LI

El dios de los fracasos era muy buena gente, siempre estaba empezando después de algún desastre, qué iba a hacer por otra parte teniendo la eternidad todita disponible.

Mundo que levantaba, mundo que se caía; redención diseñada, redención fallida; firmamento creado, firmamento en derrumbe; pobre dios de los fracasos, qué destino el suyo.

Y no era mal creador, solamente sin suerte. Yo he visto sus planos y son impecables, una vez incluso hice un universo calcando uno de ellos: funcionó de maravilla, hasta los detalles menores eran elegantes, pulidos, originales, hermosos. ¿Por qué a él se le caían siempre los palos del sombrajo? ... Pura mala suerte, ya lo he dicho.

Ganó cierto concurso con una maqueta toda de acero y cristal de roca, con los humanillos pequeños figurados y vivos, miniaturas muy bonitas, todo funcional. Bueno, pues antes incluso de comenzar las obras, la propia maqueta se deshizo en óxido, el acero se quebró como hierro dulce, los cristales parecían de caramelo chupado, los humanillos enfermaron de un mildíu fúngico misterioso y letal que los dejó achicharrados como cagadas de mosca en los rincones de la maqueta... un asco y una pena, tiraron la porquería y cambiaron de proyecto. Así le pasa siempre, qué suerte la suya.

Ahora saca para maldurar alquilando o vendiendo proyectos de universos, haciendo de negro en suma para otros arquitectos. Escudado en ese truco y a cubierto de la suerte, muchas de sus creaciones se hacen y funcionan, le pagan una miseria, nunca firma proyectos, pero trabaja y va tirando, que tal y como está todo quizá no sea poco.

 

LII

Parece que mi forma de hablar de los hombres es siempre la misma, como si no supiese cambiar de registro, y quizá es eso, que no sé.

 Los viejos libros de las diferentes culturas y sus sagradas escrituras sobre los hombres o sobre el Hombre, según se trate de culturas polihumanistas o monohumanistas; sagas fantásticas de resonancias épicas, con los hombres y sus hordas recorriendo las historias en aras de mitos tan atrevidos y potentes que dejan un aroma intenso de aventura, de sentimiento y de emoción; o densísimos tratados de antropología, miles de páginas en idiomas eruditos y venerables hablando de la esencia y atributos del Hombre, de su papel en el orden general de las cosas, con discusiones y controversias de tal profundidad entre partidarios de unas y otras doctrinas que muchas veces se entienden difícilmente tan sutiles matizaciones; catecismos para niños donde se relatan con encantadoras ternura y cercanía las parábolas del Hombre, su doctrina de a pie, su mensaje de... de lo que sea que trate el mensaje del Hombre...

De todo eso yo nada, mis textos son otra cosa. ¿Qué cosa? Ésa es la cosa, que no lo sé.

Si se catalogan los argumentos de mis escritos casi solamente aparecen tres asuntos: creaciones de universos y mundos (nunca detalladas, por cierto, nunca con pormenores, planos, cuestiones técnicas, etc.), redenciones (jamás con sus protocolos ni sus especificaciones, decálogos, evangelios... de todo ello nada) y por fin historias menudas de éste o aquél, o ésta o aquélla (y en este caso sí, con los detalles y los chismes).

Es verdad que cada maestrillo tiene su librillo, pero me gustaría poder y saber cambiar el mío, relatar por una vez truculentas, intrépidas y osadas aventuras de hombres inmensos y antiguos, darle a mis textos un interés que les asegure lectores, porque mucho me temo que nadie se va a interesar por estas páginas desangeladas, ni los dioses más aburridos. (Y que los dioses de mi familia y dioses amigos tienen que estar hasta el moño de libracos como éste, pobres y qué fieles me son).

 

LIII

Quisiera contaros la saga del dios que regresa atravesando mundos, sus mundos, hasta el origen de su propia historia, hasta la fuente de su mismo poder creador. Cómo ante él se extienden los variados universos de su genial inventiva y cómo los recorre de planeta en planeta, de estrella en estrella, de historia en historia, haciéndose en cada uno habitante genuino y encarnando desde lo más profundo de su corazón la aventura humana que le corresponde. Poder referir para vosotros la riqueza y variedad de esos orbes bien estructurados y redimidos, la belleza de sus constelaciones, la armonía de sus avatares, y cómo el dios que regresa los encuentra buenos y tiernamente cercanos a su alma y atraviesa sus tiempos como la brisa atraviesa los cálidos efluvios de un paisaje dorado.

Llevaros luego, siempre acompañando al dios que regresa, a regiones de más elevada montaña, donde los mundos a visitar son ya más austeros, rígidos, de cristal, y contemplar ahora al dios hombre atravesando su aridez con la frente al viento, los ojos enrojecidos por una marcha silenciosa y esforzada, pero que igualmente habla a su corazón con la mística grandeza de las cumbres de hielo.

Y llegar luego a los cosmos distantes de remota desolación donde tendremos necesidad de apelar a nuestra mejor resistencia y veremos al dios que regresa inmutado por fin de soledad y nostalgia, mundos éstos tan sombríos y carentes de vida que las redenciones, cesantes, ateridas, grisáceas, saldrán a nuestro encuentro como fantasmas de viejos mendigos que suplicasen sin esperanza tendiendo las muertas manos hacia la nada.

Y terminar al fin el recorrido acompañando al dios que regresa hasta su última y primera guarida, verle y oírle golpear la puerta cerrada que no da paso a ninguna salida, que no tiene lado de acá ni tiene lado de allá y que consiste en un límite que nada delimita.

Porque todos somos el dios que regresa de universo en universo, de mundo en mundo, atravesando estrellas hasta llegar a un morada que es a la vez nuestro origen y nuestro destino.

 

LIV

Mi amigo ‘Dios bondadoso’ era tan bondadoso (os perdono la redundancia) que siempre estaba ocupado escuchando ruegos de los humanos de sus mundos, no descansaba jamás, cada ruego le ataba a una responsabilidad interior de la que no sabía desprenderse. Tenía pocos mundos, pero aún así...

Dios que me ayudes en esto, dios que me procures lo otro, dios que mi esposa no sé qué, dios que mi marido no sé cuál, dios que mi hijo tal cosa, dios que mi padre tal otra, dios que este asunto no acaba de irme bien, dios que te quedes por favor un momento al cuidado de... mientras yo... dios que mira hacia este lado, no dios que mires hacia este otro... Y así todo el tiempo, el pobre dios era pura providencia, nunca he conocido ninguno que lo fuese tanto.

Pero las cosas llegaron por fin demasiado lejos, estaba yo delante cuando alcanzaron su punto álgido. Tenía las manos ocupadas cada una con una providencia diferente, mientras con los pies sujetaba ayudas distintas y con los dientes mantenía otra que se la solicitaban con mucha urgencia, de cada oreja pendía una cuerdecita que amarraba varias atenciones menores... Lo recuerdo bien: echó una mirada al mundo en cuestión, vio a toda la puñetera gente cada uno a lo suyo mientras que él estaba a lo de todos... Soltó un gruñido muy poco divino, se increpó con grandes voces: “¿Pero qué clase de gilipollas soy yo?”, y soltando las diversas providencias que mantenía, dejó que aquella mierda de mundo se fuese al carajo. Nos dimos un abrazo satisfecho y nos fuimos a tomar unas copas arrullados con el derrumbe de fondo de aquel estúpido universo.

 

LV

‘Diosa fea’ era también llamada ‘Diosa triste’, había tenido más novios que arenas tiene el firmamento y estrellas la playa, pobre diosa gorda y con flebitis... Bien decía ella (y lo sabía por experiencia) que los dioses gordos, especialmente si son diosas, no tienen nada que hacer en este mundo de modas delgadas, al menos mientras dure la eternidad presente.

La frase de los novios lo que significa, claro, es que la habían dejado todos, y quizá que en realidad no había tenido ninguno pues no ilumina nada una legión de velas apagadas que tal vez no tenían pábilo ni cera.

Lo más triste de su caso era que ya ni siquiera alimentaba ilusiones, esas ensoñaciones vagas que se mantienen estando despierto y que son el único consuelo de los inconsolables, pues mediante ellas se mantiene al menos una ficción de propia importancia y de mínima autoestima que permite, siquiera sea a trancas y barrancas, ir viviendo. Recuerdo que, hablando con ella alguna vez, le pregunté precisamente por este tipo de historias fantásticas, me miró a los ojos con una tristeza depurada y veterana, añejada en bodegas milenarias, y me respondió que los gordos ni siquiera tienen ilusiones de ésas, que incluso en sus fábulas interiores los personajes delgados desprecian al protagonista gordo sin que éste pueda hacer nada por evitarlo, y tuercen el sentido de la propia ficción y todo concluye en una tristeza peor que no haber soñado...

Me dicen los amigos que tengo el corazón muy flojo y debe de ser verdad porque en mis mundos nunca pongo infierno y mis redenciones son siempre sencillitas y de fácil alcance. Supongo que también en esta ocasión fue mi blando corazón el responsable porque me llegó tan hondo la amargura de la pobre ‘Fea Triste’ que me pasé varios evos buscando algún dios gordo y solitario que no estuviese liado con nadie y al que poder proponer la única solución para los males de la diosilla que a mí se me ocurría. Lo encontré, desde luego, dioses gordos hay más de los que parece.

En fin, no sé si ser bueno es buena cosa... Resulta que a ninguno de los dos le gustan los gordos, ahora se odian y me odian, y están más tristes que nunca, ser gordo es mala cosa, especialmente si te pasas el tiempo buscando infructuosamente al delgado que supones que habita en el interior de tu propia gordura para cambiarte por él y dejar de ser quien eres...

 

LVI

Dicen los hombres con razón que el cielo les libre de los dioses machacones. Yo supe de uno que era tan pesado y tan sobón de sus criaturas, tan paternal y amistoso y tierno y besucón que los redimía todos los días, los pobres no hacían otra cosa que ser salvados por su dios, ni tiempo tenían de qué. De madrugada bien temprano, casi corriendo, a ver a quién le tocaba ese día la faena, distribuir los cargos y las cargas, prepararlo todo frenéticamente para que a mediodía fuese ya posible desencadenar el proceso, tener la redención misma a primeras horas de la tarde, recoger los bártulos al caer el sol y luego, con la fresca pero sin descanso, todos, incluso mujeres y niños, a escribir evangelios, interpolar apocalipsis y copiar textos sagrados. Dormir unas horas (soñando arcángeles anunciadores) y otra vez lo mismo. Los exégetas y sacerdotes nunca acababan de saberse las liturgias, pasaba por sabio inmenso el que podía citar de memoria el mero uno por millón de los versículos proféticos y las escuelas de teología daban los títulos (parciales, renovables, con másters semanales de reciclaje) después de treinta cursos de enseñanzas ininterrumpidas.

Pero claro, como decía el dios machacón: “Es que los amo”. Y así ¿qué podía hacer él, o qué podía evitar?... Y que el amor es muy suyo, no te deja descanso, mala cosa para tus súbditos si los amas porque estás todo el rato amando y amando y a ver qué solución tienen ellos, ni tú mismo si a eso vamos...

En la medida de lo posible yo trato de moderarme en los cosmos que creo, aunque me doy cuenta de que, afortunadamente, soy bastante normal y no me extralimito en este asunto. Así, yo procuro poner los grados del amor bien distribuidos y amor mismo muy poco: Amistad. Amistad con afecto. Amistad, afecto y ternura. Amistad, compañerismo, afecto afectivo y ternura íntima. Amorín. Amorcillo menor. Amorcito en grado incoativo. Amor de peltre. Amor de plata. Amor de oro. Amor de diamante. Y, ya digo, poco, pocamente poco, amor amor, etiqueta negra. Y una redención por mundo, sálvese quien pueda.

Da un poco de repugnancia ver siempre al machacón besando gente, acaba uno por desconfiar de tanto resobo, caramba, si tanto los ama que no los cree.

 

LVII

De orden del Hombre se hace saber que tiene libres y disponibles tres adoraciones de primera, dos de segunda y otras dos de tercera y que se abre por tanto concurso público de dioses y diosas al que pueden concurrir cuantos reúnan los siguientes requisitos:

                 C Ser dios de primera, segunda o tercera, correspondiendo a la categoría a la que concursen. No se admitirán dioses de categorías menores.

                 C Que hagan milagros semanales, entre resucitar y dar vista a ciegos, nunca por debajo de oído a sordos.

                 C Que las redenciones sean en vivo y en sangre y sirvan para lavar pecados al menos hasta blasfemia y parricidio, nunca menos de adulterio.

                 C Que las castas sacerdotales sean mudas y las catequesis voluntarias y por signos.

                 C Que los evangelios sean interpolables por consenso, teniendo como núcleo un pequeño argumento de no más de mil palabras.

                 C Las liturgias deberán ser fijas y acomodarse a la cultura real, nunca al revés.

                 C Las fiestas religiosas han de coincidir con las fiestas paganas.

                 C Los dioses en cuestión se comprometen a devolver las adoraciones sobrantes si el orbe acaba antes de lo que especifique el contrato.

                 C Si se trata de diosas, no podrán vacar por causa de embarazo ni estarán autorizadas a nombrar dioses tutelares a sus hijos. Bajo ninguna circunstancia serán adoraciones hereditarias.

                 C Los dioses admitirán recibir nombres diferentes en las distintas partes de los mundos, al menos uno por valle y tres por comarca. Responderán a las súplicas sea cual sea el nombre con el que se les rece.

                 C Estarán obligados a conceder una de cada dos peticiones, siendo al menos dos de cada cinco de tamaño superior al medio (= puesto de trabajo, novia rica, salud en morbilidad no letal). Se documentarán las peticiones rechazadas con acuse de recibo al interesado.

                 C Apariciones individuales en casos de angustia y momento de muerte, y apariciones públicas testificables al menos dos por siglo, no todas marianas.

                 C Las partes se comprometen a acatar las decisiones de los tribunales de cada orbe.

 

El plazo de presentación de plicas, que deberán ir cerradas y no haber sido presentadas a concursos anteriores, se cerrará el último día del presente evo.

 

LVIII

Dimitra la Negra armó a sus humanos con corazas de un acero hecho de similterno, una mezcla secreta de tiempo y eternidad que les daba a la vez defensa contra la muerte y ciertas fuerzas divinas y dimensiones duraderas. Pero no contenta con eso untó las puntas de las armas con ungüentos maléficos que producían delirios si se mezclaban con la sangre a causa de una herida.

Y lanzó a sus huestes contra legiones indefensas de dioses desprevenidos, yo tuve la suerte de no estar ese evo, me enteré del desastre por otros cauces.

Al parecer las fiebres de aquel unto alucinógeno producían emociones humanas en el alma de los dioses, fibra a fibra se iban cargando de ternura y de ilusión, de una cepa variante del odio común que llevaba anexo remordimiento y pena, de humildad, de pereza, de alegría y tristeza, de soledad, de esperanza, de justicia, en fin, de mil maldades cada cual más cruenta y horrible que las otras.

Los pobres heridos caían sobre sí mismos enrecogidos como fetos que no quieren nacer, y chillaban y pedían a gritos una muerte que no era posible, creo que los improvisados hospitales de campaña erizaban de horror la piel de los dioses encargados de aliviar los sufrimientos de aquellos infelices.

La mayoría se volvieron locos (los enfermeros digo, los otros ya lo estaban) y al final nadie quiso hacer aquella tarea siquiera por divinidad y mero filoteísmo. Y en cuanto a los pacientes aún y para siempre recluidos allí: mancos con menos almas, estúpidos condenados a hacer solamente universos de barro, miserables que aúllan con los muñones florecidos de amores y otros hongos, una babia aterradora de miradas perdidas en mundos fantasmales donde reina la muerte pero sin poder alcanzarlos jamás y jamásnunca.

De la negra Dimitra nadie sabe nada.

 

LIX

Cada trozo de soledad que me sobra lo guardo en una bolsa que llevo al hombro y que va tintineando a cada paso que doy por esos caminos. La bolsa y sus armónicos cachivaches me recuerdan la caridad que las gentes de tantos lugares van haciendo conmigo. Soy un hojalatero errante, compongo viejos cacharros, sartenes, perolas, mares, calzado, tijeras, desiertos, cuchillos, firmamentos, todo lo que pueda remendarse lo remiendo, desde una humilde segur que se ha quedado sin mango, hasta un mundo que se ha quedado tupido y hay que limpiarle el desagüe para que no se acumulen sin morir los muertos.

Los aldeanos me van pagando con lo que pueden, pocas veces en moneda contante y sonante, casi siempre en la pobre especie que su humildad les permite, por eso llevo tantas soledades colgadas al hombro, también tengo nostalgias, y hasta amores de primavera con que las muchachas son tan generosas. Procuro nunca pasar por los mismos pueblos porque la gente cambia y a mí no me gusta. Soy un raro errante que busca cambiar pero que no quiere que las cosas cambien. Que cambien los rostros porque son pueblos distintos, pues bien, pues me gusta. Que cambien las historias porque son tiempos diferentes, pues bien, pues me alegro. Pero si regresas a lo mismo que siga siendo lo mismo, no me gusta que lo mismo cambie y deje de ser lo mismo, si amé a una aldeana y me dejó en prenda una soledad y una mirada, por qué ha de ser otra cuando vuelves un día a pasar por allí y es vieja y es su nieta la que ahora te mira y enamorar se deja sin saber siquiera que también lleva tu sangre...

Nunca vuelvo a los mundos por los que ya he pasado, nunca amo de nuevo los amores que amé, nunca beso otra vez los labios que he besado, compongo cosas rotas pero que siempre sean nuevas, no sé si me explico, no sé si me entendéis, me gusta ir yo cambiando, no que cambien las cosas.

 

LX

Quise saber si ciertamente podía simbolizarse la eternidad con la historia aquella de la bola de hierro de mil trillones de km. a la cual roza un pájaro con su ala una vez cada millón de años, y que cuando la bola ya se ha desgastado entonces la eternidad no ha empezado todavía. Bueno, pues es cierto, pobre pájaro.

Luego quise saber si era verdad lo otro de una gota que cae cada millón de años para llenar la cuenca vacía de un océano que ocupa un trillón de universos, y que cuando ya está a tope y con una gota más se saldría, entonces la eternidad no ha empezado todavía. También es cierto, me aburrí infinito contando gotas, del orden de 10200, gota más gota menos.

Y la historia de un niña que cuenta cuentos, cada tarde un cuento, y una tarde cuenta el cuento de una niña que cuenta cuentos, cada tarde un cuento... Que cuando la niña cuenta el cuento de una niña que contaba cuentos (aquí hay un salto cualitativo, apréciese), que entonces la eternidad estaba empezando. Lo mismo, que sí, que tuve que matar a la maldita niña, estaba hasta el gorro de cuentos y gentes que cuentan cuentos sobre gentes que cuentan cuentos, al carajo los cuentos y quien los inventó.

O sea, que la eternidad es eterna. Y qué, pues vaya descubrimiento, lo he sabido siempre, a ver si os creéis que estoy aquí porque quiero, que si no me he ido al tiempo es por gusto, que soy eterno por elección.

El viejo andarín que recorre la superficie de un mar infinito con una niña muda caminando a su lado y llevando sobre el hombro un pájaro cansado. Muy cansado. Porque cuando al fin la eternidad se termina, entonces el tiempo no ha empezado todavía, hombre lo confunda.

 

LXI

Si ocultas la cadena con la manga de la túnica y te disfrazas bien (sobre todo el maquillaje) puedes asistir a las fiestas humanas sin que nadie descubra que eres un dios. Y claro: si no hablas.

Para un dios lo más difícil a la hora de imitar a los hombres, y donde siempre nos descubren cuando más seguros estamos, es en las frases hechas de nuestra costumbre divina, en cosas como ‘en verdad, en verdad os digo’, si todo el mundo sabe que los hombres mienten... O te pones a explicar la edad de las estrellas y eres innecesariamente preciso, como si evo más evo menos no fuesen a la postre ambigüedad elegante.

A mí me pillaron en un mundo de fuego donde viví un tiempo tratando de ligar con una humana muy bella que decía que me amaba, porque se me escapó de golpe una fecha exacta del siglo siguiente, como si acabase de leerlo en el periódico de ese día... tuve que hacer milagros coram populo aplaudido tímidamente por aquella gente cursi, a la muchacha misma me vi obligado a resucitarle a su madre y a su abuela y a premiarle el número que llevaba en el sorteo de un chisme semoviente que rifaban en la fiesta, en fin, hasta tuve que hacer obispo a un su acompañante que era chamán mío y con el que luego me engañó...

Pero la anécdota más triste que yo recuerdo a estos efectos no fue por hablar a destiempo, sino por soplar mal: cuando uno de los dioses del viento se equivocó de yate en plena regata real y sopló de forma exclusiva sobre las aladas y rojas velas de una embarcación que competía por su cuenta y fuera de concurso, estando todos los otros trapos tan huérfanos y arrugados y manifiestamente desasistidos de los eolos del lugar, que todos los regatistas se pusieron a gritar ‘tongo, tongo’, rodearon (remando) la embarcación ‘milagrosa’ y en lugar de hacer allí mismo una ermita monumental, mearon sobre las aguas que se pusieron amarillas y quebradizas y atraparon al enchufado en una escarcha de orines; un asco y un fiasco.

La lección es sencilla: cuando estés entre pringaos, sé un pringao o véte.

 

LXII

Los mundos por sorteo no dejan de tener su encanto, siempre, claro está, que la suerte se reparta como es debido, porque yo sé de un mundo de éstos donde dejaron a la suerte que obrase a su antojo y... mejor me lo callo.

Pero poniendo atención, los mundos más razonables son los de sorteo. En primer lugar te descuidas de justicias e injusticias, del maldito reparto equitativo de talentos que es un rollo y nunca se hace a gusto de todos, mientras que al ser por sorteo todo está igualadito y nadie protesta. Luego el orden de vida, el orden de destino y el orden de muerte, en listas equivalentes distribuidas por lotes y siendo el azar el único responsable. Los accidentes y los incidentes: a suertes. Los hijos premio y los hijos maldición: a suertes. Los amigos traidores y los amigos fieles: a suertes. El éxito profesional, el fracaso personal: a suertes. A suertes el honor, el deshonor, la gloria y la infamia; a suertes los amores, los odios, las virtudes y los vicios, decisiones, proyectos, recuerdos, fantasías, remordimientos, lágrimas... En fin, todo a suertes.

Y quitarte de encima el estúpido sambenito aquél: ‘a quien dios se la dé...’

Pero como es debido, claro, sin dejar que la suerte haga lo que quiera.

 

LXIII

En una redención (no recuerdo bien, creo que fue en la tercera del segundo cosmos, en un triverso de azogues que diseñé por encargo), dejé los evangelios completamente en blanco, me parece que puse tinta falsa en los tinteros de su único evangelista, o era ciego, o no sé qué truco, pero estaban en blanco. Lo hice precisamente por una cuestión de propia dignidad, me parece que habían dejado de pagarme y estaba todo el asunto sub iudice, en manos de leguleyos y procuradores, y viendo yo que me quedaba sin cobrar, pues dije ahora vais a ver.

Resultó que dio lo mismo, al parecer la gente no lee los evangelios, al menos en ese mundo, se los inventa, da igual que ponga esto o lo otro o que no ponga nada, sus chamanes siempre predican un evangelio (apócrifo, claro) y a nadie se le ocurre dudar de la doctrina.

Me acerqué una mañana por curiosidad a oír y no estaba mal, trataba de unas gentes que adoraban a su dios y hacían caridades y eran honestos pero no se amaban, y entonces eran como campanas sin badajo o bronces resonantes (o sea, campanas con badajo), en fin, que mal, que lo que importaba era amarse.

Va a resultar en esto de los mundos y de las redenciones como en aquella historia del sabio antiguo que vio a un pastor comer lentejas en una rebanada y tiró el plato, y luego vio a un muchacho bebiendo del río con ayuda de la mano y tiró el vaso y antes había tirado otras cosas inservibles, una filosofía, un reino, varias constelaciones. No necesitamos tanto como nos parece, si nos amamos nos podemos pasar sin redenciones ni firmamentos ni filosofías ni universos ni platos ni dioses. Algo así. Pero, claro, hay que amarse, por eso hay filosofías y dioses.

 

LXIV

El pequeño Fernefer es el menos negro de todos los hermanos, tiene una sonrisa que desarma suspicacias, es casi imposible desconfiar de él pero te clava la venganza en medio de los ojos en cuanto descuidas su mano de inocente perfil.

‘Fernefer el arpista’ le llaman ( no en su cara) porque usa siempre redenciones de arpa, baja a sus mundos pulsando las cuerdas y a base de notas entroniza en las almas una especie de alegría mezclada con orgasmos que sus súbditos humanos entienden salvación.

Le ha adaptado al arpa una cuerda suenadioses, capaz de vibrar más hertzios que ninguna otra cuerda de instrumento humano o divino que haya habido o no haya, cualquiera que está al alcance de semejante fuerza se siente ganar sin poder evitarlo por una melancolía que deshace los huesos y tritura certezas y desintegra propósitos y machaca decisiones. El arpa de castigar del pequeño Fernefer se dice que podría matar si el negro quisiera, que herramienta como ella no puede hacerla un dios sólo para el mal y debe ser ambivalente (yo creo que lo es) y ésta es precisamente la más horrible faceta del instrumento, pues nunca para matar la usa el fiero diosecillo, quizá de los siete negros sea éste el peor, su venganza consiste más en lo que no hace que en lo que comete, más en la felicidad que no entrega pudiendo, que en la misma desgracia que produce. Es algo espantoso, digno de un hombre.

 

LXV

Aladas libélulas humanas puse en un mundo sin raíces ni luz y dejé que se salvaran por sí mismas, quise saber qué futuro podrían llegar a hacer sin redenciones.

Levantaron el vuelo en el ocaso (y siempre era ocaso en su mundo sin soles ni crepúsculos) y todo se volvía de nieve gris, como una escarcha que las alas de cristal sembraban en el aire. Eran tan bellas que todos los dioses susurraban consejos para que ese hermoso mundo no se me perdiera, conteniendo el aliento las veían volar, todo estaba pintado de libélulas.

Y no podías ni pestañear siquiera porque el más leve choque levantaba oleadas de transparentes milagros que se deshacían en una fina polvareda de cristal.

Eran frágiles como seres humanos, venían desde la esperanza y estaban hechas de futuro, un solo gesto imprudente atascaría las redes de la muerte.

Pero sí que lograban encontrar a pesar de todo el camino de un futuro suficiente, volando sobre la nada se redimían a sí mismas, qué otra redención cabe que no sea volar sobre la nada, qué otro destino hay que ser una libélula de cristal aleteando entre la niebla...

Cuando ya se me olvidan todos los mundos que he ido haciendo y deshaciendo, y caen como copos de densa nevada las hojas del cuaderno en que dibujo y desdibujo los universos que los contienen, ese orbe minúsculo de libélulas transparentes me viene a la nostalgia con su silencio y levedad, y más allá de las lágrimas de mis ojos entristecidos por todas las batallas que hemos ido venciendo, una fina retícula de escamas irisadas se perfila en un ala de elegante ligereza y es como un párpado vivo que al abrirse abre mundos y al cerrarse los cierra.

 

LXVI

Haz en tu alma la lista

de todos los ocasos y todas las arenas,

de todas las hojas y todos los perfiles,

de todos los cabellos y todos los sentimientos.

No se pueden crear mundos

como se hacen figuras de papel,

que solamente las dobleces cuentan,

tal podría doblarse el aire y bastara

si quisiera el aire quedar sólido un momento.

Los mundos son por el contrario de fuego,

se hacen nada más que cuando se deshacen,

si no llevas la cuenta no habrán existido,

tu lista es su esencia, tu memoria su historia.

Un solo pétalo de una sola flor

que no recuerdes,

y ese cosmos entero será un caos de ausencia,

los colores se volverán silencio,

los sonidos se volverán negrura,

la vida perderá su brújula y viajará redonda

en la noria incesante de tu olvido.

Y recuerda al hombre aunque no sea

criatura especial, hijo bienamado,

aunque se vuelva, como siempre,

loco,

y rompa y destruya tu obra

para elevarte sobre la ruina catedrales.

 

LXVII

El verso anterior que un panfletario me ha puesto en la mano cuando tranquilamente paseaba sin meditar profundidades, me lleva a desear un mundo sin hombres, quizá lo haga, un mundo en que las flores lleguen a su tiempo y solamente tengan por enemigo las abejas. Un mundo bucólico y beatus ille, para deambular por paisajes desiertos, qué tranquila idea y cómo se sosiega el alma solamente al pensarla. El hombre cansa.

Al hombre hay que dedicarle esfuerzo, nacerle y matarle, amarle y odiarle, tenderle la mano y retirarle el muñón, calzar su pico con bozal de cuero, embotar su garra con limatón de sombra, el hombre es ave de presa que nunca cede ni descansa ni se entrega, llegas a ser amigo del tigre, del hombre amo o siervo, dios o esclavo, nunca hermano. El hombre cansa.

Un universo de estrellas solitarias aunque pobladas de vida, simplemente con un hombrestato que te avise si llega, si la evolución amenaza con volverse hombre, y entonces suavemente encauzar al mono hacia inocencias salvajes sin dejarle acabar de volverse loco. Planetas sin número llenos de maravillas, de pájaros y esencias y flores y perfumes y todos los colores que sepa hacer la luz...

Ya sé, ya sé, es ley de las leyes que solamente al hombre se le entregan los mundos, que sólo para el hombre los mundos se construyen, que a la postre somos del hombre sus obreros para hacerle su casa y dibujar su historia y cantarle al nacer sus canciones de cuna y mantener atraillado el perro de la muerte hasta que él solicite que lo dejemos suelto... Ya lo sé, ya lo sé, nunca se me olvida, era solamente un suspiro fatigado, porque el hombre cansa, serlo y no serlo.

 

LXVIII

No sólo no me gustan, me disgustan los universos en que se permite al tiempo adelantar alguna de sus líneas sobre las otras. Son mundos crueles que no tienen más justificación que privilegiar a alguna casta que, por las razones o sinrazones que fuere, al creador de ese cosmos le cae más en gracia. ¿Qué es lo hermoso en que sepan los padres, por ejemplo, el día de la muerte de sus hijos? ¿Resuelve alguna cosa que los amantes sepan, en el mismo origen de su amor, la fecha en que su amor dejará de serlo? ¿Confundir futuros y pasados entreverando los unos con los otros puede tener algún sentido?...

Hace poco me contaban de un mundo en el que su dios (quizá él se crea que es un rasgo de ingenio) hizo a la ciencia médica capaz de diagnosticar enfermedades mortales mucho antes de lograr curarlas... véase qué dolorosa y estúpida sinrazón que convierte a la medicina de ese mundo, de actividad generosa y ayuda al doliente, en juez inapelable y siniestro que siempre condena y nunca condona. En semejante tesitura, a quienes únicamente beneficia el despropósito es a los de la casta médica, a la cual, claro, ni le interesan las curaciones rápidas y eficaces porque se queda sin pacientes, ni la desinformación absoluta; lo que le viene bien es justamente eso: diagnosticar sin curar, apariencia de solicitud y de competencia con un mínimo de soluciones terapéuticas.

Se necesita ser un dios muy raro para hacer mundos así. Me parece que hay que darle al tiempo lo que es del tiempo y confiar al futuro lo que es del futuro, al menos hasta que el presente adquiera verdaderos derechos sobre él. Irse muriendo como todos los hombres, en la confianza del día tras día con los dolores y achaques que cada día traiga, pero no ser condenado a muerte por una sentencia disfrazada de sabiduría que anticipa la mirada inapelable del destino sin su consoladora y misericordiosa ambigüedad.

 

LXIX

Álorah era el mayor de los siete negros y sembró de puro amor sus universos en venganza contra los dioses por la ofensa recibida.

Los mares de hielo de mundos sólidos y aristados de blanco cristal desheló desde los cielos con sentimientos tan ardientes que las aguas hirvieron al deshacerse las montañas. Los desiertos de fuego de los planetas áridos se refrescaron con brisas de ternura y cariño, mitad y mitad según fórmula propia, es difícil no llorar ante emoción tan limpia.

Así que Fernefer con su música, Coacalep con su esperanza, Dimitra con toda su batería de emociones y ahora el amor que Álorah esparcía sin tasa: la venganza de los negros iba tomando forma, en sus mundos poco a poco iban quedando sin espacio los dioses, cualquiera que rompa el tirabuzón infinito (los hombres por la muerte creen en los dioses, cuya inmortalidad irredenta les hace crear hombres) desplaza hacia la nada a los seres celestiales.

Se cita como ejemplo aquel viejo mendigo que caminaba sin rumbo por un sendero polvoriento cuando la siembra de Álorah le cayó sobre los hombros, y regresó a su juventud y volvió a su familia y amó de nuevo padres y hermanos y esposa y aún los hijos sin engendrar amaba todavía, qué oraciones iba a necesitar ni qué dioses venerar si de viejo se hizo joven y su seco corazón reverdecía en su pecho... mientras los halcones se hacían piadosos y perdonaban pájaros y los pájaros se volvían misericordiosos y se entregaban a los halcones (la piedad circula siempre en los dos sentidos), los jueces en su compasión absolvían reos y los reos en su ternura desasesinaban víctimas.

Como un manto de nieve cubrió de amor sus mundos Álorah el Negro y lo dejó sin dioses.

 

LXX

No leas los libros sagrados que no se han escrito para tus ojos, no quieras saber lo que se dispuso que tú no supieses, el árbol de la sabiduría es otro árbol, no es éste, comiendo de este fruto solamente se puede mirar detrás de la pantalla que no tiene revés.

No por ser dios deberás saberlo todo, ser dios no es eso, eso es ser hombre, los dioses con saber lo que necesitan tienen bastante, para qué se quiere saber demasiado cuando lo único que te propones es hacer universos y mundos...

Deja que la sabiduría te busque a ti, si quiere, a su tiempo, a su paso, cuando ella lo decida, no es sabiduría perseguir la sabiduría, como no lo es huirla o ignorarla. Que las cosas se decanten en su momento oportuno, sólo de los hombres es propio precipitar acontecimientos, los dioses disponemos de la eternidad para que todo se repita y vuelva a repetirse sin urgencias ni agobios.

Si se ha dispuesto que sepas una palabra de cada dos, rompe los libros por la mitad y tira cualquiera de ellas, con tu mitad te basta, todos los libros son dobles y cada parte es doble y el que lee una sola palabra los ha leído enteros. Sabiduría es leer aquella única palabra de cada libro que importa, lo demás es metáfora y redundancia y adorno.

Recuerda que hacemos universos para entendernos a nosotros mismos, por vuestras obras os conoceréis, que cada mundo te enseñe su palabra esencial hasta que llegues a descubrir, si tienes suerte, la tuya.

 

LXXI

Se pueden hacer universos de la nada, pero siguen siendo nada mientras son y duran, y a la nada regresan sin haberla dejado. Yo en mis tiempos hice y eran hermosos, filigranas de nada elevándose al infinito, firmamentos de nada rutilando en la sombra, soles iluminando la nada de los mundos con auroras de nada y crepúsculos de nada, mares y cordilleras de nada amontonada, hombres que de la nada nacían y a la nada regresaban atravesando la nada.

Cualquiera que describa uno de estos mundos tiene inevitablemente que abusar de la misma palabra, pero también te pasa si haces universos de algo, o los haces de luz, o los haces de aire, que para describirlos tienes que usar todo el tiempo la misma y única palabra.

Y tampoco hay diferencia, esa es la verdad, entre un mundo y otro mundo, cuando coges la nada y empiezas a crear cómo saber que es la nada y no es el aire o la luz, cuando no has empezado todo es lo mismo en tus manos, no hay diferencia alguna, el aire es la luz y la luz es el sonido y el sonido es el aire y todos son la nada, grumos de nada pasajeramente disfrazados de nada (acaba siendo aburrido usar la misma palabra, este idioma monobíblico es demasiado astringente).

 

LXXII

Es erróneo pensar que los mundos nos salen como los dioses queremos, la mayor parte de las veces no es así, siempre alguna cosa se te resiste y acabas dejándola como esté harto de intentar enmendarla. A mí particularmente en esas ocasiones cada vez me queda peor, yo ya no pretendo mejorar el primer diseño.

Ha habido universos donde he pretendido, qué sé yo, por ejemplo ternuras, y luego han ido saliendo líneas desabridas, amargos sentimientos, ácidas pasiones, y no ha habido forma de que quedasen finalmente las cosas a mi gusto. Hay dioses muy suyos que en tal caso borran y tiran y queman lo creado, yo suelo conformarme con el resultado, qué voy a hacerle, tampoco pienso nunca que sean diseños míos, siempre tengo la sensación de que guían mi mano en el tablero de dibujo, si al final sale así, será que así tenía que ser, quién soy yo para romper los planos, un simple amanuense ciego y sin memoria.

Y cuando pasa el tiempo ves misteriosos dibujos que no sabías que estaban (pocas son las cosas que entiendo yo de lo que hago, todas las filigranas me asombran y me enseñan), se elevan ante tu vista piruetas ignoradas, seres desconocidos y a veces muy hermosos se agitan ante ti y tú no los recuerdas. Pienso yo que esos mundos se crean a sí mismos utilizando mi mano para dibujar los perfiles y, claro, no necesitan mi aprobación o visto bueno, no podría darlos o dejarlos de dar, no sé de dónde surgen, a dónde se dirigen, únicamente me siento agradecido y humilde por tener la oportunidad de irlos viendo aparecer ante mis ojos.

Pero la mayor parte de las veces no son como me propongo, cuando lo son no me gustan (y no los reconozco, ya sé que se trata de una paradoja, también es dictada).

 

LXXIII

Era un dios que creaba mundos interpuestos, entre cada mundo y él ponía mundos de amparo, así se defendía de los mundos creados, tenía miedo pavor a que sus creaturas le llegasen al alma con sus gritos y llamadas. Como quien enciende una mecha y eso lo hace al final, preparado para correr y, en cuanto está prendida, huye a resguardarse tras fuerte mamparo, así hacía este dios, lo último de todo era encender al hombre, luego escapaba despavorido en una fuga frenética para ocultarse detrás de sólidos mundos de cemento y tiempo.

Pasados muchos evos asomaba la cabeza y miraba de lejos para ver los efectos, si el mundo estaba ya seco y apagado se acercaba poco a poco y acariciaba los restos. Pero como acaso quedase un rescoldo ardiendo todavía, demudado y sudando se alejaba más lejos, tapándose los oídos y cerrando los ojos en posición fetal durante tanto y tanto que acababas creyendo que se había ido. Y quizá era así: un día me explicó que todo se debía a un sueño o pesadilla en que soñó ser hombre.

 

LXXIV

Pocos dioses me aterran tanto como Eria la Negra, que diseñó universos con regla de igualdad y cartabón de justicia, maldita sea por siempre y Hombre la maldiga.

A ver qué espacio queda para nosotros los dioses en un mundo donde la justicia sea cimiento y arquitrabe, razón y estructura, en sus orbes estamos más cesantes que los jueces.

Y que ni siquiera tiene que tomarse molestias de diseñar estrellas, meteoros, montañas, de abrir cauces de ríos o cuencas de océanos, bastante se les da a sus humanos de todo eso siendo la justicia la tierra que pisan y el aire que respiran; puede la negra Eria hacer mundos de papel y a sus súbditos humanos le parecen paraísos. Incluso ocasos se ahorra la muy... y hasta flores, paisajes y hermosuras, todo para qué, a esa gente le sobra el paisaje que tienen, la justicia es su aurora, para qué quieren soles.

Cuando empezó sus mundos, un dios malicioso que, como yo, la odia, se preguntaba en voz alta: ‘Cuando aparezca la muerte a ver cómo hace para seguir siendo justa y que sus hombres sigan tan alegres y plácidos...’ Bueno, llegó el momento, apareció la muerte como siempre a su tiempo, pero está claro ahora que no entendemos nada, no es la muerte como pensamos la suprema injusticia, se saludaron ambas con abrazo fraterno bajo la mirada tranquila de los primeros moribundos, resulta que la justicia traspasa esa frontera, acompaña a su gente de una vida a la otra, si la justicia existe no necesitas nada, estás vivo siempre, eres un dios hombre, un hombre dios mortal pero eterno, malditas sean Eria la Negra y su justicia.

 

LXXV

Dos dioses amigos, camaradas de muchas aventuras y evos, acotaron un terreno que dividieron en dos partes contiguas para hacer a la vez sendos universos, uno cada uno, no por competir, sino por el gusto de trabajar a la par, hombro con hombro, eran como hermanos después de tanto como habían vivido juntos.

El universo de la izquierda lo llenó su creador de arcos elevados de jardines de agua y de cristal, estructura reticulada y atrevidísima en la que arquitrabes de fina silueta y elegante espiral se retorcían sobre sí mismos para alcanzar otros niveles de su propia consistencia y dar tan aérea impresión al no obstante sólido conjunto que se experimentaba la necesidad de levantar la mano para sujetar tales volutas audaces. Si una bóveda se abría a estrellas remotas más bajas sin embargo que ella, las columnas que la sujetaban pasaban por encima horadando la tela de luz que la constituía y se erguían como lanzas afiladas hacia una altura más allá de las dimensiones. Si la nervadura arriscada y desobediente fugitiva de un arco se llevaba como flecha el astil de su propio diseño, capiteles helicoidales desenroscaban su esencia para subir en trémulo polvo de luz y caer por fin sin caer nunca, tan espigados y cumbreños.

El universo de la derecha lo amasó su dios en pétreas montañas imponentes, allá donde apoyaban sus estribos se aplastaba la sombra bajo su peso y, constreñida en sus moléculas más allá de toda resistencia, se encendía de golpe en chispazos de luz, así de plúmbea resultaba la zarpa de esas cordilleras engravecidas. Como lava de piedra que discurre rebosando de su propia densidad a paso tan lento que se hace y se deshace, se licúa y se refunde a cada centímetro que avanza, así las estrellas de ese mundo recorrían la noche y tenía la noche que esperar durando evos infinitos sin dar paso al día no por su pereza, no por su lentitud, más por la de tan sosegado firmamento. Y los mares eran inmensos, pero a una sola gota condensados por la presión de la mole, una gota que valía por un millón de océanos, suficiente para apagar, o casi, la sed del hombre.

Y se sentaron juntos en el porche de sus mundos, a charlar del trabajo, a reír como chiquillos que han dado de mano a los deberes del día. Envidiosos y asombrados, aunque sanamente, se mostraron admirados de tan ruidosa manera cada uno con el mundo del otro, que al fin se los cambiaron con gran satisfacción por ambas partes, qué universo tan bello ganaba cada uno, qué fruto del amigo y qué gozoso trueque.

Y empezó el primero con las masas inmensas a moldear agujas de elevadísimos arcos y bóvedas que se abrían a estrellas remotas con columnas erguidas como lanzas afiladas hacia una altura más allá de las dimensiones... pero respetando sin embargo la belleza aplastante de aquellas cordilleras que hacían con su peso luz de la sombra y densa única gota de los rebaños de océanos.

Y empezó el segundo con las atrevidas nervaduras y los elegantes capiteles de altísimos destinos a embaldosar los suelos de cimientos ciclópeos, capaces de soportar el peso de las constelaciones y de comprimir la luz hasta volverla sombra... pero respetando sin embargo la belleza alada de aquellas columnas que se alzaban al infinito sin concederse límites.

Uniendo sus almas consiguieron dos mundos iguales y diferentes, bellos por doble partida, elegantes e imponentes, tan armoniosos de sus disonancias y tan equilibrados de sus diferencias que resultaron la envidia de otros dioses solitarios. El fruto del amor es un híbrido tan hermoso que toda raza pura envidia su mestizaje.