XXVI

Si se quiere, siempre hay un modo de burlar las leyes. De todos es sabido que los dioses tenemos completa y absolutamente prohibido crear universos donde los hombres se enfrenten en guerra los unos contra los otros y se maten en luchas cruentas. Puesto que la muerte debe ser un ingrediente esencial de los mundos del hombre, se admite en sus muy diversas formas: como suceso natural, por supuesto, pero también accidente, asesinato, hambre, etc., etc. Mas nunca mediante guerra. Creímos necesario establecer un límite y que éste excluyese a la guerra más allá de sí mismo. Muy poderosas y diversas razones aconsejan tan sabia medida.

Pues bien, yo sé de un dios que ha encontrado la forma de burlar legalmente la prohibición bélica. Ha creado dos universos humanos idénticos y solapados y juega a la guerra azuzando continuamente el uno contra el otro. Los hombres que los habitan no ven la diferencia, creen todos ser contemporáneos, vecinos y paisanos de un único mundo, y se matan en guerras constantes de bárbara ferocidad inextinguible.

El dios responsable está muy satisfecho con su ingenioso truco, hace apuestas consigo mismo entre las blancas y las negras, se pasa los evos contando cadáveres, hace creer a sus súbditos que odia la violencia, pero ayuda constantemente a los más sanguinarios. Ellos mismos le llaman el ‘El Dios de las batallas’.

 

XXVII

No se me olvida la historia del dios maquillado, siempre delante del espejo ensayando disfraces y toda infinita y diversa clase de cremas, pinturas y albayaldes.

Era un dios enamorado de la apariencia, del ser que no se es, del intentar ser aquello que está lejos de serse, o quizá enamorado de aquello que los hombres llaman teatro y que consiste en eso mismo, en fingirse otro. Lo cierto es que se puso un día ante el espejo de focos y empezó a cambiar sus rasgos con toda clase de afeites, postizos y maquillajes.

¿Mil evos, cien mil eternidades?... No tiene sentido la pregunta, en la eternidad no hay más o menos: estuvo toda la duración cambiando su rostro. Hasta que se cansó, por fin, y comenzó a desandar lo recorrido.

Y ahora está viviendo el regreso de su aventura, un regreso que quizá nunca se acabe, pues detrás de cada maquillaje, cuando lo borra y diluye y retira y lava, siempre otro maquillaje está debajo esperando ser borrado, diluido, retirado y lavado para ser sustituido por otro y luego por otro y luego por otro.

O nunca regresará el dios a su rostro verdadero porque estuvo un infinito maquillando sus perfiles, o finalmente volverá, detrás de un último albayalde y de un colorete final, la transparente e invisible faz que tanto le aterraba y por la que empezó a maquillarse.

 

XXVIII

Se dice que en una duración infinita, como es la eternidad, cabe que sucedan infinitas veces infinitas cosas.

Un dios eterno podría estar tirando un dado seguro de que al fin habría de salirle el 1 infinidad de veces, y el 2 infinidad de veces... y el 6 infinidad de veces. Pero también ocurrirá que habrá infinitos en que jamás salga el 1, o el 2 o el 6, y que eso sucederá infinito número de infinitas veces, agotando hasta la insensatez la completitud de lo estocástico.

Piensa cualquier posible y habrá sucedido infinito número de aconteceres. Piensa un imposible, y todas las variantes posibles habrán sucedido infinito números de ocasiones. Y se habrán hecho reales infinitas veces todos los infinitos argumentos que demuestran de infinitas formas que el imposible es posible.

Cada dios ha sido infinitas veces cada hombre, cada matiz de cada hombre, cada instante de cada hombre, ha vivido y vuelto a vivir cada vida y cada aspecto de cada vida, y ha muerto infinitas veces cada muerte y cada variante de cada muerte.

Pero no, recordad que los dioses no mueren, es imposible.

¿Se vuelve posible lo imposible cuando tiene infinitas ocasiones de intentarlo? ¿Se vuelve imposible lo posible?

El tiempo es la eternidad cuando un milagro imposible la cura de infinitos.

 

XXIX

El dios ‘Milagros justos’ se limitaba a intervenir cuando veía en peligro la adoración de sus fieles, pero, vago como era y poco aficionado a providencias intervencionistas, pocos cuidados se tomaba por el bienestar de los súbditos mismos. De ahí el nombre.

Aunque en una ocasión tuvo que hacer, quieras que no quieras, un milagro extraordinario bien en contra de sus costumbres y quizá de su voluntad, pero milagro y gordo a fin de cuentas.

Habiendo descuidado (ya digo que ‘Milagros pocos’ era holgazán y tardo) uno de sus universos, de pronto resultó que los hombres se volvieron (casi de golpe decía ‘Milagros mínimos’, pero en realidad a su tiempo evolutivo natural) tan superiores y creativos que catalogaron su propio genoma y se duplicaron genéticamente a sí mismos, mientras el indolente ‘Milagros escasos’ se cortaba las uñas de los pies. Toma descuido.

Paso más y borran dioses, y ya se sabe que si te borran desde alguno de tus propios universos, borrado para siempre quedas, por más dios inmortal que seas. Así que tuvo que hacer un milagro rápido, de los de ¡tente hombre que me matas!: envió meteoritos tan de golpe y en tanta cantidad, que oscureció las luces de aquella estrella y sepultó al planeta en una noche temporal tan espesa que todos los seres dominantes perecieron.

Bueno, pues fijáos si ‘Milagros limitados’ será haragán, que otra vez ha vuelto a dejar ese mismo universo a su aire. Han pasado unos 65.000.000 de lo que allí llaman años, otros hombres (no son grandes como aquéllos, sino pequeños y de otro filum, pero más rápidos aún y más atrevidos) han evolucionado y llegado al mismo punto. Así que ahí andamos, el estúpido ‘Milagros insuficientes’ bostezando de hastío mientras tan atrevidas criaturas están a punto de borrarle del mapa y quizá no tarden en destruir la muerte. Y qué esperanza de morir vamos a tener los dioses si hasta los hombres se vuelven inmortales...

Yo a ‘Milagros exiguos’ ni le saludo.

 

XXX

Estaba yo contemplando el ocaso en uno de mis universos (me gustan especialmente los ocasos, pongo en crearlos toda mi sabiduría, estoy secretamente orgulloso de ser el mejor creador de ocasos del olimpo) cuando desfiló ante mis ojos una larga caravana de dioses vagabundos. Es inevitable sentir nostalgia ante cosas así.

Estas tribus de dioses caminantes, nunca apegados al mismo lugar, inquietos en la laguna de la quietud, nómadas en la pecera de lo infinito, producen en el ánimo una sensación mezclada de paz y de misterio, de tristeza y de energía, de aventura y de olvido. Sabes que recorren tantos senderos que no pertenecen a ninguno, y ese no pertenecer los hace diferentes, dioses sin raíces, quizá nunca vuelvan, quizá no existan. Parte de tu alma se va siempre con ellos y nunca regresa a ti, que te quedas con un trozo de menos añorando no se sabe qué, si es que la añoranza no es completa en sí misma.

Mirando mi mirada de envidia y cobardía, una diosa morena que dejaba las riendas sueltas de su carro al azar de roderas marcadas en la nada, me saludó con los ojos o quizá con las manos o tal vez con el alma. Yo levanté un poquito la punta más nostálgica de mi corazón de olvidos y contesté al saludo dejando que las luces se mezclasen un poco.

Fue un gesto mutuo entreverado de ocasos, a lo mejor lo he soñado y no ha tenido lugar, quizá la caravana no ha desfilado ante mí, el ruido chirriante de la madera redonda es un fantasma sordo de mis viejos recuerdos, a lo mejor debería curarme de crepúsculos durante algunos evos y crear varios mundos donde el sol no se ponga.

Me gustaría perderme por los caminos eternos montado en un carro que no vaya a ningún sitio, dejar que el destino, por una vez sin dueño, me trate como a un hombre y me lleve a su antojo. Y que diosas de bronce o mujeres morenas me canten por la noche baladas azules bajo estrellas remotas que haya creado un dios orgulloso de crepúsculos.

 

XXXI

Aunque nos pasamos la vida persiguiendo al tiempo, sin conseguirlo jamás, naturalmente, o quizá por ello mismo, los dioses muchas veces aprovechamos el no poder manejar ni cambiar nuestra duración, para hacer cambios y manejos en la duración temporal de los hombres.

Esta es la historia de un dios que jugaba con el tiempo de los hombres de sus universos, hacía experiencias y pruebas, era una especie de cronoexperimentador, y llegaba tan lejos en sus atrevimientos como se lo permitía la naturaleza siempre misteriosa y esquiva de esa discontinua continuidad.

Una vez diseñada y creada la secuencia temporal de un mundo, y construidos y ajustados a ella la mayor parte de los destinos humanos, creaba luego hombres de una época y los situaba en otra, ancestrales cavernarios en siglos industriales, tecnomecánicos; exquisitos poetas románticos en medio de bárbaros mercados comerciales; avanzados pensadores del futuro en remotos pasados primitivos; sensitivos compositores musicales en lugares sordos y mudos; audaces soldados en cenagales cobardes; castas vírgenes en obscenos burdeles... La dislocación temporal de estos pobres destinos le divertía al dios, según parece, o sacaba de ella no sé qué consecuencias científicas interesantes.

Una vida fuera de su propia época, además de ser aplastada por la salvaje presión del medio social enemistoso en que se halla prisionera, también actúa en cierta medida de fermento y si la virgen casta se transforma poco a poco en inmunda ramera, el burdel también se matiza una brizna de níveo cenobio; si el primitivo oligofrénico contagia su extraño medio con la sanguinaria manera de obrar de su instinto, también se abre en su oscuro cerebro una rendija de luz civilizada. Y si el avanzado pensador de ideas futuras se estupidiza y ensombrece inevitablemente por influencia de la necedad de su entorno, sin querer transmite a ese entorno cauces de sabiduría que lo elevan sobre sí mismo. A la postre es como hacer del tiempo un puzzle diferente, sacando piezas de sus lugares donde significan algo para llevarlos a huecos donde pierden ese significado en favor del contorno y adquieren otro ellos mismos con que el contorno los troquela. Estrellas obligadas a ser gusanos, gusanos obligados a ser estrellas, haciendo las primeras del barro firmamento, haciendo los segundos del firmamento barro.

 

XXXII

Mi amigo ‘Dios de cerca’ crea unas miniaturas bellísimas, pero a causa de ello está perdiendo por completo el sentido de la perspectiva. Hace poco le encontré engolfado en la vida y trabajo de un compositor de provincias, al que inspiraba músicas celestiales extraordinarias sin que el pobre diablo pudiera ni echarse a descansar. Mi amigo había creado un universo completo por el simple gusto de manufacturar esa mínima figurita musical y hacerle un hueco en la existencia y en la historia; tan exagerada la obsesión por su pequeña maravilla y tan desinteresado de todo lo demás, que el resto del universo era un decorado grosero sin detalles ni especial verosimilitud, destinado únicamente a acoger las resonancias de su miniatura protagonista. Me dio rabia esa cerrazón de especialista miope y le obligué a seguirme en una especie de ‘retirada y perspectiva’ por planos sucesivos de alejamiento. Primero nos trasladamos, ampliando un poco el diafragma de nuestra contemplación, al marco familiar del compositor; una esposa, unos hijos, las amigas y familia de la esposa, las novias de los hijos, las familias de las novias... El buen ‘Dios de cerca’, sorprendido, no pudo evitar un “¡cuánta gente!” en que no le permití que se detuviera, porque, siempre ajustando las lentes de nuestra mirada, le presenté la provincia entera, alcalde, concejales, guardias urbanos, los diferentes poetas laureados, siete riadas de escolares saliendo de otras tantas escuelas, media docena de compositores más en los que mi amigo ni siquiera había reparado, una tertulia de solteronas jugando a las cartas, dos equipos rivales de un juego de pelota, diez mil seguidores fanáticos de cada equipo, centenares de miles de cansados dependientes a la salida de sus trabajos...

En fin, luego la nación a la que pertenecía la provincia, y os aseguro que 50.000.000 de vidas dan para entretenerse un poco. A estas alturas había ya más de 6000 compositores y cerca de 50.000 intérpretes musicales, 5.000 pintores, 177.000 escritores, unos 6.000.000 de escolares de todas las edades, 1.000.000 de universitarios preparando la frenética conquista de 125 puestos de trabajo...

El continente de la nación. La legión de músicos profesionales contaba ya con 2.000.000 y el censo de creativos de todas clases con más de 8.000.000 entre poetas, escultores, pintores, etc., todos ellos geniales y destinados desde su propio corazón a la grandeza inmarcesible; y aplaudido cada uno y exclusivamente conocido por dos familiares y tres amigos.

Y luego el planeta. Un solo dato: 1.500.000.000 de creativos (cuento también unos 8.000 fundadores de religiones y sectas, no sabría, si no, dónde ponerlos).

 

A estas alturas del recorrido ‘Dios de cerca’, aturdido y asombrado, se había olvidado por completo de su miniatura musical, absolutamente imposible de encontrar en ese pajar inmensísimo donde había tantos como él, pajas del mismo calibre, y quería quitar el ojo del ocular de alejamientos. Pero mi intención era curarle para siempre, así que le mostré el universo entero de ese planeta, con sus trillones de civilizaciones inteligentes y sus incalculables números de compositores de música, todos inmarcesibles.

 

Luego se me desmandó el catalejo, se puso a mirarnos a nosotros mismos, los dos dioses mirones, se alejó hasta agruparnos y perdernos en un conjunto inmenso de entes divinos, más tarde conjuntos de conjuntos, finalmente olimpos de olimpos, enjambres de enjambres de olimpos de olimpos, luego legiones de legiones de enjambres de enjambres de olimpos de olimpos... a esas alturas el número total de compositores inmarcesibles de música gloriosa era imposible de calcular, o dicho de otra forma: el microbio musical de que partía este relato era ya una inexistencia inexistente. Aunque inmarcesible, al decir de sus cuatro amigos.

 

XXXIII

Mi amigo ‘Dios de lejos’ llegó a estar tan convencido de la inutilidad de toda creación, incluso de maravillosas criaturitas creadoras a su vez (qué dios no ha oído lo de ‘ponga un poeta en sus mundos’), que durante unos cuantos evos estuvo sin producir universos ni redenciones. Razonaba con coherencia y sus argumentos eran irrefutables: “¿Qué sentido tiene crear un poeta más en un conjunto de creaciones donde el número de poetas es imposible de calcular? ¿Qué hacemos con los poemas de ese poeta, variantes y matices infinitesimalmente triviales de otros trillones de poemas de otros trillones de poetas? ¿Creamos universos archivo en donde guardar esa masa inextricable de folios emborronados?”

Y así seguía con músicos, pintores, escultores, filósofos, científicos, ingenieros... Imaginé que nunca más volvería a crear mundos, pero últimamente he sabido de un hallazgo feliz por su parte, una técnica de ‘distanciamiento’, como él la llama, consistente en crear sin crear como si crease, algo así como fingir crear pero sin llegar al hecho. Todo completo, diseñado y a punto, cada detalle estudiado, analizado, previsto... pero sin pasar más allá del tablero de dibujo. Los amantes besan reflejos de labios, aunque nunca los labios mismos, un esperma fantasmal nunca termina de cruzar el inexistente puente de coitos discontinuos, los hijos imposibles nunca nacen del todo aunque están siempre a punto de ir siendo engendrables... En sus mundos ficticios los pintores nunca arriman el pincel a la tela, pintan sobre el aire, los músicos interpretan con arpas sin cuerdas notas fantasmales que nunca han sido compuestas en pentagramas vacíos, y los poetas recitan ritmos sin palabras y metáforas sin contenido dejando en los aires cadencias hermosísimas que nunca han escrito.

 

XXXIV

La ‘Diosa gorda mayor’ y la ‘Diosa delgadita pequeña’ se pasaban el tiempo sentadas mano sobre mano, conversando quizá de naderías, o tal vez de trascendencias, pero en la más plácida de las inacciones, sus universos en manos de secretarios y apoderados que les robaban muchísimo, las redenciones manga por hombro.

Si se les hacía ver que esos administradores, ladrones y venales todos ellos, las estaban estafando, echaban unas risitas tontas, se encogían de hombros, decían que con los réditos tenían bastante, que los universos tampoco daban para tanto, que los habían heredado de papá ya muy descuidados, que... y seguían a su conversación plácida y bobalicona.

Quizá no fuesen hermanas, a pesar de lo dicho y de que se parecían bastante. Primas, amigas tal vez sin relación de sangre, incluso madre e hija... quién sabe.

‘Diosa gorda’ tenía un gesto casi maniático, consistente en rozar con su mano gordezuela el brazo de ‘Diosa delgada’ cada vez que empezaba o terminaba un párrafo; era un gesto como de amparo y cariño a la vez, quizá como una madre podría hacerlo con su hija simbolizando inconscientemente la protección y la ansiedad. ‘Diosa delgada’, muy tranquila y apacible, casi no movía sus manos, aunque de vez en cuando se retiraba de los ojos un flequillo inexistente de su remota juventud.

Verlas juntas sentaditas y cuchicheantes producía la impresión de que eran dos solteronas en la cubierta de un yate dejando pasar su jubilación en el trascurso de algún crucero vacacional por un mar infinito, o dos pacientes viejecitas en un balneario decadente y remoto lleno de lujos pasados de moda.

Tuve que visitarlas una vez por un asunto comercial, estaban arrugadas y pequeñísimas, aunque ‘Diosa gorda’ seguía siendo redondita y ‘Diosa delgada’ esquelética; habían habilitado un  rinconcito de uno de sus universos monumentales, y tenían allí sus pocos enseres personales. No me hicieron mucho caso, me enviaron a uno de los apoderados, quien solventó rápidamente mi asunto por una comisión elevada que, guiñándome un ojo, anotó en la cuenta de gastos.

Luego me enteré de que sus universos, insolventes, arruinados, irredentos, habían pasado a la propiedad oficial, que los usa actualmente como residencia de terceras edades.

 

XXXV

Nunca supe si fue el ‘hazlo todo por ti mismo’ o el ‘quien la hace la paga’, pero lo cierto es que ‘Dios humilde’ se metió de lleno en el infierno de uno de los mundos de su propia creación, a sabiendas de que no había salida ni esperanza.

Nunca pareció más valeroso que la mayoría, incluso quizá lo pareciese menos, pues tenía ese aire pusilánime de las gentes que te miran con unos ojos grandes y miopes y parecen no entender la mitad de las palabras que les dices. Irresoluto para cosas mínimas como si debía o no debía poner cometas en sus estrellas, indeciso sobre trivialidades como el color de los mares, no daba la impresión de poder decidir nada de verdadera importancia por sí mismo, y quizá era también ése su parecer, pues constantemente te estaba pidiendo opinión para las cosas más peregrinas.

Y de repente, como si se ajustase puntada a puntada al arquetipo de los héroes de leyenda, se vistió la piel de habitante humano, se calzó la alma de sufrir injusticias, se puso los corazones de dolor y barro y sangre, y, sin encomendarse a nadie ni pedir consejo, se lanzó a aquel mundo infernal y siniestro.

Hombro con hombro levantó las cosas que los hombres de aquel mundo fueron levantando; sudó como todos y como todos fue herido; esperó con la esperanza de aquella pobre gente y con su misma desesperación siguió esperando con ellos. Sembró los granos en los surcos, arriesgó la salud en fatigosas empresas, cruzó los mares infinitos en las peligrosas y toscas embarcaciones, avizoró los cielos temiendo por las cosechas, tembló bajo los huracanes y las olas desmedidas, se aterró con las enfermedades y las desgracias de los hijos...

Volvió con la piel atezada y llena de marcas, los ojos más azules y como de mirar más lejano, las palabras más concisas y los silencios más largos, delgado pero con  músculos de acero y de diamante. Y ya no pide consejo ni ha vuelto a crear más mundos, pocos son los dioses que inspiran tanto respeto.

 

XXXVI

No sé si tiene sentido lo de aquel dios pescador que creaba solamente universos con mares, permitía a la vida evolucionar hasta pez, y se pasaba los evos con la caña en la mano. No tenía que tomarse la molestia de meteoros ni estrellas, nada de continentes, islas o forma alguna de tierra firme, seres terrestres excluidos ya fuesen piedras, animales o plantas. Peces de todas clases y tamaños, pero solamente peces y el dios pescador en medio. De redenciones nada, claro, los peces no las precisan...

Poco a poco fue devolviendo a la nada todos los peces que, directa o indirectamente, no fuesen a ser pescados o necesarios para su pesca; descreó las líneas evolutivas que no llegaban a ese fin o las que no servían ni para ser pescadas ni para alimentar a los peces pescables ni para servir de cebo. Se aficionó a una clase especial de pez y se olvidó (anuló) de todas las otras. Le pareció luego que todo un planeta de mares era demasiado y se quedó solamente con el círculo de agua en torno a donde pescaba, una galleta planetaria en cuyos bordes goteaba un poco de agua hacia la nada exterior.

Se convirtió luego en un autómata furioso que lanzaba la caña, tiraba del sedal, sacaba el pez, lo soltaba del anzuelo, lo regresaba a la nada, lanzaba la caña, tiraba del sedal, sacaba el pez, lo soltaba del anzuelo, lo regresaba a la nada...

Pero los mundos tienen sus propias dinámicas que muchas veces escapan a los designios del dios que los crea, y así este pescador pescó un día un pez que era el Mesiaictios de los peces de aquel mundo, nacido de entre ellos y destinado a redimir su terrible destino, decidido incluso a morir y padecer por ellos. Ya era taumaturgo, por línea evolutiva sin duda no divina; le quitó al dios el aparejo, lo regresó a la nada y volvió a lanzar la caña para seguir pescando dioses.

 

XXXVII

Mi amigo ‘Dios piadoso’ no sabe finiquitar sus universos, los mantiene en la existencia a veces más allá de todo límite y prudencia. Y en lo que dice y explica no deja de haber cierta razón: “¿Cómo dar por terminados para siempre destinos que, bien por el azar, bien por la incertidumbre del acontecer de las cosas, son trágicamente marcados por la injusticia? ¿Cómo no sentir piedad ante la existencia de seres a los que se ha despojado de todo cauce de felicidad después de haberles procurado un alma creada para un destino feliz?... Me resisto a cerrar esos mundos donde tantas vidas serían canceladas para la eternidad con el balance de sus cuentas en números negativos. Escucha, por ejemplo, este testimonio, uno de entre tantos:

“En mi vida he trabado como una bestia, desde los seis años en adelante hasta los noventa. He trabajado en los campos, he trabajado en mi casa y en casa de los demás, por la mañana y por la noche, en el lavadero y en el telar; para mí y para los otros he trabajado constantemente y no he tenido tiempo de cometer pecados. A la noche me arrojaba en el lecho como una muerta; durante el día estaba bajo el sol o bajo el agua, o bajo la nieve, de joven y de vieja.”

 

que un notario [Papini, Juicio Universal] recoge de boca de Úrsula, infeliz bestia de carga que yo había creado para destinos brillantes de amor y de ternura, de felicidad y de alegría. ¿Cómo puedo cerrar un mundo donde ella no tienen cancelada su cuenta? ¿Cómo puedo apagar y finiquitar una duración cuando ella carece todavía de la libertad -el tiempo- de cometer pecados? ¿Puedo acaso perdonar y redimir a gentes cuyas historias no les han permitido ni siquiera el mínimo albedrío de alguna culpa pequeña?”

Nunca he sabido qué responderle, yo también he cerrado mundos donde ciertas vidas no habían tenido libertad para cometer pecados. En tanto que redentor, ante situaciones así te sientes estúpido, inútil, mientras observan tu vergüenza gentes tan limpias de culpa que no tienen qué hacer con el cacho de redención que reciben, como no sea ensuciarse con ella.

 

XXXVIII

Hay dioses a los que les gusta el aislamiento, supongo que tienen muy desarrollado el sentido de la territorialidad y aguantan mal la cercanía de otros. Sé de uno que se hizo un universo completamente vacío y localizó en medio de su nada un pequeño cubículo espacial de tres metros de alto por cuatro de ancho y cuatro de largo, cerrado por completo a toda realidad externa, aunque simulando en las paredes, suelo y techo, continuaciones ficticias del universo en cuestión (a todos los efectos vacío). Bajo el suelo otro aparente cubículo y bajo ese otro y luego un cimiento, una calle, una ciudad, un continente, montañas, mares, verdes campos, extensas praderas... Sobre el techo otro engañoso cubículo, tejado, aire atmosférico, firmamento, soles, lunas y estrellas, sistemas planetarios y mundos infinitos... Una pared hacia vecindades y gentes y amigos y bullicio y una completa sociedad irreal... Otra pared hacia fingidos familia, hogar, amor, hijos, nietos, futuro, esperanza...

A veces me acerco despacio a su prisión etérea, le oigo pensar consigo mismo y hablarse como si esos seres inexistentes le hablasen, es un dios loco de fingida locura, todo en él es falso, menos quizá ese cubículo de 48 m3 situado en el aire, a quince metros sobre el suelo de una ciudad fantasmal en un planeta vacío, es decir, en medio de la nada. No me atrevo a distraerle de sus locas divagaciones ficticias, aunque me vendría bien su consejo para el universo que estoy diseñando.

 

XXXIX

Mucho se quejan los hombres de las limitaciones de lo finito, pero es que no comprenden el horror del infinito y su esférica y sin bordes rosa de los vientos.

Recuerdo ahora el caso de aquel dios a quien se le perdió su hijo una buena mañana en medio del mercado. ¿Hace cuántos evos que lo busca sin hallarlo?, ¿qué se ha hecho del hilo que se enreda y se enreda de una búsqueda sin fin, tan sin fin como el infinito?... Ni siquiera sabe ya si el hijo ha existido en la realidad de las cosas hallables y encontrables, a lo mejor es una espina de tristeza (infinita) que se le ha clavado en el alma sin hijo ni nada. Un hijo perdido en lo finito es un hijo, un hijo perdido en el infinito es la nada, un sinsentido sin bordes, sin confines, sin salida, ya os lo he dicho otras veces: una prisión redonda.

El pobre y triste dios se confunde consigo mismo, se cree ser su hijo en busca de su padre y, loco por la pérdida que no puede curarse en medio del infinito, su locura le convierte de sí mismo en el otro y cree ser el padre en busca de su hijo.

Por eso es un axioma de cordura entre los dioses: si hijo, no lo pierdas, si lo pierdes, no en el infinito. Pero claro...

 

XL

Estoy haciendo un mundo de una sola dimensión, los seres son hilos y la muerte lleva tijeras.

Me ha sorprendido mucho ir viendo crecer las leyes de su física, al principio creí que, sin grosor ni volumen, fácil sería atravesarlo con el brazo. Pero no, que se va la mano por la dimensión real y se convierte en un rayo de luz o de sombra, pero no atraviesa, claro, ese mundo no tiene revés, la muerte corta siempre por la parte de acá.

Las ilusiones van desde arriba hasta abajo, nunca de izquierda a derecha ni de delante hacia atrás, la esperanza, como siempre, desde abajo hasta arriba, la esperanza nunca cambia, en todos los universos es igual de estúpida, la tijera de la muerte no desfleca, no puede, da cortes limpios de tajos discontinuos,  al no haber dimensiones no puede haber rebabas.

Lo más sencillo y previsible de este mundo unidimensional es la secuencia de padres a hijos, cada padre un hijo, cada hijo otro hijo, por donde corta la muerte acaba un padre y empieza un hijo, es simple.

El amor no existe, dado que es sentimiento transversal y que necesita espacio, los seres de ese mundo con el odio, plano y de una sola facies, se bastan, la muerte en esto ha tenido suerte, con el amor las tijeras se embotan, el odio las afila.

De la memoria nada, no se recuerda el pasado ni se proyecta el futuro, pues el hilo de la existencia, tomado desde su sección, es un punto sin dimensiones que no permite ver ni el ayer ni el mañana, la muerte mata con rara impunidad, a todos coge desprevenidos y nadie llora a los muertos.

Y la redención es sencilla: mientras mantienes sujeto el hilo con los dedos, la hay; cuando sueltas, deja de haberla. No hay que morir ni nada, en este tipo de mundos la muerte no mata redentores. Me gustan.

 

XLI

Nada se deshace con tanta rapidez como un mundo de azúcar, con que llueva se diluye todo en una serie de cascarrias almibaradas. Por eso conviene ponerle a los mundos un poco de vinagre, sal, acíbar y cuerpos callosos empercudidos de espesa costra. Si no, no duran.

Recuerdo una exposición de mundos dulces, todos de mazapán, de pestiño, de harina y miel, de huevo y azúcar, los océanos impotables de tantas sacarosas disueltas. Eran hermosos, el salón tuvo muchísimos visitantes, incluso se pusieron de moda una temporada, yo mismo presenté a concurso un chaprichillo de varios enjambres de mundos todo chocolate y confites. Quedé quinto y me dieron un premio de consolación que era una muerte de peltre sobredorado.

Pero esa moda pasó deprisa, a los pocos evos de la exposición los mundos, derruidos sobre sus propios cimientos de turrón y trufa, parecían fantasmas de una fiebre diabética, era terrible ver tanta desolación, las redenciones escurriendo y goteando en el suelo, el tiempo queriendo escapar por entre grietas de oblea, la muerte casi muerta en un coma de glucosa.

Ya no he vuelto a hacer mundos de esos, nadie los hace. Actualmente lo que se estila son universos de sombra, gotas de limón, una pizca de hieles, vaso alto de injusticia, agitado, no batido, todo sobre las rocas (el hielo que no falte). Y apurar de un trago, las redenciones se ponen en forma de sal por el borde.

 

XLII

He estado a punto de meter la pata. Estaban un dios, una diosa y una diosecilla pequeña sentados en el parque, desde luego una familia tomando el sol tranquila y echando de comer a los patos del estanque. De pronto me pareció que la pequeña se inclinaba demasiado sobre el borde en su afán de lanzar las migas a patos muy lejanos, quise dar una voz a los padres desatentos, todo muy deprisa, ya no era posible, sin vacilar me lancé a sujetar a la niña, si no agarro su tobillo se cae al estanque, y de pronto no es una diosa, es una muñeca articulada y sin alma, con garfio de hierro se agarra a la baranda, los sensores de litio de ninguna manera han perdido el control, su cálculo trigonométrico le impide fallar cuando arroja una miga a cualquier pato, el dios y la diosa no son matrimonio, son colegas que juntos diseñan un universo de autómatas. Suelto el robot que se resiste en mi mano, pido disculpas con murmullos confusos, me alejo corrido y sonrojado, está muy bien lograda la muñeca mecánica, parece talmente humana, en ese mundo la muerte se llama desconexión, la redención es en watios.

Alguien se me acerca corriendo, no sé qué le sucede, me agarra, me detengo un instante a ver qué quiere, se para y hace un gesto de perplejidad y sorpresa, me suelta, murmura unos murmullos, se aleja sonrojado.

 

XLIII

Acabo de visitar un mundo (no es mío, cuidado) en donde los hombres elevan súplicas constantes a su dios redentor en forma de oraciones, sacrificios, plegarias... Es un sitio deprimente, tristísimo, y la gente de ese mundo no prospera porque dedica todas sus energías no a conocer y domar las fuerzas naturales de ese cosmos, sino a elevar inmensos templos de piedra llenos de recargadísimas ornamentaciones, gigantescas columnas, vitrales para cuya decoración son necesarias muchas vidas, relieves, bajo relieves, alto relieves, murales, frescos... todo ello a cientos, a miles, a cientos de miles, y eso que la mayor parte son habitaciones del mismo y único dios, es un mundo donde el politeísmo, erradicado pronto por el celoso dios que los ha creado, poco más llegó a hacer que idolillos y cabañas.

He leído el catálogo turístico de ese mundo y lo publicitan como muestras de arte, están tan orgullosos de esos inmensos mausoleos de piedra que los conservan cuidadosamente, siguen celebrando rituales al dios en la mayor parte de ellos, veneran sin conocerlos a los millones de anónimos artistas constructores de remotos pasados, no repudian su memoria ni el estúpido derroche de recursos y energía, lo dan todo por bien empleado (incluso la cuota de ateos que, ateniéndose estrictamente a lo estipulado -ni un ateo más- el dios creador ha creado, dan por santo y bueno el que las generaciones pasadas hayan hecho tales ‘maravillas’).

Pregunté en información cómo llegaban a creer los naturales que el dios creador, único y monoforme-triforme, podía vivir a la vez en tantos santuarios. Recibí una confusa explicación sobre una característica llamada ‘ubicuidad’ (una forma de estar en el espacio cuya definición atenta contra toda idea del espacio) que, al parecer, a ellos les basta para poner en marcha las gigantescas empresas constructoras de templos.

En uno de los más grandes vive el embajador del dios. Quise enviar saludos por su intermedio al colega, pero el embajador es sordo (o el dios lo tiene retirado de la red para que solamente hable con él mismo).

 

XLIV

Me gusta mi amiga la ‘Diosa entregada’, constantemente dispuesta a ayudar como sea y a quien sea siempre que la empresa merezca su inteligente aprobación. Ella sabe que no sirve mucho para crear por su cuenta, varios intentos de universos fallidos la han convencido de su incapacidad para el tema. Mas no se rinde, cuando alguien (cuyos designios aprueba su equilibrado juicio) se pone a la obra de algún universo nuevo, ella se ofrece para lo que sea, y no desdeña cualquier tarea, aunque sea la más humilde. La he visto calcar arenas a partir de troqueles originales del dios creador correspondiente, o dibujar trillones de olas a partir de un patronaje, y esas tareas tan humildes ni la desaniman ni la tuercen: las lleva a cabo con tal honestidad y eficiencia que son muchos los que no solamente la aceptan sino que la buscan. Siempre está atenta a cualquier descuido, no se hurta a trabajar más evos que nadie, ninguna trivialidad le parece secundaria, no pide retribución por su esmerado trabajo, no envidia las capacidades de otros más creativos, no murmura ni desfallece, siempre tiene a punto una sonrisa, sus alabanzas son siempre merecidas y no las escatima jamás...

Recuerdo precisamente la construcción (laboriosa, pesada, más agotadora de lo que en principio se había supuesto) de uno de mis universos. Se enteró tarde de la obra (nunca me he consolado de no haber recurrido a ella al principio de la empresa), cuando ya casi toda la tarea para la que resultaba capaz estaba terminada: no le importó, con su buen humor habitual y su activa energía se enroló en el grupo de hembras de placer a sueldo para las cuadrillas de obreros de base. ¡Y el salario lo entregó completo al fondo de compensación de redenciones!

Uno cualquiera de estos evos voy a proponerle trabajar como socios, no me importa llevar yo la mayor parte del peso creativo; ella tiene algunas muy buenas ideas que merece la pena intentar en la práctica. Es maravillosa compañera, seguro que el mundo compartido nos saldrá de maravilla, y sé que está rabiando de ganas de ensayar una idea que puede ser genial: un universo retrógrado, creado al final y donde la flecha del tiempo se encamine al principio, la historia contando proyectos, la memoria avizorando futuros, la muerte repartiendo cunas. ¿Y por que no?.

 

XLV

Aquel dios veterano estaba enseñando a su pequeño hijo la técnica del diseño de universos y mundos. En el inmenso almacén yacían maquetas inacabadas, planos de todas clases, rincones llenos de cordilleras inconclusas, bocetos más o menos originales de constelaciones y zodíacos, mares en germen, homúnculos incluso de diferentes cataduras, protocolos en embrión de redenciones posibles. Y el novel diosecillo trabajaba muy serio bajo la atenta mirada de su padre. Sacando la lengua nerviosamente y poniendo toda su atención en los detalles, estaba en ese instante creando la geografía de un planeta verdiazul en el que la mano se le había ido un poco y casi todo eran océanos, pero que no obstante presentaba un aspecto asombrosamente profesional. Un poema la mirada del dios viejo, severamente fingida y enternecida por dentro al contemplar las buenas dotes de su vástago sudoroso.

En el filete alto del pliego unas marcas señalaban las especificaciones previstas para ese mundo y su historia: Redención tipo encarnadura y pasión crucifixa en imperio neobárbaro; expansión y consolidación; tecno-ciencia postfilosófica, unificación comunal, colonización del vacío, superación de la morbilidad, cancelación de la muerte. Todo muy clásico pero moderado, equilibrado y profesional, la clase de maqueta idónea para entrenamiento de un aprendiz con talento. Y que le estaba saliendo bien, al chico.

Me puse a hablar con el viejo de varios cotilleos y el atrevido muchacho, viendo que su padre se distraía, puso en marcha el tinglado sin encomendarse a hombre ni a sombra. Cuando nos quisimos dar cuenta los nativos del planeta estaban ya descubriendo el fuego y puliendo un politeísmo un tanto escéptico que presagiaba prontas e interesantes reformas. Lo apagó el dios veterano y nos quedamos pensativos, era un mundo lo bastante atractivo como para que no se quedara en la fase de maqueta. Con los brazos en jarras el temerario mocoso nos miraba insolente, la mano en el interruptor de su juguete azul.

 

XLVI

Detesto las hordas de dioses desharrapados y malolientes que en sucia mezcolanza y lioso embarullamiento, ruedan por esos mundos y lo van llenado todo de mondas de tubérculos y trapos harapientos. Juntos y revueltos los padres con los hijos, los primos con los hermanos, las esposas con las barraganas, niños y viejos, machos y hembras, hombres y dioses, no dejan títere con cabeza allá donde recalan, desordenan, polucionan, atruenan, comen con los dedos entre grandes risotadas y se mean incontinentes en medio de los salones.

Acaba de marcharse una, bendito sea Hombre.

Su jefe era un tal Zeus rijoso y parlanchín, con un lampo de pega con rayos pintados, más concubinas que especies de concubinas hubiera en sus mundos, todo el puñetero evo se lo ha pasado rascándose sus malolientes cojones y gritando desaforado a la legión de chiquillas que despiojaban con saña su hirsuta cabellera. Pocas veces he visto una horda más guarra ni un malandrín más grosero.

Comerciaban con todo, desde milagros a crímenes, sus carros eran desvanes de inmensos revoltijos, lo mismo encontrabas en ellos el himen virginal disecado de la hija de un dios primitivo que arena sacrosanta de un desierto regado por sangre de remotos redentores. Todo lo vendían y todo lo compraban; de mi taller se han llevado un paquete de brisas huracanadas pavonadas para matar y un redentor tercero de un mundo que se deshizo durante la hégira del segundo. Y me han dejado a cambio un chiquilla sucia y mocosa, de ojos muy grandes y tristes que se llama Core. El apestoso jefe me la ha vendido por hija suya y como muy buena para creaciones de mundos donde se quiera poner agricultura, pero supongo que es la típica mentira de buhonero. Yo me la he quedado porque es muy bella (y doncella, cosa rara en la tribu de la que viene).

 

XLVII

Hay épocas en que vayas por donde vayas siempre te tropiezas con esas criaturas que no son dioses pero no son mortales. Creo que no me gustan, o por lo menos no me gusta que haya tantas, ni, si vamos al caso, que sean tan insolentes y... atrevidas. Sean ángeles o sean apsaras, sean ameshas o sean asuras, lo cierto es que se comportan como si el cielo fuese suyo y los dioses objetos de adorno para su satisfacción.

Últimamente han venido a miles siguiendo a un tal Indra que las reparte (en esta bandada son todas hembras, al parecer) como si fuesen folletos de propaganda, cosa que a lo mejor son; antes fueron unos ameshas nacidos mortales pero eternizados por virtud de no sé qué comportamiento santificador (?) y que estaban al servicio de cierto Ormuz remoto... Cuando te cruzas con estas legiones, o te apartas o te arrollan. Hay dioses que no saben estar solos.

Bueno, pues al cruzarme con el cortejo del que hablo, sin darme cuenta me han ‘repartido’ una de esas apsaras, que se ha quedado conmigo al parecer para siempre. Me mira con sus ojos maliciosos y reidores, hace gestos procaces y trata de meterme mano, todo ello con una aparente naturalidad como si yo estuviese totalmente de acuerdo y al cabo de la calle. ¿Qué demhombres querrá?

He tratado de sacudírmela de encima, de perderla, de olvidarla, de regalarla... pero ahora por aquí todo el mundo tiene una, o un par, y no hay forma de librarse de ella. Harto de todo este asunto he pretendido hablar de antropología con mi indeseada acompañante (hablar de antropología es truco que empleo mucho cuando quiero que me dejen solo), pero me ha salido el tiro por la culata: sabe más que yo, le interesa el tema, habla doctamente y argumenta con precisión y profundidad, me está contagiando su entusiasmo, quién iba a suponer que una prostidiosa fuese tan culta...

 

XLVIII

Una borrachera de Asclepias acida en un bar subterráneo en compañía de viejos camaradas y conocedores del soma... eso es maravilla, y lo demás son cuentos. Esta vez nos reuníamos los viejos muy viejos dioses, la mayoría de nosotros olvidados ya en todos los universos que han salido de nuestras manos, para celebrar y festejar precisamente esto: haber sido olvidados.

La primera ronda a palo seco, a trago largo, en jarras de hueso de muertos enemigos, gaznate abajo sin respirar siquiera... te entona de tal modo y te coloca tan rápido, que antes de que sirvan la segunda ya estás medio místico, parpadeando despacio y hablando de... bueno, hablando de tus mundos (cada uno de los suyos, todos a la vez, todos de los de todos). El famoso brindis por la Luna (madre del soma) abre las espitas finales de la camaradería más recóndita, y ¡hale!, a charlar y beber y beber y charlar y que la noche se haga día y el día se haga noche y los evos se sucedan como se suceden los cuentos.

Debo de haberme dormido en algún momento, pues cuando despierto con una resaca que promete durarme dos eternidades, tengo a Surya delante hablándome muy serio y con el índice levantado de crear señalando, sobre acerca de que el mundo para no ser debe haber sido borrado siendo. La antropología natural aplicada y sus físicas concomitantes nunca han sido plato de mi gusto después de haber trasegado litros y litros de licor de asclepias, pero sigo estando borracho y creo que entiendo los argumentos de Surya, o es Agni quien... me parece que he vuelto a dormirme...

Tenemos que reunirnos a beber más veces, me gusta festejar el olvido de los mundos por los dioses o los dioses por los mundos o lo que sea, pero festejarlo. A fin de cuentas el soma es sagrado ¿no? Y mientras bebes no creas.

 

XLIX

Cuando los ‘7 Dioses Negros’ (llamados también ‘Heptarcas Melanoteos’) fueron o se sintieron agraviados por los dioses jefes, se juramentaron en venganza y alianza de odios, y planearon sus siniestras respuestas a la ofensa recibida. Mucho hemos sufrido todos en los cielos por causa de esta historia de aversiones, discordias, enemistades y enconos.

Álorah, Blimeh, Coacalep, Dimitra, Eria, Fernefer y Gustel, negros como su nombre y fieros como el tiempo, no eran entre sí ni amigos ni fraternos, pues andaban separados y enemistosos por universos distintos, pero la ofensa vino a recordarles sus lazos de sangre y a estrechar sus vínculos, Eria y Dimitra, las diosas como siempre más feroces que los dioses, se encargaron de instigar a sus hermanos para la empresa común del desquite.

Coacalep y su historia me son bien conocidos, pues el universo en que se cobró su famosa venganza queda cerca del mío, aquél en que resido cuando no estoy en la ciudad resolviendo asuntos.

Un su capataz que era medio mestizo de diosa y de humano y de otras especies, todo gritos e histerias pero buen sujeto en el fondo, me vino una tarde a ver despavorido. ‘Mire, señorito, que el amo no está y han empezado a pasar cosas muy raras en el mundo... Si usted que sabe tanto quisiera... y como el amo... es que no sé qué hacer, y si se tarda acaso...’ Me fuí con el pobre sujeto a ver de qué se trataba, no me extraña que estuviese tan acojonado: todas las esperanzas estaban fructificando de golpe y como estrellas que estallasen en fuego, cada quien recibía en ese mundo lo que su propio corazón le hubiere prometido, el incendio amenazaba incluso mis propios firmamentos. Sin detenerme a pensar llamé a toda mi gente y antes de nada abrimos (¡qué noche, qué tarea frenética, qué prisa enfebrecida!) cortafuegos de prudencia por todo el perímetro, no paré hasta que supe con certeza que mi universo estaba aislado de aquel mar de esperanza ardiente y luminoso.

Cuando mis propios asuntos estuvieron resueltos ordené a los míos que ayudasen en lo posible, pero aquel otro mundo estaba ya perdido. Coacalep lo había preparado a fondo y a conciencia, el fuego abrasador tenía miles de focos, la esperanza arrasaba los aires y los mares, erosionaba montañas y diluía el tiempo, fundaba en las almas tan sólidos cimientos y fijaba en los corazones tan densas alegrías que nada podían ya segar allí los dioses; si no hubiese yo andado atento a mis asuntos sin duda mi propio mundo también se habría perdido, acaso todos los mundos... Del maldito incendiario nunca más se supo.

 

L

De pronto un buen día dejó de rezarme uno de los más veteranos y fieles súbditos míos, habitante de un mundo en que las cosas iban pasablemente bien. Con el mínimo disfraz me presenté ante él, que rápidamente supo de quién se trataba.

-- Buenas tardes, Miguel.

-- Hola, Dios.

-- Es decir, que me conoces.

-- Dentro de lo que cabe...

-- Claro, dentro de eso, por supuesto. Pero significa que sigues creyendo en mí...

-- Mitad y fifty.

-- Crees o no crees: en esto no hay medio.

-- Si algo me ha enseñado la teología es que hay medio en todo. Lo que quiero decir es, que si creo en ti, propendo a olvidarte; y en tanto que te recuerdo, más bien creo poco.

-- ¿Y eso?

-- Las cosas de la vida, los sucesos, los aconteceres, los ocurrimientos...

-- No te enrolles.

-- Yo tuve una vida, no sé si recuerdas... Bueno, pues me quedan migajas.

-- Es que el tiempo...

-- Claro, el tiempo.

Y tuve un talento, un buen talento muy satisfactorio. Por cierto, gracias por el talento...

-- De nada.

-- aunque para qué das talentos a los que no permites cauces. Es como ser un lapicero muy afilado muy afilado y que luego no puedas escribir, o escribas en el aire.

-- Buena metáfora.

-- Como que no es ni mía ni tuya.

-- En eso del talento yo reparto y luego...  Con el talento mismo...

-- Claro, con el talento mismo.

Y tuve una familia, pero ahora estoy sólo. Mi esposa...

-- Las esposas van y vienen, y más en estos tiempos.

-- Claro, van más que vienen.

Y tuve tres hijos, al mayor se lo llevó la guerra.

-- Cosas que pasan.

-- Claro, cosas que pasan.

Los dos que me quedaban se los llevó la paz.

-- Es ley de vida.

-- Claro, es ley de vida... en fin, ya te digo...

-- Si te estoy entendiendo, de veras que sí, ¿pero tanto te cuesta seguirme rezando?

-- Es que no se me apetece, no hay causa mayor. No tengo mucho por qué. Y a lo mejor no existes.

-- Eso sí, claro, a lo mejor no existo.

 

Creo vagamente recordar que eso fue todo, tal vez nos despedimos (supongo yo, los dos somos educados), pero me quedó cierto remusguillo y probé durante un tiempo a vivir esa vida, calcadita, paralela, por simple curiosidad. Y en efecto, no podrías quejarte ni podrías lo contrario, era como él dijo, que al cabo de unos años dejaba de ‘apetecérsete’ seguir mascullando plegarias. Vaya usted a saber la razón. El talento sí era hermoso, fastidiaba tenerlo para nada pero era hermoso, la soledad no tanto, de los hijos ni recuerdo qué se hizo, en la paz se diluyen.