de
miguel
cobaleda
Registro de la Propiedad
Intelectual: nº 1999-37-2386 y 00-1999-24493 de 28-3-2000
monólogo en un acto
personaje
único: el mensajero mudo
Estrenada el
29 de marzo de 2000 por Roberto Martín Bardera, en la
cava EL CORRILLO, con el siguiente reparto y equipo técnico:
* Mensajero mudo: ROBERTO MARTÍN
BARDERA
* Diseño de vestuario: TAPIA-R
* Atrezzo: TAPIA-R
* Realización vestuario: MÁGICAS
* Realización atrezzo: MIGUEL RODRÍGUEZ
LANCHAS
* Maquillaje: RMB
* Canciones: GEMMA LOROÑO
* Regidora y ayte. dirección: SUSANA DÍEZ DEL ESTAL
* Dirección: ROBERTO MARTÍN BARDERA
[El actor sale a un escenario desnudo en el que
se ven las paredes del fondo y, desde las primeras filas, los elementos de
antiguas tramoyas entre cajas, pero sin patas que separen u oculten. El público
le espera. Se dirige a ellos con aplomo, pero amagando a la vez un incierto
titubeo, como quien no sabe si será bien recibido... No, como quien no sabe si
le van a escuchar... No, mejor aún: como quien no sabe si le van a oír.]
Semper idem...
Zeit Kreis...
Tempus fugit...
Hola... nas tardes...
Now or never...
Ourobouros jronos...
Ludesian monopictia y duotripictia salve.
Es que resulta muy fácil decir: “Sales, saludas y explicas”...
¿Y cómo demo..., cómo cojo... cómo diantres se
saluda?
¿Son ustedes alemanes, franceses, ingleses,
chinos, chilenos?...
O más bien:
¿Son ustedes asirios, cartagineses, escitas,
amorreos?...
¿Hérulos, hunos, dálmatas, tracios?
¿Egipcios tal vez?...
¿Terrestres?...
¿Adoran un tiempo redondo que nunca huye?
¿Son acaso monoarquipictos de Ludesia y veneran
una duración circular pintada a fuego por una sola mano única y mónica?...
¿O son duotripictos y se dejan decaer
blandamente desde trece pinturas diferentes del tempo inexistente?...
O sea que ya ven.
[Remedando] “Sales,
saludas...”
Pero no es tan sencillo, primero hay que saber
a quién se saluda.
No les conozco, no sé nada de ustedes,
que me miran desde la sombra,
o no me miran;
y quizá respiran,
o quizá no respiran.
Y si vamos a cuentas
¿están aquí, acaso, aunque a mí me parezca que
están?
Porque lo de menos es cómo están, si es que
están,
yo mismo estoy... y no estoy,
estoy sin estar,
si ustedes me entienden...
“Sales,
saludas”...
¿Y si son sordos,
o se saludan a golpes en las caderas,
o frotándose obscenos las partes así llamadas
pudendas,
o se escupen
y marginan a la gente sin saliva,
groseros que no se avienen a la húmeda
costumbre?
¿Qué se supone entonces que tengo que hacer?
¿Bajar ahí y frotarme o escupir o golpear?
¿Y si no es tampoco nada de eso?
¡Yo qué sé!...
A lo peor es con el olfato como se saludan,
y si no has comido cebolla
o alubias
ni se enteran de que estás.
Bueno, pues lo dicho:
Semper idem...
Zeit Kreis...
Tempus fugit...
Hola... nas tardes...
Now or never...
Ourobouros jronos...
Ludesian monopictia y duotripictia salve.
Que todo el mundo se dé por saludado.
Y basta de tonterías.
***
He sido condenado a transmitir este mensaje.
O no exactamente condenado, porque no se trata
de una condena...
Es una especie de conminación, una orden:
“¡Que salgas
y expliques!”
Y luego te dejan tranquilo largo tiempo,
de modo que acabas por salir a explicar...
Noto cierto escepticismo en algunas miradas...
Gente que parece decir:
“Bobadas, yo
no hubiese obedecido;
¿por qué
salir y explicar?;
si te
ordenan y se van ¿qué te obliga?”
Por si no lo habéis oído, lo repetiré,
he dicho: largo tiempo.
Y, claro, listos,
como vosotros lo único que tenéis que hacer
es estar ahí tumbados escuchando
tranquilamente,
y a lo mejor acabáis de llegar a la sala...
Seguro que entendéis por largo tiempo
¡qué se yo!
diez minutos,
porque como no sé si sois egipcios o amorreos,
o ludesios monopictos
o terrestres o venusianos de mierda,
pues no sé qué cojo...
qué entendéis vosotros por largo tiempo.
¿Y si os digo que largo tiempo son,
por ejemplo,
cincuenta millones de años?
¡Tócate los huevos con la cifra!
Te dicen “sal
y explica”,
y se van cincuenta monstruosos millones de años
y no me vengas ahora con memeces
de que tú y tú y tú, sí tú,
a lo mejor no habías obedecido,
a lo mejor no se te ponía en los santos
testículos obedecer,
a lo mejor tú no habías salido,
o habías salido pero no habías explicado,
porque yo te digo
que puede que aguantes los primeros mil
millones de años,
porque tal vez tú eres un tipo terco,
y que se te da una higa que te mande nadie,
y tienes más conchas que un galápago
y eres duro de pelar
y puedes estarte los primeros cien billones de
años
rascándote el bandullo
sin sentir necesidad
de cosa mejor o más interesante,
yo he conocido tipos como tú,
recuerdo uno que se metía el dedo en la nariz,
empezaba a dar vueltas
y podía estar así varios inviernos
con el pensamiento donde el dedo, supongo,
en la nada,
¡pero cientos de miles de billones de años!...
¡Vamos!
Te digo que acabas por salir y explicas.
¡¡Joder, que explicas!!
Y así estamos.
***
Semper idem...
Zeit Kreis...
Tempus fugit...
Hola... nas tardes...
Now or never...
Ourobouros jronos...
Ludesian monopictia y duotripictia salve.
O sea,
que tengo que deciros un mensaje.
Tanto si estáis aquí escuchando
como si sois un simple fruto de mi fantasía
¡que leches con la fantasía!
espero que seáis de verdad,
muerto puedo estar,
que lo estoy, no faltaba más,
pero yo nunca he tenido mal vino,
yo no sueño fantasmas,
tanto si estáis como si no estáis,
a mí qué,
pues el mensaje yo lo digo lo mismo.
Los mensajes van y vienen,
si encuentran o no encuentran gente por el
camino
qué más dará,
el mensaje en sí mismo se agota,
su vaivén no demanda destino,
yo sé bien qué me digo,
nadie demanda destino.
¿Que estáis?
pues bueno, pues me alegro, el mensaje es para
vosotros.
¿Que no estáis?
pues bueno, pues me alegro, el mensaje es
también para vosotros.
Ya lo habéis oído: estoy muerto.
De veras que me gustaría poder precisar y decir
la fecha exacta de mi óbito,
o acaso solamente si es reciente o distante,
pero ya os he advertido que me han dejado en la
nada
como cien trillones de milenios de lustros
y no sé si el tiempo ha corrido también para
vosotros,
o sea que qué hago diciendo
quince de abril del seis mil trescientos doce,
pero de qué era, leches,
y a lo mejor vuestros meses tienen seis días de
largo,
o no tenéis meses,
o contáis los años hacia atrás,
u os morís de a pocos, trozo a trozo, no de
golpe,
y vuestras fechas son de felpa festoneada de
seda.
No os puedo decir datos del suceso,
ni siquiera sé si el suceso ya ha sucedido,
vengo de donde vengo pero no sé de dónde,
de mi pasado acaso, tal vez de mi futuro,
en todo caso mi muerte es segura,
aunque no tenga fecha,
eso sí lo sé de cierto.
Y morir he muerto, hoy, ayer, mañana,
lo de menos es eso, pero morir, seguro, no
faltaba más,
que nadie lo dude,
hasta ahí podía llegar la broma...
Y se supone que debo advertiros de mi historia,
no por lo menudo, aunque nadie nos urge,
supongo,
no con el detalle minucioso y prolijo
de un notario absoluto,
que para qué,
qué fruto íbais a sacar de tantos y tantos
momentos
sin historia, pasión ni memoria,
recovecos, volutas, que el alma olvida o no
olvida
porque sabe que la nada dura luego
para poder sobar todos los recuerdos,
pero carecen de sentido, de argumento, de aventura,
son la mano de polvo gris que el tiempo sin
revés
posa sobre el revés del tiempo
y que todas las almas almacenan
pero ninguna memoria rescata.
No por menudo, sino a grandes rasgos,
para que podáis, éste es el tema,
evitar repetirme.
Cada ser humano debe ser único, según parece,
y los sosias infinitos que la eternidad
contempla
tienen que ser disuadidos,
reprogramados,
cambiados,
para que no se reiteren hasta la infinitud
los ecos de una historia que ha de ser
transparente,
no deberá añadirse a sí misma
hasta espesarse por sedimentos
y hacerse sólida y opaca.
Atentos pues y escuchadme,
o no,
pero entonces
repetiréis punto por punto mi vida
y eso nunca llegué a tener enemigo tan maldito,
a quien odiase tanto,
que me viera en la necesidad de desearle tal
cosa.
***
Me parieron en un banco
de una taberna de pueblo,
mal acallados con vino los desgarros y los
gritos de mi madre
que me llamaba, por el dolor, supongo,
mal nacido y otros mimos hermosos
antes de que hubiese siquiera
llegado a asomar mi cabeza,
y me prometía una rápida y misericordiosa
liturgia de estrangulaciones,
maldiciendo su suerte y a un soldado de fortuna
a quien rencorosa achacaba todos sus suplicios,
al tiempo que recomendaba a la partera
-mi madre era lista, pensaba bien en toda
circunstancia,
no se dejaba descontrolar por las crisis o los
dolores-
que me sacase a trozos, pero rápido,
que daba lo mismo,
que por qué no usaba el cuchillo que estaba tan
a mano,
que a quién le importaba en cuántos trozos
llegaba
un hijo de puta más
a este mísero mundo,
y que ella ya no podía aguantar,
de modo que me sacaron a paladas,
tirando de este cabezón con que pagué piadoso
las primeras caricias de mi madre,
casi separándome la cabeza del tronco,
y, apenas roto el cordón,
me dejaron por muerto sobre la mesa
llena del vino derramado por las patadas y
espasmos.
Así que siempre he creído que fue el propio
vino
el que decidió que yo viviera
para poder ahora relataros mi historia.
Cuando ya no se pudo hacer más por ella, pobre,
desangrada sin remedio, y la quitaron de allí
para dejar espacio,
me vieron tan ricamente dormido, saciado y
tranquilo
después de tanta ferocidad y de tanta aventura.
Les hizo gracia, parece, la donosura con que
chupaba
las tablas chorreantes
y el tabernero, atento al negocio,
me vendió allí mismo al ovejero transhumante
de cuya venta de corderos
había nacido la farra colectiva,
y estaba obligado a cargar con el primer
borracho de su convite,
que resulté ser yo,
destetado tan pronto.
Leche de oveja mezclada con vino
fue mi teta durante semanas y meses,
hasta que el pastor se hizo con una nodriza más
humana
para mi alimentación y otros menesteres
que hasta ese momento habían proporcionado las
ovejas.
Tengo, pues, un hermano de leche
y tuve entonces una familia,
padre, madre, hermano mayor
y una cabaña de seiscientas primas lanudas
que iban cagando tranquilas nuestro errabundo
sendero.
***
Poco se puede contar de mis años primeros:
hacerme valer en el seno amoroso de mi
comunidad ambulante,
ganar por la mano las mejores tajadas de queso,
alcanzar antes de su fin la leche más tibia,
vestir durante más tiempo el zamarro más
caliente,
trabajar menos que nadie y vivir mejor que
ninguno,
fueron todos mis afanes, estorbados casi
siempre
por la rapacidad feroz de mi colega
a quien su madre
que me llamaba todo el tiempo asesino de la
mía,
daba las mejores tajadas,
toda la leche,
las pieles mejores,
y las más tiernas caricias.
Os contaré una sola escena de aquel tiempo
heroico
en que íbamos los cuatro
de valle en valle a donde el hambre y la pereza
de nuestro rebaño nos llevaba.
Acaso tendríamos ya quince y catorce,
altos y fuertes, educados en la vida sana,
alimento desengañado y natural,
ejercicio mesurado y aire sin viciar,
ríos cristalinos para nuestra higiene,
el amoroso y constante ejemplo de dos adultos
que practicaban el amor al menos con la misma
frecuencia
con que, equilibrados, nos enseñaban su
opuesto,
momento llegó en que ese paradigma incesante
acabó calentando la sangre juvenil
que ya por nuestras venas se desperezaba
y no encontraba en aquellas soledades otro
consuelo
que la presencia venerada de la madre
y las esquivas merinas,
no siempre tan bien dispuestas como se
pensaría,
ajenas en su mundo interior de hondos pensares
rumiativos
a nuestros anhelos más fuertes y urgentes.
A leches y palos había tenido mi padre adoptivo
que enseñar castidad a mi hermano
y se mascaban tensiones en la tienda
mientras los espesos sudores nocturnos
se mezclaban con los incesantes balidos del
ganado,
cuando quiso la suerte que llegásemos a poblado
por fin,
y, atento a la mejor convivencia familiar,
el generoso pastor de nuestro rebaño
pagó para sus hijos a dos hermosas de la
localidad,
que atenuasen y aplacaran los ardores
de nuestras mocedades enhiestas.
Antes de nada deberé deciros
que a mí tres corderos me costó todo el guiso,
pues tuve necesidad de sobornos y untes
con que engrasar las ruedas del asunto que os
cuento,
y de dónde puede sacar con qué un pobre
pastorcillo
si no es robando los corderos y arriesgando el
pellejo.
Las dos prostitutas tenían por mal nombre
Blancalon-Negralon, diz que de dos alondras
tan dispares de pluma como constantes de
costumbres
que las acompañaban siempre de tejado en tejado
y se dejaban ver como un reclamo vivo
de qué sería, digo yo, el reclamo.
Contratadas que fueron por el pastor para
nuestro servicio,
se apalabró una liturgia prolija, no un simple
asalto a cuatro,
una tarde, una noche, tal vez una mañana,
tomar lentamente las cosas muy calientes,
en lo cual estábamos todos de acuerdo
pues el pastor quería que acabásemos saciados
y nosotros nos hallábamos -era vez primera y
veníamos de la nada-
más medrosos acaso de lo que se supone.
De no haber sido así no habría yo tenido tiempo
de atar todos los cabos y comprar voluntades,
pero sobre todo de hacerle las oportunas
advertencias
al mozo salvaje, aunque ignorante,
que había mamado antes que yo
de la misma teta.
Como no tenía, teníamos, otra experiencia
-propia, se entiende, en nuestras carnes
mismas-
que el rebaño de merinas y su monótono
lenguaje,
pude al fin convencer al necio de mi colega
de que mujeres y ovejas son especies distintas
que necesitan trato y hasta conversación
diferente.
Poco a poco sembré su ánimo
de dudas y detalles y minucias y espantos,
le aseguré que ningún placer sacaría,
sacaríamos,
si las hembras no eran tratadas a su gusto y
antojo,
que no simplemente se dejan hacer y ahí vale
todo,
que requieren tacto, cuidados especiales
y hasta una lubricación que es mejor procurarse
para evitar roces que acaso desollaran
pieles muy sensibles y mataran placeres.
Me inventé muy prolijo una lección entera
de anatomía humana y agujeros muy estrechos,
y en especial hablé de la legendaria estenosis
proverbial en las hembras de profesión mundana
por razón de su oficio, el necio me miraba
cada vez más contrito, con su gozo en un pozo.
Pero, ¡velay, misericordia! que era hermano de
leche,
no podía tenerle tanto tiempo asustado,
así que -y por la premura de mis otros asuntos-
enseguida le dije que yo tenía el ungüento
que precisábamos ambos para nuestra inminente
aventura,
que me dejara partir a mis solas un rato
y que estaría arreglado para siempre el
problema.
Con Negralon convine,
se meaba de risa,
el primer cordero que me costó aquella fiesta,
y que sí, pues que claro, que no faltaba más,
que era amiga de broma y que de qué pomada
se trataba en resumen.
Le hablé de una pintura de color muy rojo,
que a la postre habría de delatar al imbécil
con toda la juerga que podía suponerse,
que ella siguiera la broma con seriedad y como
si fuese costumbre,
que yo también fingiría por completar el
cuadro.
Pero en el aire estaba mi negocio entre tanto,
pues la verdad es que no sabía
a quién dirigirme o dónde encontrar
el ingrediente secreto de mi pomada mágica,
que a la postre hallé donde perdí el segundo
cordero,
en el taller del ebanista, que me dio un bote
lleno.
No quiero detallaros toda la alquimia
en que me vi envuelto, y los trucos que inventé
por disfrazar el olor sospechoso del ungüento
de marras,
no tanto quizá al necio de mi hermano,
cuanto a la nariz sensible ¿y un poquito
escamada?
de Negralon sumida en algún recelo.
Un zumo de grosella o de cárdenas moras,
aceite alcanforado, harina de maíz que espesara
la mezcla...
y el... componente base... del truco y de la
broma.
De madrugada sería, esperando estaban para
cantar los gallos,
cuando los alaridos de la hembra y del necio
sembraron la alarma
en toda la casa, en el pueblo, en la zona,
al ver que no había forma de poder desligarse,
la cola había sellado una unión, un matrimonio,
un lo que fuese de cemento muy sólido,
un ‘hasta que la muerte os separe’ en que no
había manera
de soltar la trabazón de coito tan firme.
Allí de los gritos, allí de los gemidos,
alborotos, berridos, carcajadas, insultos,
protestas, comezones, súplicas, amenazas...
Y un largo calvario de los dos...
colindantes...
hasta ir poco a poco los pellejos aislando
a tirones, aguarrases, raspaduras y lijas.
Ya de por sí son vivas las carnes pudendas,
pero más vivas fueron las del cuento que os
cuento,
que escocidos, luego de sueltos,
al regato a toda prisa
a enfriarse los bajos se fueron ambos ‘muebles’
nunca mejor dicho que habían estado armados
con cola de carpintero.
Pero la jarana estaba degenerando en bronca,
yo no había contado con la furia de la huéspeda
-y me refiero a la madre del necio, alarmada
por los gritos de su hijo despellejado en lo
vivo-
queriendo cobrarse en mis espaldas de nuevo
lo que tantas veces en otras ocasiones.
El jaleo, los chillidos y risas, el ruido del
asunto
al alguacil despertaron de su sueño pagado
¿dije tres corderos cuando los conté al
principio?
fingiendo a deshora cumplir con sus deberes...
Y más que no quería seguir aquella vida,
el rebaño infinito de sendero en sendero,
el pastor, la viraga, el necio, las palizas...
Despuntaba muy fuerte y luminosa la mañana
cuando salí -acompañado- huyendo de mí mismo.
***
Así que nos marchamos juntos, Blancalon y yo,
y seguimos juntos un tiempo por esos anchos
caminos,
hasta el momento justo en que tuvo digno
comienzo
mi vida militar. En un bosque espeso fue,
una mañana tibia de sol entreverado por hojas
de eucalipto,
de roble, de abedul, de hayas y pinabetos.
Atravesábamos aprisa veredas sin dibujo
afanosos por llegar a sitio habitado,
cuando una partida de feroces rufianes
en silencio y por las bravas se nos echaron
encima,
nos redujeron a golpes y a puñadas y enseguida
estuvimos a su merced, indefensos y atados.
Llevaba la voz cantante, aunque mejor fuera
decir el gesto cantante,
de tan silencioso y hasta mudo que parecía el
patrón,
un pelirrojo largo de pecas como moras,
ajustado jubón de color imposible,
y con ademanes precisos que no necesitaban
sonido ninguno
hizo saber a sus hombres al tiempo que a
nosotros
el proceder más adecuado al objeto que nos
destinaba.
Aquella buena gente se disponía a usar,
indistinta, repetida y sucesivamente,
nuestros dos blancos culos de moza y de
muchacho,
pero no por la violencia y cansándose en el
trance,
sino bien atados y aparejados de cómodo,
con un palo horizontal en forma de espeto
sobre el cual nos doblaron con las nalgas al
aire,
abiertas por tensos cueros que de los tobillos
iban
a vientos clavados como de tienda en el suelo.
Y las manos al otro lado atacadas a tierra
por igual procedimiento muy prolijo y
meticuloso.
Pelirrojo Exacto maneaba las órdenes
que sus esbirros restantes cumplían
diestramente,
y no tardamos en estar completamente
disponibles,
abiertos, a debida altura, orificios y
enfocados,
a pesar de mis rugidos temerosos y engallados
y de los fuertes berridos con que Blancalon
pretendía
convencer a los hombres de su total
disposición,
por oficio y por capricho, que hacía
innecesaria
tanta afrenta y atadura y humillación.
Se disponía el jefe, con las bragas bajadas,
a empezar y acaso me haya siempre quedado la
duda
de si era yo o era ella el aperitivo primero,
cuando un galope nos dejó en suspenso,
relajamos supongo los dos nuestros anos,
los esbirros atentos a la novedad que
aparecía...
Y así, entre mis nalgas, con el cuello torcido,
vi por vez primera, desde abajo hacia arriba,
subido en su corcel negro de batalla,
al RAT que fue mi amo durante tanto tiempo,
Reesel Águila Tuerta, Señor de Landominium,
rodeado entonces por fieles coraceros
y aguardando todos que los cansados caballos
dejaran de resollar y se aquietara el bosque.
Bajó luego el RAT de su montura, sereno,
con aquella majestad de la que hablan las
crónicas
y que yo tanto le admiré en años venideros,
se acercó a nosotros, indagó pormenores,
una mirada certera le dijo nuestras edades,
circunstancias y afanes,
caló mi mocedad, mi desamparo, mi espanto,
como caló igualmente la vieja profesión
mercenaria de la hembra,
sacó su espadón y de un solo tajo
separó del tronco la cabeza del pelirrojo,
con lo cual que me alegré infinito, aunque su
sangre
nos salpicó las nalgas y a mí, de tan caliente,
mano me pareció con que el muerto me tocaba;
y diciendo a los restantes:
“la puta os
la quedáis pero el mozo es mío,
las
primicias son del RAT, que no se os olvide”,
regresó a su caballo y me llevaron consigo,
aún en el espeto y con las nalgas al aire,
de Blancalon nunca supe,
así entré en la milicia y seguí siendo virgen
más o menos, un poco, algo virgen,
un tiempo.
Me salieron pecas, parece, en el culo,
yo no me las veo, me lo han dicho a veces
quienes sí las han visto,
el pelirrojo al fin me las pegó con su sangre,
o que nunca me lavo, a lo mejor no son pecas.
***
Pero tal vez ahora deba ya hablaros
de mi vida militar a lo largo de tanto tiempo.
Nada se puede comparar
a la espera,
quiero decir la espera antes de la batalla,
la noche, la pálida e incierta madrugada,
cuando ningún alimento tolera estómagos
ni esperanzas.
Aprendí sobre todo a esperar
aunque es cosa que nunca termina de aprenderse,
cómo los camaradas permanecen silenciosos,
en medio de falsa y estridente algarabía,
y el miedo adopta formas diferentes
pero huele siempre igual y ácido.
Mas si ya habéis esperado
no necesitáis que nadie os lo explique,
y si no ha sido así
entonces ninguna explicación os servirá de
nada.
¿Cuántas han sido, en total, esas noches?
Antes del asalto, o del campo de batalla,
antes del asedio, la escaramuza, el ataque,
te pagan por matar y morir si llega el caso,
pero nadie quiere que le paguen por la espera,
la espera se hace gratis, es regalo de la casa,
como la sangre primera
y la última.
Ya os dije que no entraré en detalles,
que sólo el hilo general os diré de mi relato,
no hablaré por tanto de combates, batallas,
fortalezas tomadas, castillos derruídos,
la cuenta incesante de tanto muerto y herido,
la sangre, cada gota, empapando la tierra,
todas con nombre propio y apodo y apellido;
en mi recuerdo se funden y confunden y anulan,
son una sola bruma de incendios y alaridos,
entrechocar de aceros, gemir de moribundos,
el olor de pólvora, desesperación y muerte,
hasta no saber asignar cada nombre
a un suceso concreto,
un solitario perfil del horror conteniendo
todos los horrores menudos,
y el desfile fantasmal de caballos sin jinete,
porque a la postre sólo cuatro jinetes
conservan la montura...
Así fue mi vida con la gente del RAT,
cada día igual, cada noche distinta,
todos los muertos son tus camaradas,
todos tus camaradas acaban siendo muertos;
camarada de nadie, recuerdo que se diluye
en la memoria de sangre colectiva y heroica.
Dejadme que os relate una sola aventura
que sirva de señal o jalón o miliario
en esta sucesión de señales continuas,
la última quizá, tal vez la primera,
una de tantas, todas, confundidas y únicas.
En medio de un páramo -sueño desolado
de un loco ciego, desesperado y visionario-
en el risco que rompía y agrietaba los llanos,
una singular fortaleza de piedra gris y ébano,
recuerdo en los arcos, los dinteles, tirantes
de muros y paños y lienzos de muralla,
los correajes de la negra madera sujetando la
piedra,
y erizadas almenas de enemigos tan feroces
-al menos en los terrores de nuestra fantasía-
que nos sentíamos impotentes y débiles
ante esos muros de niebla sin edad y sin
grieta.
Al caer de los días y a prudente distancia
de flechas y dardos y pelotas de hierro,
fuimos construyendo foso y cerco y barbacana,
vigilados de cerca por enemigos a quienes el
sitio
no parecía inmutar ni intimidar ni entorpecer,
que seguían su vida íntima y segura
como si nosotros no estuviéremos acechando sus
piedras.
No recuerdo los meses de aquella inmensa
espera,
acaso el horror pueda dilatar el tiempo,
al fin en derredor aquella fortaleza
de otra fortaleza mayor y más segura
se había revestido como quien se arma de acero,
no parecía el cerco algo enemigo y extraño
llevado a cabo por fuera como agresión y ofensa
por fuerzas exteriores de intenciones
perversas,
parecía al contrario armadura y escudo
que desde dentro hubiesen añadido a sus torres,
y el páramo y el risco seguían su monótona
existencia de luz fría, cristalina, inmutable.
En todo ese tiempo nunca hubo batalla,
ni los sitiados salieron a romper el cerco
ni nosotros nos pusimos a tiro de sus armas,
salvo el sordo rumor de ir levantando obra
ningún grito sonaba
¡qué terror infinito
ese silencio espeso, manando de la piedra!
Cuando al fin comprendimos que el tiempo se
acababa
(y nunca parecía acabarse en aquella gris
paramera,
si es que era tiempo lo que discurría
sin pasar ni cambiar la arena en los relojes,
como el agua tan fina se desliza por la piedra
y no turba su sólida solidez inmutable)
o comprendimos acaso que no se acabaría,
que los sitiados estaban más allá del alcance,
en otro espacio, otro tiempo, en el revés del
recuerdo,
en las zonas oscuras de imágenes sin vida,
entonces
sin esperar la orden de ataque, frenéticos,
silenciosos, desesperados, llevados por un
viento
que no soplaba fuera, sino en los corazones,
al galope furioso de caballos de noche
atravesamos como diablos, sin un grito, en
silencio,
la tierra de nadie entre el cerco y el
castillo,
y abatimos, hundimos, golpeamos, rompimos,
desmontamos como furias las piedras de las
piedras,
prendimos fuego con nuestro aliento al ébano
que armaba
los entresijos inmensos de aquel mundo y un
jadeo
finalmente cansado
detenernos nos hizo.
Hubiera transcurrido la eternidad entera
en la violencia salvaje, en la implacable
furia,
y un soplo sin duración nos habría parecido,
soplo fue, desde el infierno de nuestras almas
ardientes
notamos su espesa quemazón ramonearnos prolija
los tallos de la esperanza.
No sé quién más listo, alguien más avisado
notó la rareza del solemne momento:
el humo..., el sudor..., la agria saliva...,
sí,
la fatiga..., las greñas cayendo aceitosas
sobre ojos inflamados,
el pecho a reventar del galope, el asalto, el
cansancio infinito
de haber reducido a escombros la milenaria
piedra...
¿pero sangre?...
Ni una gota de sangre en los filos de las
espadas,
ni esos regatos someros que va empapando la
tierra
y son prenda segura de haber habido batalla,
ni sangre, ni muertos, ni moribundos, ni
heridos,
ni huérfanos, viudas, gemebundos ecos
que tanto acostumbramos y son parte del oficio.
Aquella fortaleza no contenía un alma,
peor aún, más terrible: ningún cuerpo tampoco,
estaba vacía, limpia como el cauce
lavado por una corriente más antigua que el
mundo.
Y ante nuestros ojos horrorizados los escombros
se deshacían,
la piedra y el ébano ardiendo en montones
se iban diluyendo como no habiendo sido,
las torres, los salones, los paños de muralla,
las altivas almenas, los amenazantes saeteros,
todo se iba desmenuzando lentamente,
retrocediendo a un antes del antes, se
disolvían sin que nada
quedara, ni un residuo
para atestiguarle a nuestro recuerdo el no
haber soñado.
Al caer de aquel día un ejército victorioso
se retiró vencido, en desbandada, roto,
por la llanura infinita de un páramo liso
en que ni un risco solitario elevaba sus
perfiles.
Que así están hechos los recuerdos del soldado,
mezcladas la cosa realidad y la cosa espejismo,
la sangre verdadera y la sangre imaginada,
en la nariz el humo de incendios futuros,
quién de vosotros puede estar seguro
de vivir o simplemente soñar haber vivido...
***
Siempre es misterioso
que otro ser humano se fije en ti,
qué rasgo, qué gesto, qué perfil
le llaman la atención,
qué sombra, qué luz, qué sonrisa,
qué tono de voz,
qué silencio
hacen que se vuelva,
tu imagen grabada en el alma,
y ya para siempre,
acaso un siempre breve,
ese semblante le quede
cincelado en los surcos interiores de la
memoria.
Especialmente cuando esa imagen es la mía,
de tan triste y pobre recordación,
tan desvaída y contrahermosa,
entonces tan imberbe y brumosa,
sin pasado aún y sin futuro siempre,
mozuelo perdido en la bronca niebla
de viejos soldados heridos y muertos,
campamentos ahítos de tristezas,
de campañas que ya se han perdido
sin llegar a ser reñidas,
vueltos todos como la vida en regreso
de batallas en que la derrota
fue el único suceso, la solitaria aventura.
Siempre es extraño que unos ojos se fijen
un instante en tus ojos
y ahí se queden para siempre,
eso es el amor, a veces ocurre,
pero más raro todavía cuando es el amigo,
gratuito tesoro que a los dioses escapa
y que hace la vida del hombre
digna de ser algo más que un horizonte de
plomo.
Allí estaba aquel viejo, no sé qué edad la
suya,
mucho más, muy anterior a mis tempranos
recuerdos,
me miraba de soslayo por entre tiendas y
esquinas,
al fin me di cuenta, pensé lo de siempre,
pero en sus ojos -fijaos si es raro-
en su mirada entera solamente había alma,
nada carne, nada cuerpo, nada tiempo, nada
deseo,
era una mirada de atenta y concentrada reserva,
y supe desde el principio que miraba otra cosa,
un mí más interior que los que yo mismo
conocía,
a lo mejor estaba dotado de esos ojos eternos
que pueden ver el futuro a través de tu piel
y saben quién eres cuando tú no lo sabes.
No me dirigía la palabra,
ni siquiera se acercaba hasta mí,
me hacía notar su presencia con esa mirada
silenciosa,
desde lejos cerca, desde cerca lejos,
por entre esquinas y tiendas,
a caballo detrás de otros rostros,
en las marchas nocturnas su perfil de repente
iluminado por la luna, la sombra brillante de
sus ojos
siempre vigilando mi espalda.
Siempre supe, lo supe siempre,
que estaba allí de mi parte, era amigo
incesante,
qué misterioso resulta
que alguien entre todos los que existen
se fije en ti de repente,
qué gesto, qué perfil, qué silencio,
y una tu alma a la suya a través del tiempo y
la memoria
y se declare tu amigo y tu hermano.
Un pudor como de amante secreto
me hizo callar la amistad misteriosa,
el viejo soldado hermético,
la veterana y fiel compañía,
mínimos favores enormes,
una rama que se aparta leve antes de azotar tu
rostro desprevenido,
un sorbo de cantimplora limpia cuando la sed a
todos agobia,
un bocado dejado en el espeto a tiempo y a
desgana aparente,
como quien no se hace notar pero cuida y
atiende,
espada limpia, escudo bruñido, calzado seco,
manos nocturnas que arropan y miman,
una madre inesperada en medio del infierno,
una sombra que no se despega de tu espalda,
un custodio que te ha jurado la sangre de
dioses bienhechores
que debe de haber, debe de haberlos, cómo se
explica, si no,
el regalo infinito,
un amigo en la niebla,
un amigo repentino y perpetuo.
Y el misterio de su mero milagro...
allí me hice hombre, creo,
no cuando la madre parióme en el vino y el
grito,
no cuando el pastor me molió tantas veces las
espaldas,
no cuando la mujer me inició en secretos que
siempre lo son y nunca se desvelan,
no cuando el RAT me salvó y me perdió, para la
inocencia, para la ternura,
y me trajo a su castro de sangre y violencia,
no cuando los asaltos y muertes,
las violaciones y los incendios,
los acechos, las razias, los escalos, las
torres de asalto,
las balistas escupiendo sus moscas de acero,
las catapultas sembrando sus huevos de muerte,
no cuando el horror incesante y de plomo
de una vida de soldado mercenario,
siempre distinto pero el mismo asedio,
siempre el mismo pero distinto humo
de la pólvora y el alma y el incendio.
Me hice hombre bajo aquella mirada amiga
que siempre vigilaba mi seguridad,
o en los largos momentos en que la sorpresa
me hizo preguntarme y abrió mi cabeza
a otras auroras, queriendo saber, queriendo
entender
el por qué yo, por qué a mí,
qué gesto de mi mano,
que decisión de mi coraje,
o qué capricho del azar,
me procuraron amigo como mi amigo,
presencia como la suya, mirada como su mirada,
don tan gratuito.
Porque en medio de mi bestial ignorancia
de soldado y mendigo y pastor y vagabundo,
supe valorar la amistad que se me brindó,
asombrarme por ella como no merecida,
y agradecerla a los dioses, al destino, a la
suerte,
al sol del mediodía o a la luna misteriosa.
Y me acostumbré a tener siempre las espaldas
bien guardadas,
los camaradas en campaña se fueron asombrando
de mi temeraria valentía, de mi despreocupado
arrojo,
del ímpetu con que me adelantaba a todos
en las más peligrosas cargas,
o escalaba antes que nadie las más erizadas
torres,
o me apuntaba atrevido a las escaramuzas más
siniestras y peligrosas.
Pero qué podía temer yo de un destino tan
amable
que me procuraba el guardián más celoso y
diligente,
atento siempre a mi bien, a que las flechas no
me alcanzaran,
las espadas no me hirieran,
las piedras me respetaran,
las feroces harpías de la propia guerra
pasaran a mi lado con los garfios celados, sin
herirme,
reverenciando la eficacia inimitable de mi
esmerado custodio,
a quien acabé por no ver tan a mi espalda y mi
sombra,
incesante, más ajustado a mis miembros que la
cota de malla,
más protector que un parapeto de héroes,
firme, certero, némesis de toda némesis,
hasta volverme inmortal, imbatible,
seguro en medio del furor del combate
como en la tienda caliente al caer la noche y
vencerme el sueño.
¿Mil veces digo que me salvó la vida?
¿Mil veces me la salvó por cada vez que lo
diga?
Ya el RAT me encomendaba toda misión
desesperada,
toda acción sin salida,
por descontado se daba que la empresa más loca
era la mía para mí y mi sino,
y loca y todo e infernal y terrible,
salida le daba y éxito y coronación
y nuestras eran siempre las glorias de cada
día.
Pero eso sí: a distancia.
Cuando al terminar las batallas una y cien
veces mi ánimo,
asombrado, sensible y hasta temeroso por el
milagro perpetuo,
se aprestaba a buscar al fiel amigo escudero y
darle mil veces las gracias,
como que me huía y rehuía y escapaba y se iba,
seguro entonces -por ver acabada la pelea- de
la tranquilidad de mi pellejo,
o no sé qué suerte de pudoroso y recóndito
temor llenándole las prisas,
pero lejano, de repente remoto,
más allá de la vista,
más allá de la sombra,
más allá de la palabra.
Le he buscado en vano en las noches de sosiego,
para sentarme junto a él y estarle agradecido,
abrazarle acaso como al mejor camarada,
mecerme en el tibio calor de las fogatas a su
lado de hermano,
y escuchar de sus labios qué sé yo qué hazañas
de las que tiene a miles que atesorar su
memoria
y en las que muchas veces he sido yo argumento.
Pero en las noches de sosiego es cuando no
está,
otros quehaceres le ocupan, le alejan, le
entenebran,
cuánto me ha abandonado éste que nunca me
abandona,
qué solo me deja éste que nunca me deja.
Y yo bien quiero pagarle y hablarle y estar a
su servicio,
que con cien años de honrarle no equilibraría
la cuenta que me tiene y que acaso sea
infinita,
pero no ya sólo por agradecer y ser bien
nacido,
por el interés también de su amor y compañía,
porque si algo tiene de sabroso
el terrible y sangriento oficio de soldado,
es luego de la batalla reposar las heridas
al calor de las hogueras con camaradas cansados
de las mismas fatigas,
hablar juntos callando los horrores del día,
las sencillas y heroicas y manidas gestas
de valor y de esfuerzo
y de sangre compartida.
Me gustaría su rostro curtido a la llama
bailante,
su voz que imagino serena y algo bronca...
me hubiera gustado es el tiempo correcto,
pues ahora que os cuento este cuento en mi
recuerdo,
las cosas ya no son si acaso fueron nunca
y poco más puedo añadir de aquel amigo fiel
que guardó mi inútil vida en más de cien
batallas,
contra el acero y el fuego y el astil y la
piedra.
Tras sangrienta pelea en que salvó mi vida
más veces de las que puede contar el lucero del
alba,
le cogí por sorpresa antes de que huyese
y le abracé a despecho de toda su reticencia.
Creedme si os digo que puse al fin en aquel
abrazo
todo el poder de mi alma agradecida
que su favor había ido convirtiendo
de alma de muchacho en alma de hombre,
y puse mis recuerdos y todas esas vidas
que le estaba debiendo desde tanto tiempo,
y el amor del amigo y el calor del colega
y en fin esa emoción
serena pero fuerte, esencia del soldado,
que es ser camarada y con decirlo cumplo.
No estaba allí,
mi abrazo
la nada abrazó,
el aire escueto,
mientras con los ojos me decía directo
al corazón donde mejor se entiende:
“Hijo, tu
padre soy, soldado de otras guerras,
pues que
al nacer no pude servirte de escudero,
me han
permitido venir y acompañarte un trecho;
hombre
eres ya y soldado fuerte,
aquí con
tu abrazo se acaba mi tiempo,
que la
suerte haga ahora por ti mi trabajo,
no dejes que
la muerte sepa que me he ido”,
y me dejó para siempre ahora que las lanzas
pueden otra vez permitirse mi pecho.
Y acaso hayan sabido encontrar su camino.
***
Dejadme que salga silencioso y furtivo
de esta vida de lucha, de combates y heridas.
Tal vez la tropa del RAT se deshiciera
como aquel castillo, diluida en la nada,
tal vez yo me perdiese por los senderos del
mundo
absorto en mi soledad, dejando que mi caballo
siguiera rutas apartadas y días sin auroras...
O que haga aquí un alto, una parada, un salto...
Podéis imaginarme recorriendo un pasillo
por donde manos transparentes como dicen del
tiempo
me fueran desnudando de todos los arreos,
las manoplas, las coderas, los borceguíes de
acero,
el escudo, la espada, la fuerte lanza aguda,
el espaldar, el peto, el yelmo, la coraza,
la cota de malla tejida como seda,
el jubón de fieltro y las calzas de cuero,
la daga de misericordia que en el cinto guardo,
la propia barba, el cabello de soldado
aguerrido,
y dejarme al final tan desnudo como el día
en que nací, si es que se nace un día,
cabalgando un caballo que es metáfora viva
de un pasado perdido en la nada del recuerdo.
Imaginad si os gusta que, al verme tan
indefenso,
bandidos feroces me hieren y abandonan
en medio de una nada que es ya otro destino.
Y el lejano, no tanto, retiñir de una campana
a cuyo amparo se acoge mi cuerpo desfallecido.
Así estamos, acaso sea el fin de mi historia,
así estamos, acaso sólo sea un segundo
principio.
***
De mi sopor de muerte, o grieta en mis
recuerdos...
qué más da, da lo mismo,
lo que a vosotros importa
es la sustancia del cuento, no queréis
detalles,
quedamos en que ahora se hace otra mi crónica,
repito, por tanto:
De mi sopor de muerte, o grieta en mis
recuerdos,
desperté en mullida y fonje y blanquidulce
cama de baldaquino sonrosado con tocas...
O que un grupo de monjas arreboladas
rodeaban el lecho en que yo estaba yaciendo,
o, si queréis, yacido... que este asunto es
cosa...
Pero vayamos por partes.
Al parecer mi desmayo fue tan afortunado
que unas demandaderas del cercano convento
escucharon mis lamentos o quejas o ruidillos
de estarme acaso yendo de este mundo al otro,
asustadas un poco, atrevidas un tanto,
indagaron, me vieron desnudo y sangrante,
se acercaron piadosas, comprobaron mi aliento,
corrieron a su hogar, recabaron ayuda,
entre varias me fueron alcanzando al convento,
depositaron su carga en los mullidos huecos,
me curaron, me limpiaron, me dejaron dormir,
atentas vigilaron en torno a mí mi sueño,
al fin me desperté con un círculo de mejillas y
de tocas blanquísimas
sonrosadas, almidonadas, aladas, sonrientes,
las mejillas, las tocas, las tocas, las
mejillas.
Y un gran suspiro satisfecho lanzaron
de ver mi salvación, mi aliento redivivo,
de su caridad esforzada el trabajo bien hecho,
de mi cuerpo desnudo mis... en fin que muy
benditas
las encontré de pronto.
Y caliente que estaba, a gusto y a cubierto.
Allí mismo abandoné, como se dice, el mundo,
profesé... de monja, o a lo mejor de monjo,
que me quedé con ellas sin dudarlo un instante,
de capellán, jardinero, sacristán, cocinero,
mozo para todo e incluso para todas
que en eso ya dejó la madre todo el tema
muy claro y democrático y explicado al
principio,
pues era la abadesa muy de repartirlo todo
equitativo,
y quería a todas sus hijas allegarle ración,
con que me vi preguntando sobre de cuántas...
cabezas
se componía el rebaño de quien yo era...
pastor, o cosa parecida,
pastor-abad y señor de tenedor y... sábana.
***
Dejemos un tiempo para que yo me aprenda
los maitines y laudes y vísperas y otras horas,
las costumbres de la casa, el mapa de sus
celdas,
los pasillos, las liturgias, las recetas de los
bollos,
dónde y cuando la campanita que salvado me
había,
las horas de colada y de planchar almidones,
pues en esto de las tocas ocurre lo contrario
del orden de otras cosas que ocurren en el
mundo:
las tocas se almidonan lo primero de todo,
arrugarlas es luego de haberlas... estirado,
o quizá al fin y al cabo ésa es siempre la
secuencia
y me engaño yo ahora al creerlo tan raro.
Pero llega el momento en este mi relato
en que al fin me sabía todas las rutinas,
y aquí bien podría poner fin a la historia
de haber sido las cosas como al principio
fueron,
yo no hubiera caído nunca en la nada,
la gris nada de niebla de que he venido a
hablaros,
de una gloria a otra gloria deslizado me
hubiese
sin mediar un suspiro, quién puede hallar
frontera
entre dos tramos iguales del mismo paraíso.
Pero, aunque en los tiempos heroicos de mi vida
de soldado
algunos camaradas reputado me hubieron
de incansable, tenaz, persistente, tozudo...
eso era en la guerra, que el trabajo es
sencillo,
descansado, no agobia, si combates un día
tienes trescientos días de descanso y holganza,
se trata solamente de marchas y contramarchas,
de azares y sudores e incendios y saqueos,
fortalezas, castillos, campamentos, asedios...
Las monjas son otro tema, ellas sí que
trabajan,
un convento pequeño necesita algo más
que un pobre soldado desgastado y herido,
digo, si es que quieres quedar a buena altura,
cumplir como los buenos, hacer valer hazañas de
tiempos heroicos,
en fin, si ganarte el sustento dignamente
pretendes.
Y por creer que estaba a tono con tan fuertes
y tenaces, incansables, tozudas...
trabajadoras,
me fui viendo depauperar, enflaquecer,
desmedrarme,
no dando abasto a... almidonar tantas tocas.
Por fin tomó la madre resolución extrema,
me declaró en cuaresma como carne de cerdo,
cesaron los problemas, o al menos los problemas
que estaba habiendo antes porque problemas
nuevos
aparecieron de pronto, que era todo el convento
un jadear de ayes soterrados y tensos,
húmedos, suplicantes, entrecortados, densos,
y mi misma fantasía se estaba fantasmizando
con imágenes redondas y blancos almidones,
desnudas criaturas vestidas con sus tocas
que al cabo las orejas, por misteriosas y
ocultas,
me acabaron sabiendo a bocado exquisito...
Pero todo sonaba por los blancos pasillos
como el murmullo del celo de un rebaño
sediento,
y mi febril delirio se llenaba de curvas,
tanto doble hemisferio, tanta boca de grana,
tanto mórbido vientre, tanta nalga de nácar,
tanto monte sedoso, tanta grupa dorada
y yo embutido en cuaresma... no sé si estaba
siendo
la triaca peor que había sido el veneno,
ellas y yo al unísono declaramos abierta
de nuevo la veda de estremecidas delicias,
finita la cuaresma, la carne recobrada
y la abadesa, en la fila, fue la mejor
sazonada.
Con todo, al fin, la experiencia
sus senderos más ocultos nos había enseñado,
establecimos turnos prudentes, con retenes,
parejas adosadas en razón de edades...
digamos ‘distales’, que el tema un poco me
había preocupado
cuando las pobres mujeres de edades avanzadas
tuvieron que... bien, suponed que la cuaresma
resultó ser más larga en algunos casos,
pero ahora, estructuradas las líneas maestras
del esquema,
todo se ayudaba lo uno por lo otro,
y si por un lado estaba Sor Martes Vespertina
Seniora,
por otro Sor Juniora Vespertina Martes
equilibraba la delicada balanza
y nadie quedaba descontento,
llevando al recipiente pequeño
lo que del grande recipiente sobrara...
Y al fin me aprendí los nombres
que aquellas buenas mujeres en religión usaban,
tanto como me había costado saberme aquella
lista,
Sor Miércoles de Maitines BienDispuesta,
Sor Laudes de los Jueves AquíMismo,
Sor Domingo Vísperas YAdentro,
Sor Prima Lunes LaEsperaMeImpacienta,
la propia abadesa nunca tuvo
otro nombre que el nombre de su cargo,
a lo mejor por estar siempre disponible
y no guardar turno como el resto.
Se me fue recomponiendo la figura,
medré de nuevo por la vida regulada del
convento,
que tanto bien hace a la salud
tener las horas sosegadas y previstas,
y que las monjas bien me alimentaban,
carnes rojas, vino fuerte, nabos, huevos,
todo lo que a su entender hiciera
más musculoso y eficiente mi trabajo
en el jardín, en el huerto... sobre todo en el
huerto,
¡qué hermosa vida si obispos envidiosos
no hubieran -qué sé yo- anulado el invento!...
Porque ya dice el dicho que no hay dicha eterna
ni bien que cien años dure,
y las pobres hermanas del convento,
segregadas de nuevos sacristanes,
fueron remitidas a una cuaresma incesante
que un prelado rijoso ignorante de almidones
dispuso como castigo de no sé qué pecados
que debió de inventarse, pues aquellas mujeres
eran la pura santidad, la blancura perfecta,
hasta las tocas dispuso que de color cambiaran,
color marrón de... un color asqueroso
hubieron de ceñirse a sus pobres orejas,
y aumentó las vestes del hábito-estameña
con un ceñidor de cuero negro cierra-coños
que llamó de casti... casti no sé qué engendro
de palabra
que al parecer, según dijo, es condición de
monja.
Salíme de aquel sitio que tantas bendiciones
me había deparado al correr del tiempo,
tanto calor humano, tanta blancura suave,
tanta amiga dispuesta, tanto... tanto... en
fin: tanto.
Sor Prima de los Lunes de la Impaciente Espera,
que resultó llamarse Juanita del Espliego
en el mundo digo, su nombre cabe el siglo,
se vino conmigo a recorrer la tierra,
no quiso quedar para siempre en el convento,
nos despidieron con abrazos y llanto las
monjitas,
un dulzor de amistad nos llevamos en el pecho,
y el zurrón atiborrado de quesos y embutidos
y legumbres y tarros de mieles, mermeladas,
bollos de todas clases, pastelillos, amores
de amores nos llevamos el zurrón bien repleto,
nunca pude olvidar tan queridas amigas,
y fijáos que acaso mi víscera agradecida
no fue tanto la que hubiese supuesto,
que luego el corazón se me quedó prendido
en aquel recoleto convento de mi vida.
Espliego de los Lunes Esperando Impaciente
resultó bien dispuesta, compañera incansable,
amorosa, tranquila, serena, valerosa,
nunca una queja en boca, una sonrisa siempre,
la comida dispuesta a sus horas precisas,
la colada tan limpia como ropa de monja,
cuidadosa, esmerada, prudente en el consejo,
entregada en el lecho, pronta en el trabajo...
Mil veces hube a lo largo del tiempo
de agradecer bendiciones de tantos malandrines
como habiéndome herido y abandonado en el
bosque
me llevaron al convento y a tan abierta
alegría,
lo mismo que al prelado de condición rijosa
que me mandó al camino con un ángel tan bello
como mi hermosa Espliego del Esperado Lunes.
***
Y otra vez me parece que mi historia se amansa,
encontramos un valle de feraz colorido,
un arroyo, un bosque de sauces y álamos,
un altozano, una colina, un risco,
paisaje de un belén para niños pequeños,
hermoso, a nuestra imagen, semejanza y medida,
y allí fuimos dejando que el azar de los días
nos volviera más felices a cada instante
juntos,
primero los dos solos, el Soldado y su Aroma,
luego me dio una hija una tarde de mayo,
tan hermosa y tan blanca como ella lo era,
Romero de los Martes Amada de su Padre,
que fue como la puse, como ella la puso,
en el nombre también estuvimos de acuerdo,
en todo y para todo lo estábamos siempre.
Si en lo que va de verso a verso se contiene
una vida,
poned aquí la mía verdaderamente,
una línea y mi hija del alma está naciendo,
otra línea y ya es moza hermosa y sonriente.
Dicen que la felicidad no puede relatarse,
es historia sin miga, carece de argumento,
veo ahora que es cierto, no sé cómo expresaros
otra cosa que no sea, de aquel tiempo sin
mancha,
una sonrisa abierta y un corazón florido.
Mas la felicidad nunca alcanza hasta el final
del tema,
no por sus blancos pasos se consuma el camino.
***
Esperad que me apreste a seguir otro poco,
acaso se me duela el alma y no desee ahora
continuar el relato a partir de este punto...
Esperad que respire, dejadme coger ánimo...
Hay palabras feroces que deben masticarse
con tanta lentitud y tan sabor a acíbar
que si no se respira despacio y se ventila
la hondedad más honda del alma y del recuerdo,
se ahogan los recuerdos en su funda de sombra.
***
Tal vez por la bondad de su corazón tan puro,
o acaso por pagar la felicidad recibida,
por una cuenta amarga que en la sombra se
anota,
porque el que dicen valle de lágrimas lo es...
¡quién sabe la razón del destino terrible
que se abatió de pronto sobre nuestras
cabezas!...
Supimos de una peste en el pueblo cercano,
yo aparejé la mula con todos los enseres,
dejé en pocos minutos las paredes desnudas,
el serón más grande rebosante de cosas,
con el pie en el estribo apremié a mis mujeres,
nos íbamos del valle, huíamos de todo...
y en la cara de Espliego de la Firme Esperanza
vi como en el cielo escrito mi destino...
No sé cómo explicar, no sé cómo deciros...
Era el gesto radiante y aceptador y hermoso
de la caridad más sublime, aunque también era
al tiempo
una sentencia oscura que me heló las entrañas.
“¿Cómo, en
su miseria, abandonar podemos
tanto
amigo y vecino, en su hora más dura?”...
Resuenan para siempre en lo hondo de mi alma
sus palabras de fuego, de generosa entrega,
cuando a seguirme se negaba con los brazos
abiertos
y señalaba el camino del amor desprendido...
“La
enfermedad terrible se abate como un viento
de muerte
y de soledad y de pánico sin nombre;
nuestros
amigos son, les vamos debiendo mucho,
conocemos
sus nombres, sus historias, sus rostros,
hemos ido
a sus fiestas y llorado en sus duelos,
¿no
podremos ahora esperar unos días
para
ayudar en el trance, cuidar de los enfermos,
asistir
moribundos, enterrar a los muertos?”...
Sin palabras ni aliento, vencido por el pánico,
yo señalaba la huida y el equipaje en la mula,
señalaba a la hija, al futuro, a la vida,
¡qué señalaremos en trance semejante,
señor de la luz, señor de la tiniebla,
cuando decidir de este modo es un gozne en el
tiempo!...
¿Arriesgar nuestra vida, la vida de la hija
por una caridad que a nada nos conduce?
¿Podemos acaso conjurar la sombra,
está en nuestra mano arrebatar a la muerte
las vidas que ha hecho suyas,
las frentes que ya llevan su marca tatuada?...
¿No está dicho dejad que los muertos a sus
muertos entierren?
¿Hay espada de tiempo que pueda vencer al
tiempo?
¿Hay antorcha de sombra que pueda encender la
sombra?
“El amor generoso puede vencer la muerte”
es frase que la muerte canturrea gozosa
mientras tacha en su lista los amores que
siega.
Sería su blanco corazón de generosa novicia
que tal vez nunca del todo abandonó el
convento,
la entrega, la gratitud... cómo puedo saberlo,
o que por fin los dioses llegaban con la
factura,
este mundo es posada y hay que pagar la cuenta.
Maldito sea aquél que entre vosotros
por un instante suponga que pude abandonarla,
marcharme con mi vida, dejarla con su
propósito,
llevarme a la hija o huir de allí yo solo.
En la eternidad estaba, como está siempre,
escrito
mi destino y el suyo como una sola cosa,
si se iba nos íbamos, si se quedaba, juntos.
¿Queréis un ejemplo de lentitud solemne,
del ir poco a poco desenredando el tiempo?...
No penséis en la prisa furiosa de los
glaciares,
la columna que en la cueva de suelo a techo
crece,
miradme desarmando el equipaje
con la risa de fondo de esqueletos de niebla.
Y allí nos quedamos, servidores de la muerte;
mi Espliego y mi Romero, con su aroma abnegado
de caridad y ternura aliviando dolores,
y yo enfebrecido, tomando trabajos y fatigas y
agobios
por respirar más hondo que ellas la
pestilencia,
por hacerme más el blanco del contagio y del
morbo,
por engañar a la negra distrayendo su designio,
no te fijes en ellas, mírame aquí delante,
el siguiente soy yo, ellas no están en tu
lista,
ni siquiera existen, no podrás matarlas,
son solamente sueños de mi dulce fantasía...
Pero no está escrito que la caridad sea inmune
a un destino que arrasa como huracán de fuego,
ni está escrito que los sueños no puedan
troncharse
como si fueran sueños...
Me gustaría ahora sacaros de la duda,
si fue mi mano negra la que cerró sus ojos,
si fue su blanca mano la que cerró los míos,
si juntos sepultamos el amor de la hija,
o si acaso el oficio de enterradores y máscaras
a los tres nos echó a la misma cal viva
de la fosa de todos en la nada vacía...
No por mi presencia ante vosotros ahora
supongáis acaso que me salvé de aquélla,
estoy muerto, os lo dije, o lo estaré muy
pronto,
viene a ser lo mismo que os esté narrando
lo que pasó, pasará, está pasando ahora,
si hay muerte no hay tiempos diferentes,
distintos,
lo que será ya ha sido, lo que ha sido está
siendo.
Sabed únicamente que en el terrible instante
en que todos mis amores se apagaron de golpe,
haya yo existido y mi historia sea ésta,
vaya yo a existir y esté ya todo escrito,
grité y grité y me arranqué la lengua
para lanzarla al viento y perpetuar mi grito...
Pero el viento es sordo y el eco de los nombres
que mi garganta rota siguió gritando muda
se perdió, se ha perdido, se perderá, se
pierde,
la flecha vuelve siempre al corazón del
arquero.
***
Luego seguí rodando por un mundo vacío,
mudo, solitario, apestado, sombrío,
dejando que me mecieran las corrientes del
tiempo,
el azar vagamente ocioso de la nada,
un contraluz de vida, un sudario dispuesto,
vacilando como borracho entre dos horizontes:
o que ya todo hubiera pasado y el horror
ocurrido
o que el horror me estuviese esperando más
tarde,
sin saber si los dulces nombres, los rostros
amados
son proyectos de luz que reserva el futuro,
o recuerdos que hieren desde un ayer perdido.
Me encargaron entonces que os advirtiese de
todo,
no vayáis a repetir mi destino y mi historia,
a santo de qué un relato redondo,
empiezo solitario, solitario termino,
he nacido desnudo, transparente he vivido,
he gritado sin lengua, áfono, roto, sin grito,
la esperanza me enrosca y desenrosca el alma,
desesperado vuelvo por borrados caminos,
mi mensaje comienza cuando mi historia
concluye,
escuchad el mensaje del mensajero mudo.
miguel cobaleda
salamanca
lunes 4 de octubre de 1999
martes 5 de octubre de 1999
miércoles 6 de octubre de
1999