La carta

 

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Personajes:

 

Alexander, Mayor Comandante, Jefe del Batallón

 

(Del batallón:

 

Clemens

Evander, cabo

 

de la Compañía C)

 

 

*** *** ***

 

...es por ello mi penoso deber, como comandante de esta Unidad, comunicarle que su hijo...

 

Mayor Comandante ALEXANDER.- (Musitando en voz baja) ...que su hijo el soldado Demian Ransom Clemens... bla, bla, bla... Sigamos... Querida señora Clemens... ¿Queremos realmente a la señora Clemens?... ¿Hemos querido, hemos amado, a todas las señoras madres de todos los caídos en esta estúpida guerra?... ¿A las 76 madres... 75, porque los Surwist, como eran hermanos, tenían una sola madre y así me ahorré una carta... a las 75 madres de la compañía B?

 

La tosca ironía mental del Mayor Comandante de la Unidad sólo escondía desolación, tristeza e incapacidad literaria. De todas sus obligaciones como jefe al mando, incluida la de enviar hombres a la muerte, escribir cartas a las familias -a las madres- de los caídos era la que peor se le daba y la que más le dolía. En la Academia enseñan muchas cosas, pero no a escribir ese tipo de cartas de amor. Tenía chuletas con fórmulas prefabricadas (hombre previsor, antes de salir de la patria se había buscado precedentes de otros “escritores de cartas a madres”, hasta la famosa de Lincoln, y estaba bien provisto); había ido guardando además copias de sus propias creaciones literarias, pero eso no quería decir que, sobre el papel en que constaban aquellas palabras de “...es por ello mi penoso deber, como comandante de esta Unidad...” no estuviesen cayendo gotas del sudor de su frente. Daría dedos de la mano derecha por estar frente al enemigo, armado y disparando, en lugar de ante su mesa de campaña escribiendo a la indefensa señora Clemens -viuda de un capitán, por cierto, esto es, conocedora ya de este tipo de misivas...-.

 

¿Cuál es el “mejor” modo de decirle a una madre que han matado a su hijo? Los que escriben cartas para comunicar semejante salvajada, seguramente sufren la suerte del mensajero, al que se odia por la noticia que comunica, identificando o confundiendo contar la muerte con producir la muerte; así que llamar a la madre “Querida señora”, era un despropósito absurdo. Pero ¿cómo, entonces?... ¿Muy señora mía?... ¿Odiada señora mía? (para corresponder con odio del mensajero al odio al mensajero). ¿Indiferente señora mía, madre de uno que se ha muerto y que yo ni siquiera recuerdo bien porque tengo 300 a mi mando y se van a ir muriendo poco a poco, al menos unos cuantos, no sé quiénes, pero todos hijos de muy señoras mías?... Ni siquiera era posible encabezar el escrito con algún sarcasmo cruel pero drástico, como podría uno dirigirse a alguien que, sin saberlo, acabase de perder a sus progenitores: “Querido huérfano”, porque no hay palabra para “madre de hijo recién matado”. Las madres, incluso en estos tiempos en que muchas mujeres soldados combaten junto a los hombres, especialmente las madres de hijos muertos en combate, propenden a pensar que la guerra es una estúpida insensatez masculina, un juego cruel que carece de sentido, que arrebata hijos sin justificación ni necesidad.

 

Ya era un veterano, el Mayor Comandante Alexander, en esto de escribir cartas de comunicación de muerte, pero seguía sin saber hacerlo; hay cosas en esta vida que no se aprenden nunca. En ocasiones, desesperado, había intentado componer una especie de puzzle con piezas de distintas obras maestras del género, incluso alguna pieza propia para darle al escrito mayor “honradez”... pero se deshacían, se desmoronaban palabra a palabra como si las piezas nunca acabasen de encajar de forma compacta. Nada más empezar su trabajo de “escritor mortalizante”, se imaginaba una tranquila dama de media edad, viniendo de la compra desde la tienda más cercana, asiendo bolsas de papel con dos cajas de leche, una barra de pan, un manojo de cebolletas, dos pimientos, azúcar y queso en porciones, abriendo el buzón y recogiendo -¡ah, querida señora, con el corazón ya detenido por el color característico del sobre, el membrete oficial de la Unidad, esa intuición que define a las madres! la carta, recogiendo la carta mientras las cebolletas y los quesitos se desparraman por el suelo. ¿Cómo se puede ser tan cruel con un manojo de cebolletas?... se dice a sí mismo el Mayor Comandante torciendo la boca en mueca de feroz sarcasmo para conjurar -para borrar- la terrible imagen de la desconocida a quien la tragedia ha sorprendido entre dos latidos limítrofes de un corazón que ya nunca volverá a latir seguido.

 

El Mando Supremo del Ejército debería comprender que con el sobre basta, que ya la madre entiende todo el mensaje aunque no haya más mensaje que un sobre vacío, de color amarillento, con el membrete de la Unidad en Campaña de su hijo soldado. ¿Para qué obligar a los comandantes a esa tortura inútil de pergeñar unas frases que las lágrimas y el conocimiento completo de la tragedia en curso van a impedir que las madres lean? Pocas palabras tan innecesarias como ésas que, desde que el mundo es mundo y por lo tanto hay guerras, los jefes de los soldados muertos escriben a las madres de los mismos muertos soldados. O establecer un modelo único para todos las épocas, para todos los países, para todas las guerras, en fin, para todos los muertos y para todas las madres: un impreso en mil idiomas que se remita de forma automática, sí, automática, incluso al azar y por modo imprevisto, antes o después, qué más dará, si a la postre todos los hijos mueren y todas las madres se acaban quedando huérfanas...

 

En estas cavilaciones locas andaba el Mayor Comandante Alexander sin saber cómo seguir la carta que ya tenía empezada:

 

Apreciada señora Clemens: A consecuencia de una acción de combate contra tropas guerrilleras rebeldes de la región en que opera nuestro Batallón, parte de los efectivos de la Compañía C se han visto involucrados en un intercambio de disparos, escaramuza aparentemente de poca importancia, pero en realidad esencial desde el punto de vista táctico y que ha conseguido, por el sacrificio de algunos valientes, salvar la vida de muchos de sus camaradas, le ha procurado a la Unidad una señalada victoria y ha conseguido mejorar el curso de las estrategias actuales hasta el punto de que, gracias a esta operación, se puede confiar en un próximo cese de las hostilidades y en un adelanto de la anhelada paz.”

 

Hasta aquí, las descaradas mentiras y desvergonzadas grandilocuencias parecían más o menos bien hilvanadas, toda vez que se trataba, no obstante ser una sarta de embustes, de embustes “impersonales” y, por ello, más proclives a una “redacción anestésica”. Pero enseguida se entraba en materia...

 

Varios han sido los héroes que han entregado sus vidas en este suceso militar...

 

¿Hay alguna expresión más siniestra que “suceso militar”?

 

...y les debemos tanto, que no podemos explicarlo con las palabras del torpe lenguaje incapaz de trascender las emociones.

Cuando se apaga el ruido de las armas, una de las obligaciones del Mando es reconocer las propias bajas, terrible cometido en que los comandantes y los familiares recorren juntos la senda de la más amarga ofrenda. Pero lo que es necesario es necesario, y es por ello mi penoso deber, como comandante de esta Unidad, comunicarle que su hijo, el heroico soldado Demian Ransom Clemens, ha muerto en acción salvando con su valor la vida de muchos camaradas.

 

Hasta aquí lo “sudado”. Y ahora, a seguir sudando:

 

Sé que no tendrá consuelo el dolor de su corazón, pero créame, estimadísima Señora Clemens, que no es menor la aflicción que a todos sus camaradas nos embarga, al par que la admiración por su heroico comportamiento y la conciencia de que su acto ha contribuido a salvar nuestras vidas, se elevan a gran altura.

La Patria, la Historia, el Destino y Dios tienen lugar de honor para el recuerdo de los héroes, y en ese recuerdo les acompañaremos, aunque sea de forma modesta pero hasta el fin de nuestros días, los que hemos tenido el honor y el privilegio de combatir a su lado.

 

Lo peor ya estaba. Secándose el rostro, el Mayor Comandante Alexander repasó lo escrito “y vio que era bueno”: oficial pero compasivo, sin entrar en detalles aunque marcando lo esencial, enalteciendo al difunto y mintiendo lo necesario. No se trataba de una muestra inmarcesible del género epistolar, pero cumplía su cometido como mensaje amortajante. En fin, ahora un remate digno, sencillo y breve:

 

Como honor y privilegio es para mí dirigirme con este escrito a la madre de un héroe. Todo el Batallón la acompaña en su dolor y nunca faltarán nuestras oraciones para que la tristeza del recuerdo de Demian en su corazón se suavice con la ayuda de Dios y el paso del tiempo.

Suyo afectísimo James Dobson Alexander, Mayor Comandante de la Unidad.”

 

Escogió adrede uno de los viejos sobres cuyo dorso había que chupar con la lengua para pegarlo, mejor que de los nuevos de cierre autoadhesivo: las cosas hay que hacerlas bien, o de lo contrario es preferible no hacerlas. Luego entregó el sobre para el correo a su asistente, el cabo Evander.

 

Y se dirigió a matar (lo hizo de un disparo en la frente, a bocajarro y sin titubeos) al traidor y cobarde soldado Clemens, que a punto había estado de provocar con su miedo otra debacle parecida a la de la Compañía B.