LXXVI
Sí
que deben de ser grandes los universos y mundos habida cuenta de la cantidad de
elementos que tienen que contener, pero eso no significa que a los dioses nos
guste solamente lo inmenso, a mí por ejemplo me apasiona lo diminuto, yo he
diseñado universos por el único placer de ser grano de arena en una playa
infinita y durar un instante en las manos del viento para perder enseguida
memoria y destino. O ser gota en la cuenca inundada del mar y subir y bajar con
una ola atrevida para cesar rápidamente y regresar a mi origen.
Y
muchas veces estas minucias justifican mundos, que solamente como marcos para
ellas se hacen, aquí en estas páginas he referido ejemplos en varias ocasiones.
El mayor despilfarro de medios y procesos, de estrellas, de planetas, de
tiempos y de soles recuerdo que lo hice a fin de resbalar un instante, en forma
de rocío, por el borde dentado de una cierta hoja para cuya existencia tuve que
inventar enormes selvas llenando muchos mundos y climas muy complejos y auroras
y noches y no sé qué más cosas.
Pero
grandes o pequeñas, los dioses siempre tenemos razones personales para crear
los mundos: por este amor de ahora he hecho este universo, tiene playas y mares
en vista de que suele disfrutar en la orilla, no hay otra razón de que existan
las estrellas que el que acaso ella quiera pasear una noche.
LXXVII
Al
grito insolente y desabrido de “¡Hic Rodhus,
hic salta!”, un dios envidioso que es mi enemigo (tiene la cátedra
por acceso, no por oposición, como yo) me señala, a base de golpes sobre los
folios, una copia de estas páginas y me reta a que haga un universo aquí
delante, si es que no soy un fantoche y de verdad los hago.
Estoy
seguro de su gesto de mofa y befa si le hablo de terminología y le respondo con
un: “¿Qué entiendes tú por “universos”, y
qué quieres decir cuando dices ‘hacer’?”, como si tratase de
retirarme por el foro sin dar la cara. Seguramente se imagina que los universos
son estas pellas de barro estrellado, planetado y humanizado que lo llenan todo
a base de hidrógeno caliente y de hidrógeno frío. Y en cuanto a ‘hacer’, este
tipo por hacer entiende lo de ‘ex nihilo’,
plantar aquí delante una cosa como ésa a golpe neto.
Ni
siquiera es consciente de que tiene en las manos (precisamente aquello que en
su envidia y suspicacia groseramente golpea) los universos que yo creo, si tan
sólo se parase a considerar que él mismo es una sombra de mi propia fantasía...
LXXVIII
Cuando
Blimeh el Negro pactó con sus hermanos la venganza irremediable, no pensó nunca
cumplir lo pactado, siempre ha sido más amigo de hacer compromisos de palabra
que de hacer honor a la palabra comprometida. Lo que pasa es que se vio
obligado por las circunstancias, o mejor dicho, le vino la venganza tan
preparada a las manos que le daba más pereza no hacerla que hacerla.
Tenía
un cosmos hueco de luz comprimida que usaba de picadero en sus aventurillas.
Era un simple nido sin mucho diseño, sin súbditos naturales, geografía pura con
el mínimo firmamento y física planetaria para que hubiese luces y ocasos
románticos. Se lo ‘regalaba’ generoso a todas sus conquistas, aunque (como le
era muy cómodo) siempre lo canjeaba al final por cualquier joya de peltre que
las dejara contentas, una constelación, un solecillo, a veces un simple cometa
de hielo sucio, las hembras son como son, el brillo las deslumbra.
Pues
bien, se había citado allí con su querida de turno cuando al llegar descubren
que el mundito está habitado, una casta de hombres hechos de luz cuajada ha ido
evolucionando desde la pura luminosidad y ahora están ya en la existencia
reclamando atenciones, providencias, redenciones... en fin, todo el aparato.
Bueno
es Blimeh el Negro cuando está caliente, le importó tres bledos que aquellos
microbios poblasen su mundo, se puso a la faena con la querida en cuestión y el
vaivén de su ‘ajetreo’ les sirvió a los luminosos de redención y evangelio.
Aunque bien mirado el tema la cosa no estuvo mal; aquella gente era demasiado
etérea y transparente, en su mundo el sexto era ‘no levitar’, los santos
eremitas se masturbaban en penitencia, así que la divina lección de sexo pasó a
ser iglesia universal.
Pero
ya sabes lo que ocurre cuando le das al sexo lo que es del sexo, que entonces
el orgasmo te parece divino, por eso hay redenciones donde se predica
abstinencia y los dioses siempre han sido enemigos del coito. En el mundo del
negro Blimeh el único dios es follar (aunque una secta de guarros herejes
predica obscenidades de mística luz).
LXXIX
Una
de las cosas que me resultan más difíciles en la creación de orbes es trazar la
raya de la normalidad en los protocolos que definen a los humanos, un pequeño
desliz por arriba o por abajo trae consecuencias incalculables (y casi siempre
funestas).
Si
pones la normalidad demasiado baja, resulta que tardan millones de años en
inventar la rueda, a los pocos días de inventada la olvidan y siguen
arrastrando con bueyes las piedras cuadradas, nunca pasan del hacha y a veces
ni llegan, cosas como la música o la literatura permanecen para siempre en
estado larvario, gruñidos en ambos casos, en cuestiones de religión no suben de
la imagen de palo o de piedra, y todo igual. Aislados sin remedio, no solamente
no salen del planeta: ni siquiera logran escapar del valle.
Pero
si pones la normalidad demasiado alta, cuando quieres darte cuenta ya han
llegado a las estrellas y las manejan a su antojo, las traen y las llevan , las
apagan y las encienden y se saltan a la torera tus leyes de tu física, la
religión les dura menos que el sermón de un ateo. Se hacen los amos del mundo y
vete luego a reclamárselo.
Yo
uso desde hace mucho una regla sencilla: en cuanto aparece el primer hombre
fruto de la evolución que sea le pongo delante papel y lápiz. Si se los come,
permito que el mundo ése siga su curso, pero si deja alguna huella, con sentido
o sin él (¿alguna diferencia?) del lápiz sobre el papel, cancelo los humanos y
apago ese universo. A veces mis amigos me llaman el ‘Diviágrafo’, pero a mi
juicio lo bueno de la tradición oral es que con el tiempo se olvida.
LXXX
A
veces no he resistido la tentación de ser solemne (cuando era un dios joven,
vanidoso y altivo), pero desde hace mucho ya no hago cosmos grandilocuentes. Me
aburren.
Incluso
ahora estoy pasando una época de verdadera continencia, con munditos
rapidísimos y breves, de no más de diez evos: estallido, soles, planetas,
bacterias, peces, mamíferos, primates, hombres, superhombres, estallido.
Aquellas inmensidades de mi juventud, que duraban cientos y hasta miles de
evos, con varias especies humanas sucesivas, que salían al menos a seis
redenciones y ocupaban tanto espacio que acababa perdiéndome, todo eso ¿para
qué?... ¿Qué se consigue con el mero tamaño?... ¿Se pueden hacer delicadas y
sutiles maravillas como las filigranas y finuras de mi último diseño?
Una
frase lapidaria, definitiva, contundente, es mucho más y algo distinto que un
novelón de mil páginas que morosamente repite cada aburrido detalle.
Recordad:
“Creé un mundo sin hombres,
nacieron por sí mismos, me quitaron de dios, ahora busco errante algún templo
vacío”. ¿Qué más palabras necesita?.
Así
mis mundos ahora, cada cosa sucede solamente una vez, cada yerba, cada pájaro,
cada hombre.
LXXXI
Cada
vez que hago un mundo del derecho hago también un mundo del revés, si en uno
los árboles elevan su tronco y entierran sus raíces, en el reverso elevan sus
raíces y entierran su tronco. El amor del uno es odio en el otro; quien está
llamado a redimir acá, es allá el perdedor demoníaco; quien aquí padre, allá
hijo; de este lado el sol tiniebla lo que de aquél ilumina; aquende las rameras
venden su carnalidad y ya son para siempre vírgenes, allende las vírgenes
venden su pureza y ya para siempre son rameras. En fin, si en éste mata la
muerte a la vida, en aquél la vida mata a la muerte.
Son
dos mundos muy diferentes aunque yo no siempre consiga distinguirlos.
La
razón y causa de éste mi equilibrado proceder es que un mundo solo y solitario
es como una hoja que tuviera haz y no tuviera envés, una luz sin sombra, un
pasado sin futuro, una amistad sin rencor, una justicia sin injusticia, en fin:
privar a la libertad de la posibilidad de elegir un cielo o un infierno.
Hago
también, por supuesto, humanos cara y humanos cruz, cada cual tiene su espejo
en el otro mundo; recuerda, hombre, si te odias, que alguien en otro cosmos te
ama; recuerda si te amas que alguien lejano pero de confianza te odia.
Tengo
que probar alguna vez con universos impares: Todo luz y nada sombra. Todo
sombra y nada luz. Mortales los dioses. Inmortales los hombres.
LXXXII
Gustel
el Negro se llamaba a sí mismo Gustel de Sangre, llevaba un rubí en la frente
grande como un puño aunque llena de arrugas de viejo libertino (el rubí y la
frente respectivamente). Había creado un poeta (bueno, dos poetas) para que le
imprecaran de vez en cuando a grandes voces poéticas ‘¡Oh, rubí encendido en la divina frente...!’
etc., etc., era un sujeto muy grandilocuente y un poco estúpido. Hablo en
pasado porque desde hace muchos evos nadie ha vuelto a verle, ni a él ni a su
hemocristálido pedrusco.
Le
daba a sus firmamentos aspectos de toda clase de criaturas fantásticas, sus
zodíacos eran zoológicos y sus constelaciones corrales, de vez en cuando se
entretenía en lanzar destellos sangrientos desde su frente divina.
Se
olvidó durante varias eternidades del pacto de venganza suscrito con sus
hermanos, además de estúpido era desmemoriado, se lo vino a recordar algún
recadero de la vengativa familia. ¿Qué hacer como castigo y que a la vez se
pudiese crear mucho pedrusco, zafiros y topacios y esmeraldas de fuego?... Era
el pobre tan tonto que, falto de fondos, pidió un crédito al banco universal de
dioses, los cuales de más está decir que se negaron a ello, afligido y llorón
pidió ayuda a la familia recibiendo sólo desprecio.
Al
final nadie sabe si este bobo se ha vengado, pues ni él ni sus hermanos ni los
dioses del cielo entienden el significado de ese mundo ‘radiante’ de papeles de
colores, donde los viejos envoltorios de caramelos se pretende que sean
diamantes y donde las estrellas son agujeros tapados con celofán en un viejo
cubo de hierro podrido. Naturalmente ha puesto súbditos humanos, cómo no, los
dos poetas imprecadores que no falten, pero ya ni siquiera tienen aquella
antigua grandeza, el uno está muerto y los escritos del otro ni su padre los
lee. En fin, allá donde haya ido que le lleguen los ecos de su mundo de
colorines y si ha querido vengarse entonces se ha vengado, la venganza es
quererlo, demos gracias al Hombre.
LXXXIII
Los
caracoles del tiempo son lentos, pero no tanto como la gris nevada de la
eternidad, que nunca termina de caer y depositarse en el alma.
Me
gustaría hacer mundos eternos, pero en realidad me parece que no me gustaría, o
sí, no sé... Entonces no sólo no cambiaría nada (la injusticia eterna, la
soledad eterna, la muerte eterna) sino que no cambiaría nada (la justicia
eterna, la juventud eterna, la vida eterna). No sé.
Todo
lo que naciera, eternamente permanecería en la nada antes de nacer, eternamente
naciendo, eternamente nacido... No sé. Eternamente no sé. Quizá sea bueno que
el tiempo domine como señor de las cosas y las empiece y las haga durar, pero
también las acabe; podríamos aguantar eterna tristeza, infinita desolación,
ilimitada soledad, pero ¿aguantaríamos acaso alegría perpetua, vida perdurable,
felicidad infinita?... No sé si el hombre, nosotros los dioses desde luego que
no.
Y
a fin de cuentas la duración de un instante del tiempo es el alvéolo en que
nace, dura y perece la breve eternidad.
LXXXIV
Todo
lo que efectúas acaba dejando huella en tu alma (o en aquella herramienta que
haga sus veces), pero especialmente honda la dejan los sentimientos de los
corazones humanos, que por cierto nunca he sabido si los haces tú, que al fin y
al cabo eres el hacedor de los corazones en que nacen, o son los corazones
mismos y no tú quien los hace y apropia, los sentimientos digo.
En
un mundo remoto que, por lo demás, he olvidado, se me marcó una pasión con
fuego tan viviente que su escara en mi alma ni se ha borrado ni se borrará. Empezó
siendo el odio corriente que los hombres sienten hacia los dioses y que a veces
llaman amor, cuando alcanza grados místicos. Empezó siendo odio, ya digo, pero
el espíritu que lo albergaba era tan exquisito y creativo que con ese hierro
seco y oxidado fue labrando volutas, arabescos, matices, enredados y
enrevesados adornos que acabaron modificando no solamente la forma, sino la
naturaleza del material primitivo hasta crear un sentimiento sin nombre de cuya
magnificencia no podría dar idea, tan inefable llegó a ser y tan hermoso.
Se
enlazó saliendo a mi alma desde la suya, y a su compás me hizo a los dos
danzando nos obligó a seguirlo, penetraba las membranas que recubren el alma
con tan aguda gracia y tan feroz urgencia que inundaba el recinto sin que pudiera
acaso no hubieras querido de su hedor defenderte. Que quizá era aroma, quién
podría saberlo, tan retorcido estaba.
Un
tiempo fuimos uno aquel ser y yo, en mística unión pude pulsar su alma como él
o ella pulsaba la mía, la luz de mi pasión derritió su substancia y aquel ser
entero se me quedó grabado en la huella misma de su propio troquel. Lo llevo
desde entonces siendo parte de mí, como lacre de sangre perfumando la escara
que es el único recuerdo de mi memoria y de él.
LXXXV
Los
dioses no tenemos inviernos, pero tampoco tenemos primaveras. Las haces, sí, si
quieres, pero no las disfrutas, de qué me sirve a mí, si quiero ser caballo,
poder hacer caballos y lanzarlos galopando contra el viento. Hacedor ciego de
ojos y colores, sordo creador de sonidos y música, manco diseñador de
prodigiosos artistas, piedra capaz de construir la vida, prisionero y tullido
fabricante de halcones...
Nada
consuela de este quedarse en la orilla viendo cómo zarpa la nave que has
pintado sobre el mar cuyas olas acaban de ser terminadas por el pincel de tus
manos. Mas desolación se decanta entonces en la vasija de tu corazón que la
soledad de cuantos mundos puedas haber creado.
Y
qué decir del llanto que con tierna providencia has perfilado minucioso lágrima
por lágrima y que jamás lo llorarán tus ojos que no existen...
LXXXVI
La
realidad es menos real que la nada, compacta, contundente, sólida, maciza;
aunque es más real que la soledad, pues ésta frecuentemente se amasa con la
nada; es delicado el tema de con qué haces los mundos. Ya digo que la nada es
buen material por su densa estructura y su escaso desgaste, pero tiene un
inconveniente justo en sus ventajas: dura demasiado, tiras los mundos nuevos,
es la historia aquélla del almirez de bronce.
La
realidad en cambio, al no ser tan consistente, permite renovaciones, cambiar de
vez en cuando y tolera mejor un uso desgastante.
Con
lo que no aconsejo yo hacer orbes es con soledad, pues, sobre ser más plúmbea
todavía que la nada y por ende más mostrenca y basta, luego es aún menos
resistente que la propia realidad y no te duran los mundos ni siquiera hasta
yerba, no te digo ya a homínidos con alma.
Pero
son discusiones de dioses ociosos: todo el mundo sabe que el mejor material
para hacer los universos es no hacer universos.
LXXXVII
Se
han hecho pruebas de cruces con dios y mujer humana, con diosa y hombre, claro
que sí. Pero siempre el resultado ha sido inverso al que se buscaba y deseaba:
con todos los fallos de ambas razas y ninguna de sus cualidades (cosas
horribles, dioses estúpidos, hombres inmortales, un espanto).
Injertos,
clonación dirigida y mixta, selección racial artificial, incluso diseño
asistido por ordenador gen a gen y divus
a divus... Y siempre lo mismo,
engendros y monstruos inviables y repulsivos, está claro que los dioses y los
hombres no pueden hibridarse, o mejor dicho: no deben.
Desde
luego que los hombres de los diversos mundos reflejan siempre en las imágenes
unas representaciones de los dioses sacadas en parte de sus propios espejos
humanos, pero se trata tan sólo de fantasías y de ídolos, no creen realmente
que los dioses sean esos hombres viejos de venerables cabellos blancos, o las
diosas esas matronas llenas de túnicas y velos que se aburren en sus altares.
También
nosotros representamos hombres con nuestro propio aspecto cuando creamos los
mundos, acaban saliendo siempre a nuestra imagen y semejanza. Todos los
creadores creamos nuestras creaturas parecidas a nosotros, todo retrato es un
autorretrato, toda biografía es una autobiografía, toda oración es un
soliloquio, a lo mejor (o a lo peor) cada dios es ya un cruce de dios y hombre,
cada hombre es ya un híbrido de hombre y dios, quién sabe quién es quién y hace
qué aquí donde hacer es a la vez deshacer, proyectar recordar y volver es
estarse yendo.
LXXXVIII
Hemos
estado juntos en la orilla del lago, infinidad de colores del otoño tardío
flotaban cerca del cielo, abedules llorones, pinos y abetos resistiendo sin
desnudarse, pequeños enebros creando el dosel más bajo, arces cuya pancromía,
desde tierras y sienas a verdes y amarillos, desbordaba del ojo su hábito de
belleza, robles solitarios guardianes de un esmeralda propio... mientras los
dos soles del planeta, uno saliendo y otro cayendo, fundían orto y ocaso en una
aurora de luces inefables. Y hemos hablado con sosiego aprovechando la calma y
la elegancia de la naturaleza serena.
Me
ha explicado las razones que le llevan lejos a cielos remotos a crear sus
mundos, la inoportunidad de crear aquí mismo donde todo está gastado y se
pudre, el deseo, casi la obsesión, por nuevos horizontes y espacios virginales,
he visto en sus ojos lo que hace evos no veía, lo que los dioses más viejos
hemos olvidado y quizá ya sólo queda en estos alevines ilusionados, y he tenido
que callar y otorgar, aunque sus razones son emociones y no conceptos y sus
argumentos son proyectos y no silogismos.
Plantará
allí nuevos horizontes, creará nuevos universos, todo será joven y reciente...
por ahora. Un día sus nietos se irán más allá de ese más allá y le darán las
mismas sinrazones para irse que él me está dando mientras riela sobre el agua
la luz de uno de los soles, no sé si el que sale o el que se pone, no conozco
este mundo, no sé su norte.
Desplaza
su mano sobre la mía en un mudo gesto de consuelo, sabe que sé que le pierdo,
las bellísimas luces del paisaje no nos apaciguan, ni alivian del ánimo la
espesa borra de tristeza que lo cubre como una nieve de fango y soledad. Ya
habríamos caído uno en brazos del otro dando rienda suelta a nuestros
sentimientos si fuésemos diosas y no nos importara el espectáculo de nuestra
propia desolación, pero, como somos dioses y esas efusiones están mal vistas,
contenemos la emoción dentro de nuestros corazones y el silencio hace las veces
de las palabras doloridas que no podemos pronunciar.
Porque
el mutismo se hace demasiado difícil de respirar, o para quebrar como sea la
tensión del momento, le pregunto si ya sabe qué hombres quiere crear, sus ojos
me miran con más amor que nunca, dibuja en la arena de la orilla el modelo de
humano al que no tardando entregará sus mundos, es un calco mío, va a crear al
hombre a mi imagen y semejanza, no puedo evitar que las lágrimas resbalen
libres por mis mejillas, ya solamente un sol nos baña con su aurora.
LXXXIX
No
suele hacerse, a muchos les pareció terrible, yo mismo tengo la conciencia
intranquila, pero una vez compré un mundo, llegó a ser mío no por creación sino
por compraventa. Hubiese podido hacerlo, claro está (habría sido una
repetición, un calco, porque me gustaba tal cual, sin cambio ninguno, pero no
hubiese sido la primera vez ni algo tan escandaloso), pero quería ése,
precisamente ése, su belleza me impactó desde el primer instante, por qué no ha
de poderse comprar lo que se anhela si su dueño accede.
Muchos
vienen a verlo por la cosa del escándalo, incluso han pretendido comprarlo y he
recibido ofertas en firme por parte de coleccionistas de curiosidades, gentes a
las cuales el mundo en sí mismo no les importa nada, algunas de las ofertas
provenían de dioses que ni siquiera lo han visto.
No
es especialmente especial, me dicen asombrados los que se imaginaban qué sé yo
qué cosa rara o maravillosa. Es un mundo liso, plano, estriado de gris y con
alguna mota jade aquí o allá; no tiene constelaciones (aún: evoluciona todavía
su configuración estelar, se trata de un mundo joven), por lo tanto carece de
planetas, de vida, de inteligencia, de humanidad... Pero todo se andará, estoy
muy ilusionado con sus futuros seres humanos, voy a redimirlos a todos como
sea, en este mundo no pienso hacer infierno y que critiquen lo que quieran. Mi
excitación me obliga a comportamientos un poco infantiles, dicen, no dejo que
nadie se acerque demasiado a mi mundo, de vez en cuando lo cierro de la vista
pública si me parece que hay demasiados visitantes... qué sé yo, a lo mejor
tienen razón, pero lo cierto es que su creador está arrepentido, él es uno de
los que más han ofrecido para comprarlo otra vez, y ya sé de varios talleres
donde se hacen mundos lisos, estriados, para la venta.
Con
este asunto se ha desatado una como rara locura de consecuencias extrañas. Por
ejemplo, el mundo que entregué yo a cambio como precio de éste, ya ha sido
ambicionado por muchos y como su dueño, mi vendedor, no tuvo el inconveniente
que yo he tenido en desprenderme del mío, ha pasado por varias manos y
adquirido cada vez precios más altos. En la última venta han dado por él media
docena de capullos de universos y un lote de tres nebulosas de gas. ¿Y qué era,
valía tanto?... No me gusta despreciar mis propias creaciones, pero solamente
se trataba de un orbe mediado, en buen uso sí pero enfriándose, novas la mayor
parte de sus estrellas, planetas habitados ya ninguno... Quizá lo compre yo
mismo otra vez, estarían hermosos contiguos los dos, mundo encrespado junto a
mundo liso, uno que empieza y otro que termina, tierra sin hombre ya, tierra
sin hombre todavía.
XC
Caen
sobre mis manos, que tengo en reposo sobre el alféizar de un firmamento
nocturno que dudo si crear o descrear, copos de nieve en forma de estrellas,
cada una diferente, cada uno distinto. Siempre empiezo haciendo cosas que
puedan caer, me gusta que el resto del trabajo se vea interrumpido de cuando en
cuando por la lluvia, o la nevada, o el otoño. A veces esa minúscula e inesperada
sorpresa me decide en favor o en contra de tal o cual detalle, recuerdo una vez
que no sabía si poner música o tapizar de silencio un planeta altivo que
esperaba en lo negro su troquel de existencia; justo en ese instante la brisa
matutina trajo una llovizna de bellísimas gotículas repicando de frescura y
suavidad la piel de mi alma, y permití que tal planeta bailara con el ritmo de
aquella música de agua. O cuando el desierto más feroz de cuantos he diseñado
nunca, se matizó ¿a mi pesar? de cierta ternura, al empezar a caer entre sus
rocas desnudas las hojas de un otoño que ningún bosque enviaba y surgían como
por magia sobre el suelo a cierta altura, remolino de pardos y amarillos
colores, de bordes dentados y aromas crespusculares.
Y
en la física de mis universos siempre incluyo una ley esencial que ordena
modificar al menos un poco cualquier estado de cosas si en ese momento algo
empieza a caer. Así se han hecho en mis mundos paces rápidas en medio de
sangrientas batallas al comenzar el pedrisco, o ha sanado el moribundo por las
estrellas fugaces de la noche de san lorenzo. Se me dirá que batallas siempre
hay otras, que todos los hombres son y siguen siendo moribundos; sí, bien, pero
en mis mundos las cosas cambian cuando algo cae.
XCI
Con
razón me apodan ‘Dios tipógrafo’: en muchos de mis universos lo primero que
hago no es la luz, sino la palabra escrita. Y a veces la luz no la hago.
Leyes
físicas en las que la fuerza gravitatoria no ha sido incluida encontraréis en
mis mundos a montones, pero allí los ríos escriben y los vientos imprimen. Nada
se cae por su peso, pero lo que no escribe no existe. Puede que no haya mesías,
pero nunca pongo menos de tres docenas de guttembergs, mis anticristos son
siempre analfabetos.
Si
se miran desde lejos mis mundos, siempre contienen mensajes en escogida
tipografía, ya sea con las líneas de galaxias en la noche, ya con los meandros
de los ríos en las montañas, ya con las espumas de las olas en los océanos.
Puede poner, por ejemplo, con elegantes ariales sans serif en el borde
festoneado de un tsunami devastador:
“Ya lanzado contra ti el martillo que te destrozará, destrozado estás
antes de que te alcance, el tiempo es mi creatura y sus después son mis antes”.
O
en la rasgada piel de los desiertos las dunas intranquilas pregonar con góticas
de caligráfica minuciosidad:
“No dejes que la desesperación te haga olvidarte de
la soledad y de la muerte, a veces los efectos nos alejan de la causa”.
Pero
como muchas veces no hago la luz, resulta que esos mensajes no los lee nadie,
bueno, pues me da igual, yo los escribo lo mismo.
XCII
Me
siguen cien jaurías que creé y no destruí, ni sé ya de qué mundo proviene su
jadeo. Este cortejo de sombra constantemente me recuerda que hay un cosmos
donde nacen los hombres y no mueren, me angustia su terrible situación, pero no
sé qué mundo, y estos perros malditos todo otro rastro han perdido, sólo mi
olor conservan.
XCIII
Cuidado
con las maldiciones, si te olvidas de hacerlas luego tus humanos no saben
blasfemar y tienen que recitar jaculatorias todo el tiempo, te dan un trabajo
espantoso y casi siempre inútil, la mayor parte de las veces no te suplican
sino que te increpan pero, claro, sin maldiciones...
Yo
las hago en serie, tampoco me molesto en buscar la originalidad: expresiones
breves y contundentes con el verbo que signifique evacuar heces y mi nombre, y
andando. Generalmente son las que más usan y con las que más tranquilos se
quedan, y he observado como curiosidad que, si se encuentran en un atolladero o
lío y sueltan cabreados una de éstas, enseguida se les despeja la cabeza y
encuentran la solución. Luego me piden perdón y me rezan oraciones normales y
se van tan felices.
Ojalá
funcionase al revés, pero qué va... ¡me cago en Hombre!
XCIV
Yo,
que he creado de todo, desde titanes y héroes hasta yerbas y arenas, nunca he
creado un hombre con el destino marcado, no es cierto que haya escrito en el
tiempo la historia de nadie para que nunca la libertad encontrase su camino. Sí
que he puesto obstáculos en el horizonte y sombras en el corazón de la luz:
vivir es eso, de no haberlo hecho así no habrían sido diferentes de las
montañas y de los mares, sus vidas hubieran carecido de objetivo y de valor.
Pero la libertad ha sido siempre en mis mundos la esencia de los hombres, por
sí mismos han escrito con sus actos sus crónicas, si el amor los ha traído y
llevado como arrastran los vientos la alada semilla, si el odio los ha subido y
bajado como desplazan las olas el corcho prisionero, por su voluntad ha sido
que hayan dejado al uno y permitido al otro decidir su rumbo, pues anclados en
sí mismos puse los cimientos de destinos tan sólidos que no pudiera el tiempo,
no digo ya el sentimiento, traerlos y llevarlos a contrapelo de su antojo.
Quien
haya sido despeñado por su ambición, que no me culpe de su desgracia; quien
haya sido derrotado por su pereza, que no me achaque el origen de su
desolación; quien haya sido aniquilado por su estupidez que no me acuse de
traidor. Y que nadie me reproche no dejar que vuelvan a intentarlo; ser único
es ser único, tener una sola vez un solo destino. ¿Acaso querrían repetirse a
sí mismos veces infinitas como dioses eternos?
XCV
La
mochila al hombro, la guitarra acompasando senderos sin destino, plantarse fijo
y anclado en un punto y dejar que el universo desfile por tu lado, los árboles,
las nubes, errabundos poblados, las inquietas ciudades, los mares peregrinos.
Después de tantos mundos creados y deshechos no sé quién se desplaza, si el
hombre o su paisaje, los dioses no entendemos esta disyuntiva, todo es nuestro
aquí y todo es nuestro ahora, nada se nos viene y se nos va desde hasta. Hacia
mí sus manos en oración sin respuesta alza un hombre que tiene en el regazo un
hijo moribundo y no puedo hacer nada porque no sé quién se marcha, ni de dónde
lo hace, si el que muere ahora o el que no todavía. Se van uno del otro, la
muerte es alejarse, por eso los dioses somos inmortales, no es el tiempo, es el
espacio donde la muerte mata.
XCVI
Cuando
al fin todos los mundos se acaben consumiendo y los dioses igualmente y sólo
esté la nada, cuando la escrita palabra siga escrita aún pero no pueda decirse,
habrá sido cierto y habrá sido verdad y habrá sido real y no habrá sido engaño
que la palabra ‘dios’ y la palabra ‘hombre’ habrán sido palabras y yo las habré
hecho andar sobre mi historia cobrando sentido y dimensión y vida. Aunque nadie
pueda entonces ni haya quizá podido nunca distinguirlas, saber cuál es causa y
cuál efecto, si no fueron la misma, si fueron luz y sombra o eternidad y
tiempo, o anverso y reverso de un solitario papel que es al fin lo que yo creo,
letras manuscritas en un folio infinito que se escribe a sí mismo y se cuenta
una historia.
XCVII
Han
venido mil hombres sin dios a ofrecerse a cualquiera. Les he aceptado, eran
vagabundos sin techo y sin altar, regresaban de mundos cuyos amos han dejado
sin acabar la creación de las cosas, traían consigo tanta noche y tanta soledad
como para llenar mil veces los océanos que en frágiles barcas han atravesado
para llegar hasta mí.
Son
oscuros como el azabache y quizá de azabache sean sus almas, no me importa de
qué, estaban sin dios y sin templo, llamaban y les he abierto, buscaban y han
hallado.
No
entiendo sus oraciones pero les concedo lo que puedo, trato de imaginar qué me
están pidiendo, cuáles puedan ser en este destierro sus necesidades esenciales
para entregarles generoso lo que esté en mi mano, ojalá acertemos ellos y yo,
me ofrecen sacrificios que no les he pedido, se postran ante mí y su sombra me
alcanza, brillan en su piel los trozos de sal de los mares remotos que les han
lamido el alma.
Aceptan
sin rechistar las más humildes tareas, nunca empiezan empresa que no me
dediquen, sacan el corazón cada noche en su mano para que yo compruebe sus
sentimientos profundos, nadie ha tenido nunca humanos más fieles, a esta raza
de antracita silenciosa quiero pertenecer cuando me toque ser hombre.
XCVIII
Uno
de mis universos no tuvo más motivo que poder ir despacito caminando entre
pinos llevando de la mano una niña pequeña con un sombrero de paja sobre su
cabeza. Yo había pensado no dejar de caminar mientras la niña aguantara, pero
tuve que pararme con los riñones molidos, harto de responder preguntas
teológicas, mientras la niña me miraba con sus ojos grises y quizá se apiadaba
de mi cansancio y de mi ignorancia. Bueno, se diría, este pobre viejo no
aguanta nada, apenas llevamos caminando mil mundos y ya ha tenido que sentarse
un rato. Y no sabe por qué la luz ni sabe para qué la sombra, no le preguntaré
por los pinos, mejor me aguanto.
Cuando
al fin pude ponerme de pie y seguir otra vez el paseo, la niña andaba
despacito, pasito a pasito y no preguntaba, ha sido un descanso, es una niña
intuitiva que sabe a qué atenerse. He notado que vuelve grises los pinos cuando
con sus ojos los tiñe, y la parte de mi mano en que su mano me agarra es lo
único caliente de todo mi cuerpo, de todo este mundo crepuscular y hermoso,
ella lo hace hermoso, es fea la luz hasta que ilumina su pequeña figurita con
rayas entre los pinos, el camino se crea cuando con sus pies lo pisa, vuelve un
poco el izquierdo, no, por el contrario: es este mundo estúpido el que se mete
un poco cuando ella da el paso, no lo he creado bien, me ha salido torcido.
Me
suelto de la mano para colocarle el sombrero y, al perder su contacto, quedo
ciego y sordo y no existo. Parado en medio de una nada de niebla tengo que
esperar que ella vuelva a buscar mi mano, y entonces otra vez veo y oigo y
existo y el camino se abre entre pinos y luces de la tarde de otoño, esta niña
hace el mundo, no yo, por supuesto. Me alegra el corazón saber que lo ha creado
para poder pasear conmigo de la mano, y que se ha puesto el sombrero porque
sabe que me gusta y que me hace preguntas para que yo, orgulloso, pueda
responderlas como si fuese el sabio creador de este mundo.
XCIX
Triste
desolación la de aquel dios cuyos hijos, y eran gemelos, nacieron desiguales,
marcados diferentes desde su mismo alumbramiento, uno dios como su padre,
hombre el otro.
Nada
pudo decirle la ciencia, nada consolarle la amistad, nada solucionarle la
medicina, nada corregirle el amor, de sobre con a su hijo distinto, su hijo
deficiente, su entraña enferma, su tristeza de padre incesante, aristado como
cuarzo de puro dolor.
Nunca
digáis que no puede ser trágico el destino de un dios, sobre todo si es padre.
Nunca penséis en los dioses como lejanos y al margen de toda desgracia,
acordaos de aquel dios que tuvo dos hijos diferentes y vedle encerrado en su
muda desolación, íntimo en una aflicción tan hermética y apresadora que se
desorienta su poderosa razón divina y naufraga en el océano de la angustia más
turbulenta. ¡Ver sufrir a un hijo que nace diferente, qué desgarramiento para
un padre por muy dios que sea! En ese trance se preferiría que el hijo fuese de
una especie sorda en la que nadie tuviese oídos, de una especie ciega en la que
nadie tuviese ojos, de una especie paralítica en la que nadie pudiera moverse,
pero contemplar la errante, solitaria, aislada sordera, ceguera, inmovilidad
cuando todos los demás alrededor han sido bendecidos con la música y la luz y
el movimiento... Nunca ninguno de los atribulados dioses me ha inspirado tanta
compasión como este dios padre de dos hijos diferentes, sin poder alegrarse
jamás por su hijo sano, odiando la salud del uno por no atreverse a odiar la
enfermedad del otro, solícito con la deficiencia y amargado con la plenitud,
desgraciado por la desgracia y desgraciado por la felicidad...
Amo
con tristeza a este dios derrotado y afligido cuyo corazón sin consuelo
contempla día a día como en su hijo dios crece incesante la joroba de la
eternidad, desterrado para siempre de la felicidad del hombre.
Termino este libro
‘Historia de los
dioses’
en Salamanca el miércoles 13 de agosto de 1997
miguel cobaleda