EL
SEGUIDOR EL SECUAZ
de Miguel Cobaleda
Paráfrasis libre del poema
ALDEBARÁN
de Miguel de Unamuno
REGISTRO
DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL: Nº 647
15-ENERO-1997.
DEPÓSITO
LEGAL: S-196-1998.
ISBN:
84-89005-18-4
EXTRAVÍO
El
torrente de palabras,
no
sé bien si será la muerte
o
ha de ser la vida
quien
lo pare.
Porque
ignoro
si
se sustenta en el vivir
y
del vivir adquiere
energía
y sentido,
de
modo tal que la sombra
y
sólo ella
es
quién a detenerlo.
O
si es sustitución de vida,
miedo
a vivir,
si
representa el temor
a
decir y decidir
y
organizar los actos
del
ir y del venir,
y
entonces si un día
por
fin la vida se abre paso
cesará
para siempre
esa
torrentera.
Los
que somos hombres
de
palabra y palabras,
y
del hablar hacemos
el
acto definitivo,
a
veces no sabemos callar
o
no podemos,
y
estamos con la palabra a medias
entre
dos luces, esperando
que
venga el silencio
a
imponer sobre nosotros
el
manto de su misericordia.
Y
más todavía si el torrente
carece
como el mío de sentido,
y
dice cosas que yo no digo,
e
inventa palabras que yo no entiendo,
y
deshace en la nada
mis
propias voces.
No
sé cuándo empezó su ritmo,
qué
desencadenó sus ecos,
quién
habla por mi boca
y
por mis dedos,
qué
se propone ese quién
y
qué objetivo,
mucho
más terrible y más alto
que
lo que yo pueda sospechar
o
querer,
busca
en medio de mis zozobras
y
se deshace en voces
en
mi lengua.
Pero
fuere cual fuere ese quién,
ese
qué
-también
ignoro
su
naturaleza y esencia,
si
dios o demonio o ancestro
o
eco profundo
de
la sangre y de la tierra-
y
aunque habita en mi alma
sin
hacerme caso,
misterioso
vecino de espíritu,
realquilado
en mí
o
yo en su casa,
con
derecho a palabra,
con
derecho a silencio,
he
llegado a sentir su presencia,
pared
por medio,
en
el rincón de al lado,
y
quizá ya sin él
me
sentiría solo,
aunque
no soy él ni él es yo,
ni
siquiera hablamos
ni
nos conocemos,
ni
al bajar a veces
juntos
la escalera
del
corazón que compartimos,
nos
saludamos con afecto,
pues
somos vecinos
pero
no somos amigos.
Con
que ya sabes, estrella,
que
desde mi ventana,
con
mi voz y acento,
a
tu encuentro salen palabras en torrente,
pero
no me contestes a mí
como
si fuese
yo
quien te habla.
Habita
en mi alma otro espíritu
que
tiene voz donde yo silencio,
un
sentido que a mí no se me alcanza,
propósito
que no es mío,
y
ése te interpela
sin
que yo pueda matar (quizá no quiero)
su
voz mi voz nuestra voz, no sé, estrella.
PARÁFRASIS
Pero aún sigue
estando sin citar la expresión ‘palpitante de misterio’, que termina ese
momento del poema que nos sirve ahora de referencia. ¿Palpita el misterio? Es
decir ¿solamente la vida es misteriosa, no es misterioso el cristal? ¿La luz?
¿La oscura señora de la nada? ¿El tiempo que
golpea rítmicamente la existencia, pero que sólo en atrevida metáfora
podría decirse que palpita? ¿El anchuroso, infinito, finito, redondo e
inexistente espacio? ¿No es misterioso el mar que el viento, el calor y la luna
agitan pero que nunca palpita porque es una muerta gota infinita y salada? ¿No
es misterioso el sol, ardiente de aldebaranes de fuego, inmenso carbón, hacedor
de vida pero muerto y sin conciencia?
¿El zafiro de
transparencia azul, la esmeralda que al zafiro envidia su color, el rubí, sea
engastado o no en la divina frente, el dorado topacio, la orgullosa mica que
sol se cree por reflejar sus luces, no son misteriosos? ¿Lo es más una yerba
rumiada y escupida o cagada? ¿Lo es más la estúpida vaca que en rumiarla,
escupirla y cagarla agota su identidad y su destino? ¿Más lo es el descerebrado
imbécil que ama el tener y pone su orgullo en sus perros, sus vestidos, sus
yates, sus mansiones, sus doblones? ¿Más que la vaca, que la yerba, que el mar,
que el sol, que el cristal?
Además, no tengo
claro que el misterio palpite, no sé en qué consiste el misterio, valga la
paradoja de la expresión, no sé a qué se llama misterio, acaso a lo que no
comprendemos, tal vez a lo que no puede ser comprendido; quizá a lo que no
sentimos, o quién sabe si a lo que no se puede sentir. Lo remoto, lo demasiado
cercano, lo inmenso, lo mínimo, aquello que dura más que los soles, lo que dura
menos que un suspiro, el tú más ajeno, el yo más íntimo... Misterio, fuere cual
fuere su definición, es todo, se encierra en todo, lo contiene todo. Porque
cuando la creadora razón del hombre todo lo produce, lo estructura de tal
complejo e infinito modo, que luego nunca lograr recorrer hasta el final el
hilo de su propia telaraña, y siempre más allá de la opaca transparencia de las
cosas ¿late palpita vive? el misterio.
Ya en otra zona de
este trabajo hemos recurrido a la definición del ‘misterio a plena luz’, pero
digamos por fin que se trata de la atracción de las paradojas, y que la frase,
más allá de su belleza formal, poco significa, pues si lo invisible lo es, poco
importa que sea por defecto o por exceso de luz, que traspase por encima o por
debajo el umbral de percepción del ojo humano. Lo que ocurre es que el ojo
humano, siendo como es patrón de lo visible, decide y marca la visibilidad y la invisibilidad.
Y la razón marca lo
misterioso.
Esta frase última,
que deliberadamente separo en línea aparte, preside el sentido general de todo
lo que estoy diciendo. La razón humana es creadora de lo que hay, y si hay algo
misterioso, palpitante o no, a plena luz o a plena oscuridad, misterio es lo
que la razón decide, lo que ella quiere considerar misterioso, poner a la
espalda de sí misma, encerrar en una crisálida opaca a sus propios rayos, quizá
como ejercicio, como descanso tal vez, a lo peor como juego ¿quién sabe por qué
hace lo que hace la señora de las cosas?
***
¡Tú sigues a las Pléyades,
siglos de siglos,
Aldebarán,
y siempre el mismo trecho te mantienen!
[‘Aldebarán’ de Unamuno]
***
¡Maldita
consideración de la distancia, por qué habrá tenido que hacerla!
¿No
sabe acaso
que
el horizonte del hombre y el hombre
siempre
guardan la misma distancia?
¿Ignora
que el destino consiste
en
marcar ferozmente las distancias?
¿Nadie
le ha dicho que la muerte
nunca
se distancia más de lo marcado del origen y principio de la vida?
¿Que
la luz siempre mantiene la misma distancia
porque
mantiene de ella la misma distancia
siempre
la
sombra?
¿De
qué sirve saber, de qué sirve ignorar si la razón
siempre
está a la misma distancia de la locura?
¿Acaso
no siente, siempre a la misma distancia,
los
perros del recuerdo y del olvido, acaso
no
sabe que la memoria es una distancia marcada, siempre la misma, la misma
siempre
y
que el amor y el odio son distancias
en
el palo de marcar los panes que el alma se come cada día?
Mismo
trecho mismo espacio misma diferencia
distancia
misma
expresiones
de pánico y horror, debería el poeta
haberse
cortado la lengua
del
alma
antes
de pronunciarlas,
misma
distancia,
nadie
sabe de ellas dos
cuál
es la peor, la más traidora, la más vengativa y siniestra,
si
distancia o misma,
si
misma o distancia,
o
si son la misma,
la
misma distancia.
Mi
amada y yo y yo y mi amada en la distancia estamos, con el amor sin atreverse
a
dar el salto,
mi
tristeza y mis lágrimas,
mi
sonrisa y mi alegría,
sin
nunca pasar el trecho, siempre el mismo trecho,
siempre
la misma distancia,
a
saber cuándo los metros
van
ser todos destruidos, cegados, cortadas sus lenguas maldicientes, callados para
siempre,
y
si el siempre
va
a alcanzar por fin un día
a
los nuncas que le siguen jadeando
en
la raya que trazan la luz y la tiniebla,
siempre
del mismo grosor,
siempre
la misma, la misma línea, la misma distancia, la misma, ojalá el poeta. La
misma.
Del misterio al
jeroglífico algo ganamos, que al fin éste podremos descifrarlo, a pesar de lo
que dice el poeta, si poseemos la piedra traductora que nos guíe y sabemos usar
debidamente la creativa luz de la razón. Que nada es para ella indescifrable,
esté escrito en los cielos o no, y ruede o no ruede en el aro de noria de que
la Tierra es pozo.
Cifra de todas las
cosas es la propia razón, remitente y destinatario de todo mensaje cifrado,
código de partida y código de máscara, sentido original y sentido definitivo.
Y los mismos dioses
esperan que la razón les comunique el significado de los signos que sus manos
han trazado en la bóveda celeste.
***
Y que los siglos
cambian ¿cambian?... ¿Qué cambian? ¿Tan sólo ellos mismos, unos por otros, el
nombre de un número por el de otro número, de modo que a la postre no sabemos
si han cambiado los siglos, los números o solamente los nombres?
¿Cambian las cosas
llevadas a novedad por el cambio de los nombres, o el de los números, o el de
los siglos? ¿Se hacen otras? ¿Se vuelven las mismas? ¿Es el cambiar los tiempos
el irse haciendo cada cosa lo que es, volverse a su ser, llegarse a sí misma?
¿Y con los siglos y
las cosas cambian los hombres? ¿Es cambiar el nacer? ¿Cambian cuando la muerte
los ama?
¿Ha cambiado algo
desde que el huevo del mundo estaba todavía cerrado en sí mismo?
***
Pero si el cambio
es incierto, ciertamente incierta es la fijidez que preside ese cambio, a mí
los antiguos sabios que hablaron de estas cosas, a mí los heráclitos y los
parménides, a mi defensa acudan los que conocieron estos conceptos en la
desnuda virginidad de su nacimiento... pues feroz me resulta la mirada que
ahora me dirigen, y ni con la fijidez ni con el cambio quiero enfrentarme
desarmado y solo.
***
Estos mismos lucientes jeroglíficos
que la mano de Dios trazó en el cielo
vió el primer hombre,
y siempre indescifrables,
ruedan en torno a nuestra pobre Tierra.
Su fijidez, que salva
el cambiar de los siglos agorero,
es nuestro lazo de quietud, cadena
de permanencia augusta;
símbolo del anhelo permanente
de la sed de verdad nunca saciado
nos son esas figuras que no cambian,
Aldebarán.
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
Las cadenas de
permanencia otro tema son, otro tema... No se habla ya de la quietud, del
cambio, sino de permanecer atado. Y yo no sé si quiero... Me parece que quiero
permanecer (aunque no estoy seguro totalmente) ¿pero atado? ¿Atado a qué?
¿Atado al tiempo?... No, al tiempo no, es un estúpido sayón que no ha sabido
interpretar las órdenes, que con miope y terca ceguedad de piedra se obstina en
mantener un cauce estéril, sin permitir que el espíritu recorra las líneas del
futuro como las del pasado o del presente.
¿Atado a la
vida?... No, a la vida no, es redil para sumisos tenedores de objetos,
respiradores de alientos sin alma, pastueños de praderas quemadas, barro seco y
reseco, estoy harto de estos estúpidos rebaños de necios, ya no puedo más, no
quiero estar atado a ellos.
¿Atado a la
felicidad?... Nunca he podido entender del todo esta susurrante palabra, ignoro
si se esconde algo tras ella. Me parece que no quiero estar atado a la
felicidad, incluso si es la felicidad, me parece que no quiero...
¿Y atado al amor?
¿Quiero estar atado al amor?... pero es que al amor no se puede estar atado, el
amor es libertad y felicidad y vida y tiempo, el amor es el ser y la luz y la
esencia del alma, la fuente donde el alma se bebe a sí misma. Si se trata de
estar atado, si vale con el amor esta palabra, entonces quiero estar atado al
amor.
Cadenas de
permanencia... me gustaría saber cuánta permanencia aguanta el espíritu del
hombre antes de morir, de morir morir, de morir para siempre.
¿Después del ciclo
de un universo sigue otro ciclo de otro universo? ¿Y después de un ciclo de
ciclos otro ciclo de ciclos?
¿Durante cuánto
tiempo?
¿Estamos atados al
tiempo con alguna cadena de infinita permanencia?
***
¡Qué difícil me ha
sido siempre, como si yo fuese un hombre, decidirme entre la libertad y la
obediencia...!
Seguro, sé que la
libertad es maravillosa, lo mejor de que puede disponer el hombre, incluso el
hombre humano. Es la que te hace dueño de ti mismo, la que rompe ligaduras y
límites, la que abre horizontes y auroras, la que permite al hombre el único
sueño tranquilo que le es dado sentir.
Con la libertad no
tienes que esperar el parecer de otro, ni seguir el capricho ajeno, no tienes
que dar explicaciones ni, por lo tanto, buscarlas.
Pero es la vez tan
seguro y cómodo sentirte caliente y protegido en el redil cuando la fiera y el
hielo acechan afuera... Es tan grato sentir que las consecuencias son propiedad
de otro y las responsabilidades se borran... La obediencia es la única que le
permite al hombre el único sueño tranquilo que le es dado sentir...
[¡Cuidado!: esto ya
lo he dicho antes en el argumento contrario... ¿acaso no es posible un sueño
tranquilo?... ¿Qué libertad entonces, qué seguridad en la obediencia, se nos
están prometiendo?... ¿Es que seremos igualmente libres o igualmente esclavos
en cualquiera de los casos que podamos imaginar? ¿Es una elección fingida, un
truco, una trampa, un engaño, una mentira?...]
Quizá es que somos
libres para obedecer o libres para elegir ser libres de obedecer o de ser
libres para elegir obedecer. O así.
DESTRUCCIÓN Y EROSIÓN DE ESTRUCTURAS PARADIGMÁTICAS
No
se suelen tener en cuenta todas las dimensiones del genio de hombres como
Kepler o Einstein o Darwin o Pasteur, atentos como estamos solamente al
prestigio de sus descubrimien-tos o teorías, pero no a la totalidad de los
cauces que hacen posible sus realizaciones.
Puesto
que aquí estamos hablando con una estrella, acojámonos al ejemplo del astrónomo
citado. Kepler, además y por encima de sus maravillosas teorías astronómicas,
de sus cálculos precisos, de sus famosas leyes, hubo de hacer una tarea mucho
más meritoria, por difícil, importante y arriesgada. Pues tendemos a olvidar
que los creadores de doctrinas nuevas viven en el seno de doctrinas viejas,
como el resto de sus contemporáneos y, aparte de la hazaña de construir la
novedad, deben dar (ellos solos en su generación, pues sólo ellos comprenden el
necesario sacrificio) el salto en el vacío que supone arrancarse la piel de los
viejos conceptos.
Cuando
el asombroso y genial cosmólogo, ya elaborada la segunda ley, la más elegante y
comprensiva, que supone el entendimiento cabal de la mecánica celeste en su
dinámica general, enterado pues de la necesidad de un equilibrio entre la
inercia y la gravedad, sabedor de afelios y perihelios, de radiovectores y de
tiempos, debe aceptar la primera,
aún sin definir, negarse de una vez a la circularidad de los movimientos y
aceptar para siempre que la elipse es la cónica que reina en los astros, suda
sangre como quien se arranca la piel a tiras ¿por qué?... ¿Acaso no lo sabe ya
todo, claro en su razón y preciso en sus cálculos, indubitable y cierto? ¿Por
qué no borrar tranquilamente una figura, el círculo, para poner en su lugar
otra, la elipse?
La
respuesta a esta pregunta necesita imaginación, ponerse en el lugar de aquellos
hombres en aquellos tiempos. Que el círculo es perfecto y explica, simboliza y
supone la mecánica entera de los cielos no era entonces un simple criterio
matemático y cosmológico: era la piel de la creencia general y el cimiento
nuclear de sus conceptos. Respiraban, mamaban, vivían en y de esos criterios,
estaban en la base de sus comportamientos, eran lo indiscutible, el ‘por
supuesto’, el ‘naturalmente’, el ‘claro está’ de sus presupuestos, el suelo que
se pisa y sobre el cual se afirman o se niegan el resto de las existencias y de
las inexistencias. No es sencillo arrancarse del pecho ese pellejo inveterado.
Siempre me ha parecido más fácil inventar novedades que erosionar los viejos
queridos amigos antiguos conceptos.
Me
parece pavorosa la soledad de esos hombres geniales, porque es una soledad en
la nada, abandonados de toda posible comprensión por parte de sus
contemporáneos, asustados a la vez de su propia osadía, negados al consuelo de
una patria conceptual abrigadora y firme, vueltos de espalda a las propias
cosas (las cosas, no lo olvidemos, son construcciones de la vieja teoría) y
flotando en una oscuridad en que la luz no habita, pues la nueva luz que ellos
encienden ilumina hacia el futuro, pero deja en sombra la mano y el ojo que la
diseñan.
Así
ahora yo, despojándome de la piel al arrancarme ese concepto de justicia, que
sé que es fantasía inerte ya, pero que es todavía el aire que respiran mi
esperanza, mi salud mental, mi confianza en el tiempo. ¿Y para qué? ¿Para qué
novedad más iluminadora que pugne aún por salir del huevo?... Pues a veces las
viejas ideas mueren sin dar a luz ideas nuevas porque nada hay mejor que ellas,
más alto, más eficaz o más verdadero. La justicia, desapareciendo por fin de la
faz de la tierra, no deja heredera más ardiente, y ahora que las nuevas
generaciones, ni siquiera en aras de su confiada juventud, logran entender la
belleza de tan hermoso concepto, me pregunto yo y te pregunto a ti, estrella
viejísima que has visto tanto, si podremos disfrutar de la luz y de la vida sin
esa justicia que nunca existió, ahora que ni siquiera esperamos que exista.
***
De vosotros, celestes jeroglíficos
en que el enigma universal se encierra,
cuelgan por siglos
los sueños seculares;
de vosotros descienden las leyendas
brumosas, estelares,
que cual ocultas hebras
al hombre cavernario nos enlazan.
Él, en la noche de tormenta y hambre,
te vió, rubí impasible,
Aldebarán,
y loco, alguna vez, con su ojo en sangre,
te vió al morir,
sangriento ojo del cielo,
ojo de Dios,
¡Aldebarán!
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
De que estamos
enlazados al hombre más antiguo poca duda cabe, pues somos ese hombre, seguimos
siendo el mismo. Engañados por unos cuantos chismes de ingenua mecánica que
aguzan el ojo o el oído, agrandan la distancia a que llega nuestra voz o nos
permiten contar con otros dedos inhumanos la cuenta de los días, hemos pasado a
creer que estamos llegando a algún sitio en nuestro eterno viaje, cuando basta
mirar hacia nosotros mismos para comprobar que andamos en círculo y no nos
hemos alejado, sí de lo que teníamos, no de lo que éramos. Y lo que tenemos no
es lo que somos.
Si miro a mi
alrededor, en la caverna me encuentro, compañeros de caverna me acompañan,
seguimos sin saber por qué amanece, cambiar de creer que gira el loco sol a
creer que gira el loco planeta no es avance hacia un destino, es paso de noria
retrocediendo siempre hacia adetrás.
Fina y oculta puede
ser la hebra, pero corta desde luego, en el origen y el albor de los días
seguimos estabando.
El hombre
incansable que desayuna en un continente, come en otro y en otro tercero
duerme, de la cueva os digo que no ha salido, no anduvo por su pie la distancia
física, no cambió de ambiente, de compañeros, de mundo, las palabras eran
siempre las mismas, la veste que le cubre es un calco de la que viste a quien
deja aquí o a quien allí se encuentra. Y manan de los corazones del grupo, que
lo es y pequeño, los mismos tribales sentimientos. Tampoco él sabe el día de su
muerte ni le ha perdido el miedo a la sombra o lleva en bandolera el mando de
apagar dolores y borrar tragedias.
Y tal vez, como en
la rueda de noria haya perdido acaso el sentido del misterio, tal vez y quizá y
acaso y tal vez esté más dormido que el hombre cavernario, más apagado de vivir
y sentir, más lejos del significado de su mundo, más ciego y más sordo y más
oscuro.
Lo sabe supongo la
distante estrella, ella nunca adelanta a las huidizas Pléyades, tampoco
nosotros adelantamos nada, que vamos a donde venimos.
***
Rubí, contigo ya he
hablado, ya te expliqué varias veces la conjetura exacta de tu naturaleza, que
seas impasible ya no estoy tan seguro, ni los muertos como tú consiguen serlo.
¿Impasible?
Impasible soy yo
cuando del vecino la desgracia ni una mueca me produce. Cuando se me cuentan
las hazañas del tiempo y se me da un ardite mientras no se meta conmigo. Cuando
la muerte acaricia otros ojos y a mí me deja frío porque no son los míos.
Impasible es quien
lo es pudiendo no serlo, debiendo acaso no serlo, pero quien no puede padecer
por muerto y por escoria y por cristal y cobre ¿impasible?
Tu eres una piedra,
estrella, no lo olvides, un mineral elemental, sencillo, a quien un niño
travieso ha arrimado ascuas para verlo arder en la noche. Ni cuando te quemas
padeces, ni siquiera, fíjate qué ajeno estás a lo que importa, cuando padezco
yo, que lo hago a veces.
Y te prefiero así,
piedra, no soportaría verte fingir que me compadeces.
***
Y sí, también yo
creo que de las estrellas cuelgan los sueños seculares, no de otro sitio ni
cumpliendo otra función más eficiente.
Y que son
infinitos; si el infinito existe, ése es, la cantidad de sueños que el hombre
ha ido colgando de la luz de las estrellas en medio de la noche de su miserable
historia.
¿Podríamos contar
los sueños de felicidad que de las puntas cuelgan de cada astro inertes?
¿De amor, de salud,
de vida, de riqueza?...
No el éter
fantasmal que durante tanto tiempo buscaron: la esperanza fracasada es la
substancia que llena los ámbitos del universo, red de telaraña en que atrapados
quedan los soles, los dioses y los tiempos.
Eso es ser hombre:
ir de estrella en estrella colgando sueños a que su piel se seque al frío de la
noche hasta que sirva para hacer mortajas.
***
No escatimemos al
poeta su mérito ¡qué espléndido pedazo de poema acabamos de citar! ¡Qué
sonoridad y qué verdad y qué sentimiento!
Se escucha el
gemido del hombre cavernario, su pavor a la muerte, su absorta mirada en la estrella
de sangre, el grito nos llega desde la noche de los tiempos. Y le sentimos
próximo y su miedo es el nuestro y su asombro también nos enlaza y rodea. Todo
ello lo resume el poeta en 67 palabras como 67 piedras, como 67 soles
encendidos de sangre en la noche.
***
Y la noche nos mira
con sus ojos astros, tantos son que ni uno solo de nuestros gestos le pasará
desapercibido. La mueca del odio, de la soledad, del desprecio, cuando tumbados
en el insomnio recordamos ese soñar que llamamos vigilia. El gesto del amor, la
ternura inclinada sobre el rostro amado, el párpado húmedo de suaves delicias,
el pensamiento más leve y el sentimiento más ligero, todo ello vigilado y
anotado por los ojos de la noche, tantos son que no hemos sabido contarlos.
Pero entre todos
tú, Aldebarán, El Seguidor, estrella roja, piedra de cobre. ¡Qué no sabrás de
nosotros que nosotros ignoramos! ¡Qué recoveco interior de nuestras almas no
será, sin nosotros saberlo, reducto al que te retiras para descansar de tu
vigilia!
***
OJO DE DIOS
(Los dioses son ciegos)
***
¿Y cuando tú te mueras?
¿Cuando tu luz al cabo
se derrita una vez en las tinieblas?
¿Cuando frío y oscuro
-el espacio sudario-,
ruedes sin fin y para fin ninguno?
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
Una vez más mi
memoria regresa desde el futuro para traerme recuerdos de lo que nunca ha
sucedido, la soledad cristaliza a mi alrededor como estrellas de nieve que se
hicieran hielo al caer y posarse sobre mis hombros y mis cabellos. Me habéis
visto detenerme tantas veces así, en medio de la noche, para escrutar las
estrellas... y nunca os he dicho para qué las miraba, con qué secreto objetivo,
con qué arcana pregunta. Y sin embargo es sencillo, temo por los míos como
temen todos los hombres, porque no controlamos el destino ni conocemos el
futuro, porque no sabemos qué desgracias esconde la luz misteriosa de las
estrellas. Te tumbas en medio de la yerba negra para encararte con ellas, y
luego no sabes qué más hacer para asegurar la felicidad de tu gente. ¿Contarlas
una a una, aunque no sea posible? ¿Distinguir una entre todas y tratar de
seguirla? ¿Esperar hasta nunca a escuchar su latido, o hasta recibir la sombra
de un mensaje, un eficaz consejo, una inspiración segura?
Es terrible ser
hombre en medio del tiempo y del espacio, con la nada detrás y la nada delante,
atenido a tus propios recursos y creyendo llevar en la valija esa espada que se
titula libertad. ¿Libertad cuando te nacen donde y cuando quieren? ¿Libertad
existiendo como existe la cosa llamada muerte? ¿Libertad cuando estás atado a
tus instintos y a tus sentimientos? ¿Libertad cuando tu guía es una razón que
no puede negarse a comprender su objeto?... Pero tienes que caminar hacia algún
horizonte, convencerte a ti mismo de que tienes un destino y lo buscas y
persigues, repartir los seres en amigos y enemigos, separar en dos haces la luz
de la sombra, decidir qué amas y qué odias, no por otra razón que al parecer se
espera de ti que lo hagas... Mientras los ojos de tu gente, atentos como perros
ansiosos, te siguen en cada paso que das, en cada inútil decisión que tomas, en
cada gesto que comienzas, en cada ademán que concluyes...
Depositan en ti
tanta confianza que acaban creyendo (ellos, nunca tú) que tu mano decide cuándo
el eterno movimiento rompe por fin la nadedad indeterminada para que se
empiecen a gestar las cosas, que pones en marcha el clinamen mecánico y espiritual que rasgará la cortina de
átomos para convertir la vastedad en mundo. Y tú sabes que tu mano no hace
nada, que gesticula de cansancio, para cambiar de postura, para apartar de los
ojos la mosca de la ignorancia, que su gesto no es un gesto, que no crea ni
destruye...
Finges meditar
largamente, pero lo que pasa es que tienes miedo a levantarte porque sigues sin
respuesta y no les puedes encaminar hacia dirección segura, ni acallar sus
angustias, naturalmente la estrella no te ha dicho nada. Dejas que la noche
escape silenciosa entre tus dedos, perezosamente te incorporas con la aurora
fingiendo salir de trance profundo, lanzas la mano luego hacia cualquier punto
de la rosa de los vientos, qué más da, el destino espera en todas partes, coges
tu báculo y seguro y decidido marchas hacia la nada seguido por toda tu gente,
al fin tranquila porque la estrella te guía... Y quizá sí te guía, quién dice
que guiar sea otra cosa...
A nadie engañas, ni
siquiera a ti mismo, desde luego no a tu gente cuyo camino sigues, cuya
aventura compartes, a cuyo horizonte mismo te diriges, bien que por honradez
nunca te ampares en la estrella para acallar rumores de desatino o pérdida...
Ya estamos perdidos
cuando la honda nos lanza desde el nacer a la muerte. Ya el hondero que nos
arroja es ciego y manco y no distingue los rumbos.
Y de nada me sirve
a mí el truco infantil con que trato de amansar mi angustia: hacer de mi alma
trocitos pequeños e irlos sembrando para saber luego el camino recorrido, y
quizá poder desandarlo hacia un puerto anterior que tampoco fue refugio. De
nada me sirve, porque los buitres de cristal del tiempo se abaten ferozmente
sobre ellos y los picotean y borran todas las huellas. El único resultado de
tan ingenuo expediente es que yo me quedo sin alma, sin alma, sin alma, poquito
a poco, trocito a trocito, miguita a miguita, y quizá que los buitres de esta
región estén más gordos y sean más transparentes de lo habitual.
Si vagas solitario
por el mundo y no perteneces a ninguna tribu ni sigues a nadie que se guíe por
estrellas y, recorriendo bosques o valles remotos y olvidados, acaso
encuentras, caminante amigo pero desconocido, pequeñas piedras de zafiro de
alma, sírvete recogerlas y ponerlas aparte por si se tercia que nuestros
caminos se crucen y puedo comerciarlas contigo. O quédate sin más con ellas
para un dije o un exvoto piadoso. O, si tan humildes y pequeñas te parecen que
no crees que compense el trabajo de agacharte a recogerlas, al cabo tampoco
está mal que las vayan tragando los buitres del tiempo, es el destino final de
almas como la mía, gastadas y quebradizas, almas que mucho han mirado las
estrellas desde la yerba negra de la noche, y mucho han preguntado por los
seguros caminos, y mucho han esperado imposibles respuestas. Cuando un alma se diluye en esos menesteres,
luego ya no sirve para engastarse en la lija de pulir los diamantes de la
esperanza.
***
Quizá
no piensas morirte, estrella... Se me ha informado de que solamente los hombres
pensamos eso, lo cual nos distingue de las bestias, de los dioses y de las
estrellas (y de la estúpida muerte, que se cree inmortal). Pero te apagarás un
día, tiene razón el poeta, antes o después tu luz se derretirá en las
tinieblas. ¿Que tampoco eso será para siempre, dices?... ¿Que así como el hecho
milenario de que las tinieblas se sigan derritiendo en tu luz se acabará cuando
tu luz se derrita en las tinieblas, igualmente se acabará acabando el que la
luz se derrita en las tinieblas y volverá de nuevo la tiniebla a derretirse en
tu luz?... ¿Que todo da la vuelta y la vuelta da también la vuelta y el fin es
el principio? ¿Quién te lo ha dicho, estrella, alguien que lo ha visto y lo
sabe? ¿Lo sabes tú misma? ¿Qué vez es ésta o no se cuentan las veces porque no
tienen ni fin ni principio ni principio ni fin? ¿Lo sabe la muerte?
O
tal vez que una estrella se apague no significa que muera. A lo mejor entra en
otra vida diferente, convertida en astro oscuro ilumina oscuros caminos, sirve
de oscura guía para oscuros destinos, o lo que es luz en este universo haz sea
sombra en el universo reverso, y viceversa. Y siendo así, nunca mueras, de luz
a sombra, de sombra a luz, cambiando simplemente para adoptar más cómoda
postura, que respires hacia un lado o que respires hacia otro no significa que
estés muerta. O ya lo estás, si acaso fuiste más brillante y eso que llamamos
tu luz es simplemente sombra, ¡qué sabemos nosotros de sombra y de luz!, el
tuerto es rey donde los ciegos.
Yo
soy muy de tocar, estrella, incluso en lo abstracto comprendo mejor si lo palpo
con la mano, no sé qué hacer contigo, tan remota y enorme, cómo te tocaría la
piel... ¿De verdad abrasas? ¿Me quemaría la mano si quisiera cogerte con ella?
¿No cabrías? ¿Es solamente una simple cuestión de tamaño? ¿Tan grande eres? He
leído que eres mucho más grande que el sol, pero el sol me cabe en la mano, a
mediodía es poco mayor que mi palma, no lo toco porque ya sé en qué consiste,
aburrido y derrochador expendedor de luces, pero a ti me gustaría tocarte, qué
pena que estés tan lejos, yo casi no viajo, me conformaré con pensar en ti pero
no deseo acercarme, ni siquiera preguntaré si alguna agencia organiza viajes de
fin de semana para tocar a Aldebarán, si de verdad eres de sangre habrá que
llevar guantes.
Es
lo mismo, me voy a imaginar que estamos los dos tumbados al fresco en medio de
la llanura, tu mordisqueando una paja, con las manos detrás de la nuca, yo
sentado y sujetando mis rodillas con las manos. Me han dicho un millón de veces
que no debo tocar a la gente, que las caricias son una cosa muy personal, que
la cultura ordena otra cosa, que la mano no es el ojo, que la mano ofende...
Así que lo haré despacio, mirando hacia otro lado, como si al hacer un gesto
inconsciente se me fuese la mano y te rozara la piel... A ver qué pasa, a lo
mejor no dices nada, ni te extrañas, ni lo notas... Como estamos juntos
tumbados sobre la yerba... Y si te ofendes, pues qué le vamos a hacer... ¿No
comprendes? Si no te toco no sabré a qué atenerme... Que ya estés muerta, o que seas de sangre, o que me
quemes la mano, cualquier cosa que te ocurra podré saberla si te toco. Mira
estrella, me ha pasado así con otras cosas, hasta que no las toqué con la mano
no supe de verdad lo que eran el amor, la paternidad, la amistad, el dolor, el
olvido...
La
máquina, sin preguntarme, inserta aquí una paloma. Ignoro si está siguiendo los
esquemas tradicionales y se trata del símbolo de la paz, si es simplemente un
icono aéreo, si se refiere a que estoy dejando volar demasiado mi
imaginación... Ya he dicho en otro lugar que tiene una cierta iniciativa propia
y que si trato de resistirme demasiado tiempo se venga cortándome la fuente de
mi inspiración. No me queda más remedio, pues, que admitir el pájaro y en todo
caso tratar de buscarle una relación con mi deshilvanado diálogo estelar.
¿Cobijado
bajo las alas de una paloma podría acercarme a la estrella roja lo bastante
como para tocar su piel, que era el tema de la página anterior (en la medida en
que se me alcanza)?... ¿Que toda esperanza es pluma, vuela pero no aterriza, es
traída y llevada por los vientos sin que alcance a controlar su destino?... Lo
tengo difícil, el símbolo de la paloma no me dice nada, nunca me ha gustado,
las palomas me parecen unos animales feroces, de sujeto y encadenado vuelo,
siempre parrulando sin sentido, como hombres, sucias como hombres, estúpidas
como hombres, ni siquiera se dan cuenta de que saben volar, igual que los
hombres. No se me ocurre nada que justifique su presencia, la voy a quitar
aunque la máquina se calle y tenga yo que terminar a mi modo (dios sabe cómo)
este asunto. Lo que me hace pensar que en cierto sentido yo soy esclavo de la
coherencia lógica, incluso haciendo literatura (y eso que me creo libérrimo y
originalísimo) acabo por dejarme encadenar por el sentido oculto de las cosas,
no acepto nada que no encaje en su lugar.
A
la vista de la anterior consideración me detengo y echo una mirada sobre las
páginas de EL SEGUIDOR que llevo
escritas, pues tenía la impresión de que eran tan dispares y tan ‘suyas’ que no
obedecían a ninguna consistencia ni a ninguna exigencia de sentido general.
Incluso lo he mantenido así, me parece, en la nota introductoria. Y ahora
resulta que no, que cuando se trata de admitir algo que, de verdad, no viene a
cuento, me resisto. ¿De verdad me resisto? ¿De verdad no viene a cuento? De
donde otro mito que cae es que escribo para mí mismo y para media docena de
míos próximos, pues de ser así me importaría un pito la incoherencia, pero me
temo que todo esto significa que algo en mí escribe para ¿para quién?... ¡¿Para
la posteridad?!... ¿Realmente estoy tan interesado en la coherencia que si un
tema no viene a cuento, o no encaja o es irrelevante, de otro nivel, pueril,
inadecuado, lo borro, lo rompo, como un adolescente que tiene siempre en el
fondo-horizonte de su mente el ‘gran público’ al que destina su exquisita
literatura?
¿Quito
o no quito la paloma? ¿Qué harías tú, estrella? Tengamos presente que, desde
luego, no viene a nada, aquí no tiene sentido, es un dibujo prefabricado que
está incluido en el programa, lo mismo podría haber insertado un guepardo o el
dibujo de un lápiz o de una locomotora. Además, no he sabido hacer del asunto,
remontando el vuelo como el propio pájaro intenta hacer, un elegante anexo bien
sea poético, bien filosófico, a mi trabajo. Certifico para quien lo lea (se me
escapan estos detalles) que esta página no tiene nada que ver, el propio Aldebarán
la retiraría del conjunto, no digamos el vasco. Pero por otro lado llevo
bastantes días hablando con una estrella gigante roja que está a muchos miles
de millones de kilómetros y que se aleja de mí a 57 kilómetros por segundo (de
mí o del sol, viene a ser lo mismo), por lo que un despropósito más no será un
despropósito porque estará entre muchos otros y resultará un a propósito. Así
que no sé qué hacer, se me va acabando la página y no tengo decidido el camino
a seguir, la estrella no me guía ni responde, ni siquiera imagino cuál pueda
haber sido la intención de la máquina al insertar ese dibujo. Como no sea que
la paloma y yo estamos lo mismo, aparentemente levantando el vuelo, pero
pegados a esta hoja llena de letras que nada significan, intentando alzarnos
hacia elevado destino, pero enfangados en un charco barrinoso de palabras y
palabras, hablando como para las estrellas pero con voz que no se libera desde
la fibra machacada y encolada, ícaros de papel cuyas alas nunca arderán al rojo
fuego de aldebaranes remotos...
***
DIGRESIÓN
Obligado
a releer, por motivos que se explican en la página anterior, las diferentes
partes de este trabajo, noto que me he ido separando del autor del poema, lenta
pero implacablemente. En las primeras hojas era frecuente la cita, incluyendo
el nombre completo, Miguel de Unamuno, y referencias explícitas a sus tesis
filosóficas. Han ido desapareciendo, como si el diálogo entre la estrella y yo,
antes indirecto y a través del intérprete unamuniano, se hubiese vuelto directo
e íntimo, deliberadamente excluyente del rector de Salamanca. Rectifico ahora,
no deseo dejar fuera de esta conversación a don Miguel, pensador y poeta de
gran cercanía a mi propio sentir, especialmente en estas líneas del poema que
comento. Quizá se deba a que nunca escribo (pienso) bajo la guía de explorador
ninguno, este trabajo ha nacido de una casualidad que es al tiempo una
imposición, no suelo llevar compañeros de viaje y por un momento me he olvidado
de tan egregia e interesante presencia, máxime si se piensa que tengo todo el
rato el cuello forzado para mirar a la distante estrella o hacer bocina con la
mano tratando de entender sus palabras. Y aunque es nueva para mí esta
experiencia de caminar al lado de otro pensador en los surcos de la escritura,
Miguel de Unamuno respira conceptos tan densos y palabras tan atrevidas y
bellas que de ningún modo pretendo monopolizar yo solo el monólogo, al
contrario: monologuemos los dos con la roja luminaria, e incluso recordemos de
vez en cuando que vamos juntos. Como de los tres uno está muerto (dos quizá, es
suceso discutible, dentro de algo más de 50 años os lo diré de cierto), pongan
los otros dos la parte que al ausente corresponda.
Para
probar con hechos mi buena disposición hacia el viajero quemealque acompaño,
recordaré que sus palabras ‘ruedes sin fin y
para fin ninguno’, devuelven a mi memoria ecos de gran interés
filosófico, como no puede ser por menos cuando habla, aunque sea para finalizar
una estrofa, poeta de tan alto contenido ideal. Rodar sin fin, ‘rodar’, viejo
tema es al que sin embargo se vuelve y se vuelve (¿rodando?) cuando de
postrimerías se habla, pues nos resistimos a dejar de...volver. Y recordemos,
pues, que todos los cauces que dan al hombre la ilusión de un renacimiento
postrimero fueron recorridos afanosamente por Miguel de Unamuno, buscador
incansable de recuperaciones del alma, enmarcada ésta de aquí en un bello juego
de conceptos contrapuestos. ‘Fin ninguno’, ‘para’ fin ninguno, casi un desafío
al viejo Aristóteles, que sólo descansaba tranquilo cuando el tema a tratar
encajaba por fin en la red de las causas finales, es ahora lanzadera que va
(rueda) y viene (sin fin) y va (para) y viene (fin ninguno). Estás lanzada,
estrella, estamos lanzados nosotros, a rodar y todo rodar carece de sentido
pues no se propone fin o meta, pero en el seno de nuestro corazón creemos
caminar hacia un horizonte, un ‘para’ algo, que dé sentido a ese camino
circular, a esa prisión redonda... sólo que para fin ‘ninguno’, de nuevo la
rueda implacable se apodera del acto y nos devuelve a la sinrazón y a la
desesperanza. Miguel de Unamuno pretendió conscientemente tejer su doctrina (al
menos en ciertos temas de su antropología, no tanto en la profunda teología que
culmina sus tesis existenciales) como un vaivén de hilo que se acerca al tope
de la esperanza para ser repelido por el mazo hacia el tope opuesto de la
desesperación, y volver y volver a volver, en proceso que, dicho así, parece
carecer de sentido y recuerda el loco vagabundeo del viento, pero que, sito y
activo en la máquina del tiempo, acaba por dar un tejido denso como resultado.
El vivir existenciado de Miguel de Unamuno en ese telar se teje, no otra cosa
es vivir que venir de la esperanza para ir a la desesperación, y poder luego
regresar de la desesperación para volver de nuevo a la esperanza. Igual que
nosotros, la estrella rueda en la noche como araña que urde redonda tela para
atrapar en ella ¿qué?... Hermosa es también la respuesta que entre los tres, la
estrella, don Miguel y yo, hemos preparado: el sentido de la vida, su
sinsentido.
NO
FUE DIGRESIÓN, RESULTÓ PARÁFRASIS
***
Este hecho nocturno de la Tierra
bordado con enigmas,
esta estrellada tela
de nuestra pobre tienda de campaña,
¿es la misma que un día vió este polvo
que hoy huellan nuestras plantas
cuando en las humanas frentes
fraguó vivientes ojos?
¡Hoy se alza en remolino
cuando el aire lo azota
y ayer fue pechos respirando vida!
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
Hemos
llegado a los versos que, a mi juicio, son los más bellos del poema, su cumbre,
tanto si hablamos de la carga intencional, como del ritmo, como del simple
lenguaje mismo, pero especialmente las imágenes que evocan, lo que implican y
explican.
Un
día nos alzaremos en remolino cuando el aire barra la superficie del suelo,
esto que somos, los elevados pensamientos, las emociones sagradas, en remolino
el cariño que sentimos y el denso odio de plomo del que casi es imposible
pensar que vaya a desgastarse. En remolino el proyecto que nuestra ambición acaricia,
la nostalgia que nuestro recuerdo conserva. En remolino nuestra oración y
nuestra blasfemia. En remolino ese hondísimo amor que sella con troquel
indeleble el rostro de los seres amados, de nuestras compañeras y de nuestros
hijos, en remolino la esperanza, el tiempo en remolino que el aire levanta
cuando azota displicente la superficie pelada de la noche.
Y
mirará la estrella con su ojo impasible de sangre todo lo que fue y ya no es,
lo que nunca fue y sigue no siendo, lo que pudo haber sido y continúa
inexistente y a la vez posible, posible y a la vez inexistente.
Vivientes
ojos en humanas frentes, ojos que vieron primaveras de esplendor y perfiles
amados, y se abismaron, tal vez, en la noche en medio de ese mar de estrellas
sin saber hasta dónde, hasta cuándo. Y hoy nuestros pies pisan ese polvo, o
quizá yace en el fondo de mares que en aquel tiempo ni siquiera existían, el
curso de las cosas, su cambiar, es fuente de asombro nostálgico, de
incomprensión melancólica.
La
lección del tiempo es tan espesa que nunca circula fácilmente por las venas de
la razón, no acabamos de entenderla, de admitirla, nunca estamos a punto para
poder examinarnos de ella. Es tarde y es pronto, pues estamos al final del
tiempo en relación con la esperanza, al principio del tiempo en relación con la
vida, somos contemporáneos de una estrella que no tiene historia, a la vez
somos y somos polvo, vivimos y nos azota el viento en leve remolino, venimos
desde el horizonte final y nos dirigimos al horizonte principio.
En
las noches de insomnio y de terror, cuando los fantasmas del sinsentido, de la
muerta justicia, de la desorientada esperanza asaltan en tropel las vísceras
inermes del alma asustada, esas palabras que convierten el ayer remoto en hoy
miserable y el hoy miserable en mañana polvoriento, palabras de ceniza y de pulvis es et in pulvere reverteris,
resuenan en el vacío de nuestro corazón como ecos inmensos, capaces por el solo
poder de su reverberación imponente de quebrar en fisuras los sillares de la
trabazón basal del alma, de mover las masas que componen los mundos deshaciendo
su equilibrio y reduciendo a escoria la luz de los soles.
***
Por eso he podido
yo llegar a explicarme a mí mismo páginas como éstas: es con ellas con lo que
dreno mi alma de terrores, es así como lloran mis ojos que no saben llorar,
como suavizo las heridas de la tristeza y extiendo un bálsamo de palabras sobre
la piel de mi angustiado espíritu, mientras procuro caminar con cuidado, no
quisiera pisar sin respeto ese polvo que fue antes alma.
***
TESIS
Ya vivía la
estrella cuando remotos antepasados en la noche de los tiempos respiraban
ilusiones y alzaban los ojos hacia ella preguntándose por su misterio y su
historia.
Y vive la estrella
ahora que yo, solitario en la noche, contemplo su historia y su misterio, roja
de herrumbre, como si el filo de la sombra estuviera llenándose del orín del
tiempo.
Tantos siglos entre
lo uno y lo otro obligan a concluir que son distintas estrellas, luces
diversas, sangres diferentes, pues aquellos vivientes ojos y estos míos se
distancian un millón, dos millones, tres millones de vidas, de años, de cielos,
de misterios.
Tienen que ser
distintas.
***
ANTÍTESIS
No puede una
estrella ser otra estrella, cada estrella es ella misma en una individualidad
tan absoluta que los dioses ponen en hora por ellas el reloj de sus propias
identidades: los dioses son cada quien cada quien porque cada uno es la perla
de un astro diferente, no iba a ser como los hombres que tenemos almas
distintas...
Por eso la estrella
tiene que ser la misma ¿Que ha pasado el tiempo? ¿y qué es el tiempo? ¿Cómo
haría el tiempo para convertir un astro en otro diferente, astros que son rojos
rubíes y zafiros azules y que no se dejan cambiar ni siquiera por él, señor
todopoderoso de los cambios?
Cuando el rojo
Aldebarán fue encendido en la noche, era la misma estrella que ahora me
contempla. Mi remoto antepasado y yo somos el mismo también, vale para la vida
de las almas la rígida inmutabilidad que vale para los cristales.
***
SÍNTESIS
He sentado frente a
mí a ese antepasado del principio de las cosas y nos hemos mirado a los ojos:
no somos el mismo, él respira unas esperanzas y yo navego otros recuerdos; él
apacienta unos horizontes mientras yo calculo diferentes proyectos. Él ama
cosas que yo ni siquiera sé que existen, y cuando me las ha contado despacio,
como se habla a los niños muy pequeños y torpes, sus palabras no se hilvanaban
entre sí, no concordaban en género ni en número ni en historia, a mí me sonaban
como palabras venidas de idiomas diferentes, parecían sustantivos-águila y
verbos-libélula, adjetivos-esmeralda y adverbios-ébano, no se podía hablar con
ellos.
La estrella es la
misma y nosotros somos diferentes, lo que pasa es que el tiempo no existe, la
solución es ésa. Mi antepasado y yo, separados por un millón, dos millones,
tres millones de vidas, somos contemporáneos de la misma estrella, existimos en
su misma dimensión, el tiempo es otro de esos rumores que los dioses emiten de
cuando en cuando para que perdamos el rumbo y no les encuentre nuestro pecho
vengador.
***
ALEJAMIENTO
Nunca se debe
empezar haciendo el mar que luego debe navegarse. Al revés, las cosas deben
hacerse al revés: primero navegar el mar, luego crearlo. Pues te arriesgas a
que ese océano, ya vivo y bullente de corrientes y de historias, tenga luego
voluntad y alma, propósito y recuerdo, y no se pliegue dócilmente a los
caprichos de tu viaje, a las narraciones de tu fantasía.
Si primero creas la
estrella y luego hablas con ella, cuando menos lo esperes te responderá, querrá
saber quién eres, discutirá la tesis de que pretendas ser su creador, tendrá
objetivos propios en los que no estarás incluido, insistirá en amarrar en
puertos que tú ni siquiera deseas costear.
Si primero diseñas
tus dioses y luego les rezas y adoras, querrán que los consideres providencias
y misericordias, exigirán liturgias, impondrán sacerdotes, decidirán destinos,
ni siquiera podrás tener tus propios remordimientos: ellos dirán qué normas
están vigentes y cuáles de tus actos han de ser tus pecados.
Por eso hice a mi
tribu antes que a sus dioses, los cobijé bajo un manto nocturno vacío de
estrellas y los lancé a navegar sobre la superficie de un mar que no tiene
existencia. Son felices con una felicidad que todavía no he terminado de
dibujar en mi tablero de diseño, se aman con un amor que tengo, sí, en
catálogo, pero que permanecerá aún largo tiempo en la lista de espera, aún debo
edificar sentimientos previos, amistades, cariños y otras ternureces. No que
esté la vida para que ellos la vivan: que vayan ellos viviendo mientras la vida
espera su turno, no quiera luego exigirles no sé qué autenticidades que ni
siquiera pienso incluir en sus especificaciones (si es que la hago, que me lo
estoy pensando). Primero les daré hijos y luego, ya veremos, quizá la
paternidad; primero les daré historia y ya veré qué hago si les entrego el
tiempo. Y así con todo. Mal asunto es hacer al revés las cosas.
Y el tema no es tan
raro: aprendo de mí mismo. Confundido por el engañoso tiempo en esto de las
secuencias del antes y del después, primero tuve amigos y luego la amistad,
primero estaba ella y luego el amor que le tengo, primero fueron los hijos y
luego mi cariño hacia ellos... todo al contrario. Ahora los amigos quieren que
mi amistad sea bajo sus formatos, ella me pide un amor del que tengo, quiera o
no, que copiar los perfiles, mi hijo va por libre haciendo de hijo a su modo,
el diseño de hijo que yo tenía no me está sirviendo ni para empapelarme los
gabinetes del corazón y de sus inútiles ternuras. ¿Por qué?... por hacer las
cosas al revés, por empezar por el final y terminar por el principio, cuando lo
suyo es hacerlas al revés del revés, terminando por el principio y empezando
por el final.
La próxima vez que
viva, tú serás esta mierda y yo será la estrella. Vas a ver.