De mi sopor de muerte, o grieta en mis recuerdos...

qué más da, da lo mismo,

lo que a vosotros importa

es la sustancia del cuento, no queréis detalles,

quedamos en que ahora se hace otra mi crónica,

repito, por tanto:

De mi sopor de muerte, o grieta en mis recuerdos,

desperté en mullida y fonje y blanquidulce

cama de baldaquino sonrosado con tocas...

O que un grupo de monjas arreboladas

rodeaban el lecho en que yo estaba yaciendo,

o, si queréis, yacido... que este asunto es cosa...

Pero vayamos por partes.

Al parecer mi desmayo fue tan afortunado

que unas demandaderas del cercano convento

escucharon mis lamentos o quejas o ruidillos

de estarme acaso yendo de este mundo al otro,

asustadas un poco, atrevidas un tanto,

indagaron, me vieron desnudo y sangrante,

se acercaron piadosas, comprobaron mi aliento,

corrieron a su hogar, recabaron ayuda,

entre varias me fueron alcanzando al convento,

depositaron su carga en los mullidos huecos,

me curaron, me limpiaron, me dejaron dormir,

atentas vigilaron en torno a mí mi sueño,

al fin me desperté con un círculo de mejillas y de tocas blanquísimas

sonrosadas, almidonadas, aladas, sonrientes,

las mejillas, las tocas, las tocas, las mejillas.

Y un gran suspiro satisfecho lanzaron

de ver mi salvación, mi aliento redivivo,

de su caridad esforzada el trabajo bien hecho,

de mi cuerpo desnudo mis... en fin que muy benditas

las encontré de pronto.

Y caliente que estaba, a gusto y a cubierto.

Allí mismo abandoné, como se dice, el mundo,

profesé... de monja, o a lo mejor de monjo,

que me quedé con ellas sin dudarlo un instante,

de capellán, jardinero, sacristán, cocinero,

mozo para todo e incluso para todas

que en eso ya dejó la madre todo el tema

muy claro y democrático y explicado al principio,

pues era la abadesa muy de repartirlo todo equitativo,

y quería a todas sus hijas allegarle ración,

con que me vi preguntando sobre de cuántas... cabezas

se componía el rebaño de quien yo era... pastor, o cosa parecida,

pastor-abad y señor de tenedor y... sábana.

 

***

 

Dejemos un tiempo para que yo me aprenda

los maitines y laudes y vísperas y otras horas,

las costumbres de la casa, el mapa de sus celdas,

los pasillos, las liturgias, las recetas de los bollos,

dónde y cuando la campanita que salvado me había,

las horas de colada y de planchar almidones,

pues en esto de las tocas ocurre lo contrario

del orden de otras cosas que ocurren en el mundo:

las tocas se almidonan lo primero de todo,

arrugarlas es luego de haberlas... estirado,

o quizá al fin y al cabo ésa es siempre la secuencia

y me engaño yo ahora al creerlo tan raro.

Pero llega el momento en este mi relato

en que al fin me sabía todas las rutinas,

y aquí bien podría poner fin a la historia

de haber sido las cosas como al principio fueron,

yo no hubiera caído nunca en la nada,

la gris nada de niebla de que he venido a hablaros,

de una gloria a otra gloria deslizado me hubiese

sin mediar un suspiro, quién puede hallar frontera

entre dos tramos iguales del mismo paraíso.

Pero, aunque en los tiempos heroicos de mi vida de soldado

algunos camaradas reputado me hubieron

de incansable, tenaz, persistente, tozudo...

eso era en la guerra, que el trabajo es sencillo,

descansado, no agobia, si combates un día

tienes trescientos días de descanso y holganza,

se trata solamente de marchas y contramarchas,

de azares y sudores e incendios y saqueos,

fortalezas, castillos, campamentos, asedios...

Las monjas son otro tema, ellas sí que trabajan,

un convento pequeño necesita algo más

que un pobre soldado desgastado y herido,

digo, si es que quieres quedar a buena altura,

cumplir como los buenos, hacer valer hazañas de tiempos heroicos,

en fin, si ganarte el sustento dignamente pretendes.

Y por creer que estaba a tono con tan fuertes

y tenaces, incansables, tozudas... trabajadoras,

me fui viendo depauperar, enflaquecer, desmedrarme,

no dando abasto a... almidonar tantas tocas.

Por fin tomó la madre resolución extrema,

me declaró en cuaresma como carne de cerdo,

cesaron los problemas, o al menos los problemas

que estaba habiendo antes porque problemas nuevos

aparecieron de pronto, que era todo el convento

un jadear de ayes soterrados y tensos,

húmedos, suplicantes, entrecortados, densos,

y mi misma fantasía se estaba fantasmizando

con imágenes redondas y blancos almidones,

desnudas criaturas vestidas con sus tocas

que al cabo las orejas, por misteriosas y ocultas,

me acabaron sabiendo a bocado exquisito...

Pero todo sonaba por los blancos pasillos

como el murmullo del celo de un rebaño sediento,

y mi febril delirio se llenaba de curvas,

tanto doble hemisferio, tanta boca de grana,

tanto mórbido vientre, tanta nalga de nácar,

tanto monte sedoso, tanta grupa dorada

y yo embutido en cuaresma... no sé si estaba siendo

la triaca peor que había sido el veneno,

ellas y yo al unísono declaramos abierta

de nuevo la veda de estremecidas delicias,

finita la cuaresma, la carne recobrada

y la abadesa, en la fila, fue la mejor sazonada.

Con todo, al fin, la experiencia

sus senderos más ocultos nos había enseñado,

establecimos turnos prudentes, con retenes,

parejas adosadas en razón de edades...

digamos ‘distales’, que el tema un poco me había preocupado

cuando las pobres mujeres de edades avanzadas

tuvieron que... bien, suponed que la cuaresma

resultó ser más larga en algunos casos,

pero ahora, estructuradas las líneas maestras del esquema,

todo se ayudaba lo uno por lo otro,

y si por un lado estaba Sor Martes Vespertina Seniora,

por otro Sor Juniora Vespertina Martes

equilibraba la delicada balanza

y nadie quedaba descontento,

llevando al recipiente pequeño

lo que del grande recipiente sobrara...

Y al fin me aprendí los nombres

que aquellas buenas mujeres en religión usaban,

tanto como me había costado saberme aquella lista,

Sor Miércoles de Maitines BienDispuesta,

Sor Laudes de los Jueves AquíMismo,

Sor Domingo Vísperas YAdentro,

Sor Prima Lunes LaEsperaMeImpacienta,

la propia abadesa nunca tuvo

otro nombre que el nombre de su cargo,

a lo mejor por estar siempre disponible

y no guardar turno como el resto.

Se me fue recomponiendo la figura,

medré de nuevo por la vida regulada del convento,

que tanto bien hace a la salud

tener las horas sosegadas y previstas,

y que las monjas bien me alimentaban,

carnes rojas, vino fuerte, nabos, huevos,

todo lo que a su entender hiciera

más musculoso y eficiente mi trabajo

en el jardín, en el huerto... sobre todo en el huerto,

¡qué hermosa vida si obispos envidiosos

no hubieran -qué sé yo- anulado el invento!...

Porque ya dice el dicho que no hay dicha eterna

ni bien que cien años dure,

y las pobres hermanas del convento,

segregadas de nuevos sacristanes,

fueron remitidas a una cuaresma incesante

que un prelado rijoso ignorante de almidones

dispuso como castigo de no sé qué pecados

que debió de inventarse, pues aquellas mujeres

eran la pura santidad, la blancura perfecta,

hasta las tocas dispuso que de color cambiaran,

color marrón de... un color asqueroso

hubieron de ceñirse a sus pobres orejas,

y aumentó las vestes del hábito-estameña

con un ceñidor de cuero negro cierra-coños

que llamó de casti... casti no sé qué engendro de palabra

que al parecer, según dijo, es condición de monja.

Salíme de aquel sitio que tantas bendiciones

me había deparado al correr del tiempo,

tanto calor humano, tanta blancura suave,

tanta amiga dispuesta, tanto... tanto... en fin: tanto.

Sor Prima de los Lunes de la Impaciente Espera,

que resultó llamarse Juanita del Espliego

en el mundo digo, su nombre cabe el siglo,

se vino conmigo a recorrer la tierra,

no quiso quedar para siempre en el convento,

nos despidieron con abrazos y llanto las monjitas,

un dulzor de amistad nos llevamos en el pecho,

y el zurrón atiborrado de quesos y embutidos

y legumbres y tarros de mieles, mermeladas,

bollos de todas clases, pastelillos, amores

de amores nos llevamos el zurrón bien repleto,

nunca pude olvidar tan queridas amigas,

y fijáos que acaso mi víscera agradecida

no fue tanto la que hubiese supuesto,

que luego el corazón se me quedó prendido

en aquel recoleto convento de mi vida.

Espliego de los Lunes Esperando Impaciente

resultó bien dispuesta, compañera incansable,

amorosa, tranquila, serena, valerosa,

nunca una queja en boca, una sonrisa siempre,

la comida dispuesta a sus horas precisas,

la colada tan limpia como ropa de monja,

cuidadosa, esmerada, prudente en el consejo,

entregada en el lecho, pronta en el trabajo...

Mil veces hube a lo largo del tiempo

de agradecer bendiciones de tantos malandrines

como habiéndome herido y abandonado en el bosque

me llevaron al convento y a tan abierta alegría,

lo mismo que al prelado de condición rijosa

que me mandó al camino con un ángel tan bello

como mi hermosa Espliego del Esperado Lunes.