que-habla; pero no podéis destruir las estrellas y no podéis detener los árboles y no podéis acallar la venganza.

 

Laberinto.-         El Minotauro es olvido, el Minotauro es desprecio, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 3.-      No temo, no entiendo, no siento, no oigo vuestro murmullo. Mi corazón está revestido de valor, el miedo no está conmigo. Mi arco puede saltar el laberinto, mis flechas pueden detener el tiempo. Yo soy de hielo y de odio.

 

Laberinto.-         El Minotauro es olvido, el Minotauro es desprecio, el Minotauro no existe.

 

Guerrero 3.-      Si lográis hacerme piedra de vosotros, piedra-que-habla, si lográis detenerme, seréis venganza y seréis hielo vosotros mismos. Y el hielo se hará brazo y mano fuerte y lanzará la flecha por encima de sí mismo y se hundirá en el corazón del Minotauro y el mundo se hará hielo, rencor, venganza y odio.

 

Laberinto.-         El Minotauro es olvido, el Minotauro es desprecio, el Minotauro no existe.

 

(Cuando el Guerrero 3 es tragado por el Laberinto, éste se aquieta unos instantes.

Teseo se levanta y se va desprendiendo lentamente de su casco, de su gran escudo, de su larga espada, de sus correajes, hasta que queda completamente desarmado.)

 

Narrador 1.-      Teseo tiene miedo. Porque Teseo, ya lo habéis visto, es un hombre valiente, y sólo los locos y los imbéciles están libres del miedo.

 

Narrador 2.-      Pero el miedo de Teseo no es dueño y señor de Teseo. Al revés: es el héroe quien domina su miedo, porque sólo los cobardes y los imbéciles son más débiles que sus propios temores.

 

Narrador 1.-      Por esta razón se ha despojado de su espada: porque sólo con la espada de su valor puede penetrar hasta el enemigo que lleva dentro.

 

Narrador 2.-      Por eso ha abandonado su escudo: porque sólo con el escudo de su coraje puede aguantar las embestidas del miedo.

 

Narrador 1.-      Por eso no necesita yelmo ni coraza: porque la voluntad aguanta con más firmeza que el metal más duro.

 

Narrador 2.-      Pero Teseo ha combatido contra gigantes caprichosos, contra bandidos, contra feroces enemigos...

Narrador 1.-      ¿Sabrá ahora combatir contra Teseo, aplastar el Minotauro de su propio temor?

 

Narrador 2.-      ¿Sabrá encontrar el camino para no perderse en el Laberinto de sus dudas, para no caer en los precipicios de sus angustias, para encontrar el camino de regreso hacia la luz del sol?

 

Ariadna.-            (Cantando.)

El hilo del sol       /    te lo entregaré.

Tu fuerza y valor  /    yo conduciré.

Cuando vuelvas ya   /           de la gran prisión,

en tapiz inmenso  /    lo transformaré.

Este hilo azul        /    de cielo y de mar

será estrella y guía    /           de tu caminar.

Junto a ti, con él       /           va también mi voz

que rasga temores    /           de la oscuridad.

El hilo es conciencia  /           de tu voluntad,

mis ojos la luz      /    de tu ciego andar,

mi llanto tristeza        /           de tu corazón,

mi risa alegría       /    con que triunfarás.

 

(Ariadna recoge su labor y corta el hilo que la une al gran ovillo de lana. Luego entrega ese ovillo a Teseo, que lo recibe en silencio.)

 

Ariadna.-            El Laberinto no es una pared ni un camino, ni es una trampa ni es un abismo. El Laberinto no está quieto, como las estrellas que vemos noche tras noche: está vivo y se agita y se revuelve y crece. Sabe antes que tú si ya te has perdido, nota antes que tú que el valor te falta, siente antes que tú que el miedo paraliza tus pasos, comprende antes que tú que ya le perteneces, ve antes que tú que ya no ves el camino de regreso.

               El Laberinto habla y te ordena y confunde; sabe mejor que tú lo que tú mismo quieres y te lo ofrece antes de que lo quieras y pidas.

               Y cuando por fin seas libre para comprender sus trampas, ya no eres libre y eres Laberinto y estás unido a él para siempre. Y hablarás con él para engañar a guerreros que vengan tras de ti en busca del mismo Minotauro. Oye, Teseo, la voz del Laberinto y aprende a desconfiar de todos los Teseos cobardes que hay dentro de tu propia piel.

 

CORO.- Trae tu espada, Teseo, que el Minotauro te espera. Trae tu escudo y tu yelmo. No tengas cuidado, que la empresa es fácil, yo te ayudaré a llegar y a volver.

               Recibirás la gloria y la fama, el poder y el dinero y serás dueño del mundo y tu mundo será dueño de todos los mundos.

               No hagas caso de Ariadna: desprecia la prudencia. No necesitas un hilo que te guíe: tú solo puedes contra todo y contra todos. Teseo es el más grande, el más valiente guerrero.

               El Laberinto es tuyo, el Minotauro espera, la espada es afilada, la gloria está cerca. Entra y mata a tu enemigo.

 

(La intervención anterior del Coro deberá ser cantada más o menos con el contenido de este párrafo.)

 

Ariadna.-            Ya lo oyes: Decide.

 

(Teseo coge su espada y la hunde fuertemente en la arena. Después ata a su empuñadura un extremo del ovillo de Ariadna y se marcha lentamente sin arma alguna, desenvolviendo el ovillo según va caminando.)

 

Narrador 1.-      Ya veis que Teseo es muy valeroso. Está abandonando sus armas, su escudo, su yelmo, su espada, y piensa marchar en busca del Minotauro, revestido solamente con su coraje.

 

Narrador 2.-      Pero el valor no basta. Si la inteligencia no conduce los pasos de la valentía, la valentía se pierde.

 

Narrador 1.-      Teseo es el valor.

 

Narrador 2.-      Pero Ariadna es la inteligencia.

 

Narrador 1.-      ¿Podría todo el coraje del mundo, si el coraje es ciego, llevarle sin error por los caminos del Laberinto?

 

Narrador 2.-      ¿Podría hacerle encontrar el buen camino, si acaso se perdiera?

 

Narrador 1.-      Ariadna sabe que Teseo necesita algo más que su valor: un guía seguro que le haga regresar, después de vencer al Minotauro. Teseo tiene demasiada prisa por vencer, por demostrar que es fuerte, por demostrar que no es cobarde. Ariadna quiere que Teseo venza, pero no tiene prisa.

 

Narrador 2.-      Lleva mucho tiempo tejiendo en la playa y, al mirar una y otra vez el tejido que va saliendo de sus agujas, ha comprendido que los hilos entrelazados son como un pequeño laberinto, y sólo se puede seguir el intrincado lazo del tejido si se coge un hilo y no se le abandona.

 

Narrador 1.-      Ariadna es la inteligencia. Ha pensado y comprendido. Y, mirando su humilde labor, ha descubierto el medio de vencer a todos los laberintos. Basta buscar un hilo y no soltarlo nunca. Y todos los laberintos están entonces abiertos, dejan de ser misteriosos, dejan de ser imposibles.

 

Narrador 2.-      Pero ¡cuidado! No todos los hilos valen para todos los laberintos.

 

Narrador 1.-      Escuchad bien a mi compañero, que tiene toda la razón. No se puede salir del laberinto de la duda con el hilo del engaño; ni sirve el hilo de la injusticia para salir del laberinto de la violencia.

Narrador 2.-      Cada laberinto tiene su ovillo, y Teseo recibe de Ariadna precisamente el que necesita para no perderse en su camino hacia el Minotauro.

 

Narrador 1.-      Ahora ya sabéis por qué estaba Ariadna tejiendo en la playa y que el ovillo de su labor es, en realidad, el guía que necesita el valor de Teseo.

 

(Teseo entra en el Laberinto desarmado, solo, silencioso.

Va devanando su ovillo con calma y sin prisa, sin prestar atención a las palabras del Laberinto.

El Laberinto, al no recibir ninguna respuesta del héroe, dialoga consigo mismo, desdoblándose en dos coros o en varios.)

 

Laberinto.-         ¿Quién eres, silencioso desarmado y temerario?

¿No sabes que somos guardianes del Minotauro?

¿No oyes nuestra voz, no temes nuestro castigo?

¿Crees que te van a bastar tus manos y ese delgado hilo que te conduce para escapar a los senderos que se cruzan,

a los abismos que se abren,

a los alientos que abrasan,

a las garras que hieren,

a las astas que buscan las entrañas,

a las tinieblas que ahorcan,

a los olvidos que marcan,

a los silencios que atruenan,

a los minotauros del rencor y del pánico?

¿Es que acaso quieres atar todos los senderos del mundo con tu hilo y aplastar todos los enemigos con tus manos?

 

(Teseo sigue avanzando por el Laberinto, sin escuchar ni retroceder.

Sus pasos son lentos, pero firmes y los trozos de muro que va dejando atrás se van derrumbando, poco a poco, vencidos por el valor y el silencio del héroe. La voz del Laberinto se va haciendo cada vez más urgente, pero más débil.)

 

Laberinto.-         ¿Es ese hilo que te guía un dios acaso más poderoso que nosotros...?

Contesta, atrevido; contesta, silencioso: ¿Eres más fuerte que la riqueza, más poderoso que la fama, más terrible que la venganza?

¿Es tu pecho más impenetrable que el hierro?

¿Es tu mano más aguda que la espada y la flecha y lanza?

¿Es tu brazo más largo que la honda?

¿Es tu corazón más firme que las paredes del Laberinto?

¿Es tu valor más alto que el poder del Minotauro?

 

(El Laberinto, semidestruido, se agita y rodea al héroe, queriendo confundir y enredar el hilo que le conduce.

Pero Teseo es sordo a todas las palabras, imperturbable ante todos los obstáculos, y se libera de todos los movimientos mientras el Laberinto, casi sin fuerza, comienza a suplicar.

La luz va desapareciendo poco a poco y el rugido del monstruo se oye cada vez más potente y atronador.)

 

Laberinto.-         ¡No destruyas el recinto sagrado!

¡No mates al señor de las tinieblas!

¡El mundo sin oscuridad no será ya mundo!

No rompas los sellos del olvido.

¡El mundo sin olvido no será ya mundo!

No abras la puerta de la muerte.

¡La vida sin muerte no será ya vida!

No aniquiles las entrañas del temor.

¡La esperanza sin temor no tendrá sentido!

No deshagas el Laberinto de la mentira.

¡La luz no tendrá sombra y la verdad será imposible!

¡Teseo... Teseo... Teseo...!

¡No luches contra ti mismo: concédete el perdón!

¡No destruyas la maldad, no destruyas el miedo...!

 

(Por fin se ha caído totalmente el Laberinto. La oscuridad es total y los rugidos del Minotauro llenan durante un momento el recinto.

Después se hace el silencio.

Por fin, una luz cenital cae sobre Teseo, que alza los brazos con el extremo del ovillo de Ariadna.)

 

Teseo.-   ¡He vencido al temor! ¡El Minotauro no existe!

 

Ariadna.-            ¡Teseo! Las paredes han caído y los rugidos del monstruo han cesado! ¡Teseo ha vencido al Minotauro!

 

Teseo.-   Yo, Teseo, hijo de Egeo y de Etra, he derribado el Laberinto y he destruido al temor!

 

Ariadna.-            Has vencido a tu propio miedo y ya no podrá levantarse jamás.

 

Teseo.-   ¡El Minotauro no existe!

 

(Ariadna y el héroe marchan juntos. El hilo queda en tierra.)

 

Narrador 1.-      Teseo ha matado al Minotauro de Teseo.

 

Narrador 2.-      Ahí queda el hilo, para que cada uno lo recoja y vaya en busca de su propio laberinto.

 

Narrador 1.-      ¿Alguno de vosotros quiere marchar en busca del Minotauro?

 

(Telón.)

 

Béjar, 13 de febrero de 1979

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