PRIMER ACTO

 

 

CANCIÓN CORAL INICIAL

 

Érase

una vez

un guerrero fuerte y armado,

que salió

a buscar

laberintos de piedra y temor.

 

Más allá.

tras el mar,

el Minotauro de la venganza

quiere ser

vencedor

en la lucha en contra del amor.

 

Podéis ver

hoy aquí

el combate donde el coraje

consiguió

resistir

contra el miedo de sombra y maldad.

 

Esta es

la canción

de Teseo, hombre de Atenas,

que logró

el amor

de Ariadna, más allá del mar.

 

Supo ir

y volver

porque el hilo le conducía.

Y luchar

y vencer

con la ayuda de su gran valor.

 

La verdad

del saber

de la fuerza y de la firmeza

pudo al fin

obtener

el rescate de la libertad.

 

ESCENA PRIMERA

(Al levantarse el telón, Teseo, niño, está jugando con sus amigos, Oxilos, Kranaos, Itilos, y con su amiga Hermione y con su prima Herse. Están jugando a las tabas y dando grandes voces. Después de un rato de juego, el bullicio se calma un poco y continúan en relativo silencio.

Salen los narradores y el coro.)

 

Narrador 1.-       Estamos en el patio del palacio de Piteo. Piteo es el rey de Trecene, es el padre de Etra y abuelo de Teseo. Es un buen rey y también un abuelo complaciente.

 

Narrador 2.-       Tanto Etra como Piteo procuran que Teseo se divierta y le dejan jugar y jugar con sus amigos y amigas.

 

Narrador 1.-       No quieren que Teseo despierte demasiado pronto.

 

CORO.- No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

        El sueño de la infancia es tu mejor defensa.

        Ya vendrá la vigilia, y el cansancio y la lucha.

        Ya vendrá la batalla, el peligro, el temor.

        Despertar es el cansancio.

        Despertar es la tarea de los hombres.

        Tú eres niño, Teseo, conserva aún tu sueño.

                                   No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

        En tu sueño no hay gigantes, ni monstruos, ni batallas.

        En tu sueño no hay bandidos, no bosques, ni desiertos.

        En tu sueño no hay mares, ni ríos, ni montañas.

        Todo es llano y sencillo y claro y sin sombra.

                                   No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

 

Narrador 2.-       Etra y Piteo conocen el destino que aguarda al muchacho. Saben que deberá enfrentarse con mil peligros enormes, con gigantes crueles, con bestias salvajes, con monstruos y laberintos.

 

Narrador 1.-       Pero será más tarde, mucho más tarde, cuando Teseo se convierta en un guerrero fuerte.

 

Narrador 2.-       Cuando pueda arrancar la espada y levantar la peña que tapa el escudo.

 

Narrador 1.-       La espada y el escudo de Egeo, su padre, que dejó enterrados bajo una gran piedra. Teseo no será capaz de enfrentarse con el mundo hasta que no pueda rescatar las armas de su padre.

 

Narrador 2.-       Y aún falta tiempo, mucho tiempo.

 

CORO.- No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

                           Despertar es empezar el camino de la muerte.

                           No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

                           Despertar es dejar el sendero de la ilusión.

                           No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

Narrador 1.-       Egeo, el padre de Teseo, está en Atenas. No quiere que su hijo vaya allí aún, cuando es tan niño que no puede defenderse.

 

Narrador 2.-       Un gran enemigo le amenaza: Minos, rey de Creta, que ha jurado vengarse.

 

Narrador 1.-       Pero llegará el día de la verdad y la lucha se abrirá terrible, cuando Teseo, siguiendo su llamada, vaya a enfrentarse con el Minotauro.

 

Narrador 2.-       Pero aún falta tiempo, mucho tiempo.

 

CORO.- No despiertes aún, Teseo, no despiertes.

 

Narrador 1.-       No despiertes, Teseo.

 

Narrador 2.-       No despiertes.

 

(El juego ha vuelto a enconarse. Suben las protestas y los gritos. Por fin Teseo, airado y enfurruñado, se levanta y se aparta del grupo de sus amigos.)

 

Oxilos.- Caramba, Teseo, siempre quieres ganar.

 

Herse.-   Como es el niño mimado... Seguro que en casa siempre hace lo que le da la gana. Si lo sabré yo...

 

Itilos.-     ¡Eh...! Ven acá, mal amigo. ¿No estás contento si gana alguno de nosotros? ¿Tan poco quieres a tus compañeros que no puedes dejarles la victoria alguna vez?

 

Kranaos.-           Aunque sea el mejor...

 

Oxilos.- ¡El mejor! Eso está por ver...

 

Kranaos.-           Aunque fuese el mejor, la suerte es la suerte.

 

Teseo.-   ¡La suerte es mía!

 

Itilos.-     ¿Oís?... ¡La suerte es suya! Trecene es suya, el palacio es suyo, el reino de Atenas es suyo, el patio es suyo, las tabas son suyas y, por si fuera poco, ¡la suerte es suya!

 

Herse.-   ¡No! No le deis la suerte. Que gane ahora y siempre si es el mejor, o si le ayudan, o si tiene buenos amigos. Pero no le deis la suerte.

 

Itilos.-     ¿Por qué no?... ¡Para él toda la suerte del mundo! A mí no me importa, no la necesito.

 

Herse.-   ¡Bobo! ¿No te das cuenta de que la suerte es la ayuda de los dioses? ¿Qué puedes hacer nunca sin la suerte?

 

Kranaos.-           A mí me han enseñado que los dioses sólo conceden ayuda si tú pones algo de tu parte. En caso contrario, no hay suerte que valga.

Oxilos.-  Sea como sea, lo cierto es que con este muchacho no se puede jugar a las tabas.

 

Hermione.-        Bueno, basta ya. Siempre os estáis metiendo con él.

 

Herse.-   ¡Claro, ya salió la defensora!

 

Hermione.-        Teseo tiene la suerte con él, lo mismo que tiene la fuerza y la habilidad.

 

Itilos.-     ¡Chica, que se te nota mucho la preferencia!

 

Hermione.-        ¿Y qué?... Lo que he dicho es cierto.

 

Herse.-   ¿Sí? Pues a ver cuándo gana alguna vez a las tabas, porque hasta ahora no ha ganado ni una sola vez. Al menos esta tarde.

 

Hermione.-        Es un juego que no tiene ninguna utilidad. Pero los juegos que importan los gana todos siempre.

 

Oxilos.-  ¿Y qué juego importa, si se puede saber? ¿Pelear como salvajes? ¿Subir a los árboles, como esos bichos de cola retorcida que trajeron los buhoneros orientales?

 

Hermione.-        Dices que lo desprecias porque eres débil, pero en el fondo sabes que tengo razón.

 

Teseo.-   ¡Basta!... No es preciso que nadie me defienda ni me ataque. Los monstruos de mares lejanos se juntarán para atacarme...

 

CORO.- ¡¡No despiertes, Teseo, no despiertes!!

 

Teseo.-   ...y yo sólo me basto para defenderme. Ya lo he dicho: la suerte es mía.

 

Kranaos.-           ¿La has comprado?

 

Herse.-   ¿O acaso la has heredado de tus padres?

 

Teseo.-   No la he comprado ni la he recibido. La ganaré con mi propio valor, y es tan seguro, que ya podéis considerarla como mía.

 

Herse.-   Mal te veo, vanidoso. Me parece que antes tendrás que quitársela a tu primo Hércules, que la necesita y la tiene toda él.

 

Oxilos.-  Has dado en el clavo. Lo que le pasa a éste es que tiene una envidia que no se aguanta.

 

Hermione.-        ¡Dejadle en paz!

 

Teseo.-   Vas a ver tú quién es el héroe y quién es el primo del héroe.

 

(Teseo, como una furia, se lanza contra el grupo de sus amigos. Se entabla una feroz pelea, quedando solamente Hermione a un lado. Poco a poco Teseo va derribando a todos. Cuando la pelea está a punto de concluir entra Hipólita, la anciana nodriza de Teseo.)

 

Hipólita.-            ¿Pero es que estáis locos? ¡Los dioses me valgan! Siempre la misma escena. Brazos arañados, rodillas despellejadas, sangre por todas partes... ¡Bien se ve que sois aspirantes a héroes y guerreros...! ¡Venga, todo el mundo a su casa! Por hoy se ha acabado la fiesta. Y tú, Teseo, castigado en aquel rincón.

 

Oxilos.-  (Saliendo.) Con suerte o sin suerte, la próxima vez te voy a hacer comer las tabas.

 

Herse.-   Adiós, niño bonito. Ahora podrás ganar siempre. Jugando tú sólo...

 

Hermione.-        No les hagas caso, Teseo. Sólo es envidia...

 

Kranaos.-           Mañana veremos, Hércules de pega...

 

Itilos.-     (Cojeando.) Abusón, burro.

 

Hipólita.-            ¡Venga ya, todos a casa y en silencio!

 

(Los chicos se han ido. Teseo está en su rincón, mirando hacia la pared y canturreando como si nada hubiese pasado.

Hipólita recoge lo que han desordenado y luego, poco a poco, se va acercando al muchacho. Le coge de un brazo, le vuelve y le levanta la cara buscando lágrimas. Después le lleva hasta un banco de piedra y  le sienta junto a ella.)

 

Hipólita.-            Pero muchacho, muchacho... ¿tienes que estar siempre peleando con tus mejores amigos?

 

Teseo.-   No son mis mejores amigos, nodriza, ni siquiera son mis amigos.

 

Hipólita.-            Pero Hermione...

 

Teseo.-   Ella es aparte. Los otros sólo vienen aquí porque éste es el palacio del rey, y porque sus padres quieren presumir de que los chicos juegan con el nieto de Piteo. No son mis amigos, nodriza. Son mis enemigos.

 

Hipólita.-            Ésa es la primera lección que tienes que aprender. Y tienes que aprenderla bien.

 

Teseo.-   ¿Qué los príncipes sólo tienen enemigos?

 

Hipólita.-            Que los hombres están solos.

 

Teseo.-   No te entiendo.

 

Hipólita.-            Antes de que empezarais esa absurda pelea, que casi no me habéis dado tiempo a intervenir, estuve escuchado vuestra discusión. Tú tienes razón, Teseo, pero ellos también la tienen. La suerte la dan los dioses, pero su compañera es la soledad. Irás por el mundo venciendo, como Hércules, más que Hércules, y serás el rey más glorioso de Atenas, si es que eres capaz de ganar tu suerte. Pero estarás solo.

 

Teseo.-   ¿Es mala la soledad?

 

Hipólita.-            Es un precio... Si lo que consigues merece la pena para ti, entonces no importa. Si resulta demasiado cara... entonces lamentarás haber conseguido la suerte. La mayoría de los hombres, por eso, aunque dicen que la quieren, en realidad no la quieren.

 

Teseo.-   Pero acabas de decir que todos los hombres están solos...

 

Hipólita.-            Eso es, Teseo, los hombres, los verdaderos hombres, los que saben con certeza lo que quieren y lo quieren de tal modo que nunca se apartan de su camino. Vencen, pero sólo pueden sentarse sobre su victoria y hablar consigo mismos.

 

Teseo.-   Entonces no sé si quiero buscar y encontrar la suerte.

 

Hipólita.-            A veces ella nos busca y nos encuentra a nosotros.

 

(Canción de Hipólita, mientras se hace la oscuridad.)

 

CANCIÓN DE HIPÓLITA

 

Oye,

mis ojos ven tu andar lejano

cuando te enfrentas con el mundo

sin

piedad.

 

Yo sé,

aunque ahora juegas y te ríes,

aunque ahora sueñas y no sabes

que

te irás.

 

Siento

tus hondos ojos en la noche

venciendo miedos, laberintos

de

temor.

 

Y oigo

tu silencioso y gran coraje

contar al mar y la montaña

la

verdad.

 

Vuelve,

niño Teseo que aún no has ido,

regresa desde la tiniebla

sin

tardar.

 

 

ESCENA SEGUNDA              (Palacio de Piteo. Biblioteca.

Teseo está sentado en una pequeña silla junto a una mesa llena de pergaminos. Está estudiando. A su lado se encuentra Baros, su preceptor. Al fondo, sentada tejiendo, Etra, su madre. Revisando pergaminos por las estanterías, Piteo, su abuelo.)

 

Teseo.-   (Refunfuñando.) ¡No sé de qué me va a servir tanta bobada!... La historia de Atenas, la de Trecene, la de los dioses, la de los héroes...

 

Baros.-   Mal podrás imitarles si no conoces sus hazañas.

 

Teseo.-   Es que no pretendo imitarles. Yo quiero ser yo mismo, Teseo el Héroe, no Teseo el Imitador.

 

Etra.-      No refunfuñes, Teseo. Los héroes no refunfuñan.

 

Teseo.-   Ni estudian.

 

Piteo.-     Tal vez el muchacho tenga razón. Seguro que Hércules no ha estudiado ni el alfabeto...

 

Baros.-   No me parece bien que descuides tus palabras, Piteo. Aunque yo sea un humilde preceptor, debo decirte que, como rey, no debes menospreciar a los héroes; como abuelo, no debes dar mal ejemplo a tu nieto; y como simple mortal debes tener respeto por los dioses.

 

Teseo.-   ¡Duro con él, abuelo!

 

Etra.-      ¡Niño!

 

Piteo.-     Verás... creo que tienes mucha razón en lo que dices, pero aún recuerdo cuando era muchacho y me obligaban a pasar el tiempo leyendo lo que yo no quería leer, sino practicar. ¿Vosotros creéis que se prepara uno mejor para arrebatarle la ganadería a Gerión leyendo que haciendo ejercicios?... Yo creo que no. Y en cuanto a Hércules... bueno, con esa pinta de...

 

Etra.-      ¡Padre, por favor, que el niño está delante!

 

Teseo.-   Sigue, abuelo.

 

Piteo.-     En fin, que me parece bien un poco de estudio, de cultura y de ciencia, pero el muchacho está sobrecargado de lecciones y yo entiendo que se canse. Eso es todo.

 

Baros.-   La cultura es la base de la vida. ¿Te parecería bien que volviera un día victorioso de enfrentarse con algún enemigo monstruoso y no supiera corresponder debidamente a los homenajes que se le hicieran? ¿O que agradeciera un elogio con un gruñido?

 

Etra.-      Me parece que esta discusión es ociosa. Se ha decidido entre todos que la educación de Teseo sea completa, ¿a qué viene, pues, el volverlo a discutir?

 

Teseo.-   ¡Mujeres!

 

Baros.-   ¡Basta, Teseo! Tu madre debe merecerte todo el respeto.

 

Teseo.-   Pero las mujeres nunca comprenden las cosas de los hombres...

 

Etra.-      Tal vez, pero comprendemos las cosas de los niños.

 

Teseo.-   (Pegando un salto, airado.) ¡Yo no soy un niño! Mil veces te he dicho que me permitas intentar levantar la piedra para recoger el escudo y la espada de mi padre, y tú no quieres. Seguro que soy capaz de hacerlo. ¡Soy un hombre!

 

Etra.-      Ni un pedrusco eres tú capaz de levantar todavía.

 

Teseo.-   ¡Madre!

 

Piteo.-     ¡Basta! Ésta sí que es una discusión ociosa. Día llegará en que seas capaz de levantar esa piedra y de empuñar con honor la espada de tu padre. Llegará, no lo dudes, aunque siempre será más tarde de lo que desea tu impaciencia y más pronto de lo que pretende el cariño de tu madre.

 

Etra.-      Las mujeres griegas no entendemos las cosas de los hombres... Ni Penélope, ni Casandra, ni Helena ni Aljmene, ni Io ni Etra, ni Antígona ni Electra, ni Medea ni Ifigenia, ni Iocasta ni Fedra. No, las mujeres de Grecia no saben nada de los hombres... ¿quién entiende entonces las cosas de los hombres...? ¡Los hombres no, desde luego, al menos en esta tierra! ¿Quién cuida de los hijos hasta que se hacen hombres?, ¿quién siembra en ellos el respeto y el amor por un padre lejano que siempre está en la batalla y la aventura?, ¿quién les enseña el idioma de sus mayores?, ¿quién pena por los esposos y los padres y los hijos cuando guerrean?, ¿quién se alegra con los esposos y los padres y los hijos cuando regresan con la victoria?, ¿quién les llora cuando no regresan?, ¿quién les amortaja y entierra?, ¿quién suplica a los dioses por su día y por su noche, por su infancia y por su madurez, por su vida y por su muerte? ¡No, las mujeres de Grecia no saben nada de las cosas de los hombres! Ni Penélope, ni Casandra, ni Helena ni Aljmene, ni Io ni Etra, ni Antígona ni Electra, ni Medea ni Ifigenia, ni Iocasta ni Fedra...

 

(Entra Kriso, el sirviente mayor.)

 

Kriso.-    Mensaje de Atenas. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Abriendo el mensaje y leyendo.) “De nuevo se nos exige el tributo de catorce jóvenes para que sirvan de alimento a esa maligna bestia que habita en el laberinto de Creta. Minos no tiene piedad de nosotros y la ciudad se va quedando sin sus hijos. ¡Cuánto deseo que haya quien pueda plantar cara  a ese terror! Espero que estaréis en salud y que Teseo se irá haciendo fuerte día tras día. Recordadme, Egeo.”

 

Teseo.-   ¿Qué dices ahora, madre? ¿No me dejarás aún que pruebe a levantar la piedra? ¡Atenas, mi patria, me necesita!

 

Etra.-      Atenas necesita un hombre. Ya llegará tu día.

 

Piteo.-     ¡Ojalá ese día no sea tardío para Atenas!

 

Baros.-   El molino de los dioses muele despacio.

 

Piteo.-     Sí, y al final la harina de la vida se deshace entre los dedos.

 

CORO.-  (Desde dentro.) Gira la rueda del tiempo y las cosas viven según medida.

 

Baros.-   No se puede precipitar la historia.

 

Teseo.-   ¡Quiero pelear! Quiero enfrentarme a los enemigos de mi patria.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y los hombres la encuentran lenta.

 

Etra.-      Si fueses ahora a su encuentro, serías una nueva víctima que habría que sumar a todas las otras.

 

Piteo.-     Un número cada día mayor...

 

Teseo.-   Pero probar, solamente probar.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y los hombres la encuentran veloz.

 

Baros.-   Quien ensaya antes de tiempo quema sus semillas. Sembrar cuando no es la hora es destruir la cosecha futura.

 

Teseo.-   ¡Yo conozco mi propia fuerza!

 

Etra.-      Nadie conoce su propia fuerza hasta que trata de mover la rueda de la vida.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y las montañas se hacen jóvenes.

 

Piteo.-     No es posible moverla. No se la puede forzar.

 

Baros.-   Por eso pretendo que Teseo conozca, pues solamente el que conoce puede enfrentarse a su destino con posibilidades de victoria.

 

Etra.-      Y conocer es ir acumulando sufrimientos y esfuerzos.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y los mares se hacen jóvenes.

 

Teseo.-   Si matáis mi valor con vuestra prudencia, nunca llegaré a desenterrar el escudo de mi padre, nunca podré empuñar la espada de mi padre, nunca podré vengar las ofensas de mi patria ¡nunca podré ser Teseo!

Etra.-      Nunca somos nosotros. Siempre estamos tratando de serlo, pero siempre algo se nos interpone. Vivir es eso: tratar de ser nosotros mismos.

 

Piteo.-     Y al final se descubre...

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y las estrellas se hacen jóvenes.

 

Kriso.-    (Entrando.) Mensaje de la campiña. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Leyendo.) “El gigante Skirón siembra el terror por todas partes; los viajes son cada vez más inseguros, los caminantes son asaltados y muertos. Suplicamos al rey que envíe tropas contra él y libre a la gente pacífica de ese tremendo peligro”.

 

Teseo.-   Los mensajes se suceden y Teseo estudia.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y los hombres envejecen.

 

Etra.-      ¡No importa! No importa si el Minotauro deshace la juventud de Atenas, ni importa si Skirón asola los caminos. No importa si los bandidos asaltan a los viajeros, no importa si los héroes vencen o son vencidos. Lo único que realmente importa es que cada uno descubra su nombre, y eso requiere tiempo, tiempo, ¡tiempo!

 

Piteo.-     ¿Y cuando el tiempo se acaba?

 

Etra.-      El tiempo no se acaba nunca.

 

Teseo.-   Ya no hay tiempo que perder. Madre, permite que lo intente. Sé que soy capaz de levantar esa piedra y de matar a ese gigante y de destruir ese monstruo y de salir del laberinto. Madre, ¡yo soy Teseo!

 

Etra.-      ¿Y quién es Teseo?

 

Baros.-   Se necesita tiempo, tiempo, tiempo, para que cada uno descubra su propio nombre.

 

Piteo.-     Yo sé que estáis hablando desde otro extremo de la vida. Sé que no sabéis. Porque el tiempo es poco y se acaba antes de empezar.

 

CORO.-  Gira la rueda del tiempo y los hombres no lo ven.

 

Teseo.-   ¡¡Yo soy Teseo!!

 

Kriso.-    (Entrando.) Un mensaje del tiempo. (Lo entrega y se va.)

 

Piteo.-     (Lo abre.) Está en blanco.

 

(Oscuro.)

 

 

ESCENA TERCERA

(Patio exterior del palacio de Piteo. En el centro hay una roca enorme, debajo de la cual están enterrados la espada y el escudo de Egeo.

Teseo está junto a ella, mirándola de frente, quieto, silencioso, con las piernas abiertas, como plantado firmemente en la tierra.

Desde las almenas, y situados a distancia uno de otro, le observan Etra, su madre, Piteo, su abuelo, e Hipólita, su nodriza.

Los dos narradores están en primer plano. Se oye de vez en cuando al coro, pero no se le ve.)

 

Narrador 1.-       Por fin ha llegado el momento. Teseo es ya un hombre y su madre le ha consentido intentarlo. Tratará de levantar la enorme piedra debajo de la cual se encuentra la espada de Egeo, su padre.

 

Narrador 2.-       La espada es el símbolo de la fuerza, pero también del valor y de la inteligencia.

 

Narrador 1.-       Teseo siempre ha sido fuerte, pero su madre y su preceptor han querido asegurarse de que su valor era seguro y de que su inteligencia era clara. La fuerza sola no es nada.

 

Narrador 2.-       Etra sabe que Teseo vencerá su prueba.

 

Narrador 1.-       Piteo también lo sabe.

 

Narrador 2.-       Hipólita lo sabe igual.

 

Narrador 1.-       En Grecia todo el mundo sabe desde siempre lo que concierne a los héroes. No se sabe nada de los hombres normales, ni se sabe nada de las mujeres normales. Pero todo el mundo sabe todas las cosas de todos los héroes y de todos los dioses.

 

Narrador 2.-       Porque en Grecia, los héroes son la religión de la vida y los dioses son la historia de los hombres.

 

Narrador 1.-       Grecia es ningún sitio y todos los sitios, aunque esté en el mapa y vosotros lo podáis ver.

 

Narrador 2.-       Atenas y Trecene, Esparta y Tebas, Corinto, Corcira, Delfos y Creta, Estagira y Delos, Paros y Rodas son todos los sitios y son ningún sitio, aunque vosotros podéis mirar los mapas y los veréis allí.

 

Narrador 1.-       Teseo es todos los hombres y ningún hombre, porque todos estamos alguna vez delante de una enorme prueba en donde se va a poner en juego nuestra firmeza, nuestro valor y nuestra inteligencia.

 

Narrador 2.-       Todos estamos algún día con los pies firmemente asentados sobre la tierra, tratando de decidir si ya es el momento de intentarlo. Entonces estamos solos.

 

Narrador 1.-       Entonces estamos solos con nosotros mismos, mientras nuestro pasado nos observa desde las almenas del tiempo.

 

Narrador 2.-       Y nuestro futuro espera.

 

Etra.-      Ahora es el momento, Teseo. Por fin ha llegado.

 

Piteo.-     Ahora. Fuerza tu espalda, fuerza tu valor.

 

Hipólita.-            No desfallezcas.

 

CORO.-  El futuro te espera, el pasado te observa.

 

Narrador 1.-       Teseo también sabe que va a vencer.

 

Narrador 2.-       Pero teme.

 

Narrador 1.-       No teme a la piedra, pues sabe que sus músculos son más poderosos que la montaña, más fuertes que el huracán.

 

Narrador 2.-       No teme a los gigantes ni teme a los monstruos.

 

Narrador 1.-       Sabe que su astucia y su valor son mayores que las estrellas y que los laberintos.

 

Narrador 2.-       Teseo teme a Teseo.

 

Narrador 1.-       No quiere abandonar su hogar de niño, su mesa de niño, su cama de niño, sus juegos de niño. No quiere marchar solo y sentirse solo y estar solo. Teseo tiene miedo de la constante y pertinaz compañía de Teseo.

 

CORO.-  El futuro te espera, el pasado te observa.

 

Etra.-      ¡Ya!

 

Piteo.-     ¡Todavía!

 

Hipólita.-            ¡Luego!

 

(Teseo acerca sus manos a la roca y comienza a empujar. Poco a poco la piedra se va desplazando de su sitio, hasta que finalmente deja al descubierto las armas de Egeo.

Teseo las recoge y con un gesto de cansancio interior sale.

Etra comienza a cantar su canción, mientras se hace poco a poco la oscuridad.)


CANCIÓN DE ETRA

 

Si la edad te ciega ahora

pronto acabará;

ya la sentencia el tiempo

que veloz se va.

El mundo abre sus puertas

a tu caminar.

Teseo, tienes que marchar.

 

**********

 

El niño es hombre entero,

el poder llegó.

La espada de la roca

su mano arrancó.

El escudo de Egeo

luce y brilla al sol.

Tu estrella ya se presentó.

 

**********

 

Saber,

comienza por saber

la ruta de tu voz

tu gran destino.

 

Oír

la arena en el reloj

la nueva dimensión

de tu camino.

 

Tocar

la orilla de este mar

para poder volver

a tu principio.

 

Poner

tu mano y corazón

para poder saltar

sobre el abismo.

 

**********

 

Si hallas en el mundo amigos

habla con tu voz.

Si su mano te enfrenta

que hable tu valor.

No dejes que la sombra gris

desoriente al sol,

atiende el eco del amor.

 

**********

 

Tu historia está esperando,

deja de escuchar;

ya la mañana se hace

mapa sin trazar.

Encuentra la trompeta fiel

de la soledad,

el valle de la libertad.

 

**********

 

Saber,

comienza por saber

la ruta de tu voz

tu gran destino.

 

Oír

la arena en el reloj

la nueva dimensión

de tu camino.

 

Tocar

la orilla de este mar

para poder volver

a tu principio.

 

Poner

tu mano y corazón

para poder saltar

sobre el abismo.