Fragmentos del libro

EL SEGUIDOR EL SECUAZ

de Miguel Cobaleda

 

Paráfrasis libre del poema

ALDEBARÁN

de Miguel de Unamuno

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REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL: Nº 647    15-ENERO-1997.                               

DEPÓSITO LEGAL: S-196-1998.                                                                                                      

ISBN: 84-89005-18-4

 

 


EXTRAVÍO

 

El torrente de palabras,

no sé bien si será la muerte

o ha de ser la vida

quien lo pare.

Porque ignoro

si se sustenta en el vivir

y del vivir adquiere

energía y sentido,

de modo tal que la sombra

y sólo ella

es quién a detenerlo.

O si es sustitución de vida,

miedo a vivir,

si representa el temor

a decir y decidir

y organizar los actos

del ir y del venir,

y entonces si un día

por fin la vida se abre paso

cesará para siempre

esa torrentera.

Los que somos hombres

de palabra y palabras,

y del hablar hacemos

el acto definitivo,

a veces no sabemos callar

o no podemos,

y estamos con la palabra a medias

entre dos luces, esperando

que venga el silencio

a imponer sobre nosotros

el manto de su misericordia.

Y más todavía si el torrente

carece como el mío de sentido,

y dice cosas que yo no digo,

e inventa palabras que yo no entiendo,

y deshace en la nada

mis propias voces.

No sé cuándo empezó su ritmo,

qué desencadenó sus ecos,

quién habla por mi boca

y por mis dedos,

qué se propone ese quién

y qué objetivo,

mucho más terrible y más alto

que lo que yo pueda sospechar

o querer,

busca en medio de mis zozobras

y se deshace en voces

en mi lengua.

Pero fuere cual fuere ese quién,

ese qué

-también ignoro

su naturaleza y esencia,

si dios o demonio o ancestro

o eco profundo

de la sangre y de la tierra-

y aunque habita en mi alma

sin hacerme caso,

misterioso vecino de espíritu,

realquilado en mí

o yo en su casa,

con derecho a palabra,

con derecho a silencio,

he llegado a sentir su presencia,

pared por medio,

en el rincón de al lado,

y quizá ya sin él

me sentiría solo,

aunque no soy él ni él es yo,

ni siquiera hablamos

ni nos conocemos,

ni al bajar a veces

juntos la escalera

del corazón que compartimos,

nos saludamos con afecto,

pues somos vecinos

pero no somos amigos.

Con que ya sabes, estrella,

que desde mi ventana,

con mi voz y acento,

a tu encuentro salen palabras en torrente,

pero no me contestes a mí

como si fuese

yo quien te habla.

Habita en mi alma otro espíritu

que tiene voz donde yo silencio,

un sentido que a mí no se me alcanza,

propósito que no es mío,

y ése te interpela

sin que yo pueda matar (quizá no quiero)

su voz mi voz nuestra voz, no sé, estrella.

 

 

 

PARÁFRASIS

 

Pero aún sigue estando sin citar la expresión ‘palpitante de misterio’, que termina ese momento del poema que nos sirve ahora de referencia. ¿Palpita el misterio? Es decir ¿solamente la vida es misteriosa, no es misterioso el cristal? ¿La luz? ¿La oscura señora de la nada? ¿El tiempo que  golpea rítmicamente la existencia, pero que sólo en atrevida metáfora podría decirse que palpita? ¿El anchuroso, infinito, finito, redondo e inexistente espacio? ¿No es misterioso el mar que el viento, el calor y la luna agitan pero que nunca palpita porque es una muerta gota infinita y salada? ¿No es misterioso el sol, ardiente de aldebaranes de fuego, inmenso carbón, hacedor de vida pero muerto y sin conciencia?

¿El zafiro de transparencia azul, la esmeralda que al zafiro envidia su color, el rubí, sea engastado o no en la divina frente, el dorado topacio, la orgullosa mica que sol se cree por reflejar sus luces, no son misteriosos? ¿Lo es más una yerba rumiada y escupida o cagada? ¿Lo es más la estúpida vaca que en rumiarla, escupirla y cagarla agota su identidad y su destino? ¿Más lo es el descerebrado imbécil que ama el tener y pone su orgullo en sus perros, sus vestidos, sus yates, sus mansiones, sus doblones? ¿Más que la vaca, que la yerba, que el mar, que el sol, que el cristal?

Además, no tengo claro que el misterio palpite, no sé en qué consiste el misterio, valga la paradoja de la expresión, no sé a qué se llama misterio, acaso a lo que no comprendemos, tal vez a lo que no puede ser comprendido; quizá a lo que no sentimos, o quién sabe si a lo que no se puede sentir. Lo remoto, lo demasiado cercano, lo inmenso, lo mínimo, aquello que dura más que los soles, lo que dura menos que un suspiro, el tú más ajeno, el yo más íntimo... Misterio, fuere cual fuere su definición, es todo, se encierra en todo, lo contiene todo. Porque cuando la creadora razón del hombre todo lo produce, lo estructura de tal complejo e infinito modo, que luego nunca lograr recorrer hasta el final el hilo de su propia telaraña, y siempre más allá de la opaca transparencia de las cosas ¿late palpita vive? el misterio.

Ya en otra zona de este trabajo hemos recurrido a la definición del ‘misterio a plena luz’, pero digamos por fin que se trata de la atracción de las paradojas, y que la frase, más allá de su belleza formal, poco significa, pues si lo invisible lo es, poco importa que sea por defecto o por exceso de luz, que traspase por encima o por debajo el umbral de percepción del ojo humano. Lo que ocurre es que el ojo humano, siendo como es patrón de lo visible, decide y marca la visibilidad y la invisibilidad.

Y la razón marca lo misterioso.

Esta frase última, que deliberadamente separo en línea aparte, preside el sentido general de todo lo que estoy diciendo. La razón humana es creadora de lo que hay, y si hay algo misterioso, palpitante o no, a plena luz o a plena oscuridad, misterio es lo que la razón decide, lo que ella quiere considerar misterioso, poner a la espalda de sí misma, encerrar en una crisálida opaca a sus propios rayos, quizá como ejercicio, como descanso tal vez, a lo peor como juego ¿quién sabe por qué hace lo que hace la señora de las cosas?

 

***

¡Tú sigues a las Pléyades,

siglos de siglos,

Aldebarán,

y siempre el mismo trecho te mantienen!

[‘Aldebarán’ de Unamuno]

 

***

 

¡Maldita consideración de la distancia, por qué habrá tenido que hacerla!

¿No sabe acaso

que el horizonte del hombre y el hombre

siempre guardan la misma distancia?

¿Ignora que el destino consiste

en marcar ferozmente las distancias?

¿Nadie le ha dicho que la muerte

nunca se distancia más de lo marcado del origen y principio de la vida?

¿Que la luz siempre mantiene la misma distancia

porque mantiene de ella la misma distancia

siempre

la sombra?

¿De qué sirve saber, de qué sirve ignorar si la razón

siempre está a la misma distancia de la locura?

¿Acaso no siente, siempre a la misma distancia,

los perros del recuerdo y del olvido, acaso

no sabe que la memoria es una distancia marcada, siempre la misma, la misma siempre

y que el amor y el odio son distancias

en el palo de marcar los panes que el alma se come cada día?

Mismo trecho mismo espacio misma diferencia

distancia misma

expresiones de pánico y horror, debería el poeta

haberse cortado la lengua

del alma

antes de pronunciarlas,

misma distancia,

nadie sabe de ellas dos

cuál es la peor, la más traidora, la más vengativa y siniestra,

si distancia o misma,

si misma o distancia,

o si son la misma,

la misma distancia.

Mi amada y yo y yo y mi amada en la distancia estamos, con el amor sin atreverse

a dar el salto,

mi tristeza y mis lágrimas,

mi sonrisa y mi alegría,

sin nunca pasar el trecho, siempre el mismo trecho,

siempre la misma distancia,

a saber cuándo los metros

van ser todos destruidos, cegados, cortadas sus lenguas maldicientes, callados para siempre,

y si el siempre

va a alcanzar por fin un día

a los nuncas que le siguen jadeando

en la raya que trazan la luz y la tiniebla,

siempre del mismo grosor,

siempre la misma, la misma línea, la misma distancia, la misma, ojalá el poeta. La misma.

 

 

 


Del misterio al jeroglífico algo ganamos, que al fin éste podremos descifrarlo, a pesar de lo que dice el poeta, si poseemos la piedra traductora que nos guíe y sabemos usar debidamente la creativa luz de la razón. Que nada es para ella indescifrable, esté escrito en los cielos o no, y ruede o no ruede en el aro de noria de que la Tierra es pozo.

Cifra de todas las cosas es la propia razón, remitente y destinatario de todo mensaje cifrado, código de partida y código de máscara, sentido original y sentido definitivo.

Y los mismos dioses esperan que la razón les comunique el significado de los signos que sus manos han trazado en la bóveda celeste.

***

Y que los siglos cambian ¿cambian?... ¿Qué cambian? ¿Tan sólo ellos mismos, unos por otros, el nombre de un número por el de otro número, de modo que a la postre no sabemos si han cambiado los siglos, los números o solamente los nombres?

¿Cambian las cosas llevadas a novedad por el cambio de los nombres, o el de los números, o el de los siglos? ¿Se hacen otras? ¿Se vuelven las mismas? ¿Es el cambiar los tiempos el irse haciendo cada cosa lo que es, volverse a su ser, llegarse a sí misma?

¿Y con los siglos y las cosas cambian los hombres? ¿Es cambiar el nacer? ¿Cambian cuando la muerte los ama?

¿Ha cambiado algo desde que el huevo del mundo estaba todavía cerrado en sí mismo?

***

Pero si el cambio es incierto, ciertamente incierta es la fijidez que preside ese cambio, a mí los antiguos sabios que hablaron de estas cosas, a mí los heráclitos y los parménides, a mi defensa acudan los que conocieron estos conceptos en la desnuda virginidad de su nacimiento... pues feroz me resulta la mirada que ahora me dirigen, y ni con la fijidez ni con el cambio quiero enfrentarme desarmado y solo.

 

***

 

Estos mismos lucientes jeroglíficos

que la mano de Dios trazó en el cielo

vió el primer hombre,

y siempre indescifrables,

ruedan en torno a nuestra pobre Tierra.

Su fijidez, que salva

el cambiar de los siglos agorero,

es nuestro lazo de quietud, cadena

de permanencia augusta;

símbolo del anhelo permanente

de la sed de verdad nunca saciado

nos son esas figuras que no cambian,

Aldebarán.

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

Las cadenas de permanencia otro tema son, otro tema... No se habla ya de la quietud, del cambio, sino de permanecer atado. Y yo no sé si quiero... Me parece que quiero permanecer (aunque no estoy seguro totalmente) ¿pero atado? ¿Atado a qué? ¿Atado al tiempo?... No, al tiempo no, es un estúpido sayón que no ha sabido interpretar las órdenes, que con miope y terca ceguedad de piedra se obstina en mantener un cauce estéril, sin permitir que el espíritu recorra las líneas del futuro como las del pasado o del presente.

¿Atado a la vida?... No, a la vida no, es redil para sumisos tenedores de objetos, respiradores de alientos sin alma, pastueños de praderas quemadas, barro seco y reseco, estoy harto de estos estúpidos rebaños de necios, ya no puedo más, no quiero estar atado a ellos.

¿Atado a la felicidad?... Nunca he podido entender del todo esta susurrante palabra, ignoro si se esconde algo tras ella. Me parece que no quiero estar atado a la felicidad, incluso si es la felicidad, me parece que no quiero...

¿Y atado al amor? ¿Quiero estar atado al amor?... pero es que al amor no se puede estar atado, el amor es libertad y felicidad y vida y tiempo, el amor es el ser y la luz y la esencia del alma, la fuente donde el alma se bebe a sí misma. Si se trata de estar atado, si vale con el amor esta palabra, entonces quiero estar atado al amor.

Cadenas de permanencia... me gustaría saber cuánta permanencia aguanta el espíritu del hombre antes de morir, de morir morir, de morir para siempre.

¿Después del ciclo de un universo sigue otro ciclo de otro universo? ¿Y después de un ciclo de ciclos otro ciclo de ciclos?

¿Durante cuánto tiempo?

¿Estamos atados al tiempo con alguna cadena de infinita permanencia?

***

¡Qué difícil me ha sido siempre, como si yo fuese un hombre, decidirme entre la libertad y la obediencia...!

Seguro, sé que la libertad es maravillosa, lo mejor de que puede disponer el hombre, incluso el hombre humano. Es la que te hace dueño de ti mismo, la que rompe ligaduras y límites, la que abre horizontes y auroras, la que permite al hombre el único sueño tranquilo que le es dado sentir.

Con la libertad no tienes que esperar el parecer de otro, ni seguir el capricho ajeno, no tienes que dar explicaciones ni, por lo tanto, buscarlas.

Pero es la vez tan seguro y cómodo sentirte caliente y protegido en el redil cuando la fiera y el hielo acechan afuera... Es tan grato sentir que las consecuencias son propiedad de otro y las responsabilidades se borran... La obediencia es la única que le permite al hombre el único sueño tranquilo que le es dado sentir...

[¡Cuidado!: esto ya lo he dicho antes en el argumento contrario... ¿acaso no es posible un sueño tranquilo?... ¿Qué libertad entonces, qué seguridad en la obediencia, se nos están prometiendo?... ¿Es que seremos igualmente libres o igualmente esclavos en cualquiera de los casos que podamos imaginar? ¿Es una elección fingida, un truco, una trampa, un engaño, una mentira?...]

Quizá es que somos libres para obedecer o libres para elegir ser libres de obedecer o de ser libres para elegir obedecer. O así.

 

 

 


DESTRUCCIÓN Y EROSIÓN DE ESTRUCTURAS PARADIGMÁTICAS

 

No se suelen tener en cuenta todas las dimensiones del genio de hombres como Kepler o Einstein o Darwin o Pasteur, atentos como estamos solamente al prestigio de sus descubrimien-tos o teorías, pero no a la totalidad de los cauces que hacen posible sus realizaciones.

Puesto que aquí estamos hablando con una estrella, acojámonos al ejemplo del astrónomo citado. Kepler, además y por encima de sus maravillosas teorías astronómicas, de sus cálculos precisos, de sus famosas leyes, hubo de hacer una tarea mucho más meritoria, por difícil, importante y arriesgada. Pues tendemos a olvidar que los creadores de doctrinas nuevas viven en el seno de doctrinas viejas, como el resto de sus contemporáneos y, aparte de la hazaña de construir la novedad, deben dar (ellos solos en su generación, pues sólo ellos comprenden el necesario sacrificio) el salto en el vacío que supone arrancarse la piel de los viejos conceptos.

Cuando el asombroso y genial cosmólogo, ya elaborada la segunda ley, la más elegante y comprensiva, que supone el entendimiento cabal de la mecánica celeste en su dinámica general, enterado pues de la necesidad de un equilibrio entre la inercia y la gravedad, sabedor de afelios y perihelios, de radiovectores y de tiempos, debe aceptar la primera, aún sin definir, negarse de una vez a la circularidad de los movimientos y aceptar para siempre que la elipse es la cónica que reina en los astros, suda sangre como quien se arranca la piel a tiras ¿por qué?... ¿Acaso no lo sabe ya todo, claro en su razón y preciso en sus cálculos, indubitable y cierto? ¿Por qué no borrar tranquilamente una figura, el círculo, para poner en su lugar otra, la elipse?

La respuesta a esta pregunta necesita imaginación, ponerse en el lugar de aquellos hombres en aquellos tiempos. Que el círculo es perfecto y explica, simboliza y supone la mecánica entera de los cielos no era entonces un simple criterio matemático y cosmológico: era la piel de la creencia general y el cimiento nuclear de sus conceptos. Respiraban, mamaban, vivían en y de esos criterios, estaban en la base de sus comportamientos, eran lo indiscutible, el ‘por supuesto’, el ‘naturalmente’, el ‘claro está’ de sus presupuestos, el suelo que se pisa y sobre el cual se afirman o se niegan el resto de las existencias y de las inexistencias. No es sencillo arrancarse del pecho ese pellejo inveterado. Siempre me ha parecido más fácil inventar novedades que erosionar los viejos queridos amigos antiguos conceptos.

Me parece pavorosa la soledad de esos hombres geniales, porque es una soledad en la nada, abandonados de toda posible comprensión por parte de sus contemporáneos, asustados a la vez de su propia osadía, negados al consuelo de una patria conceptual abrigadora y firme, vueltos de espalda a las propias cosas (las cosas, no lo olvidemos, son construcciones de la vieja teoría) y flotando en una oscuridad en que la luz no habita, pues la nueva luz que ellos encienden ilumina hacia el futuro, pero deja en sombra la mano y el ojo que la diseñan.

Así ahora yo, despojándome de la piel al arrancarme ese concepto de justicia, que sé que es fantasía inerte ya, pero que es todavía el aire que respiran mi esperanza, mi salud mental, mi confianza en el tiempo. ¿Y para qué? ¿Para qué novedad más iluminadora que pugne aún por salir del huevo?... Pues a veces las viejas ideas mueren sin dar a luz ideas nuevas porque nada hay mejor que ellas, más alto, más eficaz o más verdadero. La justicia, desapareciendo por fin de la faz de la tierra, no deja heredera más ardiente, y ahora que las nuevas generaciones, ni siquiera en aras de su confiada juventud, logran entender la belleza de tan hermoso concepto, me pregunto yo y te pregunto a ti, estrella viejísima que has visto tanto, si podremos disfrutar de la luz y de la vida sin esa justicia que nunca existió, ahora que ni siquiera esperamos que exista.

 

***

 

De vosotros, celestes jeroglíficos

en que el enigma universal se encierra,

cuelgan por siglos

los sueños seculares;

de vosotros descienden las leyendas

brumosas, estelares,

que cual ocultas hebras

al hombre cavernario nos enlazan.

Él, en la noche de tormenta y hambre,

te vió, rubí impasible,

Aldebarán,

y loco, alguna vez, con su ojo en sangre,

te vió al morir,

sangriento ojo del cielo,

ojo de Dios,

¡Aldebarán!

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

De que estamos enlazados al hombre más antiguo poca duda cabe, pues somos ese hombre, seguimos siendo el mismo. Engañados por unos cuantos chismes de ingenua mecánica que aguzan el ojo o el oído, agrandan la distancia a que llega nuestra voz o nos permiten contar con otros dedos inhumanos la cuenta de los días, hemos pasado a creer que estamos llegando a algún sitio en nuestro eterno viaje, cuando basta mirar hacia nosotros mismos para comprobar que andamos en círculo y no nos hemos alejado, sí de lo que teníamos, no de lo que éramos. Y lo que tenemos no es lo que somos.

Si miro a mi alrededor, en la caverna me encuentro, compañeros de caverna me acompañan, seguimos sin saber por qué amanece, cambiar de creer que gira el loco sol a creer que gira el loco planeta no es avance hacia un destino, es paso de noria retrocediendo siempre hacia adetrás.

Fina y oculta puede ser la hebra, pero corta desde luego, en el origen y el albor de los días seguimos estabando.

El hombre incansable que desayuna en un continente, come en otro y en otro tercero duerme, de la cueva os digo que no ha salido, no anduvo por su pie la distancia física, no cambió de ambiente, de compañeros, de mundo, las palabras eran siempre las mismas, la veste que le cubre es un calco de la que viste a quien deja aquí o a quien allí se encuentra. Y manan de los corazones del grupo, que lo es y pequeño, los mismos tribales sentimientos. Tampoco él sabe el día de su muerte ni le ha perdido el miedo a la sombra o lleva en bandolera el mando de apagar dolores y borrar tragedias.

Y tal vez, como en la rueda de noria haya perdido acaso el sentido del misterio, tal vez y quizá y acaso y tal vez esté más dormido que el hombre cavernario, más apagado de vivir y sentir, más lejos del significado de su mundo, más ciego y más sordo y más oscuro.

Lo sabe supongo la distante estrella, ella nunca adelanta a las huidizas Pléyades, tampoco nosotros adelantamos nada, que vamos a donde venimos.

 

***

 

Rubí, contigo ya he hablado, ya te expliqué varias veces la conjetura exacta de tu naturaleza, que seas impasible ya no estoy tan seguro, ni los muertos como tú consiguen serlo. ¿Impasible?

Impasible soy yo cuando del vecino la desgracia ni una mueca me produce. Cuando se me cuentan las hazañas del tiempo y se me da un ardite mientras no se meta conmigo. Cuando la muerte acaricia otros ojos y a mí me deja frío porque no son los míos.

Impasible es quien lo es pudiendo no serlo, debiendo acaso no serlo, pero quien no puede padecer por muerto y por escoria y por cristal y cobre ¿impasible?

Tu eres una piedra, estrella, no lo olvides, un mineral elemental, sencillo, a quien un niño travieso ha arrimado ascuas para verlo arder en la noche. Ni cuando te quemas padeces, ni siquiera, fíjate qué ajeno estás a lo que importa, cuando padezco yo, que lo hago a veces.

Y te prefiero así, piedra, no soportaría verte fingir que me compadeces.

 

***

 

Y sí, también yo creo que de las estrellas cuelgan los sueños seculares, no de otro sitio ni cumpliendo otra función más eficiente.

Y que son infinitos; si el infinito existe, ése es, la cantidad de sueños que el hombre ha ido colgando de la luz de las estrellas en medio de la noche de su miserable historia.

¿Podríamos contar los sueños de felicidad que de las puntas cuelgan de cada astro inertes?

¿De amor, de salud, de vida, de riqueza?...

No el éter fantasmal que durante tanto tiempo buscaron: la esperanza fracasada es la substancia que llena los ámbitos del universo, red de telaraña en que atrapados quedan los soles, los dioses y los tiempos.

Eso es ser hombre: ir de estrella en estrella colgando sueños a que su piel se seque al frío de la noche hasta que sirva para hacer mortajas.

 

***

 

No escatimemos al poeta su mérito ¡qué espléndido pedazo de poema acabamos de citar! ¡Qué sonoridad y qué verdad y qué sentimiento!

Se escucha el gemido del hombre cavernario, su pavor a la muerte, su absorta mirada en la estrella de sangre, el grito nos llega desde la noche de los tiempos. Y le sentimos próximo y su miedo es el nuestro y su asombro también nos enlaza y rodea. Todo ello lo resume el poeta en 67 palabras como 67 piedras, como 67 soles encendidos de sangre en la noche.

 

***

 

Y la noche nos mira con sus ojos astros, tantos son que ni uno solo de nuestros gestos le pasará desapercibido. La mueca del odio, de la soledad, del desprecio, cuando tumbados en el insomnio recordamos ese soñar que llamamos vigilia. El gesto del amor, la ternura inclinada sobre el rostro amado, el párpado húmedo de suaves delicias, el pensamiento más leve y el sentimiento más ligero, todo ello vigilado y anotado por los ojos de la noche, tantos son que no hemos sabido contarlos.

Pero entre todos tú, Aldebarán, El Seguidor, estrella roja, piedra de cobre. ¡Qué no sabrás de nosotros que nosotros ignoramos! ¡Qué recoveco interior de nuestras almas no será, sin nosotros saberlo, reducto al que te retiras para descansar de tu vigilia!

***

 

OJO DE DIOS

(Los dioses son ciegos)

 

***

 

¿Y cuando tú te mueras?

¿Cuando tu luz al cabo

se derrita una vez en las tinieblas?

¿Cuando frío y oscuro

-el espacio sudario-,

ruedes sin fin y para fin ninguno?

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

Una vez más mi memoria regresa desde el futuro para traerme recuerdos de lo que nunca ha sucedido, la soledad cristaliza a mi alrededor como estrellas de nieve que se hicieran hielo al caer y posarse sobre mis hombros y mis cabellos. Me habéis visto detenerme tantas veces así, en medio de la noche, para escrutar las estrellas... y nunca os he dicho para qué las miraba, con qué secreto objetivo, con qué arcana pregunta. Y sin embargo es sencillo, temo por los míos como temen todos los hombres, porque no controlamos el destino ni conocemos el futuro, porque no sabemos qué desgracias esconde la luz misteriosa de las estrellas. Te tumbas en medio de la yerba negra para encararte con ellas, y luego no sabes qué más hacer para asegurar la felicidad de tu gente. ¿Contarlas una a una, aunque no sea posible? ¿Distinguir una entre todas y tratar de seguirla? ¿Esperar hasta nunca a escuchar su latido, o hasta recibir la sombra de un mensaje, un eficaz consejo, una inspiración segura?

Es terrible ser hombre en medio del tiempo y del espacio, con la nada detrás y la nada delante, atenido a tus propios recursos y creyendo llevar en la valija esa espada que se titula libertad. ¿Libertad cuando te nacen donde y cuando quieren? ¿Libertad existiendo como existe la cosa llamada muerte? ¿Libertad cuando estás atado a tus instintos y a tus sentimientos? ¿Libertad cuando tu guía es una razón que no puede negarse a comprender su objeto?... Pero tienes que caminar hacia algún horizonte, convencerte a ti mismo de que tienes un destino y lo buscas y persigues, repartir los seres en amigos y enemigos, separar en dos haces la luz de la sombra, decidir qué amas y qué odias, no por otra razón que al parecer se espera de ti que lo hagas... Mientras los ojos de tu gente, atentos como perros ansiosos, te siguen en cada paso que das, en cada inútil decisión que tomas, en cada gesto que comienzas, en cada ademán que concluyes...

Depositan en ti tanta confianza que acaban creyendo (ellos, nunca tú) que tu mano decide cuándo el eterno movimiento rompe por fin la nadedad indeterminada para que se empiecen a gestar las cosas, que pones en marcha el clinamen mecánico y espiritual que rasgará la cortina de átomos para convertir la vastedad en mundo. Y tú sabes que tu mano no hace nada, que gesticula de cansancio, para cambiar de postura, para apartar de los ojos la mosca de la ignorancia, que su gesto no es un gesto, que no crea ni destruye...

Finges meditar largamente, pero lo que pasa es que tienes miedo a levantarte porque sigues sin respuesta y no les puedes encaminar hacia dirección segura, ni acallar sus angustias, naturalmente la estrella no te ha dicho nada. Dejas que la noche escape silenciosa entre tus dedos, perezosamente te incorporas con la aurora fingiendo salir de trance profundo, lanzas la mano luego hacia cualquier punto de la rosa de los vientos, qué más da, el destino espera en todas partes, coges tu báculo y seguro y decidido marchas hacia la nada seguido por toda tu gente, al fin tranquila porque la estrella te guía... Y quizá sí te guía, quién dice que guiar sea otra cosa...

A nadie engañas, ni siquiera a ti mismo, desde luego no a tu gente cuyo camino sigues, cuya aventura compartes, a cuyo horizonte mismo te diriges, bien que por honradez nunca te ampares en la estrella para acallar rumores de desatino o pérdida...

Ya estamos perdidos cuando la honda nos lanza desde el nacer a la muerte. Ya el hondero que nos arroja es ciego y manco y no distingue los rumbos.

Y de nada me sirve a mí el truco infantil con que trato de amansar mi angustia: hacer de mi alma trocitos pequeños e irlos sembrando para saber luego el camino recorrido, y quizá poder desandarlo hacia un puerto anterior que tampoco fue refugio. De nada me sirve, porque los buitres de cristal del tiempo se abaten ferozmente sobre ellos y los picotean y borran todas las huellas. El único resultado de tan ingenuo expediente es que yo me quedo sin alma, sin alma, sin alma, poquito a poco, trocito a trocito, miguita a miguita, y quizá que los buitres de esta región estén más gordos y sean más transparentes de lo habitual.

Si vagas solitario por el mundo y no perteneces a ninguna tribu ni sigues a nadie que se guíe por estrellas y, recorriendo bosques o valles remotos y olvidados, acaso encuentras, caminante amigo pero desconocido, pequeñas piedras de zafiro de alma, sírvete recogerlas y ponerlas aparte por si se tercia que nuestros caminos se crucen y puedo comerciarlas contigo. O quédate sin más con ellas para un dije o un exvoto piadoso. O, si tan humildes y pequeñas te parecen que no crees que compense el trabajo de agacharte a recogerlas, al cabo tampoco está mal que las vayan tragando los buitres del tiempo, es el destino final de almas como la mía, gastadas y quebradizas, almas que mucho han mirado las estrellas desde la yerba negra de la noche, y mucho han preguntado por los seguros caminos, y mucho han esperado imposibles respuestas.  Cuando un alma se diluye en esos menesteres, luego ya no sirve para engastarse en la lija de pulir los diamantes de la esperanza.

 

***

 

Quizá no piensas morirte, estrella... Se me ha informado de que solamente los hombres pensamos eso, lo cual nos distingue de las bestias, de los dioses y de las estrellas (y de la estúpida muerte, que se cree inmortal). Pero te apagarás un día, tiene razón el poeta, antes o después tu luz se derretirá en las tinieblas. ¿Que tampoco eso será para siempre, dices?... ¿Que así como el hecho milenario de que las tinieblas se sigan derritiendo en tu luz se acabará cuando tu luz se derrita en las tinieblas, igualmente se acabará acabando el que la luz se derrita en las tinieblas y volverá de nuevo la tiniebla a derretirse en tu luz?... ¿Que todo da la vuelta y la vuelta da también la vuelta y el fin es el principio? ¿Quién te lo ha dicho, estrella, alguien que lo ha visto y lo sabe? ¿Lo sabes tú misma? ¿Qué vez es ésta o no se cuentan las veces porque no tienen ni fin ni principio ni principio ni fin? ¿Lo sabe la muerte?

O tal vez que una estrella se apague no significa que muera. A lo mejor entra en otra vida diferente, convertida en astro oscuro ilumina oscuros caminos, sirve de oscura guía para oscuros destinos, o lo que es luz en este universo haz sea sombra en el universo reverso, y viceversa. Y siendo así, nunca mueras, de luz a sombra, de sombra a luz, cambiando simplemente para adoptar más cómoda postura, que respires hacia un lado o que respires hacia otro no significa que estés muerta. O ya lo estás, si acaso fuiste más brillante y eso que llamamos tu luz es simplemente sombra, ¡qué sabemos nosotros de sombra y de luz!, el tuerto es rey donde los ciegos.

Yo soy muy de tocar, estrella, incluso en lo abstracto comprendo mejor si lo palpo con la mano, no sé qué hacer contigo, tan remota y enorme, cómo te tocaría la piel... ¿De verdad abrasas? ¿Me quemaría la mano si quisiera cogerte con ella? ¿No cabrías? ¿Es solamente una simple cuestión de tamaño? ¿Tan grande eres? He leído que eres mucho más grande que el sol, pero el sol me cabe en la mano, a mediodía es poco mayor que mi palma, no lo toco porque ya sé en qué consiste, aburrido y derrochador expendedor de luces, pero a ti me gustaría tocarte, qué pena que estés tan lejos, yo casi no viajo, me conformaré con pensar en ti pero no deseo acercarme, ni siquiera preguntaré si alguna agencia organiza viajes de fin de semana para tocar a Aldebarán, si de verdad eres de sangre habrá que llevar guantes.

Es lo mismo, me voy a imaginar que estamos los dos tumbados al fresco en medio de la llanura, tu mordisqueando una paja, con las manos detrás de la nuca, yo sentado y sujetando mis rodillas con las manos. Me han dicho un millón de veces que no debo tocar a la gente, que las caricias son una cosa muy personal, que la cultura ordena otra cosa, que la mano no es el ojo, que la mano ofende... Así que lo haré despacio, mirando hacia otro lado, como si al hacer un gesto inconsciente se me fuese la mano y te rozara la piel... A ver qué pasa, a lo mejor no dices nada, ni te extrañas, ni lo notas... Como estamos juntos tumbados sobre la yerba... Y si te ofendes, pues qué le vamos a hacer... ¿No comprendes? Si no te toco no sabré a qué atenerme... Que ya estés  muerta, o que seas de sangre, o que me quemes la mano, cualquier cosa que te ocurra podré saberla si te toco. Mira estrella, me ha pasado así con otras cosas, hasta que no las toqué con la mano no supe de verdad lo que eran el amor, la paternidad, la amistad, el dolor, el olvido...

 

 

La máquina, sin preguntarme, inserta aquí una paloma. Ignoro si está siguiendo los esquemas tradicionales y se trata del símbolo de la paz, si es simplemente un icono aéreo, si se refiere a que estoy dejando volar demasiado mi imaginación... Ya he dicho en otro lugar que tiene una cierta iniciativa propia y que si trato de resistirme demasiado tiempo se venga cortándome la fuente de mi inspiración. No me queda más remedio, pues, que admitir el pájaro y en todo caso tratar de buscarle una relación con mi deshilvanado diálogo estelar.

¿Cobijado bajo las alas de una paloma podría acercarme a la estrella roja lo bastante como para tocar su piel, que era el tema de la página anterior (en la medida en que se me alcanza)?... ¿Que toda esperanza es pluma, vuela pero no aterriza, es traída y llevada por los vientos sin que alcance a controlar su destino?... Lo tengo difícil, el símbolo de la paloma no me dice nada, nunca me ha gustado, las palomas me parecen unos animales feroces, de sujeto y encadenado vuelo, siempre parrulando sin sentido, como hombres, sucias como hombres, estúpidas como hombres, ni siquiera se dan cuenta de que saben volar, igual que los hombres. No se me ocurre nada que justifique su presencia, la voy a quitar aunque la máquina se calle y tenga yo que terminar a mi modo (dios sabe cómo) este asunto. Lo que me hace pensar que en cierto sentido yo soy esclavo de la coherencia lógica, incluso haciendo literatura (y eso que me creo libérrimo y originalísimo) acabo por dejarme encadenar por el sentido oculto de las cosas, no acepto nada que no encaje en su lugar.

A la vista de la anterior consideración me detengo y echo una mirada sobre las páginas de EL SEGUIDOR que llevo escritas, pues tenía la impresión de que eran tan dispares y tan ‘suyas’ que no obedecían a ninguna consistencia ni a ninguna exigencia de sentido general. Incluso lo he mantenido así, me parece, en la nota introductoria. Y ahora resulta que no, que cuando se trata de admitir algo que, de verdad, no viene a cuento, me resisto. ¿De verdad me resisto? ¿De verdad no viene a cuento? De donde otro mito que cae es que escribo para mí mismo y para media docena de míos próximos, pues de ser así me importaría un pito la incoherencia, pero me temo que todo esto significa que algo en mí escribe para ¿para quién?... ¡¿Para la posteridad?!... ¿Realmente estoy tan interesado en la coherencia que si un tema no viene a cuento, o no encaja o es irrelevante, de otro nivel, pueril, inadecuado, lo borro, lo rompo, como un adolescente que tiene siempre en el fondo-horizonte de su mente el ‘gran público’ al que destina su exquisita literatura?

¿Quito o no quito la paloma? ¿Qué harías tú, estrella? Tengamos presente que, desde luego, no viene a nada, aquí no tiene sentido, es un dibujo prefabricado que está incluido en el programa, lo mismo podría haber insertado un guepardo o el dibujo de un lápiz o de una locomotora. Además, no he sabido hacer del asunto, remontando el vuelo como el propio pájaro intenta hacer, un elegante anexo bien sea poético, bien filosófico, a mi trabajo. Certifico para quien lo lea (se me escapan estos detalles) que esta página no tiene nada que ver, el propio Aldebarán la retiraría del conjunto, no digamos el vasco. Pero por otro lado llevo bastantes días hablando con una estrella gigante roja que está a muchos miles de millones de kilómetros y que se aleja de mí a 57 kilómetros por segundo (de mí o del sol, viene a ser lo mismo), por lo que un despropósito más no será un despropósito porque estará entre muchos otros y resultará un a propósito. Así que no sé qué hacer, se me va acabando la página y no tengo decidido el camino a seguir, la estrella no me guía ni responde, ni siquiera imagino cuál pueda haber sido la intención de la máquina al insertar ese dibujo. Como no sea que la paloma y yo estamos lo mismo, aparentemente levantando el vuelo, pero pegados a esta hoja llena de letras que nada significan, intentando alzarnos hacia elevado destino, pero enfangados en un charco barrinoso de palabras y palabras, hablando como para las estrellas pero con voz que no se libera desde la fibra machacada y encolada, ícaros de papel cuyas alas nunca arderán al rojo fuego de aldebaranes remotos...

 

***

 

DIGRESIÓN

 

Obligado a releer, por motivos que se explican en la página anterior, las diferentes partes de este trabajo, noto que me he ido separando del autor del poema, lenta pero implacablemente. En las primeras hojas era frecuente la cita, incluyendo el nombre completo, Miguel de Unamuno, y referencias explícitas a sus tesis filosóficas. Han ido desapareciendo, como si el diálogo entre la estrella y yo, antes indirecto y a través del intérprete unamuniano, se hubiese vuelto directo e íntimo, deliberadamente excluyente del rector de Salamanca. Rectifico ahora, no deseo dejar fuera de esta conversación a don Miguel, pensador y poeta de gran cercanía a mi propio sentir, especialmente en estas líneas del poema que comento. Quizá se deba a que nunca escribo (pienso) bajo la guía de explorador ninguno, este trabajo ha nacido de una casualidad que es al tiempo una imposición, no suelo llevar compañeros de viaje y por un momento me he olvidado de tan egregia e interesante presencia, máxime si se piensa que tengo todo el rato el cuello forzado para mirar a la distante estrella o hacer bocina con la mano tratando de entender sus palabras. Y aunque es nueva para mí esta experiencia de caminar al lado de otro pensador en los surcos de la escritura, Miguel de Unamuno respira conceptos tan densos y palabras tan atrevidas y bellas que de ningún modo pretendo monopolizar yo solo el monólogo, al contrario: monologuemos los dos con la roja luminaria, e incluso recordemos de vez en cuando que vamos juntos. Como de los tres uno está muerto (dos quizá, es suceso discutible, dentro de algo más de 50 años os lo diré de cierto), pongan los otros dos la parte que al ausente corresponda.

Para probar con hechos mi buena disposición hacia el viajero quemealque acompaño, recordaré que sus palabras ‘ruedes sin fin y para fin ninguno’, devuelven a mi memoria ecos de gran interés filosófico, como no puede ser por menos cuando habla, aunque sea para finalizar una estrofa, poeta de tan alto contenido ideal. Rodar sin fin, ‘rodar’, viejo tema es al que sin embargo se vuelve y se vuelve (¿rodando?) cuando de postrimerías se habla, pues nos resistimos a dejar de...volver. Y recordemos, pues, que todos los cauces que dan al hombre la ilusión de un renacimiento postrimero fueron recorridos afanosamente por Miguel de Unamuno, buscador incansable de recuperaciones del alma, enmarcada ésta de aquí en un bello juego de conceptos contrapuestos. ‘Fin ninguno’, ‘para’ fin ninguno, casi un desafío al viejo Aristóteles, que sólo descansaba tranquilo cuando el tema a tratar encajaba por fin en la red de las causas finales, es ahora lanzadera que va (rueda) y viene (sin fin) y va (para) y viene (fin ninguno). Estás lanzada, estrella, estamos lanzados nosotros, a rodar y todo rodar carece de sentido pues no se propone fin o meta, pero en el seno de nuestro corazón creemos caminar hacia un horizonte, un ‘para’ algo, que dé sentido a ese camino circular, a esa prisión redonda... sólo que para fin ‘ninguno’, de nuevo la rueda implacable se apodera del acto y nos devuelve a la sinrazón y a la desesperanza. Miguel de Unamuno pretendió conscientemente tejer su doctrina (al menos en ciertos temas de su antropología, no tanto en la profunda teología que culmina sus tesis existenciales) como un vaivén de hilo que se acerca al tope de la esperanza para ser repelido por el mazo hacia el tope opuesto de la desesperación, y volver y volver a volver, en proceso que, dicho así, parece carecer de sentido y recuerda el loco vagabundeo del viento, pero que, sito y activo en la máquina del tiempo, acaba por dar un tejido denso como resultado. El vivir existenciado de Miguel de Unamuno en ese telar se teje, no otra cosa es vivir que venir de la esperanza para ir a la desesperación, y poder luego regresar de la desesperación para volver de nuevo a la esperanza. Igual que nosotros, la estrella rueda en la noche como araña que urde redonda tela para atrapar en ella ¿qué?... Hermosa es también la respuesta que entre los tres, la estrella, don Miguel y yo, hemos preparado: el sentido de la vida, su sinsentido.

 

NO FUE DIGRESIÓN, RESULTÓ PARÁFRASIS

 

***

 

Este hecho nocturno de la Tierra

bordado con enigmas,

esta estrellada tela

de nuestra pobre tienda de campaña,

¿es la misma que un día vió este polvo

que hoy huellan nuestras plantas

cuando en las humanas frentes

fraguó vivientes ojos?

¡Hoy se alza en remolino

cuando el aire lo azota

y ayer fue pechos respirando vida!

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

Hemos llegado a los versos que, a mi juicio, son los más bellos del poema, su cumbre, tanto si hablamos de la carga intencional, como del ritmo, como del simple lenguaje mismo, pero especialmente las imágenes que evocan, lo que implican y explican.

Un día nos alzaremos en remolino cuando el aire barra la superficie del suelo, esto que somos, los elevados pensamientos, las emociones sagradas, en remolino el cariño que sentimos y el denso odio de plomo del que casi es imposible pensar que vaya a desgastarse. En remolino el proyecto que nuestra ambición acaricia, la nostalgia que nuestro recuerdo conserva. En remolino nuestra oración y nuestra blasfemia. En remolino ese hondísimo amor que sella con troquel indeleble el rostro de los seres amados, de nuestras compañeras y de nuestros hijos, en remolino la esperanza, el tiempo en remolino que el aire levanta cuando azota displicente la superficie pelada de la noche.

Y mirará la estrella con su ojo impasible de sangre todo lo que fue y ya no es, lo que nunca fue y sigue no siendo, lo que pudo haber sido y continúa inexistente y a la vez posible, posible y a la vez inexistente.

Vivientes ojos en humanas frentes, ojos que vieron primaveras de esplendor y perfiles amados, y se abismaron, tal vez, en la noche en medio de ese mar de estrellas sin saber hasta dónde, hasta cuándo. Y hoy nuestros pies pisan ese polvo, o quizá yace en el fondo de mares que en aquel tiempo ni siquiera existían, el curso de las cosas, su cambiar, es fuente de asombro nostálgico, de incomprensión melancólica.

La lección del tiempo es tan espesa que nunca circula fácilmente por las venas de la razón, no acabamos de entenderla, de admitirla, nunca estamos a punto para poder examinarnos de ella. Es tarde y es pronto, pues estamos al final del tiempo en relación con la esperanza, al principio del tiempo en relación con la vida, somos contemporáneos de una estrella que no tiene historia, a la vez somos y somos polvo, vivimos y nos azota el viento en leve remolino, venimos desde el horizonte final y nos dirigimos al horizonte principio.

En las noches de insomnio y de terror, cuando los fantasmas del sinsentido, de la muerta justicia, de la desorientada esperanza asaltan en tropel las vísceras inermes del alma asustada, esas palabras que convierten el ayer remoto en hoy miserable y el hoy miserable en mañana polvoriento, palabras de ceniza y de pulvis es et in pulvere reverteris, resuenan en el vacío de nuestro corazón como ecos inmensos, capaces por el solo poder de su reverberación imponente de quebrar en fisuras los sillares de la trabazón basal del alma, de mover las masas que componen los mundos deshaciendo su equilibrio y reduciendo a escoria la luz de los soles.

 

***

 

Por eso he podido yo llegar a explicarme a mí mismo páginas como éstas: es con ellas con lo que dreno mi alma de terrores, es así como lloran mis ojos que no saben llorar, como suavizo las heridas de la tristeza y extiendo un bálsamo de palabras sobre la piel de mi angustiado espíritu, mientras procuro caminar con cuidado, no quisiera pisar sin respeto ese polvo que fue antes alma.

 

***

 

TESIS

Ya vivía la estrella cuando remotos antepasados en la noche de los tiempos respiraban ilusiones y alzaban los ojos hacia ella preguntándose por su misterio y su historia.

Y vive la estrella ahora que yo, solitario en la noche, contemplo su historia y su misterio, roja de herrumbre, como si el filo de la sombra estuviera llenándose del orín del tiempo.

Tantos siglos entre lo uno y lo otro obligan a concluir que son distintas estrellas, luces diversas, sangres diferentes, pues aquellos vivientes ojos y estos míos se distancian un millón, dos millones, tres millones de vidas, de años, de cielos, de misterios.

Tienen que ser distintas.

 

***

 

ANTÍTESIS

No puede una estrella ser otra estrella, cada estrella es ella misma en una individualidad tan absoluta que los dioses ponen en hora por ellas el reloj de sus propias identidades: los dioses son cada quien cada quien porque cada uno es la perla de un astro diferente, no iba a ser como los hombres que tenemos almas distintas...

Por eso la estrella tiene que ser la misma ¿Que ha pasado el tiempo? ¿y qué es el tiempo? ¿Cómo haría el tiempo para convertir un astro en otro diferente, astros que son rojos rubíes y zafiros azules y que no se dejan cambiar ni siquiera por él, señor todopoderoso de los cambios?

Cuando el rojo Aldebarán fue encendido en la noche, era la misma estrella que ahora me contempla. Mi remoto antepasado y yo somos el mismo también, vale para la vida de las almas la rígida inmutabilidad que vale para los cristales.

 

***

 

SÍNTESIS

He sentado frente a mí a ese antepasado del principio de las cosas y nos hemos mirado a los ojos: no somos el mismo, él respira unas esperanzas y yo navego otros recuerdos; él apacienta unos horizontes mientras yo calculo diferentes proyectos. Él ama cosas que yo ni siquiera sé que existen, y cuando me las ha contado despacio, como se habla a los niños muy pequeños y torpes, sus palabras no se hilvanaban entre sí, no concordaban en género ni en número ni en historia, a mí me sonaban como palabras venidas de idiomas diferentes, parecían sustantivos-águila y verbos-libélula, adjetivos-esmeralda y adverbios-ébano, no se podía hablar con ellos.

La estrella es la misma y nosotros somos diferentes, lo que pasa es que el tiempo no existe, la solución es ésa. Mi antepasado y yo, separados por un millón, dos millones, tres millones de vidas, somos contemporáneos de la misma estrella, existimos en su misma dimensión, el tiempo es otro de esos rumores que los dioses emiten de cuando en cuando para que perdamos el rumbo y no les encuentre nuestro pecho vengador.

 

***

 

ALEJAMIENTO

Nunca se debe empezar haciendo el mar que luego debe navegarse. Al revés, las cosas deben hacerse al revés: primero navegar el mar, luego crearlo. Pues te arriesgas a que ese océano, ya vivo y bullente de corrientes y de historias, tenga luego voluntad y alma, propósito y recuerdo, y no se pliegue dócilmente a los caprichos de tu viaje, a las narraciones de tu fantasía.

Si primero creas la estrella y luego hablas con ella, cuando menos lo esperes te responderá, querrá saber quién eres, discutirá la tesis de que pretendas ser su creador, tendrá objetivos propios en los que no estarás incluido, insistirá en amarrar en puertos que tú ni siquiera deseas costear.

Si primero diseñas tus dioses y luego les rezas y adoras, querrán que los consideres providencias y misericordias, exigirán liturgias, impondrán sacerdotes, decidirán destinos, ni siquiera podrás tener tus propios remordimientos: ellos dirán qué normas están vigentes y cuáles de tus actos han de ser tus pecados.

Por eso hice a mi tribu antes que a sus dioses, los cobijé bajo un manto nocturno vacío de estrellas y los lancé a navegar sobre la superficie de un mar que no tiene existencia. Son felices con una felicidad que todavía no he terminado de dibujar en mi tablero de diseño, se aman con un amor que tengo, sí, en catálogo, pero que permanecerá aún largo tiempo en la lista de espera, aún debo edificar sentimientos previos, amistades, cariños y otras ternureces. No que esté la vida para que ellos la vivan: que vayan ellos viviendo mientras la vida espera su turno, no quiera luego exigirles no sé qué autenticidades que ni siquiera pienso incluir en sus especificaciones (si es que la hago, que me lo estoy pensando). Primero les daré hijos y luego, ya veremos, quizá la paternidad; primero les daré historia y ya veré qué hago si les entrego el tiempo. Y así con todo. Mal asunto es hacer al revés las cosas.

Y el tema no es tan raro: aprendo de mí mismo. Confundido por el engañoso tiempo en esto de las secuencias del antes y del después, primero tuve amigos y luego la amistad, primero estaba ella y luego el amor que le tengo, primero fueron los hijos y luego mi cariño hacia ellos... todo al contrario. Ahora los amigos quieren que mi amistad sea bajo sus formatos, ella me pide un amor del que tengo, quiera o no, que copiar los perfiles, mi hijo va por libre haciendo de hijo a su modo, el diseño de hijo que yo tenía no me está sirviendo ni para empapelarme los gabinetes del corazón y de sus inútiles ternuras. ¿Por qué?... por hacer las cosas al revés, por empezar por el final y terminar por el principio, cuando lo suyo es hacerlas al revés del revés, terminando por el principio y empezando por el final.

La próxima vez que viva, tú serás esta mierda y yo será la estrella. Vas a ver.

 

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