El dios de los fracasos era muy buena gente, siempre estaba empezando después de algún desastre, qué iba a hacer por otra parte teniendo la eternidad todita disponible.
Mundo
que levantaba, mundo que se caía; redención diseñada, redención fallida;
firmamento creado, firmamento en derrumbe; pobre dios de los fracasos, qué
destino el suyo.
Y
no era mal creador, solamente sin suerte. Yo he visto sus planos y son
impecables, una vez incluso hice un universo calcando uno de ellos: funcionó de
maravilla, hasta los detalles menores eran elegantes, pulidos, originales,
hermosos. ¿Por qué a él se le caían siempre los palos del sombrajo? ... Pura
mala suerte, ya lo he dicho.
Ganó
cierto concurso con una maqueta toda de acero y cristal de roca, con los
humanillos pequeños figurados y vivos, miniaturas muy bonitas, todo funcional.
Bueno, pues antes incluso de comenzar las obras, la propia maqueta se deshizo
en óxido, el acero se quebró como hierro dulce, los cristales parecían de
caramelo chupado, los humanillos enfermaron de un mildíu fúngico misterioso y
letal que los dejó achicharrados como cagadas de mosca en los rincones de la
maqueta... un asco y una pena, tiraron la porquería y cambiaron de proyecto.
Así le pasa siempre, qué suerte la suya.
Ahora
saca para maldurar alquilando o vendiendo proyectos de universos, haciendo de
negro en suma para otros arquitectos. Escudado en ese truco y a cubierto de la
suerte, muchas de sus creaciones se hacen y funcionan, le pagan una miseria,
nunca firma proyectos, pero trabaja y va tirando, que tal y como está todo
quizá no sea poco.
LII
Parece
que mi forma de hablar de los hombres es siempre la misma, como si no supiese
cambiar de registro, y quizá es eso, que no sé.
Los viejos libros de las diferentes culturas
y sus sagradas escrituras sobre los hombres o sobre el Hombre, según se trate
de culturas polihumanistas o monohumanistas; sagas fantásticas de resonancias
épicas, con los hombres y sus hordas recorriendo las historias en aras de mitos
tan atrevidos y potentes que dejan un aroma intenso de aventura, de sentimiento
y de emoción; o densísimos tratados de antropología, miles de páginas en
idiomas eruditos y venerables hablando de la esencia y atributos del Hombre, de
su papel en el orden general de las cosas, con discusiones y controversias de
tal profundidad entre partidarios de unas y otras doctrinas que muchas veces se
entienden difícilmente tan sutiles matizaciones; catecismos para niños donde se
relatan con encantadoras ternura y cercanía las parábolas del Hombre, su
doctrina de a pie, su mensaje de... de lo que sea que trate el mensaje del
Hombre...
De
todo eso yo nada, mis textos son otra cosa. ¿Qué cosa? Ésa es la cosa, que no
lo sé.
Si
se catalogan los argumentos de mis escritos casi solamente aparecen tres
asuntos: creaciones de universos y mundos (nunca detalladas, por cierto, nunca
con pormenores, planos, cuestiones técnicas, etc.), redenciones (jamás con sus
protocolos ni sus especificaciones, decálogos, evangelios... de todo ello nada)
y por fin historias menudas de éste o aquél, o ésta o aquélla (y en este caso
sí, con los detalles y los chismes).
Es
verdad que cada maestrillo tiene su librillo, pero me gustaría poder y saber
cambiar el mío, relatar por una vez truculentas, intrépidas y osadas aventuras
de hombres inmensos y antiguos, darle a mis textos un interés que les asegure
lectores, porque mucho me temo que nadie se va a interesar por estas páginas
desangeladas, ni los dioses más aburridos. (Y que los dioses de mi familia y
dioses amigos tienen que estar hasta el moño de libracos como éste, pobres y
qué fieles me son).
LIII
Quisiera
contaros la saga del dios que regresa atravesando mundos, sus mundos, hasta el
origen de su propia historia, hasta la fuente de su mismo poder creador. Cómo
ante él se extienden los variados universos de su genial inventiva y cómo los
recorre de planeta en planeta, de estrella en estrella, de historia en
historia, haciéndose en cada uno habitante genuino y encarnando desde lo más
profundo de su corazón la aventura humana que le corresponde. Poder referir
para vosotros la riqueza y variedad de esos orbes bien estructurados y
redimidos, la belleza de sus constelaciones, la armonía de sus avatares, y cómo
el dios que regresa los encuentra buenos y tiernamente cercanos a su alma y
atraviesa sus tiempos como la brisa atraviesa los cálidos efluvios de un
paisaje dorado.
Llevaros
luego, siempre acompañando al dios que regresa, a regiones de más elevada
montaña, donde los mundos a visitar son ya más austeros, rígidos, de cristal, y
contemplar ahora al dios hombre atravesando su aridez con la frente al viento,
los ojos enrojecidos por una marcha silenciosa y esforzada, pero que igualmente
habla a su corazón con la mística grandeza de las cumbres de hielo.
Y
llegar luego a los cosmos distantes de remota desolación donde tendremos
necesidad de apelar a nuestra mejor resistencia y veremos al dios que regresa
inmutado por fin de soledad y nostalgia, mundos éstos tan sombríos y carentes
de vida que las redenciones, cesantes, ateridas, grisáceas, saldrán a nuestro
encuentro como fantasmas de viejos mendigos que suplicasen sin esperanza
tendiendo las muertas manos hacia la nada.
Y
terminar al fin el recorrido acompañando al dios que regresa hasta su última y
primera guarida, verle y oírle golpear la puerta cerrada que no da paso a
ninguna salida, que no tiene lado de acá ni tiene lado de allá y que consiste
en un límite que nada delimita.
Porque
todos somos el dios que regresa de universo en universo, de mundo en mundo,
atravesando estrellas hasta llegar a un morada que es a la vez nuestro origen y
nuestro destino.
LIV
Mi
amigo ‘Dios bondadoso’ era tan bondadoso (os perdono la redundancia) que
siempre estaba ocupado escuchando ruegos de los humanos de sus mundos, no
descansaba jamás, cada ruego le ataba a una responsabilidad interior de la que
no sabía desprenderse. Tenía pocos mundos, pero aún así...
Dios
que me ayudes en esto, dios que me procures lo otro, dios que mi esposa no sé
qué, dios que mi marido no sé cuál, dios que mi hijo tal cosa, dios que mi
padre tal otra, dios que este asunto no acaba de irme bien, dios que te quedes
por favor un momento al cuidado de... mientras yo... dios que mira hacia este
lado, no dios que mires hacia este otro... Y así todo el tiempo, el pobre dios
era pura providencia, nunca he conocido ninguno que lo fuese tanto.
Pero
las cosas llegaron por fin demasiado lejos, estaba yo delante cuando alcanzaron
su punto álgido. Tenía las manos ocupadas cada una con una providencia
diferente, mientras con los pies sujetaba ayudas distintas y con los dientes
mantenía otra que se la solicitaban con mucha urgencia, de cada oreja pendía
una cuerdecita que amarraba varias atenciones menores... Lo recuerdo bien: echó
una mirada al mundo en cuestión, vio a toda la puñetera gente cada uno a lo
suyo mientras que él estaba a lo de todos... Soltó un gruñido muy poco divino,
se increpó con grandes voces: “¿Pero qué clase de gilipollas soy yo?”, y
soltando las diversas providencias que mantenía, dejó que aquella mierda de
mundo se fuese al carajo. Nos dimos un abrazo satisfecho y nos fuimos a tomar
unas copas arrullados con el derrumbe de fondo de aquel estúpido universo.
LV
‘Diosa
fea’ era también llamada ‘Diosa triste’, había tenido más novios que arenas
tiene el firmamento y estrellas la playa, pobre diosa gorda y con flebitis...
Bien decía ella (y lo sabía por experiencia) que los dioses gordos,
especialmente si son diosas, no tienen nada que hacer en este mundo de modas
delgadas, al menos mientras dure la eternidad presente.
La
frase de los novios lo que significa, claro, es que la habían dejado todos, y
quizá que en realidad no había tenido ninguno pues no ilumina nada una legión
de velas apagadas que tal vez no tenían pábilo ni cera.
Lo
más triste de su caso era que ya ni siquiera alimentaba ilusiones, esas
ensoñaciones vagas que se mantienen estando despierto y que son el único
consuelo de los inconsolables, pues mediante ellas se mantiene al menos una
ficción de propia importancia y de mínima autoestima que permite, siquiera sea
a trancas y barrancas, ir viviendo. Recuerdo que, hablando con ella alguna vez,
le pregunté precisamente por este tipo de historias fantásticas, me miró a los
ojos con una tristeza depurada y veterana, añejada en bodegas milenarias, y me
respondió que los gordos ni siquiera tienen ilusiones de ésas, que incluso en
sus fábulas interiores los personajes delgados desprecian al protagonista gordo
sin que éste pueda hacer nada por evitarlo, y tuercen el sentido de la propia
ficción y todo concluye en una tristeza peor que no haber soñado...
Me
dicen los amigos que tengo el corazón muy flojo y debe de ser verdad porque en
mis mundos nunca pongo infierno y mis redenciones son siempre sencillitas y de
fácil alcance. Supongo que también en esta ocasión fue mi blando corazón el
responsable porque me llegó tan hondo la amargura de la pobre ‘Fea Triste’ que
me pasé varios evos buscando algún dios gordo y solitario que no estuviese
liado con nadie y al que poder proponer la única solución para los males de la
diosilla que a mí se me ocurría. Lo encontré, desde luego, dioses gordos hay
más de los que parece.
En
fin, no sé si ser bueno es buena cosa... Resulta que a ninguno de los dos le
gustan los gordos, ahora se odian y me odian, y están más tristes que nunca,
ser gordo es mala cosa, especialmente si te pasas el tiempo buscando
infructuosamente al delgado que supones que habita en el interior de tu propia
gordura para cambiarte por él y dejar de ser quien eres...
LVI
Dicen
los hombres con razón que el cielo les libre de los dioses machacones. Yo supe
de uno que era tan pesado y tan sobón de sus criaturas, tan paternal y amistoso
y tierno y besucón que los redimía todos los días, los pobres no hacían otra
cosa que ser salvados por su dios, ni tiempo tenían de qué. De madrugada bien
temprano, casi corriendo, a ver a quién le tocaba ese día la faena, distribuir
los cargos y las cargas, prepararlo todo frenéticamente para que a mediodía
fuese ya posible desencadenar el proceso, tener la redención misma a primeras
horas de la tarde, recoger los bártulos al caer el sol y luego, con la fresca
pero sin descanso, todos, incluso mujeres y niños, a escribir evangelios,
interpolar apocalipsis y copiar textos sagrados. Dormir unas horas (soñando
arcángeles anunciadores) y otra vez lo mismo. Los exégetas y sacerdotes nunca
acababan de saberse las liturgias, pasaba por sabio inmenso el que podía citar
de memoria el mero uno por millón de los versículos proféticos y las escuelas
de teología daban los títulos (parciales, renovables, con másters semanales de
reciclaje) después de treinta cursos de enseñanzas ininterrumpidas.
Pero
claro, como decía el dios machacón: “Es que los amo”. Y así ¿qué podía hacer
él, o qué podía evitar?... Y que el amor es muy suyo, no te deja descanso, mala
cosa para tus súbditos si los amas porque estás todo el rato amando y amando y
a ver qué solución tienen ellos, ni tú mismo si a eso vamos...
En
la medida de lo posible yo trato de moderarme en los cosmos que creo, aunque me
doy cuenta de que, afortunadamente, soy bastante normal y no me extralimito en
este asunto. Así, yo procuro poner los grados del amor bien distribuidos y amor
mismo muy poco: Amistad. Amistad con afecto. Amistad, afecto y ternura.
Amistad, compañerismo, afecto afectivo y ternura íntima. Amorín. Amorcillo
menor. Amorcito en grado incoativo. Amor de peltre. Amor de plata. Amor de oro.
Amor de diamante. Y, ya digo, poco, pocamente poco, amor amor, etiqueta negra.
Y una redención por mundo, sálvese quien pueda.
Da
un poco de repugnancia ver siempre al machacón besando gente, acaba uno por
desconfiar de tanto resobo, caramba, si tanto los ama que no los cree.
LVII
De
orden del Hombre se hace saber que tiene libres y disponibles tres adoraciones
de primera, dos de segunda y otras dos de tercera y que se abre por tanto
concurso público de dioses y diosas al que pueden concurrir cuantos reúnan los
siguientes requisitos:
C Ser dios de primera, segunda o tercera, correspondiendo a la
categoría a la que concursen. No se admitirán dioses de categorías menores.
C Que hagan milagros semanales, entre resucitar y dar vista a ciegos,
nunca por debajo de oído a sordos.
C Que las redenciones sean en vivo y en sangre y sirvan para lavar
pecados al menos hasta blasfemia y parricidio, nunca menos de adulterio.
C Que las castas sacerdotales sean mudas y las catequesis voluntarias
y por signos.
C Que los evangelios sean interpolables por consenso, teniendo como
núcleo un pequeño argumento de no más de mil palabras.
C Las liturgias deberán ser fijas y acomodarse a la cultura real,
nunca al revés.
C Las fiestas religiosas han de coincidir con las fiestas paganas.
C Los dioses en cuestión se comprometen a devolver las adoraciones
sobrantes si el orbe acaba antes de lo que especifique el contrato.
C Si se trata de diosas, no podrán vacar por causa de embarazo ni
estarán autorizadas a nombrar dioses tutelares a sus hijos. Bajo ninguna
circunstancia serán adoraciones hereditarias.
C Los dioses admitirán recibir nombres diferentes en las distintas
partes de los mundos, al menos uno por valle y tres por comarca. Responderán a
las súplicas sea cual sea el nombre con el que se les rece.
C Estarán obligados a conceder una de cada dos peticiones, siendo al
menos dos de cada cinco de tamaño superior al medio (= puesto de trabajo, novia
rica, salud en morbilidad no letal). Se documentarán las peticiones rechazadas
con acuse de recibo al interesado.
C Apariciones individuales en casos de angustia y momento de muerte, y
apariciones públicas testificables al menos dos por siglo, no todas marianas.
C Las partes se comprometen a acatar las decisiones de los tribunales
de cada orbe.
El
plazo de presentación de plicas, que deberán ir cerradas y no haber sido
presentadas a concursos anteriores, se cerrará el último día del presente evo.
LVIII
Dimitra
la Negra armó a sus humanos con corazas de un acero hecho de similterno, una
mezcla secreta de tiempo y eternidad que les daba a la vez defensa contra la
muerte y ciertas fuerzas divinas y dimensiones duraderas. Pero no contenta con
eso untó las puntas de las armas con ungüentos maléficos que producían delirios
si se mezclaban con la sangre a causa de una herida.
Y
lanzó a sus huestes contra legiones indefensas de dioses desprevenidos, yo tuve
la suerte de no estar ese evo, me enteré del desastre por otros cauces.
Al
parecer las fiebres de aquel unto alucinógeno producían emociones humanas en el
alma de los dioses, fibra a fibra se iban cargando de ternura y de ilusión, de
una cepa variante del odio común que llevaba anexo remordimiento y pena, de
humildad, de pereza, de alegría y tristeza, de soledad, de esperanza, de
justicia, en fin, de mil maldades cada cual más cruenta y horrible que las
otras.
Los
pobres heridos caían sobre sí mismos enrecogidos como fetos que no quieren
nacer, y chillaban y pedían a gritos una muerte que no era posible, creo que
los improvisados hospitales de campaña erizaban de horror la piel de los dioses
encargados de aliviar los sufrimientos de aquellos infelices.
La
mayoría se volvieron locos (los enfermeros digo, los otros ya lo estaban) y al
final nadie quiso hacer aquella tarea siquiera por divinidad y mero filoteísmo.
Y en cuanto a los pacientes aún y para siempre recluidos allí: mancos con menos
almas, estúpidos condenados a hacer solamente universos de barro, miserables
que aúllan con los muñones florecidos de amores y otros hongos, una babia
aterradora de miradas perdidas en mundos fantasmales donde reina la muerte pero
sin poder alcanzarlos jamás y jamásnunca.
De
la negra Dimitra nadie sabe nada.
LIX
Cada
trozo de soledad que me sobra lo guardo en una bolsa que llevo al hombro y que
va tintineando a cada paso que doy por esos caminos. La bolsa y sus armónicos
cachivaches me recuerdan la caridad que las gentes de tantos lugares van
haciendo conmigo. Soy un hojalatero errante, compongo viejos cacharros,
sartenes, perolas, mares, calzado, tijeras, desiertos, cuchillos, firmamentos,
todo lo que pueda remendarse lo remiendo, desde una humilde segur que se ha
quedado sin mango, hasta un mundo que se ha quedado tupido y hay que limpiarle
el desagüe para que no se acumulen sin morir los muertos.
Los
aldeanos me van pagando con lo que pueden, pocas veces en moneda contante y
sonante, casi siempre en la pobre especie que su humildad les permite, por eso
llevo tantas soledades colgadas al hombro, también tengo nostalgias, y hasta
amores de primavera con que las muchachas son tan generosas. Procuro nunca
pasar por los mismos pueblos porque la gente cambia y a mí no me gusta. Soy un
raro errante que busca cambiar pero que no quiere que las cosas cambien. Que
cambien los rostros porque son pueblos distintos, pues bien, pues me gusta. Que
cambien las historias porque son tiempos diferentes, pues bien, pues me alegro.
Pero si regresas a lo mismo que siga siendo lo mismo, no me gusta que lo mismo
cambie y deje de ser lo mismo, si amé a una aldeana y me dejó en prenda una
soledad y una mirada, por qué ha de ser otra cuando vuelves un día a pasar por
allí y es vieja y es su nieta la que ahora te mira y enamorar se deja sin saber
siquiera que también lleva tu sangre...
Nunca
vuelvo a los mundos por los que ya he pasado, nunca amo de nuevo los amores que
amé, nunca beso otra vez los labios que he besado, compongo cosas rotas pero
que siempre sean nuevas, no sé si me explico, no sé si me entendéis, me gusta
ir yo cambiando, no que cambien las cosas.
LX
Quise
saber si ciertamente podía simbolizarse la eternidad con la historia aquella de
la bola de hierro de mil trillones de km. a la cual roza un pájaro con su ala
una vez cada millón de años, y que cuando la bola ya se ha desgastado entonces
la eternidad no ha empezado todavía. Bueno, pues es cierto, pobre pájaro.
Luego
quise saber si era verdad lo otro de una gota que cae cada millón de años para
llenar la cuenca vacía de un océano que ocupa un trillón de universos, y que
cuando ya está a tope y con una gota más se saldría, entonces la eternidad no
ha empezado todavía. También es cierto, me aburrí infinito contando gotas, del
orden de 10200, gota más gota menos.
Y
la historia de un niña que cuenta cuentos, cada tarde un cuento, y una tarde
cuenta el cuento de una niña que cuenta cuentos, cada tarde un cuento... Que
cuando la niña cuenta el cuento de una niña que contaba cuentos (aquí hay un salto cualitativo, apréciese),
que entonces la eternidad estaba empezando. Lo mismo, que sí, que tuve que
matar a la maldita niña, estaba hasta el gorro de cuentos y gentes que cuentan
cuentos sobre gentes que cuentan cuentos, al carajo los cuentos y quien los
inventó.
O
sea, que la eternidad es eterna. Y qué, pues vaya descubrimiento, lo he sabido
siempre, a ver si os creéis que estoy aquí porque quiero, que si no me he ido
al tiempo es por gusto, que soy eterno por elección.
El
viejo andarín que recorre la superficie de un mar infinito con una niña muda
caminando a su lado y llevando sobre el hombro un pájaro cansado. Muy cansado.
Porque cuando al fin la eternidad se termina, entonces el tiempo no ha empezado
todavía, hombre lo confunda.
LXI
Si
ocultas la cadena con la manga de la túnica y te disfrazas bien (sobre todo el
maquillaje) puedes asistir a las fiestas humanas sin que nadie descubra que
eres un dios. Y claro: si no hablas.
Para
un dios lo más difícil a la hora de imitar a los hombres, y donde siempre nos
descubren cuando más seguros estamos, es en las frases hechas de nuestra
costumbre divina, en cosas como ‘en verdad, en verdad os digo’, si todo el
mundo sabe que los hombres mienten... O te pones a explicar la edad de las
estrellas y eres innecesariamente preciso, como si evo más evo menos no fuesen
a la postre ambigüedad elegante.
A
mí me pillaron en un mundo de fuego donde viví un tiempo tratando de ligar con
una humana muy bella que decía que me amaba, porque se me escapó de golpe una
fecha exacta del siglo siguiente,
como si acabase de leerlo en el periódico de ese día... tuve que hacer milagros
coram populo aplaudido
tímidamente por aquella gente cursi, a la muchacha misma me vi obligado a
resucitarle a su madre y a su abuela y a premiarle el número que llevaba en el
sorteo de un chisme semoviente que rifaban en la fiesta, en fin, hasta tuve que
hacer obispo a un su acompañante que era chamán mío y con el que luego me
engañó...
Pero
la anécdota más triste que yo recuerdo a estos efectos no fue por hablar a
destiempo, sino por soplar mal: cuando uno de los dioses del viento se equivocó
de yate en plena regata real y sopló de forma exclusiva sobre las aladas y
rojas velas de una embarcación que competía por su cuenta y fuera de concurso,
estando todos los otros trapos tan huérfanos y arrugados y manifiestamente
desasistidos de los eolos del lugar, que todos los regatistas se pusieron a
gritar ‘tongo, tongo’, rodearon (remando) la embarcación ‘milagrosa’ y en lugar
de hacer allí mismo una ermita monumental, mearon sobre las aguas que se
pusieron amarillas y quebradizas y atraparon al enchufado en una escarcha de
orines; un asco y un fiasco.
La
lección es sencilla: cuando estés entre pringaos, sé un pringao o véte.
LXII
Los
mundos por sorteo no dejan de tener su encanto, siempre, claro está, que la
suerte se reparta como es debido, porque yo sé de un mundo de éstos donde
dejaron a la suerte que obrase a su antojo y... mejor me lo callo.
Pero
poniendo atención, los mundos más razonables son los de sorteo. En primer lugar
te descuidas de justicias e injusticias, del maldito reparto equitativo de
talentos que es un rollo y nunca se hace a gusto de todos, mientras que al ser
por sorteo todo está igualadito y nadie protesta. Luego el orden de vida, el
orden de destino y el orden de muerte, en listas equivalentes distribuidas por
lotes y siendo el azar el único responsable. Los accidentes y los incidentes: a
suertes. Los hijos premio y los hijos maldición: a suertes. Los amigos
traidores y los amigos fieles: a suertes. El éxito profesional, el fracaso
personal: a suertes. A suertes el honor, el deshonor, la gloria y la infamia; a
suertes los amores, los odios, las virtudes y los vicios, decisiones,
proyectos, recuerdos, fantasías, remordimientos, lágrimas... En fin, todo a
suertes.
Y
quitarte de encima el estúpido sambenito aquél: ‘a quien dios se la dé...’
Pero
como es debido, claro, sin dejar que la suerte haga lo que quiera.
LXIII
En
una redención (no recuerdo bien, creo que fue en la tercera del segundo cosmos,
en un triverso de azogues que diseñé por encargo), dejé los evangelios
completamente en blanco, me parece que puse tinta falsa en los tinteros de su
único evangelista, o era ciego, o no sé qué truco, pero estaban en blanco. Lo
hice precisamente por una cuestión de propia dignidad, me parece que habían
dejado de pagarme y estaba todo el asunto sub
iudice, en manos de leguleyos y procuradores, y viendo yo que me
quedaba sin cobrar, pues dije ahora vais a ver.
Resultó
que dio lo mismo, al parecer la gente no lee los evangelios, al menos en ese
mundo, se los inventa, da igual que ponga esto o lo otro o que no ponga nada,
sus chamanes siempre predican un evangelio (apócrifo, claro) y a nadie se le
ocurre dudar de la doctrina.
Me
acerqué una mañana por curiosidad a oír y no estaba mal, trataba de unas gentes
que adoraban a su dios y hacían caridades y eran honestos pero no se amaban, y
entonces eran como campanas sin badajo o bronces resonantes (o sea, campanas
con badajo), en fin, que mal, que lo que importaba era amarse.
Va
a resultar en esto de los mundos y de las redenciones como en aquella historia
del sabio antiguo que vio a un pastor comer lentejas en una rebanada y tiró el
plato, y luego vio a un muchacho bebiendo del río con ayuda de la mano y tiró
el vaso y antes había tirado otras cosas inservibles, una filosofía, un reino,
varias constelaciones. No necesitamos tanto como nos parece, si nos amamos nos
podemos pasar sin redenciones ni firmamentos ni filosofías ni universos ni
platos ni dioses. Algo así. Pero, claro, hay que amarse, por eso hay filosofías
y dioses.
LXIV
El
pequeño Fernefer es el menos negro de todos los hermanos, tiene una sonrisa que
desarma suspicacias, es casi imposible desconfiar de él pero te clava la
venganza en medio de los ojos en cuanto descuidas su mano de inocente perfil.
‘Fernefer
el arpista’ le llaman ( no en su cara) porque usa siempre redenciones de arpa,
baja a sus mundos pulsando las cuerdas y a base de notas entroniza en las almas
una especie de alegría mezclada con orgasmos que sus súbditos humanos entienden
salvación.
Le
ha adaptado al arpa una cuerda suenadioses, capaz de vibrar más hertzios que
ninguna otra cuerda de instrumento humano o divino que haya habido o no haya,
cualquiera que está al alcance de semejante fuerza se siente ganar sin poder
evitarlo por una melancolía que deshace los huesos y tritura certezas y
desintegra propósitos y machaca decisiones. El arpa de castigar del pequeño
Fernefer se dice que podría matar si el negro quisiera, que herramienta como
ella no puede hacerla un dios sólo para el mal y debe ser ambivalente (yo creo
que lo es) y ésta es precisamente la más horrible faceta del instrumento, pues
nunca para matar la usa el fiero diosecillo, quizá de los siete negros sea éste
el peor, su venganza consiste más en lo que no hace que en lo que comete, más
en la felicidad que no entrega pudiendo, que en la misma desgracia que produce.
Es algo espantoso, digno de un hombre.
LXV
Aladas
libélulas humanas puse en un mundo sin raíces ni luz y dejé que se salvaran por
sí mismas, quise saber qué futuro podrían llegar a hacer sin redenciones.
Levantaron
el vuelo en el ocaso (y siempre era ocaso en su mundo sin soles ni crepúsculos)
y todo se volvía de nieve gris, como una escarcha que las alas de cristal
sembraban en el aire. Eran tan bellas que todos los dioses susurraban consejos
para que ese hermoso mundo no se me perdiera, conteniendo el aliento las veían
volar, todo estaba pintado de libélulas.
Y
no podías ni pestañear siquiera porque el más leve choque levantaba oleadas de
transparentes milagros que se deshacían en una fina polvareda de cristal.
Eran
frágiles como seres humanos, venían desde la esperanza y estaban hechas de
futuro, un solo gesto imprudente atascaría las redes de la muerte.
Pero
sí que lograban encontrar a pesar de todo el camino de un futuro suficiente,
volando sobre la nada se redimían a sí mismas, qué otra redención cabe que no
sea volar sobre la nada, qué otro destino hay que ser una libélula de cristal
aleteando entre la niebla...
Cuando
ya se me olvidan todos los mundos que he ido haciendo y deshaciendo, y caen
como copos de densa nevada las hojas del cuaderno en que dibujo y desdibujo los
universos que los contienen, ese orbe minúsculo de libélulas transparentes me
viene a la nostalgia con su silencio y levedad, y más allá de las lágrimas de
mis ojos entristecidos por todas las batallas que hemos ido venciendo, una fina
retícula de escamas irisadas se perfila en un ala de elegante ligereza y es
como un párpado vivo que al abrirse abre mundos y al cerrarse los cierra.
LXVI
Haz
en tu alma la lista
de
todos los ocasos y todas las arenas,
de
todas las hojas y todos los perfiles,
de
todos los cabellos y todos los sentimientos.
No
se pueden crear mundos
como
se hacen figuras de papel,
que
solamente las dobleces cuentan,
tal
podría doblarse el aire y bastara
si
quisiera el aire quedar sólido un momento.
Los
mundos son por el contrario de fuego,
se
hacen nada más que cuando se deshacen,
si
no llevas la cuenta no habrán existido,
tu
lista es su esencia, tu memoria su historia.
Un
solo pétalo de una sola flor
que
no recuerdes,
y
ese cosmos entero será un caos de ausencia,
los
colores se volverán silencio,
los
sonidos se volverán negrura,
la
vida perderá su brújula y viajará redonda
en
la noria incesante de tu olvido.
Y
recuerda al hombre aunque no sea
criatura
especial, hijo bienamado,
aunque
se vuelva, como siempre,
loco,
y
rompa y destruya tu obra
para
elevarte sobre la ruina catedrales.
LXVII
El
verso anterior que un panfletario me ha puesto en la mano cuando tranquilamente
paseaba sin meditar profundidades, me lleva a desear un mundo sin hombres,
quizá lo haga, un mundo en que las flores lleguen a su tiempo y solamente
tengan por enemigo las abejas. Un mundo bucólico y beatus ille, para deambular por paisajes desiertos, qué
tranquila idea y cómo se sosiega el alma solamente al pensarla. El hombre
cansa.
Al
hombre hay que dedicarle esfuerzo, nacerle y matarle, amarle y odiarle,
tenderle la mano y retirarle el muñón, calzar su pico con bozal de cuero,
embotar su garra con limatón de sombra, el hombre es ave de presa que nunca
cede ni descansa ni se entrega, llegas a ser amigo del tigre, del hombre amo o
siervo, dios o esclavo, nunca hermano. El hombre cansa.
Un
universo de estrellas solitarias aunque pobladas de vida, simplemente con un hombrestato que te avise si llega, si la
evolución amenaza con volverse hombre, y entonces suavemente encauzar al mono
hacia inocencias salvajes sin dejarle acabar de volverse loco. Planetas sin
número llenos de maravillas, de pájaros y esencias y flores y perfumes y todos
los colores que sepa hacer la luz...
Ya
sé, ya sé, es ley de las leyes que solamente al hombre se le entregan los
mundos, que sólo para el hombre los mundos se construyen, que a la postre somos
del hombre sus obreros para hacerle su casa y dibujar su historia y cantarle al
nacer sus canciones de cuna y mantener atraillado el perro de la muerte hasta
que él solicite que lo dejemos suelto... Ya lo sé, ya lo sé, nunca se me olvida,
era solamente un suspiro fatigado, porque el hombre cansa, serlo y no serlo.
LXVIII
No
sólo no me gustan, me disgustan los universos en que se permite al tiempo
adelantar alguna de sus líneas sobre las otras. Son mundos crueles que no
tienen más justificación que privilegiar a alguna casta que, por las razones o
sinrazones que fuere, al creador de ese cosmos le cae más en gracia. ¿Qué es lo
hermoso en que sepan los padres, por ejemplo, el día de la muerte de sus hijos?
¿Resuelve alguna cosa que los amantes sepan, en el mismo origen de su amor, la
fecha en que su amor dejará de serlo? ¿Confundir futuros y pasados entreverando
los unos con los otros puede tener algún sentido?...
Hace
poco me contaban de un mundo en el que su dios (quizá él se crea que es un
rasgo de ingenio) hizo a la ciencia médica capaz de diagnosticar enfermedades
mortales mucho antes de lograr curarlas... véase qué dolorosa y estúpida
sinrazón que convierte a la medicina de ese mundo, de actividad generosa y
ayuda al doliente, en juez inapelable y siniestro que siempre condena y nunca
condona. En semejante tesitura, a quienes únicamente beneficia el despropósito
es a los de la casta médica, a la cual, claro, ni le interesan las curaciones
rápidas y eficaces porque se queda sin pacientes, ni la desinformación
absoluta; lo que le viene bien es justamente eso: diagnosticar sin curar,
apariencia de solicitud y de competencia con un mínimo de soluciones
terapéuticas.
Se
necesita ser un dios muy raro para hacer mundos así. Me parece que hay que
darle al tiempo lo que es del tiempo y confiar al futuro lo que es del futuro,
al menos hasta que el presente adquiera verdaderos derechos sobre él. Irse
muriendo como todos los hombres, en la confianza del día tras día con los
dolores y achaques que cada día traiga, pero no ser condenado a muerte por una
sentencia disfrazada de sabiduría que anticipa la mirada inapelable del destino
sin su consoladora y misericordiosa ambigüedad.
LXIX
Álorah
era el mayor de los siete negros y sembró de puro amor sus universos en
venganza contra los dioses por la ofensa recibida.
Los
mares de hielo de mundos sólidos y aristados de blanco cristal desheló desde
los cielos con sentimientos tan ardientes que las aguas hirvieron al deshacerse
las montañas. Los desiertos de fuego de los planetas áridos se refrescaron con
brisas de ternura y cariño, mitad y mitad según fórmula propia, es difícil no
llorar ante emoción tan limpia.
Así
que Fernefer con su música, Coacalep con su esperanza, Dimitra con toda su
batería de emociones y ahora el amor que Álorah esparcía sin tasa: la venganza
de los negros iba tomando forma, en sus mundos poco a poco iban quedando sin
espacio los dioses, cualquiera que rompa el tirabuzón infinito (los hombres por
la muerte creen en los dioses, cuya inmortalidad irredenta les hace crear
hombres) desplaza hacia la nada a los seres celestiales.
Se
cita como ejemplo aquel viejo mendigo que caminaba sin rumbo por un sendero
polvoriento cuando la siembra de Álorah le cayó sobre los hombros, y regresó a
su juventud y volvió a su familia y amó de nuevo padres y hermanos y esposa y
aún los hijos sin engendrar amaba todavía, qué oraciones iba a necesitar ni qué
dioses venerar si de viejo se hizo joven y su seco corazón reverdecía en su
pecho... mientras los halcones se hacían piadosos y perdonaban pájaros y los
pájaros se volvían misericordiosos y se entregaban a los halcones (la piedad
circula siempre en los dos sentidos), los jueces en su compasión absolvían reos
y los reos en su ternura desasesinaban víctimas.
Como
un manto de nieve cubrió de amor sus mundos Álorah el Negro y lo dejó sin
dioses.
LXX
No
leas los libros sagrados que no se han escrito para tus ojos, no quieras saber
lo que se dispuso que tú no supieses, el árbol de la sabiduría es otro árbol,
no es éste, comiendo de este fruto solamente se puede mirar detrás de la
pantalla que no tiene revés.
No
por ser dios deberás saberlo todo, ser dios no es eso, eso es ser hombre, los
dioses con saber lo que necesitan tienen bastante, para qué se quiere saber
demasiado cuando lo único que te propones es hacer universos y mundos...
Deja
que la sabiduría te busque a ti, si quiere, a su tiempo, a su paso, cuando ella
lo decida, no es sabiduría perseguir la sabiduría, como no lo es huirla o
ignorarla. Que las cosas se decanten en su momento oportuno, sólo de los
hombres es propio precipitar acontecimientos, los dioses disponemos de la
eternidad para que todo se repita y vuelva a repetirse sin urgencias ni
agobios.
Si
se ha dispuesto que sepas una palabra de cada dos, rompe los libros por la
mitad y tira cualquiera de ellas, con tu mitad te basta, todos los libros son
dobles y cada parte es doble y el que lee una sola palabra los ha leído
enteros. Sabiduría es leer aquella única palabra de cada libro que importa, lo
demás es metáfora y redundancia y adorno.
Recuerda
que hacemos universos para entendernos a nosotros mismos, por vuestras obras os
conoceréis, que cada mundo te enseñe su palabra esencial hasta que llegues a descubrir,
si tienes suerte, la tuya.
LXXI
Se
pueden hacer universos de la nada, pero siguen siendo nada mientras son y
duran, y a la nada regresan sin haberla dejado. Yo en mis tiempos hice y eran
hermosos, filigranas de nada elevándose al infinito, firmamentos de nada
rutilando en la sombra, soles iluminando la nada de los mundos con auroras de
nada y crepúsculos de nada, mares y cordilleras de nada amontonada, hombres que
de la nada nacían y a la nada regresaban atravesando la nada.
Cualquiera
que describa uno de estos mundos tiene inevitablemente que abusar de la misma
palabra, pero también te pasa si haces universos de algo, o los haces de luz, o
los haces de aire, que para describirlos tienes que usar todo el tiempo la misma
y única palabra.
Y
tampoco hay diferencia, esa es la verdad, entre un mundo y otro mundo, cuando
coges la nada y empiezas a crear cómo saber que es la nada y no es el aire o la
luz, cuando no has empezado todo es lo mismo en tus manos, no hay diferencia alguna,
el aire es la luz y la luz es el sonido y el sonido es el aire y todos son la
nada, grumos de nada pasajeramente disfrazados de nada (acaba siendo aburrido
usar la misma palabra, este idioma monobíblico es demasiado astringente).
LXXII
Es
erróneo pensar que los mundos nos salen como los dioses queremos, la mayor
parte de las veces no es así, siempre alguna cosa se te resiste y acabas
dejándola como esté harto de intentar enmendarla. A mí particularmente en esas
ocasiones cada vez me queda peor, yo ya no pretendo mejorar el primer diseño.
Ha
habido universos donde he pretendido, qué sé yo, por ejemplo ternuras, y luego
han ido saliendo líneas desabridas, amargos sentimientos, ácidas pasiones, y no
ha habido forma de que quedasen finalmente las cosas a mi gusto. Hay dioses muy
suyos que en tal caso borran y tiran y queman lo creado, yo suelo conformarme
con el resultado, qué voy a hacerle, tampoco pienso nunca que sean diseños
míos, siempre tengo la sensación de que guían mi mano en el tablero de dibujo,
si al final sale así, será que así tenía que ser, quién soy yo para romper los
planos, un simple amanuense ciego y sin memoria.
Y
cuando pasa el tiempo ves misteriosos dibujos que no sabías que estaban (pocas
son las cosas que entiendo yo de lo que hago, todas las filigranas me asombran
y me enseñan), se elevan ante tu vista piruetas ignoradas, seres desconocidos y
a veces muy hermosos se agitan ante ti y tú no los recuerdas. Pienso yo que
esos mundos se crean a sí mismos utilizando mi mano para dibujar los perfiles
y, claro, no necesitan mi aprobación o visto bueno, no podría darlos o dejarlos
de dar, no sé de dónde surgen, a dónde se dirigen, únicamente me siento
agradecido y humilde por tener la oportunidad de irlos viendo aparecer ante mis
ojos.
Pero
la mayor parte de las veces no son como me propongo, cuando lo son no me gustan
(y no los reconozco, ya sé que se trata de una paradoja, también es dictada).
LXXIII
Era
un dios que creaba mundos interpuestos, entre cada mundo y él ponía mundos de
amparo, así se defendía de los mundos creados, tenía miedo pavor a que sus
creaturas le llegasen al alma con sus gritos y llamadas. Como quien enciende
una mecha y eso lo hace al final, preparado para correr y, en cuanto está
prendida, huye a resguardarse tras fuerte mamparo, así hacía este dios, lo
último de todo era encender al hombre, luego escapaba despavorido en una fuga
frenética para ocultarse detrás de sólidos mundos de cemento y tiempo.
Pasados
muchos evos asomaba la cabeza y miraba de lejos para ver los efectos, si el
mundo estaba ya seco y apagado se acercaba poco a poco y acariciaba los restos.
Pero como acaso quedase un rescoldo ardiendo todavía, demudado y sudando se
alejaba más lejos, tapándose los oídos y cerrando los ojos en posición fetal
durante tanto y tanto que acababas creyendo que se había ido. Y quizá era así:
un día me explicó que todo se debía a un sueño o pesadilla en que soñó ser
hombre.
LXXIV
Pocos
dioses me aterran tanto como Eria la Negra, que diseñó universos con regla de
igualdad y cartabón de justicia, maldita sea por siempre y Hombre la maldiga.
A
ver qué espacio queda para nosotros los dioses en un mundo donde la justicia
sea cimiento y arquitrabe, razón y estructura, en sus orbes estamos más
cesantes que los jueces.
Y
que ni siquiera tiene que tomarse molestias de diseñar estrellas, meteoros,
montañas, de abrir cauces de ríos o cuencas de océanos, bastante se les da a
sus humanos de todo eso siendo la justicia la tierra que pisan y el aire que
respiran; puede la negra Eria hacer mundos de papel y a sus súbditos humanos le
parecen paraísos. Incluso ocasos se ahorra la muy... y hasta flores, paisajes y
hermosuras, todo para qué, a esa gente le sobra el paisaje que tienen, la
justicia es su aurora, para qué quieren soles.
Cuando
empezó sus mundos, un dios malicioso que, como yo, la odia, se preguntaba en
voz alta: ‘Cuando aparezca la muerte a ver cómo hace para seguir siendo justa y
que sus hombres sigan tan alegres y plácidos...’ Bueno, llegó el momento,
apareció la muerte como siempre a su tiempo, pero está claro ahora que no
entendemos nada, no es la muerte como pensamos la suprema injusticia, se
saludaron ambas con abrazo fraterno bajo la mirada tranquila de los primeros
moribundos, resulta que la justicia traspasa esa frontera, acompaña a su gente
de una vida a la otra, si la justicia existe no necesitas nada, estás vivo
siempre, eres un dios hombre, un hombre dios mortal pero eterno, malditas sean
Eria la Negra y su justicia.
LXXV
Dos
dioses amigos, camaradas de muchas aventuras y evos, acotaron un terreno que
dividieron en dos partes contiguas para hacer a la vez sendos universos, uno
cada uno, no por competir, sino por el gusto de trabajar a la par, hombro con
hombro, eran como hermanos después de tanto como habían vivido juntos.
El
universo de la izquierda lo llenó su creador de arcos elevados de jardines de
agua y de cristal, estructura reticulada y atrevidísima en la que arquitrabes
de fina silueta y elegante espiral se retorcían sobre sí mismos para alcanzar
otros niveles de su propia consistencia y dar tan aérea impresión al no
obstante sólido conjunto que se experimentaba la necesidad de levantar la mano
para sujetar tales volutas audaces. Si una bóveda se abría a estrellas remotas
más bajas sin embargo que ella, las columnas que la sujetaban pasaban por
encima horadando la tela de luz que la constituía y se erguían como lanzas
afiladas hacia una altura más allá de las dimensiones. Si la nervadura
arriscada y desobediente fugitiva de un arco se llevaba como flecha el astil de
su propio diseño, capiteles helicoidales desenroscaban su esencia para subir en
trémulo polvo de luz y caer por fin sin caer nunca, tan espigados y cumbreños.
El
universo de la derecha lo amasó su dios en pétreas montañas imponentes, allá
donde apoyaban sus estribos se aplastaba la sombra bajo su peso y, constreñida
en sus moléculas más allá de toda resistencia, se encendía de golpe en
chispazos de luz, así de plúmbea resultaba la zarpa de esas cordilleras
engravecidas. Como lava de piedra que discurre rebosando de su propia densidad
a paso tan lento que se hace y se deshace, se licúa y se refunde a cada
centímetro que avanza, así las estrellas de ese mundo recorrían la noche y
tenía la noche que esperar durando evos infinitos sin dar paso al día no por su
pereza, no por su lentitud, más por la de tan sosegado firmamento. Y los mares
eran inmensos, pero a una sola gota condensados por la presión de la mole, una
gota que valía por un millón de océanos, suficiente para apagar, o casi, la sed
del hombre.
Y
se sentaron juntos en el porche de sus mundos, a charlar del trabajo, a reír
como chiquillos que han dado de mano a los deberes del día. Envidiosos y
asombrados, aunque sanamente, se mostraron admirados de tan ruidosa manera cada
uno con el mundo del otro, que al fin se los cambiaron con gran satisfacción
por ambas partes, qué universo tan bello ganaba cada uno, qué fruto del amigo y
qué gozoso trueque.
Y
empezó el primero con las masas inmensas a moldear agujas de elevadísimos arcos
y bóvedas que se abrían a estrellas remotas con columnas erguidas como lanzas
afiladas hacia una altura más allá de las dimensiones... pero respetando sin
embargo la belleza aplastante de aquellas cordilleras que hacían con su peso
luz de la sombra y densa única gota de los rebaños de océanos.
Y
empezó el segundo con las atrevidas nervaduras y los elegantes capiteles de
altísimos destinos a embaldosar los suelos de cimientos ciclópeos, capaces de
soportar el peso de las constelaciones y de comprimir la luz hasta volverla
sombra... pero respetando sin embargo la belleza alada de aquellas columnas que
se alzaban al infinito sin concederse límites.
Uniendo
sus almas consiguieron dos mundos iguales y diferentes, bellos por doble
partida, elegantes e imponentes, tan armoniosos de sus disonancias y tan
equilibrados de sus diferencias que resultaron la envidia de otros dioses
solitarios. El fruto del amor es un híbrido tan hermoso que toda raza pura
envidia su mestizaje.