Miguel Cobaleda
Registro
de la Propiedad Intelectual: nº 3722867 de5-1-1998
El
presente libro ha sido escrito por Miguel Cobaleda para Miguel Cobaleda.
Todo
parecido con la realidad.
***
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas. Con una pensaba y con la otra amaba; con
una estaba alegre y con la otra triste; con una deseaba justicia y con la otra
desesperaba. Con una cabeza se imaginaba el mundo y con la otra lo creía real;
con una tramaba sus venganzas y con la otra era simplemente un hombre; con una
llamaba luz a la oscuridad y con otra llamaba resplandor a la tiniebla; con una
inventaba el objeto de su amor y con otra se miraba en espejos transparentes.
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas. Con una hablaba en silencio y con la otra
callaba a gemidos; con una mentía y con la otra igual; con una organizaba las
piezas del estúpido universo y con la otra dibujaba perfiles de dioses
borrosos. Con una cabeza miraba el futuro a través del pasado y con otra cabeza
inventaba el pasado a través del futuro. Con una cabeza se miraba a sí mismo
desde fuera para poder amarse, y con la otra se despreciaba a sí mismo desde
dentro para poder dormir.
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas y un solo corazón y un solo destino y una
sola cabeza.
***
¿Sabía
aquel hombre cuánta es exactamente la gente que compone la Humanidad? ¿Lo sabía
aquel hombre que creía saberlo?
Cuando
se daba cuenta de que era un pequeño grano de arena en una playa infinita
¿sabía cuán infinita era la playa, cuán pequeño su grano de arena?
Al
notar que ni siquiera los granos muy grandes, las pesadas y macizas piedras,
destacaban en medio de la inmensidad y pasaban desapercibidas en la ilimitada corriente
de las cosas ¿sabía aquel hombre la mediocre y perdida, la invisible, la
inexistente huella de su nombre en la lista inacabable de los seres?
¿Sabía
aquel hombre que no hay registro ni memoria que el tiempo no borre, sabía que
la combinación de los genes como la de las neuronas es tan extensa que todo
puede guardarlo, es decir, todo olvidarlo?
No
sé si aquel hombre sabía a pesar de que él creía saber... Nadie sabe realmente
estas cosas, no se han hecho mentes tan grandes que puedan comprender lo que
podría llegar a comprender una mente, lo que podría llegar a recordar una
memoria, tan todo, es decir, tan nada.
***
No
se sabe si es posible que un hombre se enseñe cosas a sí mismo, cosas que no supiera
y aprende por sí solo sin necesidad de que la sabiduría le venga del exterior.
Aparentemente no, pero no se sabe. El hombre se pone a pensar y enlaza dos
pensamientos formando una nueva idea que, junto con otra idea, producen luego
una tercera y así sucesivamente hasta dibujar los cielos y la tierra y
llenarlos de cosas y seres y dar cauce al tiempo y espacio a la memoria y...
Algo de esto, pero suena como un cuento.
El
tema esencial de este tema es el diálogo interior, el monólogo íntimo, los yos
convertidos en tús, la posibilidad de hablar a solas, no ya las solas
transitorias de un breve instante de reflexión individual, sino las solas
absolutas de una consciencia flotando solitaria en la nada. Y no en tanto que
se plantee una vez más el viejo y aburrido tema del solipsismo que los
románticos alemanes dejaron cansado y sucio, sino en cuanto a cuál sea la substancia del yo del hombre en medio
de la nada del espacio y del tiempo, el asunto del que, hablándolo el hombre en
su propia entraña, constituye lo que llamamos vida.
Estas
páginas no tratan sino de eso, son una repetición de la misma partitura. Su
único sentido es que ningún instrumento la tañe, ninguna conversación la
contiene, ningún recuerdo la conserva, ninguna meditación la orienta, ninguna
lógica la explica.
***
Si
estás solo puedes hacer cosas que no puedes hacer cuando estás acompañado, por
vergüenza, por conveniencias sociales, por la presión de las leyes, por el qué
dirán, para mantener intacta la opinión que tienen sobre ti los tuyos, para
conservar su amor, para no quedarte solo y no verte obligado a hacer cosas que
no podrás hacer si estás acompañado.
***
Aquel
hombre se había quedado tan a solas y tan de repentemente, que no se reconoció
a sí mismo, no recordaba su cara en los espejos, no reconocía sus recuerdos en
la memoria, no abrigaba proyectos familiares ni entendía el diseño de sus
manos, la pálida pesadez y torpeza de sus miembros, quizá le habitaba de golpe
un ser de otro universo acostumbrado a otro perfil y a otras emociones.
Autista
en relación consigo mismo, extranjero en su piel y en su consciencia, no supo
tampoco en qué idioma se hablaba, con qué extraño sentimiento estaba rogando a
qué extraños dioses para que le ¿qué?... no sabía decirlo.
Pero
el olor sí, el olor era el podrido olor de todos los días.
***
Los
primeros pasos son inseguros, muchas veces van en dirección contraria al camino
que habrán de seguir después los pies que los recorren.
Lo
cual presupone que hay caminos y se dirigen a exactos puntos cardinales, pero
hemos llegado a saber por nosotros mismos que un mundo redondo no tiene
direcciones y que en él ningún paso se pierde, ninguno se gana.
Ya
llegaremos, pues, al lugar del que venimos y que siga sonando la música en los
oídos, o ese silencio que hemos llamado música y del que somos sordos oyentes,
mancos violinistas, no sé qué plural acaba de invadirme.
***
Hubo
una vez un hombre que se colgó una brújula de cada pensamiento para poder
orientarse hacia el norte de las cosas, pero las brújulas eran de cristal
ahumado y solamente reconocían la sombra.
Y
ese mismo hombre esgrafió en la piel de sus ojos unos mapas llenos de rutas
para nunca perderse, pero la rosa de los vientos de esos mapas estaba ajada por
el tiempo y solamente señalaba la soledad.
También
debemos recordar cómo ese hombre usó el alma como pedernal para hacer la
primera chispa que encendiera el mundo y hubo de renunciar a su empeño, no por
la dureza misma de la sustancia del alma, bien elegida para ese cometido, sino
por no existir nada que ardiera en la infinita vastedad de su restante persona.
***
Estaba
triste el hombre que quiso conocer al tiempo, estaba triste porque al fin había
conseguido su objetivo.
Había
primero recorrido todos los relojes, infinitas playas de relojes de arena,
infinitos océanos de relojes de agua, infinitas estrellas de relojes de sol...
El tiempo no vive en los relojes.
Viajó
después a sus recuerdos, hasta los más remotos, volvió hacia los distantes
proyectos la ruta de sus viajes... El tiempo no vive en el pasado ni en el
futuro.
Se
detuvo en el presente con la atención fija en la entraña de la duración, habló
con la muerte, interrogó a los dioses, el tiempo no les conoce, nada sabe de
nadie, no habita con ellos, no vive allí.
Un
millón de sabios han roto sus días para saber del tiempo, a todos preguntó, de
todos recabó sabiduría y noticia. Ya estaban muertos, el tiempo los había
olvidado, si es que alguna vez los recordó.
No
puedo contaros cómo siguieron las cosas, las cosas no han acabado, el hombre
todavía no ha conseguido su objetivo, por eso permanece triste aunque no
desespera, continúa preguntando por la vida mientras sigue tiempo.
***
Éste
era un hombre capaz de hablar consigo mismo, incluso a solas y sin sigo. Se
decía cosas por dentro de la cabeza, empujando las palabras hacia atrás,
llevando parte de las mismas a las tripas inferiores y otra parte a una zona
que está detrás de los ojos.
El
tema esencial de este tema es si el hombre se creía o no se creía sus propias
palabras, pero ocurre que para sí creerlas o no creerlas las tenía que pesar en
una báscula interior que también había sido hecha antes con palabras que el
hombre se había dicho a sí mismo.
No
sabemos cómo, pero lo cierto es que el hombre nunca se creía sus propias
palabras. Ahora bien, como tampoco se creía las palabras con las que había
hecho la báscula de pesar palabras, pues resulta que no puede responderse a la
cuestión de si el hombre se creía o no se creía sus propias palabras. Es una
cuestión indecidible. Lo único que se puede asegurar, por tanto, es que el
hombre no se creía nunca sus propias palabras. Las decía solamente para irse
engañando a sí mismo.
***
Hubo
una vez un hombre que se inventó los cielos, o los inventó, sin inventárselos,
pues no los quería para sí mismo ni pensaba
usarlos él en exclusiva.
Porque
este hombre que inventó los cielos inventó gente que viviera en ellos, salvo el
pequeño detalle de que a la vez inventó mil pequeños obstáculos que impedían
que la gente pudiera vivir en los cielos: inventó la enfermedad y la
injusticia, la soledad, la tristeza, la maldad, y otras cosas semejantes que
eran como rejas para impedir a la gente instalarse en los cielos. De donde los
cielos vacíos.
Pero
bellos los cielos, los cielos muy muy bellos.
El
tema esencial de este tema es quién se inventó a este hombre y por qué se
inventó un hombre así, un hombre capaz de inventarse los cielos, sí de
inventárselos, pues la gente al final no podía llegar a ellos y solamente
servían como referencia de su fantasía, como paisaje vacío de su lenguaje, como
metro cristalino de su poética. ¿Quién tendría interés en inventar a un sujeto
capaz de semejantes invenciones? ¿Y quién tendría interés en inventar al
anterior? ¿Y a éste último, no tan último?
Porque
todas las cosas suceden en el interior de nuestra cabeza, ya seamos hijos de
aristóteles, ya seamos hijos de platón.
Y
todo ello para poca cosa, para casi nada: para que el hombre de nuestro relato
pueda ir poco a poco inventándose a sí mismo.
***
A
base de hablar y hablar de sus dioses, este hombre olvidó la entraña de la
cuestión, como sucede cuando se habla mucho de la justicia, o se cita mucho la
lealtad. Tuvo, pues, que detenerse un día a pensar serenamente en el tema,
preguntarse a sí mismo qué eran esos dioses tan traídos y llevados, preguntar a
los dioses qué era, tan traído y tan llevado, él.
No
para responder a preguntas de los otros, lectores que ya habían aprendido el
truco y se apartaban prudentes del camino cada vez que los dioses pasaban por
el relato o el poema, mirándose los unos a los otros (los lectores a los
dioses, los dioses a los lectores) de atento pero distante reojo. No para
responder a abstractas cuestiones, sino para aclararse él mismo ante sí mismo.
¿Qué son, qué desean, a qué se dirigen, de dónde los dioses?
Lo
que no sabemos, lo que no controlamos, el azar impasible, la tragedia
estadística, el segundo principio de la termodinámica... ¿y qué más?... A pesar
de todos los pesares parece existir la suerte, están los que nacen y están los
que no nacen y, en naciendo, están los que nacen para morir aunque todos
estemos en la misma ruta. Pero la suerte... ¿los dioses la suerte?...
Durante
mucho tiempo no supo darse respuesta, ni siquiera una respuesta precaria e
insatisfactoria: ninguna respuesta, fluctuantes imágenes de destinos inciertos,
dados sin números, padreternos airados y abúlicos, incapaces de entender las
leyes de los grandes números ni de manejar grandes masas de creyentes.
Luego,
lentamente, por fin un día empezó a comprender que se trata de seres del
futuro, los propios hombres cuando dejen de serlo, si acaso la inteligencia los
hace sobrehumanos, si acaso inventan la justicia y derrotan al tiempo, si le
dan sentido a palabras como amor y esperanza, o al menos crean un paisaje donde
no sean necesarias... Entonces serán dioses y lo serán para siempre, un siempre
que ahora mismo, cuando aún no lo somos, aterra como la promesa del paraíso
perdido. Entonces serán dioses y nosotros estaremos muertos.
Día
llegará en que ese hombre estúpido, al preguntarse por los dioses, consiga
darse al fin esta respuesta sin respuesta.
***
Éste
era un hombre que nunca quiso practicar el sexo por los riesgos mortales que
entraña: contraer el síndrome, contraer el amor, contraer el hijo...
***
¡Qué
jugarreta le hicieron las cosas a aquel hombre!... ¡Qué hermosa y divertida
broma, las cosas todas, todas las cosas!...
Era
éste un hombre que siempre le estaba rezando y suplicando al sordo dios de cada
noche, siempre la misma oración, siempre la misma súplica: ‘¡Oh Dios de mi
corazón, Señor de mi espíritu!... Te ruego que seas misericordioso con mi hijo,
al que amo tanto que un ascua apagada del amor que le tengo podría encender las
estrellas. Mira que no pido nada para mí, que no es para mí para quien suplico.
Pero te ruego que le des a mi hijo lo que desea, que le concedas encontrar lo
que busca, que no desoigas mi ruego.’
Sucedía,
no obstante, que el entero fragor del universo, el ir y venir de las
constelaciones, ciertos murmullos de los inquietos océanos, el rugido feroz del
volar de las libélulas, y demás, acallaban las súplicas del hombre hasta
susurro inaudible y, claro, no podía ser oída la plegaria por el sordo dios de
cada noche.
Pero...
Pusiéronse
de acuerdo las cosas, todas las cosas, las cosas todas del universo entero para
hacer un alto repentino en medio del incesante tronar de los fragores, justo un
silencio durante la súplica del hombre, y al llegar a las palabras “que le des
a mi hijo lo que desea, que le concedas encontrar lo que busca”, de repente se
hizo el silencio universal de los seres que existen y existieren. Callaron los
vientos y los mares, dejaron de derrumbarse las montañas, cesaron en su vuelo
los halcones, se apagó el suspiro de la brisa y el jadeo de todas las lujurias,
la música y su silencio se hicieron silencio, el roce de los goznes suspendió
en que giran su gemido las estrellas...
Y
no le quedó al dios más remedio que oírle, retumbando la plegaria de tímpano en
firmamento.
¡Qué
jugada les hicieron las cosas a los tres, al sordo dios de cada noche, al
hombre aquél y al hijo de aquel hombre!
***
Una
vez un hombre sacó una lágrima de cristal al meter la mano en la bolsa de
escoger destinos. La vendió a un dios ambulante a cambio de la gloria y la
riqueza, y el dios ambulante la cambió luego por dos brisas a un viento marino
que marchaba hacia el sur. Más tarde el viento se la cedió sin precio al río
que deseca las tierras íntimas y de corriente en corriente llegó a la laguna en
que bebe la muerte cuando no mata. Al llegar hasta mí y reflejarse en mis ojos,
puso la lágrima pegada a mi mejilla, la muerte digo, y ésta es la que ves
cuando me abandonas, la lágrima digo. La dejaré en herencia a la bolsa de
destinos, me gustaría volver a encontrarla cuando vuelva a meter la mano.
***
Era
éste un hombre que quería hacer copias de sí mismo, calcos, réplicas.
Se
gustaba tanto a sí mismo que quería dejar una herencia de infinitos súes
idénticos para que dejasen a su vez cada uno infinitas réplicas de cada. Y como
no habrían de caber todos en el mismo universo, quiso hacer infinitos
universos, uno por copia.
Cursó
la solicitud oportuna y fue aceptada. Le mostraron la prueba antes del pedido
en firme y entonces el hombre, vomitando aterrado, rompió en pedazos el impreso
y quemó los trozos y dispersó las cenizas. Y cursó una solicitud de
autoanulación y borrado de registro, la cual fue aceptada en su momento. Cuando
le mostraron la prueba antes del pedido en firme y se imaginó a infinitos como él
leyendo el contrato, con la mano en alto dispuestos a firmar la renuncia al
haber sido, enloqueció de repente y lo enviaron aquí. Ahora está tranquilo, se
imagina gente con la que habla, escribe cosas, lleva un diario aunque sabe
vagamente que es un hombre sin días. No es capaz de distinguir entre tres
proposiciones diferentes: ‘hay infinitos como él’, ‘es único y nadie más es
como él’, ‘ nadie es como él, ni siquiera él’.
Hay
infinitos como él.
***
No
quiero que me envíes a buscar la felicidad, como si yo fuese igual que todos
los demás, buscando todos lo mismo allí donde no se encuentra, ciegos y sordos
en un desierto infinito, ajenos los unos a los otros, aunque las manos a veces
se rocen mezcladas por estar todos buscando entre los mismos granos de arena y
cristal.
Sé
que es un invento que tú te has inventado, no tengo ganas de portarme como
todos los borregos que se afanan buscando la torpe felicidad.
Déjame
que vaya en busca de otra cosa, inventa para mí un invento distinto, algo especial
y único que no me cueste buscar, envíame a un desierto mínimo y cerrado, donde
la arena toda sea de otro color y la cosa perdida tenga grandes letreros y sea
señalada por una flecha enorme que diga estoy aquí y ya me has encontrado.
Y
donde nadie más esté buscando la misma cosa distinta, el mismo grano de arena.
O
permíteme quizá que yo no busque nada, que me quede aquí sin salir de viaje,
cerca de donde está el origen de todo, escuchando la música de las esferas,
márchate tú a buscar la felicidad, yo no quiero ir, me asusta pensar que
pudiera encontrarla.
***
Se
preguntaba aquel hombre de dónde nacen los cuentos, especialmente cuentos como
los que él contaba, los raros cuentos que no nacen de la vida misma.
¿De
la imaginación?... ¿Y no es esta respuesta una simple palabra, un flatus vocis
que no significa nada ni responde a ninguna cuestión?
Bien
está decir que suenan incesantemente en algún lugar cercano al lóbulo de la
oreja, pero nadie da mucho crédito real a las voces misteriosas, ya te manden liberar
francias ya te dicten cuentos y pititas. En general la gente no se cree esta
respuesta. ¿Te la crees tú?
Siempre
me he figurado que hay dos clases de creadores, los que lo somos y los que no
lo son. Bueno, pues paradójicamente me parece que los únicos que lo son son los
últimos, porque a los que sí lo somos nos soplan al oído las músicas y las
palabras, mientras que los que no lo son, los que se ponen a trabajar como
obreros a las ocho de la mañana para que ‘la inspiración les pille trabajando’,
esos se tienen que ganar por sí mismos ¿qué?... la inspiración no, desde luego,
será el artesano formato que llaman ellos su arte. En fin ¿me lo creo yo?...
No
sé de dónde vienen los cuentos, nunca lo he sabido, yo desde luego no tengo que
ir a buscarles, quizá por eso, por no haber tenido que viajar a las fuentes en
su busca, no sepa yo de dónde vienen. Siempre están aquí, así que tal vez no
vengan de ningún sitio.
Si
de he decirme la verdad, la sensación que yo tengo es que no se trata de
argumentos que nadie quiera decir a nadie ni nadie quiera que nadie le diga,
sino al contrario y al contrario del contrario: cosas que quieren ser dichas,
ellas, las cosas mismas, argumentos que quieren ser ellos mismos relatados,
aunque para sí mismos, para nadie más. Por eso me escogen a mí como relator,
porque saben que puedo hacerlos palabra y saben también que nadie me escucha.
***
Un
halcón y un jilguero, hartos de sus destinos respectivos, cambiaron las vidas
una por la otra, ferocidad por trino, rapidez por inercia, jaula por libertad.
Le
fue muy bien al halcón, a resguardo para siempre de su salvaje instinto y del
olor de la sangre, pero fue todo desgracia y tristeza para el pobre jilguero,
obligado a inundar con sus trinos los aires infinitos y la esquiva libertad.
La
jaula en que vivió el halcón hasta el
fin de sus días le hizo tan feliz que más allá de la muerte soñaba con un cielo
de barrotes y una luz irisada de puertas cerradas y de esquinas ciegas.
El
jilguero, en cambio, hubo de fatigar los espacios durante toda la eternidad, la
muerte jamás tuvo ganas de buscarle tan lejos, no logra el pajarillo limpiar de
su pico la sangre que ahora se ve obligado a derramar.
Ha
resultado el halcón el más suave y manso de los jilgueros, y el jilguero se ha
convertido en el más sanguinario y feroz de los halcones.
Bien,
pues sorpréndeme ahora con un final imprevisto para el cuento. Ya sabes que no
puedo, que tú conoces el final mejor que yo mismo, o por lo menos igual que yo
mismo, pues si antes fuiste halcón, yo antes fui jilguero.
***
Siempre
he sentido lástima por uno de mis personajes más queridos y hermosos: la
pequeña Estelabel que fue protagonista de uno de mis cuentos más antiguos, de
la saga de Erlander, los que yo llamo ‘cuentos sin rescate’ o ‘cuentos ultinieblos’.
Estelabel,
de hermosos ojos grises ciegos por dentro, sufría en el cuento la terrible
desgracia de saber de antemano el destino de los seres que amaba, aunque los
dioses, no satisfechos con tan perversa maldad, la castigaban además (o le
hacían pagar un precio) con una certeza de cristal que traspasaba su corazón
como el rayo de sol atraviesa la mañana.
En
el cuento Estelabel advertía que alguien muy suyo habría de morir al volverse
mustios los pétalos del día, y podía precisar con minucioso detalle los
elementos de la muerte, la circunstancia, el momento. Pero a la vez la certeza
de cristal ataba su lengua, sus pies y sus manos, y no podía salvar de ese
destino a la víctima.
Estelabel
lloraba lágrimas de sangre de los sus ojos grises ciegos por dentro, los
cabellos de niña se le llenaban de arrugas y su fina piel transparente se
cubría de canas. El destino le consentía luego envejecer solitaria para no
tener que condenar con su certeza a ningún otro ser querido.
Recuerdo
muchas veces a Estelabel, me inspira tanta ternura que jamás he querido
escribir su cuento.
***
Cuando
te sientas a escuchar un momento antes de que empiecen a dictarte las palabras
¿qué piensas?
-No
pienso, para escuchar hay que estar callado.
-¿Qué
sientes?
-Cierto
hastío: no sé muy bien qué hago para quién ni qué saco yo en limpio.
-Gloria,
admiración, riqueza...
-Eres
muy gracioso.
-En
serio, algo sacarás.
-Algo
será, pero no se qué, nunca lo averiguo.
-¿Alguna
satisfacción íntima?
-No
siento ninguna. No creo que sea eso.
-¿Alguna
forma de placer?
-Acaso...
pero es como en el sexo: tienes la sensación de que cierto Gran Hermano te pone
a bordo, para su entero beneficio y no para el tuyo, alguna atadura por cuyo
cauce él consigue de ti lo que quiere y te premia ¿con qué?... con lo mismo con
que te ata... Un fraude.
-¿Te
parece el sexo un fraude?
-Que
se lo parezca a poca gente indica hasta qué punto lo es. Y no hablábamos de
eso.
-Así
pues alguien te usa.
-Sí,
pero no es alguien.
-Ya
empezamos...
-Algo,
más bien. Y no es que me use... palabras y conceptos que quieren ser dichas y
pensados... Pero ya otras veces lo he explicado así y quizá sea al revés, un
revés de un revés más íntimo.
-Todo
esto me parece palabrería.
-Lo
que no es palabrería no existe, a pesar de lo que digan y crean los idiotas de
‘los hechos son los que cuentan’.
-¿Hablando
se entiende la gente?
-No
importa la vida, lo que importa es la palabra.
-Las
palabras se las lleva el viento.
-Ve
a la página de al lado. No, si están escritas.
***
-Creo
que los árboles son los únicos protagonistas de este mundo. Diseñaron y crearon
las cosas de forma que ellos mismos convirtieran el sol en vida, la vida en
vida inteligente, y la vida inteligente en palabra escrita que sobre papel se
graba, papel que no es otra cosa que el propio árbol en el destino redondo que
ha trazado desde el principio para sí mismo. Los árboles nos crean y nos usan
para hablar consigo a través de la palabra escrita. Estas palabras no son otra
cosa que el mensaje que el viejo y remoto pino se manda a sí mismo por
intermedio de mí, ciego mensajero que ignora lo que dice el mensaje que
transporta (algo misterioso sobre leños y verdes hojas, quién sabe qué hermosa
belleza encierra acerca de pasadas y futuras clorofilas...).
Desengañáos
de los otros sistemas de comunicación, la voz, la magnética señal, las torpes
quemaduras en la piel del aceite... no durarán. ‘Eternidad’ es una palabra
escrita sobre un papel.
***
Fueron
todos juntos para mejor defenderse, unidos los amores con mortero y alquitrán,
atados los corazones con sogas y recuerdos, formando en fin una amalgama que
era a la vez sustancia y coraza, esperanzados frente al peligro por esa unión
tan firme.
Pero
resultó que un minúsculo egoísmo de piedra se acuñó haciendo grieta entre dos
recuerdos, medio chavo de sexo separaba un deseo de una lealtad, una miserable
porciúncula de venganza urdióse resquicio en el centro mismo de la tersa
amistad... en fin, los lazos tan firmes no eran tan firmes, la coraza tan
sólida no era tan sólida, cada corazón a la postre iba más a lo suyo que al
destino común. Al llegar a la vanguardia de los riesgos verdaderos eran una
multitud dispersa y no un solo gigante de acero y certeza.
Me
ha complacido irlos matando de uno en uno, sobre todo después del miedo que su
unión aparente me había hecho pasar.
No
hubiese debido ser ten asustadizo ni creer posible acuerdo tan difícil, al fin
mis hijos lo eran de madres diferentes.
***
Alguna
vez deberías contar tu vida como si fuese un relato ficticio, que lo es.
Entonces estarías igual que tus oyentes, sin saber el final siempre
sorprendente. Igual que todos tus oyentes menos uno.
***
La
conciencia de aquel hombre había sido educada en un país extraño y el hombre
nunca había conseguido entenderla.
Por
ejemplo, nunca comprendió por qué amapolas, claveles y rosas sí eran pecado,
pero en cambio no lo eran crisantemos y azaleas. Por qué en cuanto a lirios
cabían venialidades, pero las fucsias eran todas mortales de necesidad, ni qué
hacía disculpables mediante bula las radiantes orquídeas y en cambio
terriblemente imperdonables las minúsculas y cándidas manzanillas. ¿Y por qué
eran nefandas las sabrosas clemátides?
Después
de muchas discusiones airadas y de encontrados monólogos cruzándose como
chispas que arañan la desazón, el hombre y su conciencia decidieron separarse,
fuese el hombre a un desierto sin vegetal alguno mientras la conciencia,
cortando ésta respetando aquélla, dibujaba en el jardín el rostro de un chamán
ciego hablando con su sordo dios.
***
No
es que Ulrik matase a sus hijos por falta de amor, no es que dejara morir a sus
nietos por falta de compasión, ni le negó la vida a sus descendientes por falta
de misericordia o piedad. Quien así interprete la historia estará muy
confundido, Ulrik no hubiese sido capaz de albergar en su corazón odio ni
desprecio ni siquiera olvido, tan rebosante de ternura lo tenía, tan lleno de
afecto y de cariño.
Es
que los dioses le habían informado de su destino, según el cual estaba llamado
a asesinar su linaje, a no dejar huellas tras de sí, a que su nombre se
perdiera entre todos los nombres, y no quiso cederle a la muerte la tarea que
el destino se había empeñado en encomendarle a él.
Otros
dicen que todo lo entendió mal, al revés, que los dioses se limitaron a decirle
lo que sabe cualquiera, que tus hijos irán muriendo cuando les llegue la hora,
lo mismo que tus nietos y el resto de tus descendientes, pero no por destino
malvado o perversidad de nadie, sino por la naturaleza propia de las cosas que
viven, cuyo final natural es la muerte a su tiempo.
Sea
como fuere Ulrik mató a su gente aunque no era mal sujeto ni mató a nadie ni se
llamaba Ulrik.
¿Entonces?
Pues
entonces no empieces tú también como la gente que escucha tus cuentos y quiere
que les cambies el final para que no sean ‘tan tristes’. Ya te he hecho caso en
que no matase a nadie ni se llamase Ulrik. El final no puedo cambiarlo,
entiéndelo, Ulrik, lo siento.
***
¿Cuántos
son ‘yo’ y cuántos ‘tú’?
***
Nunca
es el mismo sitio cuando paso por el mismo sitio, todos los sitios distintos
son el mismo sitio cuando a ellos me dirijo, el tema esencial de este tema es
que mis ojos miran hacia adentro, no hacia afuera, mi piel está en mi interior,
la espalda de mi alma es lo que ves cuando me observas mirarme a mí hacia mí en
el centro de mí, ningún mí existe, te me estás inventando.
En
algún rincón perdido del infinito castillo que soy habita un hacedor de juegos
de palabras, un hacedor de pensamientos, un hacedor de sentimientos, un hacedor
de recuerdos y proyectos, un hacedor de imágenes, de sombras, de estrellas, de
tiempos. Juegan juntos a un juego de azar en que todos pierden y quien pierde
paga y debe entregar todo su caudal y nada tienen y yo soy la chinarrila sin
valor con que han fingido monedas.
La
próxima vez que hable contigo cállate, déjame hablar a mí, tú eres mudo y sordo
y no existes, te me estás inventando.
***
Éste
era un hombre que contaba cuentos con final imprevisto, por lo cual estaba
condenado a no poder contarse nunca cuentos a sí mismo, desgracia enorme y
aterradora que le hacía estar y hasta ser amargado y aún dichoso. En efecto
¿cómo ignorar el final del cuento cuando el que lo escucha es el mismo que lo
relata? Es un tema sin salida, la condena de aquel hombre en este asunto era poco
menos que un destino, un condenado destino. Hasta que un día, de repente...
¿Por
que no un cuento con muchos finales diferentes y sorprenderse a sí mismo al
final del final con un azar imprevisto?... El truco era, en realidad, sencillo,
consistía solamente en contar el cuento de forma normal y apresurar de golpe el
relato cogiendo al pasar un final cualquiera del repertorio de finales,
sorprendiendo por la rapidez y por la suerte al espectador desprevenido.
Consiguió
así este hombre ser distinto, el único oyente que nunca sabía el final del
relato.
***
Nunca
se sabe qué es peor, si cuando las campanas suenan de forma tan fuerte que
tienes que respetar, quieras que no, su sentido sin sentido, o cuando suenan de
modo tranquilo y logras colocar sobre ellas el sentido tuyo que, quieran que
no, han de soportar resignadas.
Y
no se sabe porque en el caso primero carecen de sentido, pero en el segundo
dejan de ser lo que son. y para oírme a mí mismo no necesito intermediarios.
Recuerdo
una vez que una niña pequeña me tenía cogido de la mano (ella a mí, no yo a
ella) y me traía y llevaba como esos perros tozudos a sus estúpidos dueños,
cuando de pronto dijo algo que no entendí pero que requería respuesta. Me sentí
entonces como me siento siempre en medio del dilema más entrañable y esencial
del mundo: responder sin sentido, que no es responder, o responder con sentido
a una pregunta que no se ha escuchado. O no responder.
Ya
me diréis si no es eso la vida [una niña pequeña que tira de tu mano y hace
preguntas que tienes que responder aunque no puedes].
***
Querido
diario: hoy no es hoy, te estoy engañando, si pongo una fecha que no es la
fecha ya no puedes tú saber de qué día se trata.
Me
encanta engañarte, diario querido, poner el domingo lo que hice el sábado, o
mejor aún, lo que haré el lunes.
Siento
que te ríes, que piensas que seré yo mismo el engañado y estúpido cuando vuelva
a leerte pasado mucho tiempo, pero lo cierto es que no es cierto, a quien deseo
engañar es a mi memoria.
Ya
veo que comprendes, ahora entiendes por fin de qué amores te hablo que nunca
han existido, los relatos de hijos que nunca nacieron, historias de amigos
imaginarios que nada saben de mí, eres un libro listo, no te puedo engañar, me
alegra que mi memoria no sea de papel.
No
he debido borrar tus páginas futuras, ahora no sabré nunca qué me aguarda
mañana.
***
Enseguida
se comprende qué soñaba aquel hombre teniendo como tenía un hijo tonto.
Su
sueño primero y más elemental era que el hijo, por modo milagroso y siguiendo
vías directamente celestiales, dejaba de ser tonto y se volvía listo como el
que más.
¿Y
ya? ¿Estaba al fin contento el hombre aquél, padre repentino de hijo con
talento?
No
tal, sino que se angustiaba ahora por la segunda desgracia que había pasado a
primer plano. El hijo listo antes tonto era, siempre lo había sido, vago e
inconsistente, entregado a la pereza. Soñaba pues aquel hombre con un milagro
que hiciera de su hijo el más diligente, trabajador y ejecutivo de los sujetos
humanos.
¿Y
ya?
Bien,
ser listo y trabajador de ninguna manera te asegura, antes al contrario, la
suerte en el trabajo. Así pues rezaba aquel hombre para conseguir un tercer
milagro (y éste difícil si los hay).
¿Y
ya?
¿Basta
acaso tener suerte en el trabajo si nadie reconoce tu mérito? ¿No es lógico
desear que alguien que es genial, trabajador y está en lo suyo, alcance metas
que todo el mundo reconozca?
¿Y
que se le premie luego con la gloria profesional?
¿Y
qué decir del dinero, sólo los estúpidos ineficientes van a gozar de él?
En
fin... recordad que tenemos que deshacer el camino recorrido a lo largo del
sueño si queremos volver a la realidad: de la riqueza a la gloria, de la gloria
al trabajo, del trabajo a la diligencia, de la diligencia al talento, del
talento al hijo mondo y lirondo, tonto, vago y sin trabajo ni suerte.
Ya
puestos, sigamos un poco antes de despertar, y libremos al pobre hombre también
del hijo. Para lo que servía...
Estúpido
será: ahora sueña con tener un hijo...
***
Ya
no era la misma, Rinta, cuando volvió del parque. ¿El espíritu misterioso del
bosque le había hablado al oído?...¿Pájaros sin nombre de colores brillantes
arañaron para siempre la piel de su fantasía?... ¿Depositó acaso el amor, aún
que tan niña, sus larvas de pus en los alvéolos de su pecho?...
Lo
sabe ella, pero dejó de reír, mujer se hizo, mira con distancia y ojos redondos
a su madre, se ha negado a volver al parque conmigo.
***
*** ***
-
Veamos, ¿qué es lo que te gusta a ti de un cuento como éste?
-
No lo sé, creo que todo.
-
¿Que violen a una niña en el parque, por ejemplo, que la viole probablemente su
propio padre? ¿Es eso?
-
No, eso no, claro está...
-
Pues me quitas un peso de encima... La pobre Rinta...
-
No, Rinta no, seguro, prefiero a su hermanita pequeña. A mi me gustan las niñas,
pero enteras.
-
¿Eres consciente de las barbaridades que dices? ¿se trata de decir la salvajada
mayor, como si fuera un concurso?
-
Pero si Rinta no existe, ni su hermana menor, son solamente personajes
ficticios...
-
¡Pero existe el pensamiento, existe la intención!
-
¡Que no!... que en este pueblo ni siquiera tenemos parque...
-
¿No tenéis parque aquí?
-
No...
-
¡Ah, bueno!... Pues muy buenas tardes. Vámonos, hija, que aquí no hay parque.
***
-
¿Quién crees tú ser exactamente?
-
Lo de exactamente es lo que me aturde. Creo ser un buen esposo, un buen padre,
un buen profesor, incluso un buen escritor. Pero ¿exactamente?
-
Es una manera de hablar, el afán de colocar adverbios por todas las grietas de
la frase.
-
Nada hay exactamente, las cosas no tienen ni en su ser ni en su proceso límites
definidos.
-
No te entiendo.
-
Pues es sencillo. Yo soy un buen esposo, pero mi egoísmo dista mucho de haber
disminuido con el paso del tiempo, así que lo soy, pero no exactamente. Y soy
un buen padre, aunque solamente sigo el rumbo cuando tiro a la basura la
brújula de seguirlos. Así que exactamente... Soy un buen profesor, pero enseño
lo que creo interesante, lo que la sociedad cree importante y a mí me parece
necio me niego a enseñarlo, así que exactamente... Y en cuanto a buen escritor,
yo creo ser el genio literario más excelso que han visto los siglos, pero sólo
yo creo esa evidente verdad. Así que exactamente...
-
Ya, ya veo... Bien, pues suprimimos el adverbio y no se hable más.
-
Me parece bien.
-
¿Y queda la cosa?
-
Pues nada, que soy un buen esposo, padre, profesor, escritor.
-
¿Y como sujeto humano, qué tal eres?
-
Pasable, intermedio, corriente, del montón.
-
Resumiendo: que eres egoísta, aprensivo, terco, vanidoso y del montón. ¿No es
eso?
-
Exactamente.
***
Nunca
se vuelve desde el futuro, parece.
Incluso
desde el pasado no se vuelve.
¿Y
a dónde se podría volver, si el presente no existe?
Cuando
me siento a pensar no distingo, en cuanto a la irrealidad y al sentimiento,
pasado de futuro, recuerdo de proyecto, lo que no quise hacer y lo que no podré
hacer, que son a la postre la misma cosa, pues lo que hice y lo que haré,
olvidado y anegado en la corriente del tiempo, no cuentan.
***
Nada
se le puede comparar. No hay nada igual ni siquiera parecido. Se sopesan los
cielos, y no se equiparan. Se sopesa la luz, y nada. Se sopesa el amor,
tampoco.
Dioses,
recuerdos, placeres y dalias, el ocaso dorado y el lucero del alba. Nada, no se
parecen.
La
vida. No, tampoco se parece.
***
Me
mató de un solo golpe
como
yo le había matado,
los
triángulos semejantes
tienen
los lados homólogos de dorado resplandor 1051.
(Poema
dedicado al geómetra loco que habita, por separado, en uno de mis lóbulos
cerebrales).
Ejercicio
para el alumno [1]: demuéstrese que el poema anterior no es literatura.
Ejercicio
para el alumno [2]: demuéstrese que la dedicatoria sí lo es.
Ejercicio
para el alumno [3]: demuéstrese que el geómetra y el loco no habitan por
separado.
Tema
de redacción: ¿qué hay de especialmente trágico en 1051, habida
cuenta de que los granos de arena son semillas de chips?.
***
Deseo
escribir un relato con otro método, otro sistema o procedimiento, atomizado,
desmembrado hasta sus más mínimos elementos. No juntando párrafos, ni palabras,
ni siquiera sílabas o letras, sino puntos microscópicos, punto a punto,
siguiendo la línea.
Por
ejemplo, comenzar por un punto impalpable de la parte superior de la letra ‘D’
que empieza este texto. Luego el punto impalpable de la parte superior de la
letra ‘e’, luego de la ‘s’, de la ‘e’ siguiente, de la ‘o’, etc. hasta acabar
la fila superior de puntos impalpables de esas letras, y empezar luego con un
punto impalpable de la fila inmediatamente siguiente de la letra ‘D’... y así
sucesivamente.
Conozco
a alguien que no hace los puzzles buscando grupos de piezas que tengan sentido,
sino buscando la primera de la izquierda de la fila superior, la segunda de la
misma fila, etc., hasta acabar por la última a la derecha de la fila inferior.
Así quiero yo escribir un relato, uno que hable de hermosos sentimientos y
luminosas ideas, de grandes pasiones y elegantes conceptos. Por ejemplo éste:
estábamos naciendo cuando se dio de repente la orden de
volver. y aquí seguimos.
***
Me
gusta la esfera que no tiene fin ni tiene principio, y es como este mundo y
como la humana vida. No me gusta en cambio lo que tiene cabos, que empieza y
termina, que antes no era y luego no será. Como la esfera.
***
-
Me gustaría que me hablases un poco de la amistad. Tienes páginas muy bellas
sobre ese tema, incluso has llegado a decir que los dioses nos envidian a causa
de la amistad... Ahora bien, ¿qué crees realmente?
-
Soledad y amistad son los dos elementos del dilema, y no hay más, a eso se
reduce todo.
-
¿Amor, sexo, pasión... no cuentan?
-
O se tiene amistad o se está solo. Si tienes sexo pero no amistad, estás solo.
Si tienes pasión, pero no amistad, estás solo. En fin, si cupiese que tengas
amor, pero no amistad, estarías solo. Y conceptos como compañerismo,
camaradería, etc., o son amistad o no son nada.
-
Y, claro, la soledad es la sombra.
-
No creo eso. He hablado de que todo consiste en el dilema soledad-amistad, pero
ambas cosas me parecen igualmente humanas, dignas, suficientes, hasta hermosas.
Quizá ni siquiera se excluyen. Tal vez se suponen, se potencian, la amistad
hace al espíritu más firme y más hondo, más solitario, pues. Y a lo mejor la
soledad le da a la amistad dimensión de intratiempo que por sí quizá no
contenga.
-
Pero la soledad no todo el mundo la soporta.
-
No, en efecto, la mayor parte de la gente la odia.
-
Sobre todo ellos.
-
Sobre todo ellos.
-
Nosotras la aguantamos mejor.
-
Nosotras comprendemos mejor, no estamos en el mundo, como ellos, estamos sobre
el mundo.
***
No
dejaré que las campanas
rebasen
de ecos los cauces de tu historia,
ni
dejaré que los mares
inunden
tu solitario destino.
Ven
a mí cuando quieras,
cuando
necesites
que
el amor te roce los párpados quemados,
cuando
sientas deseos de irte sin vuelta,
cuando
la tarde seque la saliva
en
los labios agrietados de tu corazón.
Pero
no me llames por mi nombre,
no
quiero
que
el viento sepa que existo,
que
marquen las huellas de mi paso
con
la sangre de tantos días perdidos.
Si
debemos olvidar para ser,
si
hay que borrar para encontrarse,
si
perder es el modo de ganar,
no
quiero ganar ni que tú ganes,
no
quiero ser ni que tú seas,
no
quiero olvidar ni que tú olvides,
porque
el registro general de las palabras
es
una lista de poemas sin voces,
y
yo no quiero
que
el viento sepa que existo.
Con
que tú lo recuerdes y lo olvides
me
basta y no me basta y me basta.
El
nombre mi nombre es lo único
que
no se debe al capricho de los dioses,
cada
vez que tu boca lo dice
el
cristal se hace líquido y repite
en
ondas sus sílabas de fuego.
Ahora
por fin sabemos todos
que
no tengo nombre ningún nombre
porque
las palabras no saben contenerlo
y
no hay otra cosa que palabras
en
este universo que me ignora.
***
‘Lágrimas
de cebolla’ lloraba por todo, grandes tragedias y tristezas menores, incluso
anécdotas triviales del diario vivir. Pero ésa era su condición, la lágrima
fácil, y llegó de ese modo a ganarse la vida, como plañidero de entierros,
incluso en bodas lloró, le pagó una viuda que se quedaba sin hijo.
‘Lágrimas
de cebolla’ no tenía que esforzarse, le bastaba pensar en lo que él bien sabía
y... ¡hala! a llorar como un río.
Hasta
que un buen día el río se secó y ‘Lágrimas de cebolla’ se quedó sin lágrimas,
vaya usted a saber la razón.
Le
cambiaron de nombre y pasó a ser ‘Secarroyo’, y tuvo que ganarse la vida de
reidor oficial, en bodas e incluso entierros, la nuera de aquella viuda le pagó
al enviudar.
Cuando
le llegó la hora y le taparon con tierra, las gentes del pueblo no sabían si
reír o llorar, echaban de menos sus buenos oficios, con gusto le hubieran
contratado para su propio sepelio.
Muchos
nos hemos quedado, además, sin oficio, que dependíamos de él para nuestra
labor, sin ir más lejos yo, que mato por dinero. Por eso le recuerdo, qué buen
amigo era el gran ‘Secarroyo’, mi último trabajo, me pagaron las viudas.
***
Me
hago eco de y te repito lo que tantos críticos dicen de ti y de tu obra:
demasiada poesía que a nada viene, pocos argumentos directos, mucha metáfora,
anáfora y retófora.
¿No
podrías soltar un párrafo sin redundantes, reiteradas, repetidas adjetivación y
adverbiamenta?
Por
ejemplo:
“Cuando
se enteraron la viuda y su hija de que habían puesto los ojos, sin saber la una
de la otra, en el mismo hombre, ya fue tarde para remediar los tirones del
instinto, estaban muy clavadas por el mismo clavo. Tuvieron en silencio una
feroz pelea, cerradas puertas y postigos y bocas, y estuvieron luego tres
semanas sin salir, curando heridas y trazando planes. Ahora al fin están bien
avenidas, como que son de la misma sangre, y quizá por haberse ido del pueblo
la razón de su encono. Riegan por turnos el jardín donde crece lujuriosa cierta
mata de amarilis blancos y también por turnos usan el pene momificado que
guardan en formol y siempre está erecto.”
Algo
así, tachando incluso el exceso de adjetivos, pero no ya 15 líneas, sino 500
páginas.
***
Hizo
con la soledad un molino de papel, cortando el abstracto en forma de cuadrado,
luego cortes diagonales sin llegar hasta el centro, picar cada doblando esquina
en alfiler de cabeza muy juntas en azabache negro. Y fijar la veleta a un palo
inmutable.
Y
a volar tiempos y espacios como si fuesen.
Me
tropiezo con ella y con su molino rojo en cada atardecer del día en que
susurran diario feroces y verjuradas las hojas de mi.
Me
mira y el molino con sus ojos aspas se me clava grises en el corazón. Se me
clavan rojas y me deja solo, no me deja solo, acompañado de mí, yo soy la firme
estaca de cuarzo aristado, la veleta gira y me lleva azabache, por mi nuca sobresale
la punta del tiempo.
***
Los
monjes del cenobio de Russk eran mudos por propia voluntad, de novicios se
cortaban la lengua con sus propios dientes antes de ir a enterrarse en vida en
las cuevas de lava de las laderas del Russk.
Por
eso mi relato no trata de las palabras que los monjes decían, pero sí de las
figuras que en las paredes de las cuevas pintaron, pues los hombres no pueden
vivir si no se comunican, ya sea con los que habitan el mismo tiempo aunque
distinto espacio, ya con los que habiten el mismo espacio aunque distinto
tiempo.
Las
cuevas del Russk son libros entregados al tiempo y hablan solamente a otros
monjes futuros, cada cual a un descendiente al que no conocerá, es un diálogo
sin final en que cada interlocutor habla y muere, habla y muere, habla y muere.
No
basta visitar las cuevas para intervenir en esa conversación milenaria y
fantástica, pues los signos de cada cueva solamente cobran sentido después de
toda una vida de estudio y análisis, cada monje descubre el significado con el
tiempo justo para poder dibujar su propio mensaje y morir enseguida con los
dedos llenos todavía de ocres y bermellones.
Una
cuestión trivial es si se han pintado sólo los signos del primero y los
siguientes nada han añadido al mensaje inicial, o si cada monje ciertamente
aumenta los símbolos. Tanto aumentar como no hacerlo son mensaje ambas cosas,
mucho dice también el que solamente asiente al discurso de otro.
Mi
vida me avisa de la muerte cercana, nada deseo añadir al mensaje recibido,
ahora que los largos años de meditación me han permitido entender su íntima
verdad, dejaré para mi sucesor la cueva como está, lava desnuda que nadie ha
mancillado con ninguna señal.
***
-
¿Has pensado acaso que cuando vuelvas a releer estas páginas dentro de un tiempo
creerás que la página 51 habrá sido escrita antes de la 52 y la 39 después de
la 38?
-
¿Y no habrá sido así?
-
Naturalmente, caramba... Puesto que son cuadernillos de cuatro hojas y 16
páginas, has escrito la 52 después de la 37, que pertenecen a la misma cara de
la misma hoja y la 39 la has escrito después de la 51, y así...
-
Lo cual le dará un sorprendente carácter, y quizá se noten ciertos saltos...
-
¡Calla!
-
¿Qué pasa?
-
Que ya no estamos solos... ¿No notas a nadie más?
-
Tienes razón: ya no estamos sólo nosotros dos, ahora somos tres... Oye, tú...
tú, sí, el nuevo, ¿quién demonios eres?
-
¡Qué pregunta más tonta!... ¿Es que no lo ves? ...Soy Legión, naturalmente.
-
¿Perteneces a...?
-
Pertenecemos.
-
Hasta ahora no te habías hecho notar.
-
Te equivocas: esos saltos a los que te estabas refiriendo los he dado yo.
-
¿Tienen sentido?
-
Por supuesto que no, ése es mi trabajo, que las cosas pierdan el sentido que
tuvieran.
-
Pero si dices que perteneces...
-
Pues por eso, somos uno y los mismos quienes damos sentido y quienes lo
quitamos. Estos diamonólogos te están trastornando.
-
No creo que existas, eres una alucinación.
-
Ahora, al fin, aciertas: lo somos.
-
Bueno, pues quiero irme, dejar esta conversación que no existe, despertarme.
-
No creo que puedas, aún no es tu hora.
-
¿Y tu nombre es Legión?
-
¿El mío?... No seas estúpido, hombre: es el tuyo.
***
Veces
hubo en que hubiese preferido volver, me tentaba la soledad como una flor de
aroma indispensable, no deseaba segar bajo mis pies la yerba del pasado.
Ijossomosdelamor¿?másviendelmiedo
Pero
quizá la muerte es una simple cuestión de ortografía.
***
La
arena se deshace en agua y la clepsidra es más rápida y más feroz que el
horosabulo, no me deja vivir tantas cosas en el mismo minuto.
Pero
volveré a vivir y otra vez a vivir hasta que sepa hacerlo bien y aprovechar las
lecciones.
Soy
torpe, no díscolo, lento en aprender pero no desobediente, si mis maestros lo
disponen, gustosamente volveré a repetir mis deberes.
¿No
he hecho bien las sumas y las restas del amor y de la amistad?... ¿Me he
confundido en la justicia llevándome, en la esperanza al sacar decimales,
obtuve un resultado imposible en la raíz cuadrada de la bondad, en la tercera
potencia de lágrima, 3x(soledad) no es igual a 1000/ambición?... Y, peor aún,
¿sabiduría no se pone con f de ‘futuro’, sino con n, de ‘necedad’?...
Bueno,
no pasa nada, volveré a repetir mis deberes, ahora mismo saco otra vez del
baúl los viejos libros de texto y
empezaré de nuevo por la primera cartilla: “la ‘m’ con la ‘a’, am, y la ‘a’ con
la ‘m’ ma... A ver, a ver... am, am, ma, ma, ama, amar, a mar gu ra.
Esta
vez lo haré bien, no tendré que repetir el curso. El agua se hace arena y la
arena cristal, veo a su través las gruesas palabras infantiles de mi libro de
texto.
***
-
Me parece que este diario es un subterfugio, que no pretendes en realidad
hablar contigo mismo, sino, como siempre, con los demás, con los infinitos
lectores que todo escritor desea. Lo que ocurre es que prefieres este disimulado
cauce para poder permitirte ciertas licencias y permitir a los tuyos menos
exigencias críticas que otras veces. Vamos, para que tengan que aplaudir lo
bueno porque es bueno y no puedan criticar lo malo porque el único capaz de
juzgar es el destinatario: tú. Además, este ir y venir sin molestarse en buscar
argumentos, cambiando a capricho de rumbo entre párrafo y párrafo, una libertad
que has querido siempre y nunca has podido tomarte. Item más: hacer frases como
la anterior, que carece de verbo principal y estrictamente de sentido, o ésta
misma donde también piensas hacer igual. ¿Que se te antoja alguna veleidad
gongorina como la página 51, o esa necedad ‘escueto-limpia’ de argumento
‘barroco-sucio’ de la página 50?... Pues nada, para eso es un diario íntimo.
Qué quieres que te diga... si te pones de este modo, lo mejor sería que
prescindieras de verdad de posibles lectores, dejases el subterfugio y
escribieras unas páginas exclusivamente dirigidas a ti, una especie de diario
personal. ¿Qué te parecería algo como un ‘Diario sin días’?.
-
Sí.
-
Bueno, caramba, tampoco es para ponerse así...
***
No
vengas tarde de donde sea que vayas, recuerda que el tiempo que paso
esperándote es tiempo que me quitas de vida.
Y
dejó que se fuera y tardó todo el tiempo en volver pues no volvió nunca y
perdió toda su vida en la espera y ni siquiera encontró luego sitio en la
eternidad y ésta es toda la historia y éste el relato que más me entristece de
todos los que cuento y ya no sé qué más decir para que no te marches y tengo
miedo de que no vuelvas nunca.
No
vengas tarde de donde sea que vayas, recuer... Y.
[¡Qué
debilidad he tenido siempre por los relatos que acaban!. La gente no lo
entiende: siempre quieren que acaben bien].
***
Amor
y soledad son amigos del alma: se envían clientes el uno al otro.
***
Nunca
me ha gustado usar en mis escritos los salvajes extranjerismos que con tanta
ingenuidad adoptan los españoles de otras lenguas por tanto bárbaras.
Pero
¿excluyen esos términos toda posibilidad de literatura?... Quiero hacer una
prueba con un palabro wysp (white yanky saxon protestant):
“
Al cambiar de canal para evitar anuncios, se
encontró, en plena crónica de sucesos, con el rostro muerto, sangriento e
inequívoco de su amadísimo hijo único ocupando toda la pantalla. Así que
rápidamente hizo zapping.”
***
Preguntó
el precio de un destino glorioso. Le pidieron por él morir antes de cumplirlo.
Le convino y pagó el precio.
***
*** ***
Ahora
se puede adornar este tema con unas 250.000 palabras y tienes un novelón de 500
páginas, pero lo esencial ya está ahí. La novela que la escriba otro, uno de
esos que se ponen por la mañana a las ocho a trabajar como un oficinista, para
que la inspiración les pille trabajando.
(Si,
lo sé, ya los he ridiculizado antes: es que me sacan de quicio, un día tengo
que preguntarme por qué).
Por
cierto, el novelón ya está escrito muchas veces, todas aquellas historias en
que el héroe, después de pasarlo horrible y estar a punto de conseguir su
objetivo, muere un instante antes y le dejan, como al lector, con un palmo de
narices, desde Moisés a mi pobrecita Isveth. Gracias que los dioses les hacemos
a nuestros elegidos.
***
Se
le apareció su dios y le envió a los caminos para repetir el mensaje. Era de la
clase de arrepentíos esto se acaba (el mensaje), y de la clase lo que tú mandes
dios mío (él).
Salió
a los caminos, predicó el mensaje (con voz, con ejemplo, con gesto, con
resignación), le mataron de puro aburrimiento. Y luego no era el fin del mundo,
sino sólo el del capítulo, el dios estaba muy dormido porque se quedó leyendo
hasta tarde la historia de la gente, y metió la pata. Además no se hubiera
tratado de arrepentirse sino de apresurarse.
En
fin, que ahora está aquí con nosotros, me duele que a este fracasado estúpido
le hayan considerado de nuestro grupo, estamos yo, un obrero comunista que se
pasó 45 años en las cárceles franquistas, el célibe y honesto cura de remota
parroquia y una bellísima virgen que amó platónicamente toda su vida a un
casado.
No
sé cómo demonios organizan esto, ya sólo nos falta gandhi, no te jode.
***
Un
pensamiento me horroriza de la posible muerte pública por accidente o incidente
callejeros. Como soy tan pudoroso, tímido (acomplejado por el deforme diseño de
mi perfil anatómico, desgastado además por insalubres hábitos tróficos y por
las salvajes agresiones de mi feroz inteligencia), resulta que pienso lo
terrible que será verse desnudo y ofrecido a la pública patetidad. Porque,
claro, quemar, destrozar, harapear en suma dos piececillas de ropa interior,
una camisa y unos vaqueros, tiene que ser muy fácil, cualquier accidentillo de
mierda que baste para matarte también te dejará desnudo.
Y
muerto pase, pero ¿qué hago yo desnudo y sin poder taparme en medio de la calle
y bajo la mirada complacida de los paseantes?
Por
eso llevo siempre bajo la piel una máscara, una veste de seguridad, un como
ropón de entretejidos desprecio, asco, soledad y distancia. Sí que roza por las
costuras en las bisagras del alma, pero abriga y defiende. Y os vais a quedar
con las ganas de verme desnudo más allá de las tripas.
***
Más
hace una oración a un dios inexistente que una blasfemia a un dios injusto.
Aunque
¿no es acaso blasfemia orar a dioses que no existen?
Y
los dioses injustos tienen al menos chamanes interesados a los que se puede
comprar.
O
sea, no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, poderoso
caballero es don dinero, más difícil es que entre un pobre en el reino que que
un camello se meta por el ojo de una aguja, el que a buen árbol se arrima buena
sombra le cobija y si naces sin orejas todo te serán insultos [a elegir].
[Lecciones
de moral, capítulo V acerca de trato con dioses, destinos, y otros azares, pag.
78].
***
“¡Olé
tu pelo dorado donde el sol aprende crepúsculos ¡”
“¡
Si cierras tus ojos, niñacielo, a ver de qué luz se van a colgar las estrellas
!”
***
*** ***
“¡
Ese culo se mece, y hasta la nata se pone tiesa !”
“¡
Hembra brava: hueles que mato a todos los demás !”
***
*** ***
Las
dos parejas de requiebros se proponen prole diferente. Con la primera es de
esperar un notario de clase media que haga poemas de incógnito. Con la segunda
se pretende, por el contrario, un desahogo de zumos espesos que deje como
residuo algún peludo gañán de cejas hirsutas.
Con
todo, ambas clases nacen del mismo origen, nada que una castración a tiempo no
pueda arreglar.
Por
su parte, la hembra que recibe tales piropos puede reaccionar de muchos modos.
Sospecha de aquélla a quien le gusten los primeros y repudie los segundos: no
quiere que la amen por su cuerpo, sino por una cosa que ella llama espíritu y
que solamente es fruto de una educación que ha mutilado los diccionarios.
Pero
en fin, si en tu sociedad o en tu tiempo no están permitidas las violaciones,
entonces, para no meter la pata, lo mejor sería una fórmula intermedia. Por
ejemplo:
“¡
Olé tu culo dorado, donde el sol se pone tieso !”
“¡
Si cierras tus ojos, dejaremos de olerte !”
***
Otra
vez quiero un cuento seco, sin adjetivos ni adverbios, incluso, si se puede,
sin sustantivos ni verbos: un par de interjecciones, tres signos de puntuación
seguidos (un punto, un paréntesis, una coma), y se acabó. Literatura rápida y
directa, lo propio de este tiempo que ama la vida (redonda, plástica, con
patatas de fibra en tiras y aros de cebolla de mica y pvc rebozados con huevos
de aluminio).
Lo
que nos pasa, por desgracia, a Dostoyewski, al viejo Brueghel, a Mozart y a mí
es que necesitamos un poco de farfolla para adornar nuestras creaciones, no
somos capaces de producir al palo seco de una coma, un punto y una exclamación.
Pero
en fin, allá va un tímido intento:
“-
¡Aj!... dijo con asco la muerte y vomitó.”
***
Han
venido a verte muchedumbres sin cuento, todos están silenciosos, por señas me
indican que tú pondrás en su boca las palabras debidas.
Pero
no te dejes engañar, no tienen boca.
Esperan
tranquilos a que traces en sus mejillas los surcos de lágrimas vivas a partir
de los ojos dorados con que miran tu rostro.
Pero
no te dejes engañar, no tienen mejillas. Y sus ojos no existen, que no te
mientan.
Lo
que quieren realmente es hablar con tu boca, mirar por tus ojos, llorar en las
mejillas que perfilan tu rostro... Aunque se engañan a sí mismos, tú no tienes
rostro.
***
Derramaba
las lágrimas una a una, espaciadas y lentas, como quien tiene pocas y las
valora mucho al arriesgarlas en la siempre ruleta veleidosa del tiempo.
Era
el hermano mayor y marcaba los rumbos cuando faltaron los argumentos del
destino, la luna sabe.
Emigraron
luego a tierras de lejos, donde de mar a mar no hay pozos ni los ríos salen a
cielo abierto. Cielo abierto, la luna sabe.
Pero
no quiso dejar huellas de su ruta a través, ruta a través, ruta a través, qué
frase falsa, ninguna ruta atraviesa el tiempo, macizo, feroz, denso, tinieblo,
nunca agrietado por filo ninguno, la luna sabe.
Y
fue rompiendo, uno a uno, los eslabones de la cadena, empezando por el hermano
menor, hasta llegar a sí mismo.
Recuerdo
el valle en que encontré los cuerpos, el suyo se agitaba todavía, sí que los
había salvado a todos de la tragedia de un mundo remoto y extraño.
Nunca
supe de otros emigrantes como ellos, pero muchos vinieron solos, sin hermano
mayor.
Recuerdo
aquel valle, fría luz en medio de la noche, la luna sabe.
Y
sus palabras finales: “Nadie puede vivir lejos de sus raíces”, mientras dejaba
que cada lágrima secara su cauce antes de llorar la siguiente.
Era
mi hermano, la luna sabe.
***
Noto
que estas páginas, al ir dirigidas a ti mismo, son diferentes a las habituales,
suenan distinto. Carecen de la magia de lo imprevisto, siguen derroteros
ambiguos en lugar del certero camino que suelen seguir otras veces en busca de
un sentido y de un significado. Ahora parecen seguir los caprichos erráticos de
un monólogo interior que no necesita ni pretende ser coherente.
No
sé si me gustan o me disgustan, me parecen de corcho cuando estaba acostumbrado
a que fuesen de cristal y de fuego, de sombra y de tiniebla hecha de luz, no sé
si me gustan o me disgustan, no me gustan y no me disgustan, son de corcho y
antes eran de magia y de asombro.
Aunque
eso sí: si las pinchas con la aguja del alma, clavada se queda en ellas, es un
corcho definitivo, parece talmente un destino.
Quizá
lo que sucede es que estas palabras no se proponen ningún objetivo ajeno a
ellas: son ellas mismas su propio propósito.
***
Volvamos
al tema de no sé qué página sobre si escribo para mí o eso es mentira y
subterfugio. Por algún sitio anda la cuestión, no tengo ganas de buscarla.
Para
empezar, éste es un falso diario, ni por sueños escribo una página al día,
incluso perdiendo el tiempo con otras sandeces, escribo por lo menos 8 o 10
páginas al día, hoy ya llevo cuatro, ésta es la quinta.
Además,
pienso acabarlo cuando se me acabe el papel que me ha sobrado de la agenda de
mi sobrina Ana, ya que ese papel sobrante es la causa de que lo esté
escribiendo, talmente como el que pone un rato el nº 1 para violín y orquesta
de Luzwig mientras espera que le llamen por teléfono para salir a echar la
partida.
Y
luego, si viviera solo en el universo ¿acaso escribiría este diario?
Siempre
se llega a lo mismo, acaba uno haciendo preguntas tontas, las mismas preguntas.
Pues claro, caramba ¿cómo me creo entonces que vivo?
***
Aquel
hombre volvía de tan lejos que nunca terminaba de llegar, aunque le habíamos
entrevisto en el lejano horizonte recortándose en la plata dorada del ocaso.
Ya
nos llegaban las notas, hasta las palabras, de su canción, pero él no llegaba.
Ya
recibíamos su aroma de viajero interior, el olor a lavanda y a yerbabuena de los
valles del alma, pero no podíamos recibirle a él.
Una
cortina transparente pero infranqueable de niebla cristalina le impedía, o
quizá nos impedía a nosotros, llegar que llegásemos.
Por
eso mi voz le grita aunque no sé si la oye, mi palabra le apunta aunque no sé
si la recibe, mi alma múltiple como los cristales del caleidoscopio le envuelve
aunque no sé si le ilumina.
Tan
cerca los veo y no consigo llegar hasta ellos, el crepúsculo me sujeta con su
luz a mi espalda, quizá no quieren que les dé alcance, quizá no quiero
alcanzarlos, quizá no existen, quizá no existe, hemos imaginado su silueta pero
sólo es un espejismo de la tarde.
La
luz nos separa de nosotros mismos, solamente la sombra nos reúne.
***
Con
oro me compraron para traicionar a los míos, y por el oro acepté siempre creí
que nunca lo haría.
En
el crisol del oro hallé la venganza, no los he matado por odio, sino por
dinero.
El
oro ha matado a mis fuentes y ha roto los cauces por los que habría de fluir mi
sangre, bajo el sol se pudren mis padres, mis hijos, todos mis amores he
convertido en oro.
Maldito
de los hombres, de los dioses, de los míos y de los extraños, recorro las
sendas de la soledad derramando riquezas que nunca se gastan.
No
es que el oro que me pagaron fuera infinito, sino que voy vendiendo mi
arrepentimiento a medida que me quedo sin monedas.
Tampoco
es que mi arrepentimiento sea infinito y encuentre, además, comprador sin
término, sino que voy vendiendo mi olvido a medida que me voy quedando sin
arrepentimiento.
En
fin, que he cometido una estupidez, tanto oro tanto oro y no tengo nadie que lo
herede.
***
La
pradera en la que pastas es tu hogar, tu tumba, y tu cuerpo hará la yerba que
pasten tus hijos. Tu estirpe no es distinta del paisaje en que muge, y el
mugido es lo único que permanece un instante. De ahí estas páginas.
***
Salieron
los monjes en fila, silenciosos, tapados los rostros por las umbrías alas de
capuchas estameñas y pardas, las manos ocultas mangas continuas, nudos al cinto
de largas cuerdas y sandalias de cuero sin masticar negro de caminos que no de
curtidos.
Uno
de los monjes no es inocente.
¿Podemos
saber certera y rápidamente cuál y quién y cuyo es el pecado?
Rápidamente
no, se necesita una vida.
Pues
acabemos con ese mundo por entero y así nos curamos en salud.
***
*** ***
Regresan
los monjes silenciosos y en fila, tapadas las alas estameñas de nudos y ocultos
las capuchas sus rostros de cuerda por cueros de pardos, masticadas sus almas
de umbríos caminos, y uno de los monjes no es culpable.
Todos
no obstante vuelvan a su origen, que no hayan sido nunca ni nunca hayan sido.
***
*** ***
Pero
ya lo sabíais ¿verdad?: el que no es inocente es el que no es culpable.
***
Me
he sentado a jugar contra mi destino una partida de naipes marcados. Situación
tópica, si las hay, de toda literatura místico-trasnochada.
Hagamos
cambios.
No
me he sentado, estoy de pie.
Las
cartas no están marcadas.
No
son cartas.
No
es mi destino.
No
se trata de un juego.
Veamos
pues: estoy aquí de pie, soy tu destino, el juego ha terminado, he venido a que
mueras.
¿Es
así menos tópico y menos melodramático?
Pues
yo creo que sí, por mucho que se diga siempre es menos melodramático matar que
que te maten, ser tú el destino de otro y no que otro sea tu destino.
En
cuanto a las cartas (no me vais a creer) no quiero jugar ni aunque me permitáis
empezar el juego teniendo yo previamente todos los ases. Maldita sea, que
jueguen los dioses que no saben hacer otra cosa, yo tengo mucho trabajo.
***
¿Hace
otro cuentito?
“El
niño moribundo a su padre: ‘vente conmigo’.”
[Si
no te gusta tan corto, pues alargas la agonía del niño y ya está].
***
De
haber sido músico en lugar de escritor y haber encauzado por allí la
creatividad que se me susurra al oído ¿habría podido expresar en sonidos lo que
expreso en palabras? ¿Sería posible en el pentagrama un diario como éste?
Pero
me parece que la pregunta está mal planteada, no se trata de si habría podido
más o menos de un tema que quizá no me sea preferido. Pulsando directamente el
sentimiento, sin conceptos ni otros intermedios abstractos que se dirigen a la
inteligencia, habría tocado más hondo aunque fuese menos matizado. Y ahora
mismo no sé qué prefiero, pero no se me ha dado a preferir.
Sé
que todo el mundo escucha la música y que pocos escuchan la palabra, y tampoco
esto me sirve como salida o conclusión del análisis.
Si
he de ser sincero, lo que de verdad me gustaría ser, y que no soy, es un lector
tan competente y agudo, tan creativo y fino de mis propios escritos como lo soy
en cuanto autor de los mismos. Y en lo referente a la música ¿qué tal que todos
los demás fuesen sordos y sólo sonara para mí?... Pero me temo que todo se ha
producido al revés...
***
Mis
recuerdos personales no me producen nostalgia, pero sí me la producen los
recuerdos ajenos, incluso abstractos, de la historia, de la literatura, de un
pasado impersonal e intemporal. ¿Por qué?
Porque
no tengo memoria, supongo, yo vivo en mi inteligencia, nunca he tenido libro
del pasado, cada vez invento la rueda. Los rostros que se fueron se fueron sin
dejar perfiles, los afectos que fueron en verdad lo fueron, que significa que
sí los hubo y que no los hay.
Pero
como la nostalgia debe de ser una pieza esencial de la panoplia sentimental del
hombre, pues me llenan de nostalgia recuerdos apócrifos que el arte o la
narración se inventan para uso de amnésicos emocionales como yo.
Si
la vida del hombre se dilata de pasado a presente y de presente a futuro, mi
relato es en cambio un reloj que se va borrando según quema cada cuadrante,
primero círculo completo, luego queso probado, luna menguante, arco de medio
punto, cuadrante cumplido, cuadrante raspado, no puede ser ya mucho más de
punta más o menos ancha de flecha o de lanza...
Me
inventé la niñez, una juventud madura, me inventé para siempre el amor y el
hijo perfectos, día a día me invento trabajo y amigos, empiezo a modelar en mi
alma la sombra, yo nunca recuerdo, no tengo memoria, vivo en la inteligencia,
cada vez invento la vida, he de tomar prestadas las nostalgias.
***
Te
diré un dato que te interesa, aunque es algo de un futuro muy remoto.
En
el cuarto milenio tus obras literarias, que habrán venido siendo objeto de
culto desde cierto tiempo después de tu muerte, comenzarán a ser reunidas para
hacer (¡al fin!: la Humanidad se propone para ese momento una celebración
universal) la edición de las Obras Completas. Pero nunca conseguirán que
aparezcan los textos de LIBRO DE HORAS, pues una hermandad secreta que los
posee de milenios atrás y los lega con misterio de padres a hijos, los mantiene
ocultos en sus catacumbas para que presidan las ceremonias sagradas.
Frustradas
de este modo las esperanzas colectivas, se abandonará la idea, decaerá el
fervor inicial, se olvidará tu nombre, la secta secreta la borrarán los siglos,
y en el V milenio fragmentos del ‘LibHo’ pasarán a los catálogos como “obra
cómica de finales del II milenio, siendo su autor un tal LibHoCob, o quizá
copista”.
[Todo
esto es falso, claro, no habrá catálogos].
***
La
heredad se cuida sola, no se necesita perro ni guardián, pero contiene alimañas
que la desean toda para sí y no permiten que nadie más venga a habitarla. Día
llegará que echaremos de menos a los que nunca vinieron, y echaremos de más a
los perros de la sombra que la han guardado vacía.
No
me gusta levantarme cuan largo soy y que se recorte mi silueta ante la luz
cuando las flechas se dirigen desde todos los ángulos hacia mi pecho, pero en
esta trinchera no tengo más remedio que hacerlo, parece que todos los pechos
somos pocos si queremos cerrar la brecha.
De
todas formas dentro como mucho de *** años os prometo rescataros de la nada,
estáis en el catálogo, de hoy no pasa que formalice el pedido.
***
Dice
no sé quién en algún sitio que no hay cosa que someta al espíritu a mayor
tensión que el espectáculo del éxito ajeno. Dejadme que yo añada: del
inmerecido éxito ajeno.
¿Inmerecido
por qué?, o mejor ¿de dónde, quién decide lo que es merecido y lo que no?
Éste
es el quid, pues quien tiene talento piensa que es la única vía del triunfo, y
cualquier éxito sin talento es inmerecido. Pero quien posee tesón y capacidad
de esfuerzo, entiende estos elementos como prendas de victoria: no merece
triunfar quien sólo tiene talento. Y todos por este estilo, el que tiene
suerte, el que tiene dinero, el que tiene amigos, el que tiene parientes, el
que tiene carnets...
Seguramente,
en una reunión de envidiosos presidida por mí mism..., presidida por el más
envidioso, podríamos ponernos de acuerdo en que el éxito es inmerecido si el
sujeto ni tiene talento, ni trabaja, ni tiene suerte, ni amigos, ni es
simpático, ni posee riquezas o armas, en fin, sería inmerecido el triunfo de un
sujeto que ni siquiera existiese.
Ergo
es inmerecido el triunfo de todos nosotros, nacidos desde la nada, victoriosos
sobre el no ser aunque veníamos de la no existencia.
Si
yo fuera dios (y no quien ocupa el cargo por puro clientelismo, la suerte de
los mediocres), no dejaría que naciera nadie que no hubiera nacido. No sé si me
explico.
***
Me
gustaría conseguir la esencia del cuento, que sólo a veces, muy de tarde en
tarde, logro alcanzar (en la página 82, por ejemplo): esa escueta, eficacísima,
directa, austera, elegante, contundente sentencia a la que nada falta y a la que
nada sobra. Como aquella historia del Génesis: “Dijo Dios: ‘Haya luz’ y hubo
luz”.
Eso
sí, todos estos relatos son siempre trágicos.
***
La
muerte sintió pena de los dos amantes y
los mató antes de que se conociesen.
***
Me
está doliendo por dentro la disociación que aquí se produce y a la que no
estaba acostumbrado, a ver si va a ser verdad que estoy escribiendo para mí...
La
disociación de que hablo consiste en que cada vez más páginas buenas en sentido
fondo, son mediocres en sentido forma, y viceversa. Mi hábito era que siempre
iban juntas las dos cosas, y mi creencia sostenía que no hay modo de llevar un
mensaje importante a un espíritu si el vehículo formal no es hermoso,
atractivo, cautivador.
Bueno,
pues aquí hay páginas como la 84 a la que ni siquiera su forma de poema salva
de una rústica torpeza, hasta de cierto barbarismo ascético. Y sin embargo su
contenido ‘argumental’ no puede ser más elevado, más importante, más
metafísico.
¿Acaso
estoy buscando algún último y escueto rebuzno cargado de tesis místicas?
***
Levantaré
los árboles
de
su prisión de tierra
hasta
que muertos leños
se
sequen al sol,
y
cegaré las fuentes,
apagaré
los ríos,
pacientemente
desentrelazaré los mares
hasta
que sus cuencas muestren
las
grietas abiertas del barro reseco.
Y
vaciaré el ojo solar
y
el espejo lunar de su noche sin fin,
descansaré
cuando al fin la luz
vuelva
a su origen de sombra.
Es
que tengo ganas
de
volver a empezar.
No
es la primera vez,
hago
y deshago,
tanto
tiempo ya juego a este juego
que
he perdido la cuenta:
¿estoy
ahora haciendo o deshaciendo?
***
Una
vez maté un gorrión con una escopeta de aire comprimido.
Yo
no sé hacer gorriones y nunca he podido reponer en el universo el gorrión que
maté. Desde entonces falta un gorrión y a mí me parece que se nota.
Por
eso no mato gente, me gustaría ser como tantos que sí saben reponerla y de ahí
que maten tanto.
El
gorrión no estaba advertido, no sabía que yo era la muerte, me miró antes y no
advirtió nada raro. ¿Sabrá la muerte reponerme a mí, o el gorrión y yo vamos a
faltar en el universo por siempre y para siempre?
***
Se
me prometió un juguete, descrito sin cicatería y con todo lujo de detalles,
prolijamente catalogado, con fotos en color, planos de sus ocultos resortes,
formas muy variadas para jugar con él, un mensaje grabado en que el propio
juguete me dice lo mucho que desea que llegue el momento de jugar conmigo.
Pero
he de ser bueno.
Eso
sí: qué sea ser bueno, eso no se me explica ni detalla ni hay catálogo ni
plano. Así que estoy tratando de ser bueno al azar, a ver si acierto. He
comenzado por degollar a mis padres, que eran viejos y feos, y a la vez a mis
hermanos y hermanas, jóvenes y hermosos, para cubrir todos los flancos. Robo y
regalo, miento y digo la verdad, rezo a todos los dioses y blasfemo también de
todos, soy lujurioso en medio de mi castidad, humilde en mi soberbia, bondadoso
en mi maldad, guardo fidelidad a los enemigos y traiciono a los amigos...
Espero
acertar, a mí me han dicho que sea bueno, no me han dicho que a la vez no debo
ser malo.
Ojalá
que el dichoso juguete merezca la pena (mucha descripción y mucho catálogo,
pero a veces te engañan), porque como luego se descuelguen con alguna
banalidad, algún talento de mierda, para escritor, por ejemplo, o alguna vida
cutre de funcionario docente, me habrá lucido el pelo.
***
Ha
dejado marcadas las huellas para que yo pueda seguirle con facilidad, si
quisiera, nada en el paisaje denotaría su paso, yo perdería el rastro y jamás
podría consumar el propósito. Pero él me ayuda, pisa con descuido, rompe
pequeñas ramitas, nunca tuerce de repente, no baja al río ni usa la espesa
alfombra de piñocha para despistar.
Es
valiente y honesto, cumple con su deber y obedece las normas, lástima que su
maravillosa habilidad para hacer que se pierda su rastro no pueda ahora
servirnos a ninguno.
Ya
le veo, ya le alcanzo, la atezada piel de su espalda, la furtiva ráfaga de su
mirada cuando se vuelve para comprobar que no me he perdido... ahí está, ya me
ha visto que le he visto, me detengo, se detiene, su flecha me saca el corazón
por la espalda, tantas veces fui la presa, ya era hora de que fuese el cazador.
Nuestro
destino va siempre por delante.
***
No
vengas conmigo, si no quieres, por mí quédate viviendo para siempre, me dijo la
maldita sabiendo como sabe que nadie quiere eso.
Yo
retraso el paso, claro, pero tampoco es tonta, allá vamos con gana desigual,
ahora mismo me está clavando algo por la parte de los tres corazones, con lo
que duele y derrota eso, qué bien apunta la cabrona.
***
Para
poder abrirse el alma (con las propias manos no es fácil) compró un utensilio
especial, que primero pinchaba, luego hendía y finalmente desgarraba.
Hizo
mal negocio, pues la herramienta era cara, le costó el alma, y luego resultó
que, al abrirse, su alma no contenía nada.
Me
dio lástima y le compré (barato) el utensilio y las escorias de alma hecha
pedazos. He pegado los cachos con parches de similyo y de pseudomí, y voy
tirando. El cacharro lo alquilo a impotentes que tienen que habérselas con
virgos de piedra. Marco una muesca por cada virgen de menos.
***
Como
mis amigos me llamaban constantemente preguntándome si necesitaba algo, que no
me sintiera desasistido en mi enfermedad, y mis hijos continuamente me
visitaban para hacerse cargo de cualesquiera que pudiesen ser mis necesidades,
y puesto que mis amantes no abandonaban la vera solícita de mi lecho de
enfermo, ni esos amigos del alma dejaban su abnegada vigilia un momento, me
sentí más solo que nunca jamás y al recobrar la salud me marché (no lo hice,
soy cobarde y estúpido) a otra ciudad donde nadie me conocía.
¿Cómo
explicar a todos esos queridos íntimos que si se ven en la ‘urbanidad’ de
preguntar que si se les necesita, entonces es que sí se les necesita y no
tienen que preguntar, sino que tienen que hacer, obligando a aceptar, pues los
favores no se piden, sino que se hacen agradeciendo el favor de que te lo
permitan (no hay otro modo)?
¿Cómo
explicárselo, puesto que ya lo saben?
***
¿Es
más adecuado como objetivo para un gran escrito literario contribuir a la mejor
gloria de Dios que no desaprovechar el papel que ha sobrado de la agenda de
Ana?
¿Lo
es menos no descuidar del todo los reflejos entre gran obra y gran obra que
acabar para siempre con los infames libros de caballerías? (Por cierto, nunca
he oído mencionar entre los muchos deméritos del Quijote el que, en efecto,
acabó con dichos libros: ¿quién demonios se creía que era? Se necesita osadía
para acabar con un género popular...)
Si
hay alguien que no escribe literatura popular, ése soy yo, metafísico,
místico-poético, superterolíticofláutico, siempre derrochando palabrones
desmesurados, que si muerte, que si sombra, que si dioses, que si muerte, y así
siempre, malévolo, siniestro, anafórico, unto mi estilo en sangre y en inmensos
trampantojos metafóricos, PERO. En efecto, pero: nunca me he propuesto
inmarcesibles logros, loor y gloria del Dios reinante, de la Patria omnímoda,
de la lengua madre, ni tan siquiera de la corporación concreta o del paisaje
terruñal. Me han bastado para acometer mis siniestras óperas unas páginas en
blanco a las que había que hacer honor. Equívoco donjuan que desvirga por
principio cualquier virginalidad que se le presente, sea novicia sea ramera, a
mí lo mismo me dan serios y elegantes papeles en folio, doble folio, cuarto u
octavilla que los papeles de humilde ‘huevera’ de los entrañables locos.
Así
que no sé responder a la pregunta que abre esta página. Como estaba en blanco,
yo empecé a escribir, al dictado como siempre. En fin, todo sea por Dios y por
la Patria.
***
Parece
que esta vez me estoy pasando con la ‘siniestridad’ de mis escritos, he hecho
alguna pequeña prospección y resultan abrumadores, al parecer: sale mucho la
muerte (sale siempre, creo).
Se
acabó, ahora mismo inserto aquí una historia sin muerte, y que sea lo que Dios
quiera (jopé, soy incorregible, ya me salió con muerte otra vez).
***
Se
deshacen las imágenes en una serie de puntos que carecen por sí solos de color
y dimensión, son gotículas infinitesimales que no dejan huella sobre la arena
del papel.
¿Cómo
pueden juntos formar un todo, tener sentido, si aislados no son nada ni nada
significan? ¿Es que puede hacerse algo juntando mucha nada, nada a puñados?
Siguiendo
las mismas pautas ¿podría hacerse un amor con granitos de odio, una luz con
granitos de sombra, una felicidad con granitos, pero muchos, de tristeza y
desgracia?
No
lo sé, pero alguien está intentando hacer algo maravilloso juntando muchos
muchos, pero muchos muchos, granitos de esta porquería que llamamos gente.
¿Acabaremos siendo algo aunque seamos nada, por ejemplo una palabra inmensa
sobre la piel del mundo? ¿Somos la tinta con que alguien habla consigo mismo?
En
fin, espero que no le salga uno de esos nudos vueltos sobre sí mismos que
carecen de principio y de final.
***
No
sé por qué llevo al cinto cuchillo. No sé.
Mi
cuchillo es de acero y mil vientres de esclavos con su sangre han templado la
hoja, rubíes, zafiros, una enorme esmeralda azul como el oro en la empuñadura
de ergonómico diseño efectuado por ordenador (un ejército de esclavos
informáticos al servicio de mi artista preferido, el eunuco creador de
cuchillos reales, que esta vez se ha lucido: es eunuco ahora, lo probé con sus
testículos, corta bien).
Termino
la frase interrumpida por el paréntesis: embellecen más si cabe su magnífico
aspecto.
Será,
supongo, por el fasto de las piedras preciosas, o que siempre me han gustado
los cristales (al eunuco escritor de mi palacio le obligo a que meta de vez en
cuando, venga o no a cuento nunca viene, una cierta cantidad de cristales, él
se figura que le ha buscado sentido, parece que lo interpreta como lo inerte,
lo muerto, estos esclavos son gilipollas).
Termino
la frase interrumpida por el paréntesis:
o
que hace juego con el resto de la panoplia que integra mi arnés de combate, los
tres desintegradores de personal por sorites automáticos, la azagaya de partir
argumentos y el lanzatérminos que uso para rematar conversaciones.
Pero
tampoco es que le tenga al cuchillo un cariño especial, me recuerda a mi padre
(para mal, me parece que lo voy a dejar -el cuchillo- en la sala de armas de mi
castillo de armas de mi ciudad de armas de mi región de armas, me pondré al
cinto la espada de aljófar, que me recuerda a mi madre).
Termino
la frase interrumpida por el paréntesis:
porque
entre él -mi padre- y él -el cuchillo- heredé el trono. Por cierto, en su
empuñadura no había rubíes... a ver si mando que limpien los diamantes.
***
Batía
los brazos como un molino furioso, trataba de no darse por vencido, era su
último gesto de valor heroico, o quizá un símbolo final para sí mismo, el gesto
con que asentimos al morir, pues estaba desarmado y herido, pocos eran ya sus
minutos, ningún enemigo se tomaba la molestia de acercarse a rematarle.
El
sol de la tarde le daba reflejos mezclados, de oro agrio en su cabello sudado,
de madera pulida en los músculos plomizos, de rojo sangre en los regueros de
sangre que de su pecho manaban, pero líquido azul sus ojos de cielo.
Ya
no nos miraba, se miraba a sí mismo y nunca he vuelto a ver ceguera tan
hermosa.
Jamás
cayó, no se dobló su estatura, no sé si la tierra se apiadó de su belleza, no
sé si la sangre era ya tanta que formaba río, no sé si tenía valedores
telúricos, pero lo cierto es que sus pies y sus piernas se fueron poco a poco
hundiendo en el barro espeso y rubí como una estaca indómita, luego sus
caderas, su pecho poderoso abierto en tantas fuentes, su cuello, su pelo de
enredada lana dorada, sus ojos de líquido mar que se miraban sí mismos... Del
lugar surge ahora una llama azulada que nunca se dobla, ni cuando las estrellas
más viejas se apagan. Me siento muchas noches junto a ese fuego fatuo, me
gustaría morir del mismo modo y que la tierra y mi sangre me enterraran como a
él, vertical y celeste, con los ojos mirando hacia el interior de mi propia
mirada.
No
esperéis que mi relato tome como otras veces un imprevisto y elegante giro: se
acaba aquí, sin novedad ni artificio, sentado yo en la noche junto a su tumba,
mirando las lejanas estrellas e iluminado mi perfil por ese rastro azulado de
sus ojos profundos.
***
Cosa
que hago con pocos de mis escritos, releo estas páginas con cierta frecuencia,
me desconcierta el orden de lectura que no es, ya lo dije, el de escritura.
Resultan
juntarse cosas que parecen del mismo tema y yo escribí en días diferentes,
momentos distintos, produciendo su secuencia la impresión de obsesiones que
quizá sí tengo y no sabía, o tengo y lo sé y no lo parece.
Esa
relectura (quizá miento y es falsa) me deja la impresión de temas y párrafos de
fuerza desusada, tal vez por ahorrativos, escuetos, feroces, pero muchos no me
suenan a mí, nunca me leo, no sé cómo sueno.
Latigazos
bellísimos en su austera desnudez me saltan y asaltan desde algunos de estos
recuadros y no los/me reconozco, ¿acaso la voz que me dicta empieza a cambiar
de estilo? ¿No está bien ya de ese cuento de la voz que me dicta, pretendo con
ello una falsa modestia o no hacerme responsable de lo que yo mismo escribo?
¿De
verdad habitan en mí personajes distintos que entablan monodiálogos?
Bueno,
venga, que he leído las páginas anteriores y que no sé qué decir, que son muy
bonitas, que están muy bien, que me han gustado mucho, que la letra es muy
pequeña, ¿por qué pones recuadros?, son todas muy tristes, cuanta sensibilidad,
es muy poético, ya te pediré más obras.
***
El
pinto pintojo pintado pinzón subía sorbiendo la subida sorda, pero no volaba el
vuelo ni volaba volando sobre el voladizo.
Hasta
que se hizo la sombra una como aguja y le pasó de plumas y tripas y sesos y
cayó el pinto pintojo pintado pinzón, tampoco volaba que morir no es volar.
Se
clavó el isósceles en la pura materia y salpicó de lodo las remotas rémiges, ya
el timón tenía tenebroso tono de muerte y de muerte y de muerte y de
muerte(rima consigo misma).
Recogí
su cuerpo que temblaba aún pero ya no temblaba, era el astil vibrando clavado
en la piedra.
Hubo
que limpiar la carne, pero estaba sabrosa.
No
quiso la sombra bocado ninguno, que ya haremos cuentas, me dijo.
***
Me
pregunto cómo he podido escribir tantas páginas, siendo como es la muerte el
argumento único que existe. Porque si creyera, como tantos otros, que se puede
escribir sobre la vida, la esperanza, la alegría, la felicidad, la luz del
dorado sol, la bulliciosa argentería de sentimientos ‘positivos’, pues bueno,
pues se entendería.
Pero
sabiendo como sé que todas esas palabras son palabras y que la única cosa es la
muerte, que si quieres hablar de cosas tienes que hablar de ella, ¿cómo tanto
libro y de dónde tantas historias?
A
base de salsas distintas, claro, pero es que ya son muchas salsas, ¿me quedarán
salsas todavía, diferentes y nuevas?
Una
me queda, desde luego, para el propio postre, pero me refería yo a salsas
‘literarias’, y mientras la voz que suena suene, ella sabrá, aunque ciertamente
me asombro yo mismo. Y la muerte también: me lo ha dicho mientras mojaba el pan
y me miraba a los ojos (los tiene verdes).
***
Me
gusta el sol a través de la espesa y umbría red de hojas y de ramas que tapan
el ocaso y fragmentan la luz en polígonos irregulares.
Una
tristeza y una calma que quizá no sean familia se dejan caer también por entre
polígono y polígono irisando la luz con matices de siena y de pizarra.
Por
un instante he dejado de pensar (mentira, la condena es firme y no se me
permite eludirla, juego a fingir que me evado de esa prisión de conceptos sin
final) y me he dedicado a sentir (mentira, no se me deja resquicio, los
pensamientos forman sólida pared de adobe de plomo y de sombra, ni una grieta
hay para sentimiento alguno), y me ha gustado (mentira, no me dejan que nada me
guste, es parte de mi condena).
En
fin.
***
La
soledad es mentira ¿como haces para no estar contigo mismo?
Y
ni los más serios, hábiles y sólidos matarifes te garantizan que en la muerte
sí que estarás completamente solo. Que si no es así que te devuelven el dinero,
dicen, pero ¿para qué quiero yo el dinero si no consigo estar solo?
Porque
borrar todos los tú, pase, muy santo y muy bueno, efectivamente es parte de lo
que se pretende. Pero si no logras también borrar el único yo...
***
Sí
que es el amor el sustento de la vida, no la ambición, la riqueza, la gloria,
los otros alucinógenos de menor cuantía...
El
amor, solamente el amor.
Aunque
cabe la posibilidad de que muchos no lo conozcan y tengan que preguntar por
otros destinos. Peor aún, hay quien cree conocerlo sin que sea verdad; para
éstos nunca habrá amnistía, están condenados para siempre.
¿No
se puede vivir sin amor, entonces?... Cuidado con lo que respondes porque
millones de personas, queriendo o sin querer, se han tenido que fabricar sin amor
su vida, y quizá sí eran vidas verdaderas. Y por otro lado muchos sostienen que
el amor es solamente un matiz cultural que los seres humanos se han inventado
para ‘hacer’ ante sí mismos una ‘pose’ más digna, habida cuenta de que son
esclavos del sexo, instrumento de la especie para su propio beneficio y que no
pueden resistir ni controlar, tratados como animales de cría y remonta (que es
lo que son somos dicen).
Bien...
No quiero entrar en el tema de si el mero respirar es vivir. Acepto sin más que
esas vidas sin amor son en efecto vidas verdaderas, y me temo que en el tema
del sexo estamos de acuerdo. ¿Es el amor un adorno cultural para no sentirnos
tan indignos? Mi respuesta es sencilla y clara: hemos partido de la naturaleza,
pero nos estamos marchando de ella, el dominio que ejercemos sobre sus leyes es
cada vez mayor, el que ella ejerce sobre nosotros es cada vez menor, estamos a
punto de dominar nuestro código genético y de poder, por tanto, diseñar el uso
que queramos para el instinto sexual, desnaturalizado ya, humanizado del todo.
Pues bien, en ese proceso el cauce es el amor, el primer invento del hombre
como hombre. Y el último, tal vez, con él venceremos a la muerte, no en el
sentido figurado del argumento literario, sino escalando niveles de humanidad
de otro orden, que ahora ni siquiera imaginamos. Y en este plan entiendo las
vidas sin amor en que parecen perderse océanos de inútil ternura, como reservas
que se acumulan y potencian y constituyen la inagotable fuente de amor que hará
a la humanidad invulnerable frente al tiempo cuando en las crisis venideras
dude de su propio destino.
***
De
vez en cuando se me escapa un plural ‘vosotros’, (ahora mismo en la página 115
que acabo de escribir) que indica sin lugar a dudas que no soy yo solo el destinatario
de estas páginas. ¡Cuidado que es difícil el tema éste!...
Un
esfuerzo, caramba, un cuento sólo para mí:
Vuelve
la cabeza sin volver la cabeza, mira a tu espalda sin volver los ojos, una fila
interminable de copias de ti mismo te sigue sin descanso, cada cosa que haces
un millón la hace de veces cada ti. Imposible tarea tienes que resolver, buscar
al ti propio original primero, yo sé tu no lo sabes ya lo sabrás un día lo peor
de tu historia es que todos son tú menos el tú que tú eres, no hay un original
y copias infinitas, hay una sola copia e infinitos auténticos, por eso tarda
tanto en matarte la muerte, cuando sólo tú vivas te dejará vivir, qué importan
viejas fotos si están muertos los muertos, no vuelvas la mirada, como eres un
retrato detrás de tu cabeza sólo está la pared.
***
Con
su mano en mi mano nos dirigimos al horizonte, confía en mí de modo absoluto,
soy
su padre, su guía, su estrella, su dios,
no
sabe que la vida, no sabe que la muerte,
no
sabe de enemigos ni sabe de peligros,
yo
camino a su lado y nada le asusta.
Su
certeza no se funda en la experiencia,
nadie
le ha enseñado que yo soy seguro,
confía
porque sí, es su carácter,
está
hecho de confianza y certeza,
con
su mano en mi mano ningún temor le asalta,
éste
es mi hijo y tiene razón:
yo
voy seguro yendo de su mano.
***
Se
enamoró tan perdidamente que la cosa por fuerza tenía que ser artificial y
fingida, nadie se enamora de ese modo, los guionistas ya saben que la gente ha
dejado de creérselo. Pero se explica, porque tenía más de cincuenta años y
nadie la había besado jamás, así que decidió que su amor iba a ser desmesurado,
enorme.
A
él tardó un tiempo en elegirle (en realidad era aspecto menor y no tenía prisa)
pero al fin se decidió por un compañero de trabajo, no de la propia oficina,
sino de la sección de portes, joven, tal vez treinta años más joven que ella,
no fue por nada especial, quizá porque era callado, prudente, servicial, o que
se llamaba Arturo, nombre legendario de sus sueños de niña, o ni siquiera.
Y
así se quedaron las cosas.
Tan
poca relación personal había entre portes y administración, que llegó a
olvidarse de su rostro vivo, pasaron años sin que volviese a verle, su amor por
Arturo se había vuelto inmenso, crujidos sentía en los cimientos del mundo, era
el peso de su amor, sólo ella lo sabía, los días y las noches tenían sentido
cuando cambiaba el ramillete de flores silvestres ante el retrato de Arturo.
Pero estando al borde de la jubilación, y antes de marcharse de la empresa para
siempre, una última curiosidad la impulsó a buscarle, mejor sólo su ficha, ver
su nuevo aspecto tantos años mayor, saber con quién se había casado, si tenía
hijos y cuántos ... ¿acaso habría tal vez abandonado la empresa?...
La
ficha era la misma de trece años antes, el hombre ya era un hombre, empezaba
por la frente a escasear su pelo,
seguía tan prudente, callado y servicial, los informes decían que aún estaba
soltero, una caliente osadía la obligó a hurgar con la llave maestra en la
taquilla ajena: allí estaba su foto, la foto de ella misma, en una especie de
altar a cuya ofrenda y ternura estaba dedicado, fresco, recién cogido, un
aromático ramo de raspillas azules y caléndulas.
***
Le
amaba la reina, pero era un mendigo: su estirpe, las inveteradas costumbres de
su casta, las sociales conveniencias le obligaron a rechazarla. Se casó con una
prostituta por razones de estado. Pero fueron amantes de tapadillo, la reina
venía a verle a su covacha procurando que los otros miserables no la viesen. Al
bastardo que nació nunca quisieron los mendigos reconocerlo como uno de ellos,
tuvo que sentarse en el trono y reinar maldito de su casta.
La
prostituta, que resultó estéril y les sobrevivió a todos, contaba esta historia
por pocas monedas. Los mendigos la niegan, pero en palacio están orgullosos y
presumen de la estirpe de sus reyes.
***
Los
autores de diarios quieren ser sus propios personajes, escribirse su propia
historia, pero su temeridad y atrevimiento les impulsan a hacerlo diseñando el
pasado, peleando furiosamente contra el dios de la memoria que pretende
obligarles a insertar sus mentiras; yo nunca podría, yo soy muy cobarde, tendré
que conformarme con escribir mi futuro.
***
Tenía
aquel rey tirano cuatro capitanes y ningún heredero, salvo su hija bellísima
(me exige el tópico que el rey tenga una hija, que sea muy bella y que al final
se case con uno de los cuatro, perdóneseme caer en el lugar común en gracia a
la historia misma, que es al menos tan hermosa como la supuesta princesa).
Como
estaba el reino sin príncipe, el rey dispuso que los capitanes marchasen a
correr aventuras a lejanas tierras y al final se enfrentasen a muerte de forma
que solamente hubiese un superviviente para heredar el tálamo de la joven y el
trono del reino. Y así se hizo.
Esta
es la historia de Skan1Ruk, el primero de los capitanes, que partió veloz en su
caballo, espada al cinto, lleno el pecho de valor y de amor.
Paso
por encima de infinitas aventuras donde su enorme coraje, su sagaz astucia, su
viva inteligencia y su viril apostura le hicieron salir con bien y aprovechar
las circunstancias para hacerse mejor hombre y más bravo capitán, y le vuelvo a
encontrar en medio de una selva espesa donde se tropezó con tres monjes sabios
de rostros cubiertos que meditaban en silencio junto a una hoguera misteriosa
que nada quemaba y exhalaba aromas en mezcla armoniosa. Sin hablar le hablaron,
sin mirarle le traspasaron con su mirada, vertieron en su pecho la revelación
de sus propios sentimientos, se vio a sí mismo matando a sus camaradas, errando
como penitente los senderos para siempre del inhóspito mundo, y de pronto no
estaban se marchó los monjes la hoguera apagada despidió los ecos de su
caballo. Al rey le ofreció vida y servicio, pero se negó a heredar un trono al
precio de las vidas de sus compañeros, puso su daga en su propio pecho donde
dicen los físicos que vive la vida y esperó que el rey decidiera él ya había
decidido, la princesa le amaba y suplicó por él. No esperéis que os diga qué ha
sido de Skan1Ruk, el primero de los capitanes del rey.
***
Esta
es la historia de Skan2Ruk, el segundo de los capitanes del rey, que partió
veloz en su caballo, espada al cinto, lleno el pecho de valor y de amor.
Recorrió
incansable los caminos del mundo, sembrando la leyenda con su nombre y sus
hazañas, ayudando al miserable, rescatando al cautivo, poniendo su mano firme,
viril pero misericordiosa en la frente del moribundo, haciendo que las lágrimas
se volvieran sonrisas y este impulso heroico (y el miedo a llegar al confín de
los mundos y tener que matar a sus tres compañeros) le hicieron embarcar para
lejanas tierras en remotos mares de orillas de fuego.
Mi
relato cuenta que una madrugada estaba solo a bordo, nadie más había, salvo
tres monjes sabios de rostros cubiertos sentados en silencio junto al mastelero
de gavia, la brisa del mar llenaba la escena de aromas mezclados en armoniosa
melodía.
Nada
le dijeron y sin embargo supo, nu pudo ver sus rostros y sin embargo en su alma
se grabaron, y comprendió que desterrado no podría por un mundo matar en
tiniebla y en sangre a sus compañeros ni querría sin paz vivir para siempre. Y
la nave volvió sin velas ni remeros su voluntad hizo camino de aquel mar de
piedra.
Al
rey le entregó su espada y su vida, con su propio puñal amenazóse el pecho, la
princesa le amaba y pedía por él, no puedo deciros qué fue de Skan2Ruk, capitán
del rey.
***
Esta
es la historia de Skan3Ruk, el tercero de los capitanes del rey, que partió
veloz en su caballo, espada al cinto, lleno el pecho de valor y de amor.
Las
grandes praderas, los grandes horizontes, las inmensas llanuras, los despejados
valles: esos fueron los paisajes que recorrió en su aventura el heroico
guerrero cuya historia relato. Acudid a la leyenda si queréis saber todos los detalles,
las gestas gloriosas, el sabor que su nombre sembró por los rincones de todos
los países.
Ahora
me interesa solamente un aspecto, la tarde en que se hallaba en medio de un
desierto, cayendo el sol cobrizo en un pozo lejano, y se encontró de pronto
tras un leve recodo (el desierto era plano, sin huecos ni relieves) con tres
monjes sabios de rostros ocultos que en silencio le hablaban poniendo las
palabras sin voz en sus oídos, depositando verdades en su alma incontestables
mientras el sol del pozo perfumaba los aires con aromas mezclados en armonioso
ajuste.
Y
supo que no podría, que jamás que nunca matar a sus amigos, los tres compañeros
que en algún confín esperaban su suerte. Cuando las figuras tapadas se borraron
del aire como se borra todo si no es un espejismo, regresó a su patria y a su
primer impulso, poniendo la vida, la honra y la espada a los pies del rey, y la
daga de dado en su propia garganta, la princesa le amaba y rogaba por él.
Aún
queriendo no puedo deciros qué fue de Skan3Ruk, un tiempo el tercero de los
capitanes del rey.
***
Esta
es la historia de Skan4Ruk, el cuarto de los capitanes del rey, que partió
veloz en su caballo, espada al cinto, lleno el pecho de valor y de amor.
La
sombra, le cupo en suerte la sombra, recorrer sus caminos desde el norte hasta
el norte (ya sabéis supongo que en la nada no hay sur), derramando generoso su
bondad y su fuerza, cualquier libro de historias os contará la suya, en la
sombra abundan relatos sobre él, todos admiran sin tasa su heroica andadura.
Pero
quiero yo contaros que en medio de la noche, una tarde cualquiera al salir el
sol, encontró de repente a tres monjes sabios, con los rostros tapados y el
silencio entre ellos llenando la noche de aromas sin mezcla.
Le
hablaron sin hablarle, le abrieron el pecho y en las propias arterias sembraron
las palabras como barcos de papel dorado hacia sus fuentes. Y supo que matar no
era su destino, como mucho matarse, pero jamás su espada derramaría sangre de
los tres compañeros que en la luz quizá le buscaban a tientas.
Con
su mano desnuda borró las figuras de los monjes sabios, regresó a su patria y
todas las armas abandonó ante el rey, todas menos una, la daga de misericordia
que acercó sin miedo a sus propios ojos, al fin su paisaje era siempre la
sombra, la princesa le amaba y lloraba por él.
Sí
puedo deciros qué fue de Skan4Ruk, obligado el rey por su propia hija le
perdonó la vida y aun la ceguera, Skan4Ruk tomó hábitos para hacerse monje,
como también lo hicieron sus tres compañeros, cuatro monjes sabios, nunca los
cuatro juntos, el bosque, el océano, el desierto, la sombra, siempre de tres en tres.
***
Ha
naufragado mi barco en un océano infinito, o por lo menos no tiene ya orilla a
la que regresar, al zarpar se borraron todos los puertos, nunca he sabido
distinguir un viaje sin término del término del viaje.
Debe
de ser un mundo cóncavo, porque la quilla de mi barco es lo primero que diviso
en el horizonte remoto donde mi naufragio se refleja como en un espejo.
Este
mar, este cielo, mi barco sin rumbo, el tiempo sin fin, el tiempo sin principio
son parábola de algo, pero no sé de qué.
La
única manera de llegar hasta el puerto es tirarse al agua y probar nadando.
***
Si
me das una limosna te entregaré el mundo.
Le
dio una limosna, le entregó el mundo, lo usó durante un tiempo, volvió junto al
mendigo, le quitó la moneda y lo mató de una paliza.
[Ejemplo
de cuento ejemplar, con moraleja. A mí no me suelen gustar porque la gente se
queda en la moraleja y se olvida del cuento, como hacen con su vida].
***
Naces,
creces, vas juntando recibos, impresos, facturas, papeles, te jubilas, te
mueres y cuando alguien rompe tus papeles y los tira te acabas para siempre.
Dejar algún papel que no convenga tirar es quizá la única forma de sobrevivir.
¿Eternamente?... Pues no sé... ¿puede un papel durar eternamente?
Una
de las vivencias más desoladoras que existen es romper finalmente la factura de
aquel chisme que era tan valioso, tan caro, tan importante que hemos guardado
como oro en paño esa factura mucho más allá de la existencia del objeto mismo.
Cuando la rompes estás rompiendo memoria, identidad personal, sentimiento,
trascendencia, yo guardo facturas milenarias de cosas que nadie en la
actualidad comprende (se llamaban reglas de cálculo y no han existido).
Mi
padre guarda una factura de la clínica y del día de mi natalicio, ergo soy.
***
¿Será
posible que nadie, salvo yo, se dé cuenta de su valor y belleza?... ¿Ni
siquiera los dioses que la han diseñado?... Muy probablemente, aunque parezca
imposible, pues en otro caso no me la habrían entregado, se la habrían quedado
para ellos.
Hablo
de mi vida, hablo de mi amada, hablo de la tarde serena que se derrama sobre el
horizonte, ¿de qué estoy hablando?... Una cosa es cierta, los dioses son
tontos.
O
quizá son tan listos que me entregan despojos y me obligan a pensar que son
piedras preciosas de valor incalculable, y mi amada es un deshecho y la tarde
un harapiento trozo de cielo manchado y mi vida un mediocre guión que nadie ha
querido protagonizar.
¿En
qué me quedo?
Un
tiñoso y ciego mendigo me dijo una vez (él lo sabía de buena fuente) que
vivimos dos vidas, la primera para que diseñemos a nuestro gusto los sucesos y
circunstancias de la otra, de la segunda, la verdadera, en fin, para que
pensemos sus argumentos, escojamos sus comparsas, perfilemos sus cauces y
concretemos sus detalles. El problema era, no obstante, que nunca sabemos cuál es
cuál, si estamos en la primera o estamos en la segunda. ¿Mi vida, mi amada, la
serena tarde que contemplo son algo que elegí o algo que ahora estoy eligiendo?
Es
decir, esta tarde serena, la vida y... yo ¿somos algo que mi amada ha elegido
antes o algo que ahora está eligiendo?... ¿Estará plenamente decidida, no
pensará cambiarme, tal vez incluso suprimirme?...
Aunque
no se me olvida que esto me lo dijo un mendigo tiñoso y ciego.
***
Puso
en mi mano un humilde ramo de florecillas silvestres mientras me entregaba con
los ojos de jade y musgo una mirada de amor, esa clase de amor que se hace con
hebras de ternura, de admiración, de perdón anticipado, tejiendo con tres
agujas a la vez, la trama es el dibujo.
Me
hizo apretar los dedos en torno a las plantas, forzando con sus manitas que
estrujase los pétalos hasta que se derramaron gotas de aroma y de jugo.
Bueno,
pues todo es mentira, no hay tal que me entregue flores, ni me mire con ojos
verdes de jade y musgo, y lo de la ternura y admiración, ¡para qué os voy a
contar, ni soñarlo!. Soy un sujeto huraño, viejo, antipático, feo, de forma que
nadie me hace regalos de florecillas silvestres. Estoy en un asilo, los
ayudantes sanitarios me cambian los pañales lo menos que pueden, con la nariz
encogida y malos modos, y ellos son toda la gente que veo. No me visita nadie
(¿he dicho que también soy pobre, mi pensión apenas cubre los gastos, nunca
puedo darles propina a estos sayones mercenarios?), nadie podría ni querría
traerme regalos. Todo es fruto de mi imaginación, y también una broma de mal
gusto que me ha apetecido gastaros.
Ahora bien, en algo tenéis razón, si finjo
ser ese viejo asqueroso (que los hay y están en esas condiciones), también
puedo fingir ser un joven fuerte y agradable cuya enamorada le regala flores y
aromas. ¿Por qué hago lo uno y no lo otro? ¿Por qué nunca hago lo otro?... De
acuerdo, de acuerdo, toda la razón es vuestra hasta aquí.
Pero
razonad honestamente conmigo un instante, seamos todos, vosotros y yo, honrados
un momento: ¿Realmente es bueno y feliz y positivo y sonriente que alguien ame
a alguien si todo justifica, recompensa y paga ese amor, si el sujeto es joven
y hermoso y bueno y encantador?... A mí me parece que no. Honradamente creo que
sólo es feliz y bueno y positivo si se ama a quien no recompensa ni justifica,
al feo y viejo y antipático y miserable (cual es el cuento que yo os he
contado: no volváis a decirme que nunca cuento cuentos felices, positivos y
sonrientes; aunque era mentira, pues claro, todos los cuentos lo son).
***
Acabo
de escribir la página 101 y me suena a la vez verdadera e increíble, profética
y falsa, cierta como el sol, como el sol equívoca.
No
sé si la he escrito para que este libro no sea completamente negro y siniestro.
No sé si la he escrito porque su verdad y su certeza rezuman por todos los
poros del tiempo, como sangre que escapara de las venas del propio destino.
En
fin, no sé si la he escrito al dictado o de mi propia cosecha. Escribo tanto al
dictado que eso es lo que me parece de mi propia cosecha, cuando lo es de
verdad, no lo reconozco como mío.
Releo
y releo la dichosa página, la tengo en pantalla a la derecha y no puedo apartar
los ojos de ella, qué sabré yo lo que necesitará la humanidad en las crisis
venideras, ni si habrá humanidad en ese distante futuro. O, de haberla, si será
humana... Y no olvidemos tampoco que el amor puro, el puro amor, es un enorme
ser de inconcebible y aterradora potencia, algo capaz de crear y destruir
estrellas, de fabricar y destejer los espacios y los tiempos... ¿Es algo que
nosotros los hombres hemos creado y controlamos, el silo infinito en que se
guarda el que nos va sobrando está, solitario e inmenso, plantado en algún
futuro a nuestra espera?...
Debería
en esta página decidirme yo, el amor o la muerte, si creo en el uno o en la
otra, o no creo en ninguno, son ambos fantasmas de la imaginación, temas de mi
literatura, excusas de mi estilo... ¿Amamos, morimos? ¿Y acaso importa?
Bueno,
dí algo, decídete, eres tú mismo el que te emplazas, nadie te ha forzado a este
dilema... En fin... a regañadientes... no creo que fuésemos humanos sin el uno
y sin la otra... amar y morir nos hacen lo que somos, cuando consigamos vencer
la muerte con el amor lo haremos, así lo creo, pero creo también que entonces
dejaremos de amar porque ya no será necesario y dejaremos de ser humanos:
seremos eso que nuestra imaginación anticipa, dioses, y no sé si es envidiable
semejante destino. Las dos páginas, la 101 y la 116 terminan con la misma
palabra, creo yo.
***
Este
año la navidad cae más tarde, el día 32 de diciembre, porque este año es el que
toca fin del mundo y ha dicho dios que dejemos la fiesta para cuando ya todo
haya terminado, que si no nos distraemos y no estamos a lo que estamos. A mí me
da igual, con tal de que haya navidad...
Eso
sí, como el holocausto y el armagedón sean a base de fuego, van a parecer unas
navidades raras, al menos en esta latitud que estamos acostumbrados a la nieve
y al frío.
Yo
ya tengo los regalos, todo lo he resuelto a base de muñecos hinchables de mi tamaño y con mi rostro, por si me toca
desintegrarme en la hecatombe: a mis padres uno, a mis hijos otro, a mi esposa
un par (no son de buena calidad).
Tienen
un mensaje grabado con todas esas cosas de feliz año nuevo (no tendrá mucho
sentido ahora, pero no sabía qué poner, siempre he sido poco ocurrente) y una
nota personal para cada uno, a mis padres les doy la enhorabuena por estar ya
muertos y no tener que vivir el fin del mundo ni aguantar mi fantoche de
plástico, a mi esposa la felicito por haberse divorciado de mí hace ya tanto, y
con mis hijos me congratulo de que no hayan nacido.
Bueno,
que aquí estamos yo y los cuatro muñecos, celebrando la navidad el día 32 de
diciembre, somos los únicos cinco
supervivientes del mundo, uno de nosotros no es un superviviente, el armagedón
ya ha sido.
***
Fueron
llegando en grupos pequeños, de cuatro en cuatro, de cinco en cinco, de dos en
dos. Cuando unos venían otros se marchaban, con leve gesto disimulado, nunca
eran los mismos, nunca crecía su número, nunca decrecía tampoco.
Dejaban
a mis pies sus flores, inclinaban levemente la cabeza, quizá un gesto risueño
de amistad y ternura, los míos me prestaban por fin homenaje, la corona estaba
quizá ya segura sobre mi cabeza.
No
sé que habrán sentido otros reyes que para serlo hayan debido matar y matar
hasta quedar sin amigos ni hermanos ni
parientes, solitarios en sus tronos empapados en sangre. A mí me gusta, estos
fantasmas irónicos que me rinden pleitesía no me asustan nada, que sigan
poniendo flores de muerto a mis pies, nadie como ellos para gozar su aroma.
***
Dos
que se odiaban de mucho tiempo atrás decidieron aburridos cambiar de
sentimiento, pues el odio consume y hastía y agobia.
¿Y
cuál otro elegir?
El
amor empalaga, la ternura es tristona, el desprecio está vacío, la amistad no
empecemos con esas tonterías, un poco de envidia resultaba sabrosa pero es
cansado hacerla viceversiva y recíproca...
Bueno,
han vuelto a coger los odios, sudados por las sisas y ya fríos además (y los
han cogido cambiados, para mayor fastidio).
***
Mi
peor pesadilla: soñé que era dios y suprimía la muerte. Y, claro, se me echaban
encima todos los diputados de todos los partidos, aullando realizaban generales
referendos donde el pueblo asustado me quitaba de dios y venía la muerte, la
pobre, agradecida, a darme palmadas de aliento en la espalda (tanto como
aliento... bueno, ya me entendéis).
***
El
nudo formaba la esencia de las cosas, los sacerdotes cuidaban su misterio y
dirigían su culto, el nudo era la fuente de las leyes y de las costumbres, al
nudo se dirigían todas las súplicas.
Teólogos
infatigables estudiaban la cuestión de si el dios había hecho el nudo, o el
nudo había hecho al dios.
La
belleza emanaba del nudo, en el nudo estribaba toda recompensa, todo nudo era
sagrado como símbolo del nudo, lo atado con nudos era indesatable.
‘Servidores
del nudo’ se llamaban los penitentes que al nudo entregaban toda su vida,
enredados en nudos siempre los cabellos, cruzados en nudo los brazos inútiles,
las piernas anudadas en permanente parálisis, necesitaban fámulos para poder
vivir.
Cuando
el tiempo agotó las hilachas que al final era lo único que quedaba del nudo,
todos a la muerte se entregaron deprisa, no querían vivir en un mundo sin
nudos.
Aunque
el nudo haya muerto, yo del nudo he hecho la guía de mi vida, el nudo es el
único paisaje en donde vas a donde vienes, fijáos que el nudo no puede morir.
Y
alguna verdad encierra que nos hará libres, pues ella será la única que se
contenga a sí misma.
***
Aquel
hombre no dejaba de soplar la arena, hasta que el vidriero le dijo que la masa
debía estar adiendo.
Luego
se puso a construir con agua hasta que le informaron de que debía estar helada.
Quiso
prender la leña, pero le hicieron saber que tenía que estar seca.
Y
así sigue: habla con los que duermen sin esperar que despierten, calienta sus
huesos al sol en medio de la noche, navega por ríos más arriba de sus fuentes,
está loco por pura impaciencia de no esperar la hora en que empiece la cordura.
Ahora
escribe libros antes de que nadie haya aprendido a leer.
***
¿Sabré
de antemano, cuando vaya a empezar ese libro concreto, que habré de dejarlo
inacabado?
***
Mentir
es la esencia de mi literatura, que nada sea lo que es (que nada sea). Y
mintiendo acabo, que no es la 125 la última página, sino ésta 124.
Pero
mentir no es mentir pues es imposible, es verdad y cierto que la verdad no
existe, cuánto agradezco a los que nos odian el haberme enseñado este hermoso
argumento contra los escépticos.
Pero
dejo la charla que me estoy distrayendo y la partida es fuerte: le voy ganando
al redentor su espita, su rosal a la pitita, su pistola al alemán y falta que
la muerte me enseñe las cartas, a poco que me ayuden mis palabras tramposas, le
gano de farol como se gana siempre, le quito la herramienta y le saco los ojos.
***
Una
última palabra quiero dirigirme en este libro que me dedico a mí mismo, y lo
haré como tantas veces en forma de cuento:
Jugando
junto al río quiso la suerte que se cayera al agua la muñeca rizada. Bravamente
la niña, o quizá su imprudencia, a la corriente fueron a rescatar el juguete.
Suprimí remolinos y silencié los vientos, el agua se detuvo que para eso es mi
esclava, bajé los niveles de todos los mares que al ras se pusieron de los
blancos tobillos. ¿Y qué conseguimos los vientos, los mares, los ríos, las
aguas, los dioses, en fin, los poderes?... Pues nada, porque la muñeca quiso
que la niña se ahogara con ella y le estuvo contando cuentos dentro del agua
hasta que las dos se bebieron todos los caudales.
***
Nunca
me han ofrecido mejor limosna que cuando me dieron el amor sin yo ganarlo.
Recuerdo todavía el gesto generoso de aquél que me lo dio, a él le sobraba. Lo
administro con usura, consciente de su valor: salvo a los míos, a nadie amo, no
se me vaya a gastar.
***
Me
informan los sabios de mi corte que un gusano paciente podría horadar, en un
tiempo infinito, el mundo, enorme manzana que flota en la nada. He mandado
acabar con todos los gusanos.
Me
aseguran los matemáticos de mi corte que un pájaro que rozase cada mil años la
piel del universo terminaría, después de un tiempo infinito, por quedarse sólo
en un universo desollado. He mandado acabar con todos los pájaros.
Me
repiten los teólogos de mi corte que un lagarto que dedicase un tiempo infinito
a entender los atributos de dios acabaría por no entenderlos. He mandado acabar
con todos los lagartos (los dioses tienen sacerdotes que protestan).
Me
enseñan los filósofos de mi corte que una mariposa acabaría con el efecto
mariposa si aleteara infinitas veces infinito tiempo. He mandado acabar con
todas las mariposas.
Me
dicen los astrónomos de mi corte que una araña que se dejase caer por su hilo
desde el infinito acabaría llegando hasta mi trono. He mandado acabar con todas
las arañas, pero me aseguran que no es ése el remedio: con lo que parece que
debo acabar es con lo infinito.
Me
he puesto a ello, empezando por los sabios, los matemáticos, los teólogos, los
astrónomos y los filósofos.
***
Se
ha prometido a un milenio que será culminante en la historia de los hombres, el
más alto de su ascenso, el cénit de la aventura entera del universo, pero no se
ha dicho cuál. Lo mismo es éste.
Siempre
me ha parecido misteriosa la afición de los dioses al sistema decimal ¿tendrán
diez manos, diez dedos, diez cabezas, diez penes, diez almas, serán diez
dioses, o seremos nosotros unos gilipollas?
Yo
por ejemplo no creo que el milenio tercero empiece el uno de enero del año
2001, sino que el primer milenio empezó el 10 de abril de 1944 p.C. calendario
antiguo, y estamos por tanto ahora mismo en el 53 año triunfal. Otros días, en
cambio, me levanto vanidoso.
Manía
de trazar rayas aquí y allí, datar los sucesos, situar a izquierdas y derechas,
venid benditos de mi padre, por aquí sí se puede, por allí no vayas que yo lo
prohíbo, por eso la marca la he puesto yo.
El
tiempo no tiene origen ni tiene final, nada lo divide, si miras el pasado desde
el pasado es futuro, si miras el futuro desde el futuro es pasado, el espacio
lo mismo, yo estoy aquí y yo estoy ahora, eso es lo que cuenta, vivo en el
nudo, no tengo días, ya os lo he diré.
***
Dicen
que he escrito más de 400 historias ¿en serio he sido capaz de escribir 400
veces el mismo argumento?, ¡qué terquedad!...
Tendré
que cambiarle el final, por lo menos.
***
Seguí
en efecto la ruta de la estrella, como se me había indicado en los libros
sagrados, y llegué al valle que predice mi destino. Y encontré cuanto debía ser
encontrado, allí estaba el premio prometido, toda maravilla que había
imaginado, las que nunca pude imaginar siquiera, al mendigo harapiento que
estaba en la puerta todo lo entregué, no quise su destino a cambio del mío, ya
sé en qué termina: un rey poderoso te encuentra a la puerta, te cambia el destino
y te vuelve rey.
De
esta rueda se sale en la página siguiente (por eso me gusta vivir en los
libros).
***
He
sido el más glorioso artista, el más rico financiero, el más valiente capitán,
el más exquisito y refinado gozador de placeres...
Fui
ministro del rey, en otra vida rey mismo, sumo sacerdote de un dios supremo, en
otra historia llegué a ser el propio supremo dios.
En
no sé qué humilde avatar me encontré de repente jugando a la pelota con una
niña pequeña de dos o tres años, quizá era mi nieta, nunca lo recuerdo. Ahora
que podemos pedir el destino preferido entre todos, yo he pedido para siempre
jugar a la pelota con mi niña pequeña. Ser la pelota ya estaba pedido.
***
Se
despertó en una cama que no era la suya,
al
lado de una esposa que no era su esposa.
Calcetines,
zapatos, la ropa, todo extraño.
No
acertó con la puerta porque no era su puerta.
El
cuarto de baño estaba en otro sitio.
El
jabón tenía aromas que no eran los aromas,
el
cepillo de dientes era de otros dientes,
se
miró en el espejo y tampoco era él.
***
Empecé este libro
‘Diario del hombre sin días’
el 30 de marzo de 1997
y lo acabo a las 18,11
del lunes 21 de abril de 1997.
No tiene más páginas
ni tiene menos
porque lo he escrito para gastar las hojas
que me sobraron
de la Agenda de la niña Ana.