El
presente libro ha sido escrito por Miguel Cobaleda para Miguel Cobaleda.
Todo
parecido con la realidad.
***
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas. Con una pensaba y con la otra amaba; con
una estaba alegre y con la otra triste; con una deseaba justicia y con la otra
desesperaba. Con una cabeza se imaginaba el mundo y con la otra lo creía real;
con una tramaba sus venganzas y con la otra era simplemente un hombre; con una
llamaba luz a la oscuridad y con otra llamaba resplandor a la tiniebla; con una
inventaba el objeto de su amor y con otra se miraba en espejos transparentes.
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas. Con una hablaba en silencio y con la otra
callaba a gemidos; con una mentía y con la otra igual; con una organizaba las
piezas del estúpido universo y con la otra dibujaba perfiles de dioses
borrosos. Con una cabeza miraba el futuro a través del pasado y con otra cabeza
inventaba el pasado a través del futuro. Con una cabeza se miraba a sí mismo
desde fuera para poder amarse, y con la otra se despreciaba a sí mismo desde
dentro para poder dormir.
Éste
era un hombre que tenía dos cabezas y un solo corazón y un solo destino y una
sola cabeza.
***
¿Sabía
aquel hombre cuánta es exactamente la gente que compone la Humanidad? ¿Lo sabía
aquel hombre que creía saberlo?
Cuando
se daba cuenta de que era un pequeño grano de arena en una playa infinita
¿sabía cuán infinita era la playa, cuán pequeño su grano de arena?
Al
notar que ni siquiera los granos muy grandes, las pesadas y macizas piedras,
destacaban en medio de la inmensidad y pasaban desapercibidas en la ilimitada
corriente de las cosas ¿sabía aquel hombre la mediocre y perdida, la invisible,
la inexistente huella de su nombre en la lista inacabable de los seres?
¿Sabía
aquel hombre que no hay registro ni memoria que el tiempo no borre, sabía que la
combinación de los genes como la de las neuronas es tan extensa que todo puede
guardarlo, es decir, todo olvidarlo?
No
sé si aquel hombre sabía a pesar de que él creía saber... Nadie sabe realmente
estas cosas, no se han hecho mentes tan grandes que puedan comprender lo que
podría llegar a comprender una mente, lo que podría llegar a recordar una
memoria, tan todo, es decir, tan nada.
***
No
se sabe si es posible que un hombre se enseñe cosas a sí mismo, cosas que no
supiera y aprende por sí solo sin necesidad de que la sabiduría le venga del
exterior. Aparentemente no, pero no se sabe. El hombre se pone a pensar y
enlaza dos pensamientos formando una nueva idea que, junto con otra idea,
producen luego una tercera y así sucesivamente hasta dibujar los cielos y la
tierra y llenarlos de cosas y seres y dar cauce al tiempo y espacio a la
memoria y... Algo de esto, pero suena como un cuento.
El
tema esencial de este tema es el diálogo interior, el monólogo íntimo, los yos
convertidos en tús, la posibilidad de hablar a solas, no ya las solas
transitorias de un breve instante de reflexión individual, sino las solas
absolutas de una consciencia flotando solitaria en la nada. Y no en tanto que
se plantee una vez más el viejo y aburrido tema del solipsismo que los
románticos alemanes dejaron cansado y sucio, sino en cuanto a cuál sea la substancia del yo del hombre en medio
de la nada del espacio y del tiempo, el asunto del que, hablándolo el hombre en
su propia entraña, constituye lo que llamamos vida.
Estas
páginas no tratan sino de eso, son una repetición de la misma partitura. Su
único sentido es que ningún instrumento la tañe, ninguna conversación la
contiene, ningún recuerdo la conserva, ninguna meditación la orienta, ninguna
lógica la explica.
***
Si
estás solo puedes hacer cosas que no puedes hacer cuando estás acompañado, por
vergüenza, por conveniencias sociales, por la presión de las leyes, por el qué
dirán, para mantener intacta la opinión que tienen sobre ti los tuyos, para
conservar su amor, para no quedarte solo y no verte obligado a hacer cosas que
no podrás hacer si estás acompañado.
***
Aquel
hombre se había quedado tan a solas y tan de repentemente, que no se reconoció
a sí mismo, no recordaba su cara en los espejos, no reconocía sus recuerdos en
la memoria, no abrigaba proyectos familiares ni entendía el diseño de sus
manos, la pálida pesadez y torpeza de sus miembros, quizá le habitaba de golpe
un ser de otro universo acostumbrado a otro perfil y a otras emociones.
Autista
en relación consigo mismo, extranjero en su piel y en su consciencia, no supo
tampoco en qué idioma se hablaba, con qué extraño sentimiento estaba rogando a
qué extraños dioses para que le ¿qué?... no sabía decirlo.
Pero
el olor sí, el olor era el podrido olor de todos los días.
***
Los
primeros pasos son inseguros, muchas veces van en dirección contraria al camino
que habrán de seguir después los pies que los recorren.
Lo
cual presupone que hay caminos y se dirigen a exactos puntos cardinales, pero
hemos llegado a saber por nosotros mismos que un mundo redondo no tiene
direcciones y que en él ningún paso se pierde, ninguno se gana.
Ya
llegaremos, pues, al lugar del que venimos y que siga sonando la música en los
oídos, o ese silencio que hemos llamado música y del que somos sordos oyentes,
mancos violinistas, no sé qué plural acaba de invadirme.
***
Hubo
una vez un hombre que se colgó una brújula de cada pensamiento para poder
orientarse hacia el norte de las cosas, pero las brújulas eran de cristal
ahumado y solamente reconocían la sombra.
Y
ese mismo hombre esgrafió en la piel de sus ojos unos mapas llenos de rutas
para nunca perderse, pero la rosa de los vientos de esos mapas estaba ajada por
el tiempo y solamente señalaba la soledad.
También
debemos recordar cómo ese hombre usó el alma como pedernal para hacer la
primera chispa que encendiera el mundo y hubo de renunciar a su empeño, no por
la dureza misma de la sustancia del alma, bien elegida para ese cometido, sino
por no existir nada que ardiera en la infinita vastedad de su restante persona.
***
Estaba
triste el hombre que quiso conocer al tiempo, estaba triste porque al fin había
conseguido su objetivo.
Había
primero recorrido todos los relojes, infinitas playas de relojes de arena, infinitos
océanos de relojes de agua, infinitas estrellas de relojes de sol... El tiempo
no vive en los relojes.
Viajó
después a sus recuerdos, hasta los más remotos, volvió hacia los distantes
proyectos la ruta de sus viajes... El tiempo no vive en el pasado ni en el
futuro.
Se
detuvo en el presente con la atención fija en la entraña de la duración, habló
con la muerte, interrogó a los dioses, el tiempo no les conoce, nada sabe de
nadie, no habita con ellos, no vive allí.
Un
millón de sabios han roto sus días para saber del tiempo, a todos preguntó, de
todos recabó sabiduría y noticia. Ya estaban muertos, el tiempo los había
olvidado, si es que alguna vez los recordó.
No
puedo contaros cómo siguieron las cosas, las cosas no han acabado, el hombre
todavía no ha conseguido su objetivo, por eso permanece triste aunque no
desespera, continúa preguntando por la vida mientras sigue tiempo.
***
Éste
era un hombre capaz de hablar consigo mismo, incluso a solas y sin sigo. Se
decía cosas por dentro de la cabeza, empujando las palabras hacia atrás,
llevando parte de las mismas a las tripas inferiores y otra parte a una zona
que está detrás de los ojos.
El
tema esencial de este tema es si el hombre se creía o no se creía sus propias
palabras, pero ocurre que para sí creerlas o no creerlas las tenía que pesar en
una báscula interior que también había sido hecha antes con palabras que el
hombre se había dicho a sí mismo.
No
sabemos cómo, pero lo cierto es que el hombre nunca se creía sus propias
palabras. Ahora bien, como tampoco se creía las palabras con las que había
hecho la báscula de pesar palabras, pues resulta que no puede responderse a la
cuestión de si el hombre se creía o no se creía sus propias palabras. Es una
cuestión indecidible. Lo único que se puede asegurar, por tanto, es que el
hombre no se creía nunca sus propias palabras. Las decía solamente para irse
engañando a sí mismo.
***
Hubo
una vez un hombre que se inventó los cielos, o los inventó, sin inventárselos,
pues no los quería para sí mismo ni
pensaba usarlos él en exclusiva.
Porque
este hombre que inventó los cielos inventó gente que viviera en ellos, salvo el
pequeño detalle de que a la vez inventó mil pequeños obstáculos que impedían
que la gente pudiera vivir en los cielos: inventó la enfermedad y la
injusticia, la soledad, la tristeza, la maldad, y otras cosas semejantes que
eran como rejas para impedir a la gente instalarse en los cielos. De donde los
cielos vacíos.
Pero
bellos los cielos, los cielos muy muy bellos.
El
tema esencial de este tema es quién se inventó a este hombre y por qué se
inventó un hombre así, un hombre capaz de inventarse los cielos, sí de
inventárselos, pues la gente al final no podía llegar a ellos y solamente
servían como referencia de su fantasía, como paisaje vacío de su lenguaje, como
metro cristalino de su poética. ¿Quién tendría interés en inventar a un sujeto
capaz de semejantes invenciones? ¿Y quién tendría interés en inventar al
anterior? ¿Y a éste último, no tan último?
Porque
todas las cosas suceden en el interior de nuestra cabeza, ya seamos hijos de
aristóteles, ya seamos hijos de platón.
Y
todo ello para poca cosa, para casi nada: para que el hombre de nuestro relato
pueda ir poco a poco inventándose a sí mismo.
***
A
base de hablar y hablar de sus dioses, este hombre olvidó la entraña de la
cuestión, como sucede cuando se habla mucho de la justicia, o se cita mucho la
lealtad. Tuvo, pues, que detenerse un día a pensar serenamente en el tema,
preguntarse a sí mismo qué eran esos dioses tan traídos y llevados, preguntar a
los dioses qué era, tan traído y tan llevado, él.
No
para responder a preguntas de los otros, lectores que ya habían aprendido el
truco y se apartaban prudentes del camino cada vez que los dioses pasaban por
el relato o el poema, mirándose los unos a los otros (los lectores a los
dioses, los dioses a los lectores) de atento pero distante reojo. No para
responder a abstractas cuestiones, sino para aclararse él mismo ante sí mismo.
¿Qué son, qué desean, a qué se dirigen, de dónde los dioses?
Lo
que no sabemos, lo que no controlamos, el azar impasible, la tragedia
estadística, el segundo principio de la termodinámica... ¿y qué más?... A pesar
de todos los pesares parece existir la suerte, están los que nacen y están los
que no nacen y, en naciendo, están los que nacen para morir aunque todos
estemos en la misma ruta. Pero la suerte... ¿los dioses la suerte?...
Durante
mucho tiempo no supo darse respuesta, ni siquiera una respuesta precaria e
insatisfactoria: ninguna respuesta, fluctuantes imágenes de destinos inciertos,
dados sin números, padreternos airados y abúlicos, incapaces de entender las
leyes de los grandes números ni de manejar grandes masas de creyentes.
Luego,
lentamente, por fin un día empezó a comprender que se trata de seres del
futuro, los propios hombres cuando dejen de serlo, si acaso la inteligencia los
hace sobrehumanos, si acaso inventan la justicia y derrotan al tiempo, si le
dan sentido a palabras como amor y esperanza, o al menos crean un paisaje donde
no sean necesarias... Entonces serán dioses y lo serán para siempre, un siempre
que ahora mismo, cuando aún no lo somos, aterra como la promesa del paraíso
perdido. Entonces serán dioses y nosotros estaremos muertos.
Día
llegará en que ese hombre estúpido, al preguntarse por los dioses, consiga
darse al fin esta respuesta sin respuesta.
***
Éste
era un hombre que nunca quiso practicar el sexo por los riesgos mortales que
entraña: contraer el síndrome, contraer el amor, contraer el hijo...
***
¡Qué
jugarreta le hicieron las cosas a aquel hombre!... ¡Qué hermosa y divertida
broma, las cosas todas, todas las cosas!...
Era
éste un hombre que siempre le estaba rezando y suplicando al sordo dios de cada
noche, siempre la misma oración, siempre la misma súplica: ‘¡Oh Dios de mi
corazón, Señor de mi espíritu!... Te ruego que seas misericordioso con mi hijo,
al que amo tanto que un ascua apagada del amor que le tengo podría encender las
estrellas. Mira que no pido nada para mí, que no es para mí para quien suplico.
Pero te ruego que le des a mi hijo lo que desea, que le concedas encontrar lo
que busca, que no desoigas mi ruego.’
Sucedía,
no obstante, que el entero fragor del universo, el ir y venir de las
constelaciones, ciertos murmullos de los inquietos océanos, el rugido feroz del
volar de las libélulas, y demás, acallaban las súplicas del hombre hasta
susurro inaudible y, claro, no podía ser oída la plegaria por el sordo dios de
cada noche.
Pero...
Pusiéronse
de acuerdo las cosas, todas las cosas, las cosas todas del universo entero para
hacer un alto repentino en medio del incesante tronar de los fragores, justo un
silencio durante la súplica del hombre, y al llegar a las palabras “que le des
a mi hijo lo que desea, que le concedas encontrar lo que busca”, de repente se
hizo el silencio universal de los seres que existen y existieren. Callaron los
vientos y los mares, dejaron de derrumbarse las montañas, cesaron en su vuelo
los halcones, se apagó el suspiro de la brisa y el jadeo de todas las lujurias,
la música y su silencio se hicieron silencio, el roce de los goznes suspendió
en que giran su gemido las estrellas...
Y
no le quedó al dios más remedio que oírle, retumbando la plegaria de tímpano en
firmamento.
¡Qué
jugada les hicieron las cosas a los tres, al sordo dios de cada noche, al
hombre aquél y al hijo de aquel hombre!
***
Una
vez un hombre sacó una lágrima de cristal al meter la mano en la bolsa de
escoger destinos. La vendió a un dios ambulante a cambio de la gloria y la
riqueza, y el dios ambulante la cambió luego por dos brisas a un viento marino
que marchaba hacia el sur. Más tarde el viento se la cedió sin precio al río
que deseca las tierras íntimas y de corriente en corriente llegó a la laguna en
que bebe la muerte cuando no mata. Al llegar hasta mí y reflejarse en mis ojos,
puso la lágrima pegada a mi mejilla, la muerte digo, y ésta es la que ves
cuando me abandonas, la lágrima digo. La dejaré en herencia a la bolsa de
destinos, me gustaría volver a encontrarla cuando vuelva a meter la mano.
***
Era
éste un hombre que quería hacer copias de sí mismo, calcos, réplicas.
Se
gustaba tanto a sí mismo que quería dejar una herencia de infinitos súes
idénticos para que dejasen a su vez cada uno infinitas réplicas de cada. Y como
no habrían de caber todos en el mismo universo, quiso hacer infinitos
universos, uno por copia.
Cursó
la solicitud oportuna y fue aceptada. Le mostraron la prueba antes del pedido
en firme y entonces el hombre, vomitando aterrado, rompió en pedazos el impreso
y quemó los trozos y dispersó las cenizas. Y cursó una solicitud de
autoanulación y borrado de registro, la cual fue aceptada en su momento. Cuando
le mostraron la prueba antes del pedido en firme y se imaginó a infinitos como
él leyendo el contrato, con la mano en alto dispuestos a firmar la renuncia al
haber sido, enloqueció de repente y lo enviaron aquí. Ahora está tranquilo, se
imagina gente con la que habla, escribe cosas, lleva un diario aunque sabe
vagamente que es un hombre sin días. No es capaz de distinguir entre tres
proposiciones diferentes: ‘hay infinitos como él’, ‘es único y nadie más es
como él’, ‘ nadie es como él, ni siquiera él’.
Hay
infinitos como él.
***
No
quiero que me envíes a buscar la felicidad, como si yo fuese igual que todos
los demás, buscando todos lo mismo allí donde no se encuentra, ciegos y sordos
en un desierto infinito, ajenos los unos a los otros, aunque las manos a veces
se rocen mezcladas por estar todos buscando entre los mismos granos de arena y
cristal.
Sé
que es un invento que tú te has inventado, no tengo ganas de portarme como
todos los borregos que se afanan buscando la torpe felicidad.
Déjame
que vaya en busca de otra cosa, inventa para mí un invento distinto, algo
especial y único que no me cueste buscar, envíame a un desierto mínimo y
cerrado, donde la arena toda sea de otro color y la cosa perdida tenga grandes
letreros y sea señalada por una flecha enorme que diga estoy aquí y ya me has
encontrado.
Y
donde nadie más esté buscando la misma cosa distinta, el mismo grano de arena.
O
permíteme quizá que yo no busque nada, que me quede aquí sin salir de viaje,
cerca de donde está el origen de todo, escuchando la música de las esferas,
márchate tú a buscar la felicidad, yo no quiero ir, me asusta pensar que
pudiera encontrarla.
***
Se
preguntaba aquel hombre de dónde nacen los cuentos, especialmente cuentos como
los que él contaba, los raros cuentos que no nacen de la vida misma.
¿De
la imaginación?... ¿Y no es esta respuesta una simple palabra, un flatus vocis
que no significa nada ni responde a ninguna cuestión?
Bien
está decir que suenan incesantemente en algún lugar cercano al lóbulo de la
oreja, pero nadie da mucho crédito real a las voces misteriosas, ya te manden
liberar francias ya te dicten cuentos y pititas. En general la gente no se cree
esta respuesta. ¿Te la crees tú?
Siempre
me he figurado que hay dos clases de creadores, los que lo somos y los que no
lo son. Bueno, pues paradójicamente me parece que los únicos que lo son son los
últimos, porque a los que sí lo somos nos soplan al oído las músicas y las
palabras, mientras que los que no lo son, los que se ponen a trabajar como
obreros a las ocho de la mañana para que ‘la inspiración les pille trabajando’,
esos se tienen que ganar por sí mismos ¿qué?... la inspiración no, desde luego,
será el artesano formato que llaman ellos su arte. En fin ¿me lo creo yo?...
No
sé de dónde vienen los cuentos, nunca lo he sabido, yo desde luego no tengo que
ir a buscarles, quizá por eso, por no haber tenido que viajar a las fuentes en
su busca, no sepa yo de dónde vienen. Siempre están aquí, así que tal vez no
vengan de ningún sitio.
Si
de he decirme la verdad, la sensación que yo tengo es que no se trata de
argumentos que nadie quiera decir a nadie ni nadie quiera que nadie le diga,
sino al contrario y al contrario del contrario: cosas que quieren ser dichas,
ellas, las cosas mismas, argumentos que quieren ser ellos mismos relatados,
aunque para sí mismos, para nadie más. Por eso me escogen a mí como relator,
porque saben que puedo hacerlos palabra y saben también que nadie me escucha.
***
Un
halcón y un jilguero, hartos de sus destinos respectivos, cambiaron las vidas
una por la otra, ferocidad por trino, rapidez por inercia, jaula por libertad.
Le
fue muy bien al halcón, a resguardo para siempre de su salvaje instinto y del
olor de la sangre, pero fue todo desgracia y tristeza para el pobre jilguero,
obligado a inundar con sus trinos los aires infinitos y la esquiva libertad.
La
jaula en que vivió el halcón hasta el
fin de sus días le hizo tan feliz que más allá de la muerte soñaba con un cielo
de barrotes y una luz irisada de puertas cerradas y de esquinas ciegas.
El
jilguero, en cambio, hubo de fatigar los espacios durante toda la eternidad, la
muerte jamás tuvo ganas de buscarle tan lejos, no logra el pajarillo limpiar de
su pico la sangre que ahora se ve obligado a derramar.
Ha
resultado el halcón el más suave y manso de los jilgueros, y el jilguero se ha
convertido en el más sanguinario y feroz de los halcones.
Bien,
pues sorpréndeme ahora con un final imprevisto para el cuento. Ya sabes que no
puedo, que tú conoces el final mejor que yo mismo, o por lo menos igual que yo
mismo, pues si antes fuiste halcón, yo antes fui jilguero.
***
Siempre
he sentido lástima por uno de mis personajes más queridos y hermosos: la
pequeña Estelabel que fue protagonista de uno de mis cuentos más antiguos, de
la saga de Erlander, los que yo llamo ‘cuentos sin rescate’ o ‘cuentos
ultinieblos’.
Estelabel,
de hermosos ojos grises ciegos por dentro, sufría en el cuento la terrible
desgracia de saber de antemano el destino de los seres que amaba, aunque los
dioses, no satisfechos con tan perversa maldad, la castigaban además (o le
hacían pagar un precio) con una certeza de cristal que traspasaba su corazón
como el rayo de sol atraviesa la mañana.
En
el cuento Estelabel advertía que alguien muy suyo habría de morir al volverse
mustios los pétalos del día, y podía precisar con minucioso detalle los
elementos de la muerte, la circunstancia, el momento. Pero a la vez la certeza
de cristal ataba su lengua, sus pies y sus manos, y no podía salvar de ese
destino a la víctima.
Estelabel
lloraba lágrimas de sangre de los sus ojos grises ciegos por dentro, los
cabellos de niña se le llenaban de arrugas y su fina piel transparente se
cubría de canas. El destino le consentía luego envejecer solitaria para no
tener que condenar con su certeza a ningún otro ser querido.
Recuerdo
muchas veces a Estelabel, me inspira tanta ternura que jamás he querido
escribir su cuento.
***
Cuando
te sientas a escuchar un momento antes de que empiecen a dictarte las palabras
¿qué piensas?
-No
pienso, para escuchar hay que estar callado.
-¿Qué
sientes?
-Cierto
hastío: no sé muy bien qué hago para quién ni qué saco yo en limpio.
-Gloria,
admiración, riqueza...
-Eres
muy gracioso.
-En
serio, algo sacarás.
-Algo
será, pero no se qué, nunca lo averiguo.
-¿Alguna
satisfacción íntima?
-No
siento ninguna. No creo que sea eso.
-¿Alguna
forma de placer?
-Acaso...
pero es como en el sexo: tienes la sensación de que cierto Gran Hermano te pone
a bordo, para su entero beneficio y no para el tuyo, alguna atadura por cuyo
cauce él consigue de ti lo que quiere y te premia ¿con qué?... con lo mismo con
que te ata... Un fraude.
-¿Te
parece el sexo un fraude?
-Que
se lo parezca a poca gente indica hasta qué punto lo es. Y no hablábamos de
eso.
-Así
pues alguien te usa.
-Sí,
pero no es alguien.
-Ya
empezamos...
-Algo,
más bien. Y no es que me use... palabras y conceptos que quieren ser dichas y
pensados... Pero ya otras veces lo he explicado así y quizá sea al revés, un
revés de un revés más íntimo.
-Todo
esto me parece palabrería.
-Lo
que no es palabrería no existe, a pesar de lo que digan y crean los idiotas de
‘los hechos son los que cuentan’.
-¿Hablando
se entiende la gente?
-No
importa la vida, lo que importa es la palabra.
-Las
palabras se las lleva el viento.
-Ve
a la página de al lado. No, si están escritas.
***
-Creo
que los árboles son los únicos protagonistas de este mundo. Diseñaron y crearon
las cosas de forma que ellos mismos convirtieran el sol en vida, la vida en
vida inteligente, y la vida inteligente en palabra escrita que sobre papel se
graba, papel que no es otra cosa que el propio árbol en el destino redondo que
ha trazado desde el principio para sí mismo. Los árboles nos crean y nos usan
para hablar consigo a través de la palabra escrita. Estas palabras no son otra
cosa que el mensaje que el viejo y remoto pino se manda a sí mismo por
intermedio de mí, ciego mensajero que ignora lo que dice el mensaje que
transporta (algo misterioso sobre leños y verdes hojas, quién sabe qué hermosa
belleza encierra acerca de pasadas y futuras clorofilas...).
Desengañáos
de los otros sistemas de comunicación, la voz, la magnética señal, las torpes
quemaduras en la piel del aceite... no durarán. ‘Eternidad’ es una palabra
escrita sobre un papel.
***
Fueron
todos juntos para mejor defenderse, unidos los amores con mortero y alquitrán,
atados los corazones con sogas y recuerdos, formando en fin una amalgama que
era a la vez sustancia y coraza, esperanzados frente al peligro por esa unión
tan firme.
Pero
resultó que un minúsculo egoísmo de piedra se acuñó haciendo grieta entre dos
recuerdos, medio chavo de sexo separaba un deseo de una lealtad, una miserable
porciúncula de venganza urdióse resquicio en el centro mismo de la tersa
amistad... en fin, los lazos tan firmes no eran tan firmes, la coraza tan
sólida no era tan sólida, cada corazón a la postre iba más a lo suyo que al
destino común. Al llegar a la vanguardia de los riesgos verdaderos eran una
multitud dispersa y no un solo gigante de acero y certeza.
Me
ha complacido irlos matando de uno en uno, sobre todo después del miedo que su
unión aparente me había hecho pasar.
No
hubiese debido ser ten asustadizo ni creer posible acuerdo tan difícil, al fin
mis hijos lo eran de madres diferentes.
***
Alguna
vez deberías contar tu vida como si fuese un relato ficticio, que lo es.
Entonces estarías igual que tus oyentes, sin saber el final siempre
sorprendente. Igual que todos tus oyentes menos uno.
***
La
conciencia de aquel hombre había sido educada en un país extraño y el hombre
nunca había conseguido entenderla.
Por
ejemplo, nunca comprendió por qué amapolas, claveles y rosas sí eran pecado,
pero en cambio no lo eran crisantemos y azaleas. Por qué en cuanto a lirios
cabían venialidades, pero las fucsias eran todas mortales de necesidad, ni qué
hacía disculpables mediante bula las radiantes orquídeas y en cambio
terriblemente imperdonables las minúsculas y cándidas manzanillas. ¿Y por qué
eran nefandas las sabrosas clemátides?
Después
de muchas discusiones airadas y de encontrados monólogos cruzándose como
chispas que arañan la desazón, el hombre y su conciencia decidieron separarse,
fuese el hombre a un desierto sin vegetal alguno mientras la conciencia,
cortando ésta respetando aquélla, dibujaba en el jardín el rostro de un chamán
ciego hablando con su sordo dios.
***
No
es que Ulrik matase a sus hijos por falta de amor, no es que dejara morir a sus
nietos por falta de compasión, ni le negó la vida a sus descendientes por falta
de misericordia o piedad. Quien así interprete la historia estará muy
confundido, Ulrik no hubiese sido capaz de albergar en su corazón odio ni
desprecio ni siquiera olvido, tan rebosante de ternura lo tenía, tan lleno de
afecto y de cariño.
Es
que los dioses le habían informado de su destino, según el cual estaba llamado
a asesinar su linaje, a no dejar huellas tras de sí, a que su nombre se
perdiera entre todos los nombres, y no quiso cederle a la muerte la tarea que
el destino se había empeñado en encomendarle a él.
Otros
dicen que todo lo entendió mal, al revés, que los dioses se limitaron a decirle
lo que sabe cualquiera, que tus hijos irán muriendo cuando les llegue la hora,
lo mismo que tus nietos y el resto de tus descendientes, pero no por destino
malvado o perversidad de nadie, sino por la naturaleza propia de las cosas que
viven, cuyo final natural es la muerte a su tiempo.
Sea
como fuere Ulrik mató a su gente aunque no era mal sujeto ni mató a nadie ni se
llamaba Ulrik.
¿Entonces?
Pues
entonces no empieces tú también como la gente que escucha tus cuentos y quiere
que les cambies el final para que no sean ‘tan tristes’. Ya te he hecho caso en
que no matase a nadie ni se llamase Ulrik. El final no puedo cambiarlo,
entiéndelo, Ulrik, lo siento.
***
¿Cuántos
son ‘yo’ y cuántos ‘tú’?
***
Nunca
es el mismo sitio cuando paso por el mismo sitio, todos los sitios distintos
son el mismo sitio cuando a ellos me dirijo, el tema esencial de este tema es
que mis ojos miran hacia adentro, no hacia afuera, mi piel está en mi interior,
la espalda de mi alma es lo que ves cuando me observas mirarme a mí hacia mí en
el centro de mí, ningún mí existe, te me estás inventando.
En
algún rincón perdido del infinito castillo que soy habita un hacedor de juegos
de palabras, un hacedor de pensamientos, un hacedor de sentimientos, un hacedor
de recuerdos y proyectos, un hacedor de imágenes, de sombras, de estrellas, de
tiempos. Juegan juntos a un juego de azar en que todos pierden y quien pierde
paga y debe entregar todo su caudal y nada tienen y yo soy la chinarrila sin
valor con que han fingido monedas.
La
próxima vez que hable contigo cállate, déjame hablar a mí, tú eres mudo y sordo
y no existes, te me estás inventando.
***
Éste
era un hombre que contaba cuentos con final imprevisto, por lo cual estaba
condenado a no poder contarse nunca cuentos a sí mismo, desgracia enorme y
aterradora que le hacía estar y hasta ser amargado y aún dichoso. En efecto
¿cómo ignorar el final del cuento cuando el que lo escucha es el mismo que lo
relata? Es un tema sin salida, la condena de aquel hombre en este asunto era
poco menos que un destino, un condenado destino. Hasta que un día, de
repente...
¿Por
que no un cuento con muchos finales diferentes y sorprenderse a sí mismo al
final del final con un azar imprevisto?... El truco era, en realidad, sencillo,
consistía solamente en contar el cuento de forma normal y apresurar de golpe el
relato cogiendo al pasar un final cualquiera del repertorio de finales,
sorprendiendo por la rapidez y por la suerte al espectador desprevenido.
Consiguió
así este hombre ser distinto, el único oyente que nunca sabía el final del
relato.
***
Nunca
se sabe qué es peor, si cuando las campanas suenan de forma tan fuerte que
tienes que respetar, quieras que no, su sentido sin sentido, o cuando suenan de
modo tranquilo y logras colocar sobre ellas el sentido tuyo que, quieran que
no, han de soportar resignadas.
Y
no se sabe porque en el caso primero carecen de sentido, pero en el segundo
dejan de ser lo que son. y para oírme a mí mismo no necesito intermediarios.
Recuerdo
una vez que una niña pequeña me tenía cogido de la mano (ella a mí, no yo a
ella) y me traía y llevaba como esos perros tozudos a sus estúpidos dueños,
cuando de pronto dijo algo que no entendí pero que requería respuesta. Me sentí
entonces como me siento siempre en medio del dilema más entrañable y esencial
del mundo: responder sin sentido, que no es responder, o responder con sentido
a una pregunta que no se ha escuchado. O no responder.
Ya
me diréis si no es eso la vida [una niña pequeña que tira de tu mano y hace
preguntas que tienes que responder aunque no puedes].
***
Querido
diario: hoy no es hoy, te estoy engañando, si pongo una fecha que no es la
fecha ya no puedes tú saber de qué día se trata.
Me
encanta engañarte, diario querido, poner el domingo lo que hice el sábado, o
mejor aún, lo que haré el lunes.
Siento
que te ríes, que piensas que seré yo mismo el engañado y estúpido cuando vuelva
a leerte pasado mucho tiempo, pero lo cierto es que no es cierto, a quien deseo
engañar es a mi memoria.
Ya
veo que comprendes, ahora entiendes por fin de qué amores te hablo que nunca
han existido, los relatos de hijos que nunca nacieron, historias de amigos
imaginarios que nada saben de mí, eres un libro listo, no te puedo engañar, me
alegra que mi memoria no sea de papel.
No
he debido borrar tus páginas futuras, ahora no sabré nunca qué me aguarda
mañana.
***
Enseguida
se comprende qué soñaba aquel hombre teniendo como tenía un hijo tonto.
Su
sueño primero y más elemental era que el hijo, por modo milagroso y siguiendo
vías directamente celestiales, dejaba de ser tonto y se volvía listo como el
que más.
¿Y
ya? ¿Estaba al fin contento el hombre aquél, padre repentino de hijo con
talento?
No
tal, sino que se angustiaba ahora por la segunda desgracia que había pasado a
primer plano. El hijo listo antes tonto era, siempre lo había sido, vago e
inconsistente, entregado a la pereza. Soñaba pues aquel hombre con un milagro
que hiciera de su hijo el más diligente, trabajador y ejecutivo de los sujetos humanos.
¿Y
ya?
Bien,
ser listo y trabajador de ninguna manera te asegura, antes al contrario, la
suerte en el trabajo. Así pues rezaba aquel hombre para conseguir un tercer
milagro (y éste difícil si los hay).
¿Y
ya?
¿Basta
acaso tener suerte en el trabajo si nadie reconoce tu mérito? ¿No es lógico
desear que alguien que es genial, trabajador y está en lo suyo, alcance metas
que todo el mundo reconozca?
¿Y
que se le premie luego con la gloria profesional?
¿Y
qué decir del dinero, sólo los estúpidos ineficientes van a gozar de él?
En
fin... recordad que tenemos que deshacer el camino recorrido a lo largo del
sueño si queremos volver a la realidad: de la riqueza a la gloria, de la gloria
al trabajo, del trabajo a la diligencia, de la diligencia al talento, del
talento al hijo mondo y lirondo, tonto, vago y sin trabajo ni suerte.
Ya
puestos, sigamos un poco antes de despertar, y libremos al pobre hombre también
del hijo. Para lo que servía...
Estúpido
será: ahora sueña con tener un hijo...
***
Ya
no era la misma, Rinta, cuando volvió del parque. ¿El espíritu misterioso del
bosque le había hablado al oído?...¿Pájaros sin nombre de colores brillantes
arañaron para siempre la piel de su fantasía?... ¿Depositó acaso el amor, aún
que tan niña, sus larvas de pus en los alvéolos de su pecho?...
Lo
sabe ella, pero dejó de reír, mujer se hizo, mira con distancia y ojos redondos
a su madre, se ha negado a volver al parque conmigo.
***
*** ***
-
Veamos, ¿qué es lo que te gusta a ti de un cuento como éste?
-
No lo sé, creo que todo.
-
¿Que violen a una niña en el parque, por ejemplo, que la viole probablemente su
propio padre? ¿Es eso?
-
No, eso no, claro está...
-
Pues me quitas un peso de encima... La pobre Rinta...
-
No, Rinta no, seguro, prefiero a su hermanita pequeña. A mi me gustan las
niñas, pero enteras.
-
¿Eres consciente de las barbaridades que dices? ¿se trata de decir la salvajada
mayor, como si fuera un concurso?
-
Pero si Rinta no existe, ni su hermana menor, son solamente personajes
ficticios...
-
¡Pero existe el pensamiento, existe la intención!
-
¡Que no!... que en este pueblo ni siquiera tenemos parque...
-
¿No tenéis parque aquí?
-
No...
-
¡Ah, bueno!... Pues muy buenas tardes. Vámonos, hija, que aquí no hay parque.