EXTRAVÍO

 

El torrente de palabras,

no sé bien si será la muerte

o ha de ser la vida

quien lo pare.

Porque ignoro

si se sustenta en el vivir

y del vivir adquiere

energía y sentido,

de modo tal que la sombra

y sólo ella

es quién a detenerlo.

O si es sustitución de vida,

miedo a vivir,

si representa el temor

a decir y decidir

y organizar los actos

del ir y del venir,

y entonces si un día

por fin la vida se abre paso

cesará para siempre

esa torrentera.

Los que somos hombres

de palabra y palabras,

y del hablar hacemos

el acto definitivo,

a veces no sabemos callar

o no podemos,

y estamos con la palabra a medias

entre dos luces, esperando

que venga el silencio

a imponer sobre nosotros

el manto de su misericordia.

Y más todavía si el torrente

carece como el mío de sentido,

y dice cosas que yo no digo,

e inventa palabras que yo no entiendo,

y deshace en la nada

mis propias voces.

No sé cuándo empezó su ritmo,

qué desencadenó sus ecos,

quién habla por mi boca

y por mis dedos,

qué se propone ese quién

y qué objetivo,

mucho más terrible y más alto

que lo que yo pueda sospechar

o querer,

busca en medio de mis zozobras

y se deshace en voces

en mi lengua.

Pero fuere cual fuere ese quién,

ese qué

-también ignoro

su naturaleza y esencia,

si dios o demonio o ancestro

o eco profundo

de la sangre y de la tierra-

y aunque habita en mi alma

sin hacerme caso,

misterioso vecino de espíritu,

realquilado en mí

o yo en su casa,

con derecho a palabra,

con derecho a silencio,

he llegado a sentir su presencia,

pared por medio,

en el rincón de al lado,

y quizá ya sin él

me sentiría solo,

aunque no soy él ni él es yo,

ni siquiera hablamos

ni nos conocemos,

ni al bajar a veces

juntos la escalera

del corazón que compartimos,

nos saludamos con afecto,

pues somos vecinos

pero no somos amigos.

Con que ya sabes, estrella,

que desde mi ventana,

con mi voz y acento,

a tu encuentro salen palabras en torrente,

pero no me contestes a mí

como si fuese

yo quien te habla.

Habita en mi alma otro espíritu

que tiene voz donde yo silencio,

un sentido que a mí no se me alcanza,

propósito que no es mío,

y ése te interpela

sin que yo pueda matar (quizá no quiero)

su voz mi voz nuestra voz, no sé, estrella.

 

 

 

PARÁFRASIS

 

Pero aún sigue estando sin citar la expresión ‘palpitante de misterio’, que termina ese momento del poema que nos sirve ahora de referencia. ¿Palpita el misterio? Es decir ¿solamente la vida es misteriosa, no es misterioso el cristal? ¿La luz? ¿La oscura señora de la nada? ¿El tiempo que  golpea rítmicamente la existencia, pero que sólo en atrevida metáfora podría decirse que palpita? ¿El anchuroso, infinito, finito, redondo e inexistente espacio? ¿No es misterioso el mar que el viento, el calor y la luna agitan pero que nunca palpita porque es una muerta gota infinita y salada? ¿No es misterioso el sol, ardiente de aldebaranes de fuego, inmenso carbón, hacedor de vida pero muerto y sin conciencia?

¿El zafiro de transparencia azul, la esmeralda que al zafiro envidia su color, el rubí, sea engastado o no en la divina frente, el dorado topacio, la orgullosa mica que sol se cree por reflejar sus luces, no son misteriosos? ¿Lo es más una yerba rumiada y escupida o cagada? ¿Lo es más la estúpida vaca que en rumiarla, escupirla y cagarla agota su identidad y su destino? ¿Más lo es el descerebrado imbécil que ama el tener y pone su orgullo en sus perros, sus vestidos, sus yates, sus mansiones, sus doblones? ¿Más que la vaca, que la yerba, que el mar, que el sol, que el cristal?

Además, no tengo claro que el misterio palpite, no sé en qué consiste el misterio, valga la paradoja de la expresión, no sé a qué se llama misterio, acaso a lo que no comprendemos, tal vez a lo que no puede ser comprendido; quizá a lo que no sentimos, o quién sabe si a lo que no se puede sentir. Lo remoto, lo demasiado cercano, lo inmenso, lo mínimo, aquello que dura más que los soles, lo que dura menos que un suspiro, el tú más ajeno, el yo más íntimo... Misterio, fuere cual fuere su definición, es todo, se encierra en todo, lo contiene todo. Porque cuando la creadora razón del hombre todo lo produce, lo estructura de tal complejo e infinito modo, que luego nunca lograr recorrer hasta el final el hilo de su propia telaraña, y siempre más allá de la opaca transparencia de las cosas ¿late palpita vive? el misterio.

Ya en otra zona de este trabajo hemos recurrido a la definición del ‘misterio a plena luz’, pero digamos por fin que se trata de la atracción de las paradojas, y que la frase, más allá de su belleza formal, poco significa, pues si lo invisible lo es, poco importa que sea por defecto o por exceso de luz, que traspase por encima o por debajo el umbral de percepción del ojo humano. Lo que ocurre es que el ojo humano, siendo como es patrón de lo visible, decide y marca la visibilidad y la invisibilidad.

Y la razón marca lo misterioso.

Esta frase última, que deliberadamente separo en línea aparte, preside el sentido general de todo lo que estoy diciendo. La razón humana es creadora de lo que hay, y si hay algo misterioso, palpitante o no, a plena luz o a plena oscuridad, misterio es lo que la razón decide, lo que ella quiere considerar misterioso, poner a la espalda de sí misma, encerrar en una crisálida opaca a sus propios rayos, quizá como ejercicio, como descanso tal vez, a lo peor como juego ¿quién sabe por qué hace lo que hace la señora de las cosas?

 

***

¡Tú sigues a las Pléyades,

siglos de siglos,

Aldebarán,

y siempre el mismo trecho te mantienen!

[‘Aldebarán’ de Unamuno]

 

***

 

¡Maldita consideración de la distancia, por qué habrá tenido que hacerla!

¿No sabe acaso

que el horizonte del hombre y el hombre

siempre guardan la misma distancia?

¿Ignora que el destino consiste

en marcar ferozmente las distancias?

¿Nadie le ha dicho que la muerte

nunca se distancia más de lo marcado del origen y principio de la vida?

¿Que la luz siempre mantiene la misma distancia

porque mantiene de ella la misma distancia

siempre

la sombra?

¿De qué sirve saber, de qué sirve ignorar si la razón

siempre está a la misma distancia de la locura?

¿Acaso no siente, siempre a la misma distancia,

los perros del recuerdo y del olvido, acaso

no sabe que la memoria es una distancia marcada, siempre la misma, la misma siempre

y que el amor y el odio son distancias

en el palo de marcar los panes que el alma se come cada día?

Mismo trecho mismo espacio misma diferencia

distancia misma

expresiones de pánico y horror, debería el poeta

haberse cortado la lengua

del alma

antes de pronunciarlas,

misma distancia,

nadie sabe de ellas dos

cuál es la peor, la más traidora, la más vengativa y siniestra,

si distancia o misma,

si misma o distancia,

o si son la misma,

la misma distancia.

Mi amada y yo y yo y mi amada en la distancia estamos, con el amor sin atreverse

a dar el salto,

mi tristeza y mis lágrimas,

mi sonrisa y mi alegría,

sin nunca pasar el trecho, siempre el mismo trecho,

siempre la misma distancia,

a saber cuándo los metros

van ser todos destruidos, cegados, cortadas sus lenguas maldicientes, callados para siempre,

y si el siempre

va a alcanzar por fin un día

a los nuncas que le siguen jadeando

en la raya que trazan la luz y la tiniebla,

siempre del mismo grosor,

siempre la misma, la misma línea, la misma distancia, la misma, ojalá el poeta. La misma.

 

 

 


Del misterio al jeroglífico algo ganamos, que al fin éste podremos descifrarlo, a pesar de lo que dice el poeta, si poseemos la piedra traductora que nos guíe y sabemos usar debidamente la creativa luz de la razón. Que nada es para ella indescifrable, esté escrito en los cielos o no, y ruede o no ruede en el aro de noria de que la Tierra es pozo.

Cifra de todas las cosas es la propia razón, remitente y destinatario de todo mensaje cifrado, código de partida y código de máscara, sentido original y sentido definitivo.

Y los mismos dioses esperan que la razón les comunique el significado de los signos que sus manos han trazado en la bóveda celeste.

***

Y que los siglos cambian ¿cambian?... ¿Qué cambian? ¿Tan sólo ellos mismos, unos por otros, el nombre de un número por el de otro número, de modo que a la postre no sabemos si han cambiado los siglos, los números o solamente los nombres?

¿Cambian las cosas llevadas a novedad por el cambio de los nombres, o el de los números, o el de los siglos? ¿Se hacen otras? ¿Se vuelven las mismas? ¿Es el cambiar los tiempos el irse haciendo cada cosa lo que es, volverse a su ser, llegarse a sí misma?

¿Y con los siglos y las cosas cambian los hombres? ¿Es cambiar el nacer? ¿Cambian cuando la muerte los ama?

¿Ha cambiado algo desde que el huevo del mundo estaba todavía cerrado en sí mismo?

***

Pero si el cambio es incierto, ciertamente incierta es la fijidez que preside ese cambio, a mí los antiguos sabios que hablaron de estas cosas, a mí los heráclitos y los parménides, a mi defensa acudan los que conocieron estos conceptos en la desnuda virginidad de su nacimiento... pues feroz me resulta la mirada que ahora me dirigen, y ni con la fijidez ni con el cambio quiero enfrentarme desarmado y solo.

 

***

 

Estos mismos lucientes jeroglíficos

que la mano de Dios trazó en el cielo

vió el primer hombre,

y siempre indescifrables,

ruedan en torno a nuestra pobre Tierra.

Su fijidez, que salva

el cambiar de los siglos agorero,

es nuestro lazo de quietud, cadena

de permanencia augusta;

símbolo del anhelo permanente

de la sed de verdad nunca saciado

nos son esas figuras que no cambian,

Aldebarán.

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

Las cadenas de permanencia otro tema son, otro tema... No se habla ya de la quietud, del cambio, sino de permanecer atado. Y yo no sé si quiero... Me parece que quiero permanecer (aunque no estoy seguro totalmente) ¿pero atado? ¿Atado a qué? ¿Atado al tiempo?... No, al tiempo no, es un estúpido sayón que no ha sabido interpretar las órdenes, que con miope y terca ceguedad de piedra se obstina en mantener un cauce estéril, sin permitir que el espíritu recorra las líneas del futuro como las del pasado o del presente.

¿Atado a la vida?... No, a la vida no, es redil para sumisos tenedores de objetos, respiradores de alientos sin alma, pastueños de praderas quemadas, barro seco y reseco, estoy harto de estos estúpidos rebaños de necios, ya no puedo más, no quiero estar atado a ellos.

¿Atado a la felicidad?... Nunca he podido entender del todo esta susurrante palabra, ignoro si se esconde algo tras ella. Me parece que no quiero estar atado a la felicidad, incluso si es la felicidad, me parece que no quiero...

¿Y atado al amor? ¿Quiero estar atado al amor?... pero es que al amor no se puede estar atado, el amor es libertad y felicidad y vida y tiempo, el amor es el ser y la luz y la esencia del alma, la fuente donde el alma se bebe a sí misma. Si se trata de estar atado, si vale con el amor esta palabra, entonces quiero estar atado al amor.

Cadenas de permanencia... me gustaría saber cuánta permanencia aguanta el espíritu del hombre antes de morir, de morir morir, de morir para siempre.

¿Después del ciclo de un universo sigue otro ciclo de otro universo? ¿Y después de un ciclo de ciclos otro ciclo de ciclos?

¿Durante cuánto tiempo?

¿Estamos atados al tiempo con alguna cadena de infinita permanencia?

***

¡Qué difícil me ha sido siempre, como si yo fuese un hombre, decidirme entre la libertad y la obediencia...!

Seguro, sé que la libertad es maravillosa, lo mejor de que puede disponer el hombre, incluso el hombre humano. Es la que te hace dueño de ti mismo, la que rompe ligaduras y límites, la que abre horizontes y auroras, la que permite al hombre el único sueño tranquilo que le es dado sentir.

Con la libertad no tienes que esperar el parecer de otro, ni seguir el capricho ajeno, no tienes que dar explicaciones ni, por lo tanto, buscarlas.

Pero es la vez tan seguro y cómodo sentirte caliente y protegido en el redil cuando la fiera y el hielo acechan afuera... Es tan grato sentir que las consecuencias son propiedad de otro y las responsabilidades se borran... La obediencia es la única que le permite al hombre el único sueño tranquilo que le es dado sentir...

[¡Cuidado!: esto ya lo he dicho antes en el argumento contrario... ¿acaso no es posible un sueño tranquilo?... ¿Qué libertad entonces, qué seguridad en la obediencia, se nos están prometiendo?... ¿Es que seremos igualmente libres o igualmente esclavos en cualquiera de los casos que podamos imaginar? ¿Es una elección fingida, un truco, una trampa, un engaño, una mentira?...]

Quizá es que somos libres para obedecer o libres para elegir ser libres de obedecer o de ser libres para elegir obedecer. O así.

 

 

 


DESTRUCCIÓN Y EROSIÓN DE ESTRUCTURAS PARADIGMÁTICAS

 

No se suelen tener en cuenta todas las dimensiones del genio de hombres como Kepler o Einstein o Darwin o Pasteur, atentos como estamos solamente al prestigio de sus descubrimien-tos o teorías, pero no a la totalidad de los cauces que hacen posible sus realizaciones.

Puesto que aquí estamos hablando con una estrella, acojámonos al ejemplo del astrónomo citado. Kepler, además y por encima de sus maravillosas teorías astronómicas, de sus cálculos precisos, de sus famosas leyes, hubo de hacer una tarea mucho más meritoria, por difícil, importante y arriesgada. Pues tendemos a olvidar que los creadores de doctrinas nuevas viven en el seno de doctrinas viejas, como el resto de sus contemporáneos y, aparte de la hazaña de construir la novedad, deben dar (ellos solos en su generación, pues sólo ellos comprenden el necesario sacrificio) el salto en el vacío que supone arrancarse la piel de los viejos conceptos.

Cuando el asombroso y genial cosmólogo, ya elaborada la segunda ley, la más elegante y comprensiva, que supone el entendimiento cabal de la mecánica celeste en su dinámica general, enterado pues de la necesidad de un equilibrio entre la inercia y la gravedad, sabedor de afelios y perihelios, de radiovectores y de tiempos, debe aceptar la primera, aún sin definir, negarse de una vez a la circularidad de los movimientos y aceptar para siempre que la elipse es la cónica que reina en los astros, suda sangre como quien se arranca la piel a tiras ¿por qué?... ¿Acaso no lo sabe ya todo, claro en su razón y preciso en sus cálculos, indubitable y cierto? ¿Por qué no borrar tranquilamente una figura, el círculo, para poner en su lugar otra, la elipse?

La respuesta a esta pregunta necesita imaginación, ponerse en el lugar de aquellos hombres en aquellos tiempos. Que el círculo es perfecto y explica, simboliza y supone la mecánica entera de los cielos no era entonces un simple criterio matemático y cosmológico: era la piel de la creencia general y el cimiento nuclear de sus conceptos. Respiraban, mamaban, vivían en y de esos criterios, estaban en la base de sus comportamientos, eran lo indiscutible, el ‘por supuesto’, el ‘naturalmente’, el ‘claro está’ de sus presupuestos, el suelo que se pisa y sobre el cual se afirman o se niegan el resto de las existencias y de las inexistencias. No es sencillo arrancarse del pecho ese pellejo inveterado. Siempre me ha parecido más fácil inventar novedades que erosionar los viejos queridos amigos antiguos conceptos.

Me parece pavorosa la soledad de esos hombres geniales, porque es una soledad en la nada, abandonados de toda posible comprensión por parte de sus contemporáneos, asustados a la vez de su propia osadía, negados al consuelo de una patria conceptual abrigadora y firme, vueltos de espalda a las propias cosas (las cosas, no lo olvidemos, son construcciones de la vieja teoría) y flotando en una oscuridad en que la luz no habita, pues la nueva luz que ellos encienden ilumina hacia el futuro, pero deja en sombra la mano y el ojo que la diseñan.

Así ahora yo, despojándome de la piel al arrancarme ese concepto de justicia, que sé que es fantasía inerte ya, pero que es todavía el aire que respiran mi esperanza, mi salud mental, mi confianza en el tiempo. ¿Y para qué? ¿Para qué novedad más iluminadora que pugne aún por salir del huevo?... Pues a veces las viejas ideas mueren sin dar a luz ideas nuevas porque nada hay mejor que ellas, más alto, más eficaz o más verdadero. La justicia, desapareciendo por fin de la faz de la tierra, no deja heredera más ardiente, y ahora que las nuevas generaciones, ni siquiera en aras de su confiada juventud, logran entender la belleza de tan hermoso concepto, me pregunto yo y te pregunto a ti, estrella viejísima que has visto tanto, si podremos disfrutar de la luz y de la vida sin esa justicia que nunca existió, ahora que ni siquiera esperamos que exista.

 

***

 

De vosotros, celestes jeroglíficos

en que el enigma universal se encierra,

cuelgan por siglos

los sueños seculares;

de vosotros descienden las leyendas

brumosas, estelares,

que cual ocultas hebras

al hombre cavernario nos enlazan.

Él, en la noche de tormenta y hambre,

te vió, rubí impasible,

Aldebarán,

y loco, alguna vez, con su ojo en sangre,

te vió al morir,

sangriento ojo del cielo,

ojo de Dios,

¡Aldebarán!

[‘Aldebarán’, de Unamuno]

 

***

 

De que estamos enlazados al hombre más antiguo poca duda cabe, pues somos ese hombre, seguimos siendo el mismo. Engañados por unos cuantos chismes de ingenua mecánica que aguzan el ojo o el oído, agrandan la distancia a que llega nuestra voz o nos permiten contar con otros dedos inhumanos la cuenta de los días, hemos pasado a creer que estamos llegando a algún sitio en nuestro eterno viaje, cuando basta mirar hacia nosotros mismos para comprobar que andamos en círculo y no nos hemos alejado, sí de lo que teníamos, no de lo que éramos. Y lo que tenemos no es lo que somos.

Si miro a mi alrededor, en la caverna me encuentro, compañeros de caverna me acompañan, seguimos sin saber por qué amanece, cambiar de creer que gira el loco sol a creer que gira el loco planeta no es avance hacia un destino, es paso de noria retrocediendo siempre hacia adetrás.

Fina y oculta puede ser la hebra, pero corta desde luego, en el origen y el albor de los días seguimos estabando.

El hombre incansable que desayuna en un continente, come en otro y en otro tercero duerme, de la cueva os digo que no ha salido, no anduvo por su pie la distancia física, no cambió de ambiente, de compañeros, de mundo, las palabras eran siempre las mismas, la veste que le cubre es un calco de la que viste a quien deja aquí o a quien allí se encuentra. Y manan de los corazones del grupo, que lo es y pequeño, los mismos tribales sentimientos. Tampoco él sabe el día de su muerte ni le ha perdido el miedo a la sombra o lleva en bandolera el mando de apagar dolores y borrar tragedias.

Y tal vez, como en la rueda de noria haya perdido acaso el sentido del misterio, tal vez y quizá y acaso y tal vez esté más dormido que el hombre cavernario, más apagado de vivir y sentir, más lejos del significado de su mundo, más ciego y más sordo y más oscuro.

Lo sabe supongo la distante estrella, ella nunca adelanta a las huidizas Pléyades, tampoco nosotros adelantamos nada, que vamos a donde venimos.

 

***

 

Rubí, contigo ya he hablado, ya te expliqué varias veces la conjetura exacta de tu naturaleza, que seas impasible ya no estoy tan seguro, ni los muertos como tú consiguen serlo. ¿Impasible?

Impasible soy yo cuando del vecino la desgracia ni una mueca me produce. Cuando se me cuentan las hazañas del tiempo y se me da un ardite mientras no se meta conmigo. Cuando la muerte acaricia otros ojos y a mí me deja frío porque no son los míos.

Impasible es quien lo es pudiendo no serlo, debiendo acaso no serlo, pero quien no puede padecer por muerto y por escoria y por cristal y cobre ¿impasible?

Tu eres una piedra, estrella, no lo olvides, un mineral elemental, sencillo, a quien un niño travieso ha arrimado ascuas para verlo arder en la noche. Ni cuando te quemas padeces, ni siquiera, fíjate qué ajeno estás a lo que importa, cuando padezco yo, que lo hago a veces.

Y te prefiero así, piedra, no soportaría verte fingir que me compadeces.

 

***

 

Y sí, también yo creo que de las estrellas cuelgan los sueños seculares, no de otro sitio ni cumpliendo otra función más eficiente.

Y que son infinitos; si el infinito existe, ése es, la cantidad de sueños que el hombre ha ido colgando de la luz de las estrellas en medio de la noche de su miserable historia.

¿Podríamos contar los sueños de felicidad que de las puntas cuelgan de cada astro inertes?

¿De amor, de salud, de vida, de riqueza?...

No el éter fantasmal que durante tanto tiempo buscaron: la esperanza fracasada es la substancia que llena los ámbitos del universo, red de telaraña en que atrapados quedan los soles, los dioses y los tiempos.

Eso es ser hombre: ir de estrella en estrella colgando sueños a que su piel se seque al frío de la noche hasta que sirva para hacer mortajas.

 

***

 

No escatimemos al poeta su mérito ¡qué espléndido pedazo de poema acabamos de citar! ¡Qué sonoridad y qué verdad y qué sentimiento!

Se escucha el gemido del hombre cavernario, su pavor a la muerte, su absorta mirada en la estrella de sangre, el grito nos llega desde la noche de los tiempos. Y le sentimos próximo y su miedo es el nuestro y su asombro también nos enlaza y rodea. Todo ello lo resume el poeta en 67 palabras como 67 piedras, como 67 soles encendidos de sangre en la noche.

 

***

 

Y la noche nos mira con sus ojos astros, tantos son que ni uno solo de nuestros gestos le pasará desapercibido. La mueca del odio, de la soledad, del desprecio, cuando tumbados en el insomnio recordamos ese soñar que llamamos vigilia. El gesto del amor, la ternura inclinada sobre el rostro amado, el párpado húmedo de suaves delicias, el pensamiento más leve y el sentimiento más ligero, todo ello vigilado y anotado por los ojos de la noche, tantos son que no hemos sabido contarlos.

Pero entre todos tú, Aldebarán, El Seguidor, estrella roja, piedra de cobre. ¡Qué no sabrás de nosotros que nosotros ignoramos! ¡Qué recoveco interior de nuestras almas no será, sin nosotros saberlo, reducto al que te retiras para descansar de tu vigilia!

***

 

OJO DE DIOS

(Los dioses son ciegos)