[Fragmentos del libro:]

EL SACO DEL BUHONERO

 

MIGUEL COBALEDA

 

REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL:

Nº: 1999-37-25398 y 00-1999-24503 de 28-3-2000

IR AL CUENTO: "PARAR"   IR AL CUENTO: "TIERRA"   IR AL FINAL DEL DOCUMENTO

 


Las reglas del juego son el juego

[Libro de Horas]

 

Le concedió el destino al sabio mago

una vista excelente;

por eso vivió en la sombra

hasta muy avanzada edad

en que, finalmente, se volvió ciego.

Entonces vio.

 

 

1    El saco del buhonero

 

En el parque de la Estrella, con la mirada melancólicamente perdida sobrenadando las ondas del estanque, esperaba una vez más la llegada tardía de mi amada (el amor siempre es tardío, si llega es lo último que llega, tras él la vida se vuelve otra cosa), cuando le vi venir con su saco a cuestas, esa pinta indefinible de buhonero eterno, andador de todos los caminos que no pueden ser andados, alcanzador de todos los horizontes transparentes e inalcanzables.

Se sentó a mi lado y acompañó mi vista por su nostálgico recorrido sobre las ondas inquietas. Dejó el saco en el pretil y con las manos se borró de los ojos tanto cansancio polvoriento, de ése que nunca puede borrarse con las manos del día. Las almas se miraron tranquilas y acaso se sintieron gemelas.

Luego me propuso el trato: comprarme o cambiarme los trozos de tiempo perdidos.

Tal vez las aguas plateadas y negras del estanque, tal vez los recovecos más antiguos de la memoria (si no son la misma cosa) me hicieron interesarme por cálculo tan complejo: ¿Quién puede contar, e ir sumando, los transcursos de la espera?... Cuando los brazos descansan y el alma de las tediosas rutinas; cuando entre jadeo y jadeo la nada destila goteando sin rumbo como espita perdida; cuando luego del proyecto esperas irresoluto que comience la acción, nunca tal vez, o nunca; cuando dejas la mirada vagar sobre el estanque... En fin, toda esa duración en que consiste la vida si descuentas la media docena de pavorosos y culminantes latidos.

Pero él sí sabía la suma, parece que va sumando cuando recorre los caminos del mundo y conoce exacto -es su oficio ¿su deseo?- la cuenta de cada todos. De mis cincuenta años de vida he vivido, parece, doce horas, treinta y siete minutos y veinte segundos. Por el resto me ofrecía, no le escuché, me distraje, no sé qué me ofrecía, qué podía en todo caso salir yo perdiendo, le dije que sí, se marchó con su saco, espero que mis años aprovechen a otros más felices que yo, cuando llegó mi amor al borde del estanque no pudimos perder ni siquiera un momento, nos besamos, amamos, siendo dichosos, desdichados, celosos, abnegados, egoístas, espléndidos, todo junto, fundido, en un abrazo mismo se amalgamaron el amor y el deseo, el hastío, la calma, el rencor, el olvido, allí sobre el estanque nacieron nuestros hijos, se decantó un destino difuso y perfilado de nietos y herederos, de vidas y de azares, la historia galopando por encima del tiempo, ya sé qué maravilla, ahora lo recuerdo, me dejó el buhonero cuando marchó de mi lado con mi tiempo en su saco, era una flor de luz que se llamaba muerte, salí ganando con el trueque, para qué vivir instantes que dilatan los años como sarmientos negros que están secos por dentro.

Es un hombre cansado, de borrosa mirada, con un saco sin fondo, si le ves, hazle caso.

 

2    Tatuaje

 

El soldado-guerrillero pokassa se tocó el tatuaje azul de su frente como si pudiera encontrar allí la respuesta a la duda que le asombraba vagamente, sin llegar a ser consciente de su propio asombro. La piel tendría su color, quizá, pero las manchas de aceite, sangre y mugre de las armas de guerra-paz y de la matazón del propio oficio, los tatuajes de paz-guerra de sus mejillas, de sus pómulos, de sus ojos (o eran el iris), disfrazaban y borraban ese color, por lo cual tal vez sus dedos sólo buscaron el río azul de los pensamientos que la sagrada marca tatuada perfilaba sobre la desnuda calavera.

¿Qué hizo detener la acción del guerrero pokassa cuando estaba ya en curso el ciego alud que la desencadenaba?... ¿Se había quedado sin balas y, luego de matar a casi todos los habitantes forvi de la aldea, no le alcanzaban para las dos mujeres, el anciano, el chicuelo y las dos niñas de grandes ojos rizados?... Pero el machete... ¿Tenía tal vez el brazo cansado? ¿El arma mellada? ¿Buscaban la muerte y él alguna piedra arenisca donde aprontar sus filos? ¿Era día de matar menos?... Fuere como fuere, la raya horizontal de color cielo-mar nada respondió a la pregunta, si lo era, y los supervivientes esperaron procurando no resbalar en el barrillo con que la sangre y el polvo habían encharcado el suelo de la aldea.

El redactor-jefe, malhumorado, levantó los ojos hacia el inexperto corresponsal con una muda pregunta-reproche que tuvo que convertir en palabras:

 

¿Tres-mil-cuatrocientos-noventa-y-cuatro-muertos?-¿Qué-porquería-de-cifra-es-ésa?-¿Eres-acaso-un-maldito-contable-diplomado-con-céntimos-y-centésimos?-¿Pretendes-que-pongamos-en-la-primera-semejante-titular-y-que-mañana-seamos-el-hazmerreir-de-todos-los-colegas?-¿Es-que-no-te-has-leído-el-libro-de-estilo?

 

Y con su lápiz de doble filo afilado, tachó en negro la cifra y redondeó en rojo su cuota, 3500, que se propagó por las líneas maestras del destino hasta el azul tatuaje de la frente del guerrero, pasó a su mano y completó la cuenta con seis eficaces remolinos del impasible machete.

 

3    Me ha dejado mi amada

 

No sé si realmente me amaba, tanto como lo repetía y repetía, luego cuando al fin lo dejó de repetir, no sé si realmente me amaba, siempre con sus ojos oscuros mirando qué sé yo qué honduras de mí mismo, buscando en mi fondo alguna complicidad con un migo mismo que yo no conocía, abierta a la noche su alma cerrada, tapiado a la luz su corazón sin alegría, por qué somos los unos la condena de los otros. No sé si realmente me amaba.

Sí, sí que fue recorriendo mi propio camino, para alcanzarme decía, para rescatarme la vida antes de que rodara al fondo último del último abismo, y a los infiernos bajó porque no fuese solo, la recuerdo todavía con el pico en el brazo, ingenua, sin saber, tuve que enseñarle todo el ritual, usó mis liturgias, mis arras, mis herrumbres, la cuchara quemada, el viejo encendedor, la goma tatuada con la marca de mis dientes, quiso todo lo mismo, que el éxtasis rodase por las mismas roderas, hacer suyas mis venas, hacer suyos mis sueños y suyos mis delirios. Y juntos bajamos a los mismos infiernos y bailamos al son de la única música.

Conoció los senderos del centro del abismo, las puertas tapiadas con su nunca jamás, la condena incesante que no tiene vuelta, cogida de mi mano visitó por sus ojos todos los rincones que quemaban los míos, hasta ser veterana y cicerone y guía de la nada brumosa que te suplanta el aliento.

Luego tiró de mí agarrándome del alma, pero el abismo es grande y me fui salvando solo mientras ella se quedaba sin fuerzas para salir, gastadas todas al empujar hacia la luz mis ojos, decía que me amaba, no sé si no mentía, tal vez fue todo una excusa para sacarme de allí y en realidad no me amaba, los celos son extraños, o quizá que no quiso compartir otra vez el infierno conmigo. Veleidosa, inconstante, como todas las mujeres. No me amaba, sospecho.

 

4    Tiempo de cuchillos

 

Terrible fue la rebelión de los cuchillos, con una hoz herrumbrosa y vieja empezó, ella predicó la sangrienta cruzada contra el hombre, qué agravios guardaría su ánima curva y oxidada.

En un reguero de fuego tan rápido, tan vivaz que no fue posible prevenirlo a tiempo, espadas y rejas, facones y hachas, navajas, tijeras, segures, piquetas, todo lo de acero armado de filo, todo lo de hierro armado de garra, se lanzó contra el hombre, contra el pecho del hombre, hiriendo, derramando, segando, cortando, desmembrando, degollar fue lo de menos, qué odios tan ocultos fermentando en la sombra.

No se acabó el horror del tiempo de los cuchillos hasta que no cercenamos las manos que los empuñaban.

 

6    ¿De qué color se suda?

 

¿Puede el sudor cambiar el color de las cosas al gotear de tu frente e inundarte los ojos? ¿Puede quizá convertir un amanecer en un crepúsculo, una primavera en un otoño? ¿O no es sudor, sino sangre?...

Un velo irisado de rubíes inquietos me quiebra la visión serena de las cosas, empapa mi esperanza de una espesa baba que florece de esporas y no tiene nombre (pero yo sé quién es); mi cielo es de tierra y de cardo y de secas grietas sin vida, y el suelo que pisan mis pies, tan lejano que no consiguen alcanzarlo, es un zafiro viviente que ya empieza a descender por su arco hacia mi mismo destino, rojo como yo.

Pero lo he dicho mal, he sido deliberadamente confuso, misterioso, falsario, hay en esta historia una cosa que contradice las leyes de la física, si te han marcado con acero y colgado boca abajo para dejarte morir, no puede la sangre escurriendo de tu frente llegar hasta tus ojos y confundir el color de las cosas. Aunque quién sabe qué puede la sangre si quiere, a qué física obedece, quizá la sangre cae hacia arriba, la esperanza lo hace, incluso empapada de una espesa saliva que no tiene nombre.

Espero que la muerte no invierta mi postura: me gustan este cielo y este suelo.

 

7    Comercio

 

Me han dicho que existe una mujer, más allá de los límites, en regiones muy alejadas, que se vende por dinero. Me parece raro ¿qué es exactamente lo que vende? ¿se vende por partes, un brazo, un ojo, un sentimiento? En cuanto al dinero, no sé para qué le sirve, con dinero no se puede comprar un brazo, un ojo, un sentimiento. En cualquier caso, resulta preferible conservar los propios, mejor que cambiarlos por ajenos. Y si estuviesen defectuosos, me parece improbable que obtenga por unos miembros defectuosos la cantidad de dinero suficiente como para comprar con ella otros mejores y nuevos. Tiene que ser muy buena en el trato, esa mujer, si consigue tanto beneficio.

O, si lo que hace es venderse entera, como esclava, entonces ¿de quién es el dinero que obtiene al venderse? Los esclavos son propiedad del amo, ellos y todo lo que les pertenece, por lo cual, al venderse, la mujer se pierde a sí misma, pierde todo lo que tenga y pierde también el dinero que le pagan por su propia venta. Quien la compre tiene que ser muy bueno en el trato, si consigue tanta plusvalía.

A lo mejor es que recibe el dinero a cuenta, técnicamente antes de ser propiedad de nadie, lo deja a sus deudos por ejemplo, si los tiene, y luego, ya puramente reducida al simple valor comercial como cuerpo, entonces se entrega al amo. Sería algo así como otorgar una dote a tus herederos cuando no tienes otra propiedad que tú mismo. Tienen que ser muy especiales esos hijos, si fuerzan un trato tan ventajoso en que solamente pierden una madre pero ganan lo que vale una esclava.

Al fin, cuando mi curiosidad se hizo insostenible, tomé la determinación de vender todos mis bienes; cogí el dinero, me despedí de nadie por si no regresaba, y marché al confín donde me fueron diciendo que la mujer vivía.

Bueno, pues no era cierto, la mujer sí era cierta, pero no era su cuerpo, como yo imaginara, lo que ponía a la venta. Lo que liquidaba era el alma y por poco dinero, una simple y simbólica moneda. Lo hacía por despecho, por furia, por desamor, por nada (una venganza contra no sé qué ofensas o abandonos o agravios).

Habiendo llegado tan lejos, le entregué la moneda y compré lo que vendía, allí quedó la mujer vacía, desalmada, por fin sin tanto peso, más alegre, más ilusionada; al darse la vuelta se olvidó de mí y de mi equipaje y, distraída, dio la moneda de limosna a un viejo mendigo.

Su alma resultó viajera y poco a poco me convertí en ambulante buhonero, la llevo en el fondo del zacuto, a veces me la pongo en días de mucha fiesta, y cuando me noto vacío y quiero sentirme habitado.

 

8    La presa

 

El águila me vio mucho antes que yo a ella, claro está, supongo que anduvo girando y girando en la insondable altura, confundida a mis ojos con la inmensidad, indistinguible del destino.

Era el único depredador y yo era la única presa, estábamos en medio de la nada jugando sin trampas al juego de quién sobrevive o muere, quién caza, quién es cazado.

A esas alturas de la historia el resultado era irrelevante, la sangre de la víctima, fuere quien fuere, poco podía prolongar la agonía sedienta del cazador, unas gotas de líquido, unas gotas de tiempo. Uno de los dos acabaría siendo la tumba del otro. La última tumba sería una mortaja de cielo y desierto para el que tardase en morir unos instantes más.

Así que me entregué sin condiciones, me tumbé de cara al sol, abiertos los brazos, abrasada la espalda por la ardiente arena, dejé que la luz infinita me quemara las pupilas, me fundiese el cristalino, me carbonizara la retina, hecho el cerebro un estallido de fulgor. Y esperé que el afilado pico se hundiera en mi pecho.

El águila había resuelto lo mismo que yo al mismo tiempo que yo, se dejaba mecer y lentamente ir bajando por la tardanza con que su breve peso escapaba a las garras de las corrientes térmicas ascendentes, que asaban el aire desde la arena. Finalmente, como un copo de negra y acerada pluma, descansó a mi lado, era desde el principio una paz inevitable, qué gota de sangre puede haber en dos criaturas tan sedientas, presas las dos del cazador solar que se alimenta matando.

Uno de los dos aguantó el infinito horno del mediodía, la inacabable tarde, el misericordioso crepúsculo y sollozó sobre el cadáver del otro a la luz de la luna, jurando venganza. Nunca más volvió a salir el odioso astro, tan feroz fue el juramento, tanto miedo le infundió la maldición. Sin auroras, sin ocasos, sin destino, uno de nosotros vaga por la sombra buscando tercamente una estrella cobarde. Para matarla y beberse su sangre.

 

9    El tiesto

 

Planté una semilla de hija en un tiesto; la semilla no sé de dónde la saqué (me parece que la compré a un buhonero ambulante, junto con otras cosas igualmente inservibles, siempre me engañan, compro elixires de juventud, plegarias para odiar enemigos, maldeojos y biendeojos que intercambiar, el mapa de mi destino, un calendario universal de la desgracia, tonterías).

Germinó, creció bien, no había casi que cuidarla, se alimentaba del aire, regar si me acordaba, daba florecillas de conversación y ternura con un hermoso color azul.

Me hizo compañía unos años, ese largo tiempo que luego se vuelve tan corto, le fui enseñando cosas, hablábamos envueltos en la luz opalina de la tranquila felicidad, nunca recogía sus pétalos por la noche sin antes perfumarme el alma con su aroma de hija y amor. Y yo nunca me olvidé tampoco de agradecer al buhonero en la intimidad de mi alma reconocida.

Ya de mayor echó a andar y me dejó vacío el tiesto, barro viejo desportillado, estaba cansada del mismo paisaje, quería ver el mundo. Me había acostumbrado a su presencia, no por otra cosa me paso los días llorando. El tiesto sigue vacío, no me determino a plantar ninguna otra cosa, o quizá que no ha vuelto el buhonero.

 

16  Aplauso

 

Me había parecido cuando salí de entre cajas, tras la última pata, casi por el foro, deslumbrado por la oscuridad, y ¿por qué no confesarlo? asustado, nervioso, me había parecido que la asistencia era escasa. Es una forma rara de pensar en un actor profesional que vive de su trabajo, pero lo cierto es que, en el momento de salir a escena, prefiero -y me imagino- que haya poca gente. No sé... es como si el fracaso ante pocos fuese menor que el fracaso ante muchos, y el miedo al fracaso, por tanto, disminuyera con el número.

Ese ambiente que supongo más íntimo, más familiar, me dispone el ánimo a una mayor cordialidad, suaviza y matiza el tono de mi voz, da a los agudos una tersura que disimula el clarín, envuelve a los graves en una funda de melancólica y tranquila calidez. Me siento relajado, doy lo mejor de mí, y no me importa si la masa de los aplausos atruena menos o no atruena.

Con esa confianza recité mi monólogo y creo haber estado muy por encima de otros momentos; pecaré de inmodestia pero, en ocasiones, sublime. A gusto con mi personaje (a gusto conmigo mismo) anduve los senderos del largo recitado teniendo para cada palabra su gesto y su tono, seguro, confiado, dejando como nunca en las pausas que el silencio se hiciera notar con espesa presencia, austero de movimientos y eficaz en todo instante.

Esperaba un aplauso rompedor, fulminante, aunque moderado en la cantidad total de decibelios. Por eso me asombró el caudal imprevisto, ya desde el inicio retumbador, inmenso, incluso forcé la vista en el primer saludo para ver -que no vi nada- la sala abarrotada. No sé si lo estaba, pero el aplauso crecía y se volvía tremendo, al fin fue tan cerrado, tan sólido, tan denso, que me quedé completamente inmóvil, envuelto, rodeado, sintiendo el latido en cada hueso del cuerpo, con los ojos cerrados, sometido a un vértigo creciente, poco a poco temeroso, cada vez más asustado, mientras el aplauso inhumano, despiadado, implacable, dominaba la inerte resistencia de las cosas y empezaba a abrir grietas en los muros, en los suelos, en el espacio, en el tiempo.

Rodeado de ruinas, de migas del mundo, empapado de un terror que no tiene nombre, sigo y sigo y sigo oyendo el aplauso que será condena eterna porque a la muerte le asusta.

 

21  Malhablado

 

Que no me vengan con cojudeces de la técnica moderna ni con prodigios maricones de la magia clásica, que, no sólo no me impresionan, sino que ni siquiera los distingo.

De repente la mierda de la lámpara del rincón, que es un puto y simple adorno, empezó la muy cabrona a encenderse sola cuando yo mentía ¡no te jode!.

Al principio me cogí un rilis de muerte, no me atrevía ni a pensar, que hasta los pensamientos parecía evaluar en ese relé mentira-verdad, que es lo que yo digo, a ver quién coño las distingue.

Y la cosa fue a peor cuando empezó a parpadear con una especie de morse o código o como leches se diga de encendidos y apagados con sistemas diferentes, claramente reconocibles por el ritmo: cuando estaba deseando que la mierda de la visita se fuera, o si trataba de verle el coño a la vecina (la muy puta juega a que lo enseño, que no lo enseño) en lugar de atender a la cagada de conversación que tenía y que no me importaba un carajo.

Acabó pareciendo un jodido árbol de Navidad con mala leche, yo creía que la conciencia era un gusano interior y que bastaba con no hacerle ni puto caso.

No servía para nada cerrar la puerta y recibir en otra sala, porque entonces soltaba un como aullido estridente de sirena de buque con las mismas intermitencias y los mismos juegos subeybaja, que te cagabas de la impresión.

Corté la corriente, compré velas de sebo, arranqué de cuajo los cables maricones y, harto de tanto marrón, mandé a tomar por culo a la compañía del gas (por si las moscas), pero el cabrito engendro funcionaba a pilas o con batería solar o con alguna mierda espiritista, porque siguió y siguió jodiendo la marrana y tocándome los huevos.

Me cagué en su puta madre y me fui de casa, que a ver qué cojones puedes hacer cuando una bombilla de mierda te hace quedar como un gilipollas.

Me metí en el primer garito abierto por ahogar penas y olvidar agravios, pero cuando estaba más pedo que el tapón del culo de una vaca, lo que son las cosas, el hipo de las cien birras sería, o que al fin te acaban saliendo ideas cuanto estás retejodido: encontré la solución y a tomar por culo el condenado problema.

Y es lo que yo digo: todo consiste en dar con la palabra, que yo puedo hablar pulido como el que más, si me peta. “Mando a distancia”, eso es lo que era, un nuevo modelo de puto mando a distancia.

Ahora, si quiero encender la jodida lámpara, pues voy y pienso lo que yo me sé ¡y vaya si se enciende cagando leches!.

Y si quiero que titile (hay que joderse con la palabrita), me tiro -in mente- a la maciza de al lado en la mesa de la cocina, dos veces como el cartero, y a parpadear se ha dicho la puta bombilla.

La técnica es que es laostia: en lugar de tocar botones, tocarte los cojones.

VOLVER AL PRINCIPIO   IR AL CUENTO: "TIERRA"   IR AL FINAL DEL DOCUMENTO

32  Parar

 

Corríamos cada uno por una de las orillas, parecía un juego pero no había puente, nuestras miradas atravesaban un abismo insalvable que igualmente hubiese podido ser entre montaña y montaña, entre mundo y mundo, entre la vida y la muerte.

Ni siquiera nos atrevíamos a hacer gestos para no sobrecargar ese hilo de nada que nos separaba y unía ¿cómo podíamos saber que la soledad no puede sobrecargarse? Éramos muy niños -la vida humana no da para crecer- y quizá no sabíamos verdad tan evidente, pero la sima infinita nos parecía infinita, sólo al madurar vas aprendiendo, que ya digo que en una vida humana no se puede no hay tiempo.

Vagamente recuerdo que estaba en nuestro ánimo empezando a crecer la idea de que tendríamos que despedirnos, pero sin saber muy bien cómo. Y entonces apareció el buhonero.

En efecto, te despides de alguien que se marcha y al que no volverás a ver, al menos durante un tiempo. Y no te despides de aquéllos a quienes ves y oyes de continuo, pero... El buhonero tenía, me dijo (nos dijo, y eso es raro, quizá es que había a la vez dos buhoneros, o uno solo que estaba en ambas orillas del río) la solución del problema. Porque claro, que veas y oigas al otro no significa que no haya una sima entre ambos y que, por lo tanto, no debas realmente despedirte.

La respuesta era un silbato, así de simple, un silbato. Una pieza pequeña de metal muy gastado aunque con brillo de plata, una ranura ciega que mataba el sonido, un silbato sordo, eso es lo que me dijo... y silbó con toda fuerza y no oí no oímos nada pero el río se paró de repente, todo el río, hecho piedra al instante el entero caudal. Dudé yo si sería de verdad el silbato, o el silbato era truco para ocultar la magia y el inmovilizador de ríos era el propio buhonero; como éramos niños, de algo teníamos que dudar para quedarnos tranquilos con una explicación alternativa y satisfactoria.

Y ya no hubo más. Pasamos andando por sobre el sólido puente de agua detenida, nos dimos un abrazo, jugamos a deslizarnos y a saltar y a correr, al fin nos cansamos de certificar la maravilla y salimos del cauce. El buhonero silbó nuevamente en silencio y el flujo del torrente se convirtió en torrente, a veces los milagros son tautologías.

Ya me maliciaba el precio impagable que iba a pedirme el hombre por aquel artilugio (si no pensaba venderlo ¿por qué tanta propaganda?), cuando lo deslizó en mi mano, diciéndome es un regalo y me quedé como el río, detenido y de piedra, puro asombro admirado y gratitud fósil.

Allí fue ella. Parar, fluir, parar, fluir, parar, fluir... el pobre caudal estaba como poseso, ya podéis imaginar, juguete de un niño que tiene un silbato paralizador de ríos...

Cuando el viejo ambulante me vio pensativo -muy luego de tanta aventura maravillosa-, observando el cilindro con ojo analítico, acercándome al agua y examinando las ondas como hidráulico experto, sonrió comprensivo y se avino a explicarme por tranquilizar mi ánimo.

En efecto, era un truco, no se puede parar la corriente de un río. Lo único que hacía el famoso silbato (que guardo en algún sitio como recuerdo de infancia) era moverlo todo, todo lo demás, las orillas, los árboles, las montañas, los campos, los soles, las estrellas, a la misma velocidad con que fluía el agua, dando de este modo la sensación -pero falsa- de que era el propio torrente el que se había parado. Así se explica, no podía ser de otro modo, nadie puede detener la corriente de un río.

 

41  Recuerdo

 

Los llamaban hospitales de sangre y estaban en primera línea, tan en primera, que muchas veces había que trabajar bajo los bombardeos de la artillería e, incluso, entre el fuego granado de la infantería de vanguardia. Yo trabajé en uno de enfermero, de médico, de ayudante, no recuerdo.

Y me sucedió en él la cosa más increíble que pueda pensarse.

Sé que el adjetivo ‘increíble’ se ha usado tanto que ha perdido todo su valor, especialmente en estos tiempos en que la barbarie humana ha vuelto creíbles todas las cosas. Pero yo lo estoy usando en su exacto sentido, con todo su peso, sin exagerar un ápice. Fue totalmente increíble lo que allí me sucedió... o mejor dicho, lo que allí sucedió y me fue pasando luego en el transcurso de los años. Exacto: lo increíble fue el proceso entero a lo largo del tiempo.

Pero tal vez sea necesario saber qué es lo que sucede en uno de esos lugares, qué son, cómo son.

Recuerdo.

Unas lonas vagamente camufladas con una gran cruz roja pintada en lo alto, y sostenidas por estacas, todo a la intemperie, aire sano y puro por los cuatro costados. Camastros de jergones sin muelles, madera podrida y quemada de embalajes viejos. Y quirófanos, esto es: mesas de estera -con dos burrillas por cada una- donde malamente cupiese un cuerpo pequeño. Eso sí: mucho instrumental; ¿bisturíes?...no, cuchillos de cocina, bayonetas, tijeras de costura, agujas de coser, hilo de fabra y coats del que llaman de hilvanar, trapos para vendas, algodón usado una vez y otra vez, y vino de la tierra como antiséptico universal.

Recuerdo.

Un muchacho pálido con el destino grabado como un aspa en la frente, abierto por un pequeño agujero en el pecho, muy pequeño, muy mínimo, un orificio menudo exacto como la muerte, en el sitio preciso. Agarraba mi mano y no esperaba nada, sus ojos me miraban sabiendo que este rostro mío era el último rostro. Quiso decirme algo y luego ya no quiso, nunca olvidaré su gesto, su mirada, su mano, era hermoso y joven como un dios sin futuro.

Recuerdo.

Un oficial de pelo canoso, chorreando el frío sudor del sufrimiento y la fiebre como lluvia furiosa desde su frente blanca, y con él tres piernas por si acaso los médicos sabíamos acertar cuál era la adecuada que le estaba faltando, el camillero había recogido todos los miembros sueltos, se curaba en salud. Espero que la pierna, que prendió ¡qué milagro! como planta agradecida, fuese pareja adecuada y que no vaya por el mundo a trancos desiguales con la pierna de un muerto enterrado con su pierna.

Recuerdo.

Dos hermanos gemelos, milicianos, chico y chica, y dicen que era ella la más feroz de los dos, hasta en sus minutos finales igualaron la suerte, la misma mina estalló entre ambos y les produjo igualmente gemelas heridas por las que se iba al unísono escapando su historia. En camastros contiguos siguieron los pasos de un único destino, pero el destino es siempre caprichoso y voluble; con un esfuerzo de voluntad que redime a la especie, con un amor fraterno que es prenda de vida y merece, creo yo, la gloria de los dioses, la muchacha juntó en su mirada valiente el escaso aliento que todavía tenía, lo empujó por sus ojos con esa fuerza que tienen los que saben morir desde el momento en que nacen, hizo que esa brizna de aliento de vida saltase el espacio entre ella y su hermano, se lo metió a la fuerza en la herida del alma y le obligó a vivir por los dos, mientras por los dos moría ella en una paz silenciosa. Jamás podrá borrárseme esta escena del alma.

Recuerdo.

Y así miles y miles, hasta ser sucesión de horrores tan concretos, perfilados, precisos, que se troquelan como relieves en la piel de tu espíritu, inolvidables, eternos.

Pues lo increíble del caso es que, al correr de los años y según he ido haciéndome viejo, se me fueron olvidando todos esos recuerdos y ya no los recuerdo.

 

61  Volver

 

Nacional.- Parte de accidentes: En la comarcal T-520, km. 137,200, un turismo ha chocado con el pilote central del viaducto en construcción, después de salirse de la calzada tras la curva c-401. En el accidente se han producido dos víctimas mortales y un herido leve.

 

|||

 

La solidez del silencio fue lo que le despertó, su propia inmovilidad acabó sacándole del estupor.

 

Se encontró contemplando a la vez los cuerpos sin vida de su esposa y de su hijo, tranquilos relajados en la quietud de la muerte. Ninguno de los dos estaba desfigurado o sangrante, el horror no era dramático ni se rodeaba de aparatoso atrezo, consistía simplemente en el irrefutable argumento.

Con esa precisión minuciosa de los momentos de lúcida comprensión, anotó en su cabeza la probable secuencia de los últimos gestos, las palabras finales que ninguno sabía que eran finales, una leve sensación de presión en la banda que le cruzaba el pecho, la curva, el viraje, el choque, la nada.

Mucho tiempo después se fue abriendo el desgarro en sus removidos sentimientos, en su corazón agrietado que despertaba. Y con un gemido íntimo y atronador, comprendió de repente la magnitud de la tragedia, que fundía las dos pérdidas en un solo e inacabable lamento.

La parte analítica que nunca se cansa, le fue mientras tanto diciendo que su propia muerte se había aplazado precisamente a causa del prieto y tenso cinturón, pues el ojo izquierdo se había detenido a escasos milímetros de una agudísima astilla del roto parabrisas, que apuntaba a su cerebro con taimada precisión.

Y recordó -allí tan a la mano- el juguete que, en incrédula y cínica broma privada, le había comprado a un ambulante charlatán que parecía creerse sus propias mentiras: la máquina del tiempo, el diapasón de volver; bastaba pulsar su melódico mecanismo secreto para regresar a un pasado vagamente localizable, una hora, un momento, un instante atrás.

¿Qué tiene que perder un hombre cuando lo ha perdido todo? ¿La solidez que apreciaba tanto de su propia cordura?... ¿La dignidad que no te permite creerte los cuentos que tú mismo te cuentas?... Nada, si lo has perdido todo, no te queda nada que perder.

Pulsó el mecanismo de aquella fantástica máquina en la que no creía. Sintió una leve sensación de presión en la banda que le cruzaba el pecho, aflojó automáticamente el cinturón de seguridad.

|||

 

Nacional.- Parte de accidentes: En la comarcal T-520, km. 137,200, un turismo ha chocado con el pilote central del viaducto en construcción, después de salirse de la calzada tras la curva c-401. En el accidente han resultado muertos los tres ocupantes del vehículo.

 

101         Aire

 

Las tumbas, en hileras separadas con hermosos parterres entre filas, estaban todas muy cuidadas, se veía en el campo gran cantidad de amor, como si lo hubieran esparcido generosamente sobre la tierra sagrada que cobijaba a los muertos. Y muchas familias, mujeres, niños, deambulaban por entre los sepulcros con sosegada tranquilidad devota.

Parecía como si cada muerto fuese un muerto de todos, como si fueran muertos comunes, una sola familia paseando pacíficamente entre sus queridos difuntos.

Trabé conversación -no sabía por dónde empezar mi trabajo- con un vendedor ambulante que miraba la escena lo mismo que yo, apoyado en el tronco recto de un altísimo ciprés.

–Se ve que los amaban.

–Algo así...

–Parecen todos familia de todos.

–Nadie es familia de ninguno.

–¿Cómo dice?

–¿Es que no ha oído hablar del 5º Regimiento de Mádigan?

–¿Eh...?... Pues sí, claro, como se puede ver...

–Son ellos.

–No le entiendo.

–Es raro... Siendo usted militar (miraba con desconfianza mi uniforme, las estrellas de capitán jurídico, la insignia honoraria del 5º de Mádigan), y de ese Regimiento...

–Estoy precisamente investigando el suceso, pero nadie parece saber nada al respecto.

–Yo lo sé.

–¿Usted?

–Lo vi todo. Estaba allí mismo.

–Usted no es militar, es un civil, un...

–Un buhonero ambulante, sí, ahórrese los... los calificativos. Por eso estaba allí, estuve acompañando al 5º desde que vino a combatir a esta región. Les vendía de todo. A veces compraba, pero menos, eran soldados ricos, no necesitaban vender ni empeñar.

–¿Qué necesita un soldado al que su Regimiento cuida?

–Ingenuidad de oficial... Necesita muchas cosas: tabaco bueno, grasa limpia de fusiles, crema para las botas de caballería, correajes nuevos, hebillas, todo lo que el ejército escatima o concede con usura. Por no hablar de otros servicios, hacerles de amanuense para que escriban a sus novias, ser un correo más fiable que las sacas militares que se pierden por los caminos... Infinidad de servicios. Seguros, responsables.

–Entonces estaba allí.

–Allí estuve.

–¿Qué fue lo que pasó?

–Una batalla perdida... Supongo que no es la primera vez que su ejército pierde una batalla...

–Puede... Pero eso no explica nada. Era un Regimiento superior, entrenado, de veteranos curtidos y oficiales experimentados, nunca se hubiese dejado atraer a una emboscada y, aún cayendo en alguna, habrían combatido con valor y frialdad, nunca hubiese sido posible masacre semejante, todos los hombres muertos, todo el 5º destruido.

–Habla usted como un libro, como su famoso reglamento castrense. Tiene razón en todo lo que ha dicho, punto por punto: superior, entrenado, curtido, experimentado, no fue una emboscada, combatieron con valor y frialdad, murieron todos, todo el 5º de Mádigan acabó destruido. Informe exacto, nada que corregir.

–Lo que dije al principio: no lo entiendo.

–Pues resulta muy sencillo.

–¿Y no fueron capaces de producirle al enemigo ni una sola baja?... Los mejores tiradores de la caballería, veteranos de cien batallas, armados con rifles de repetición, munición abundante, bien montados, bien pertrechados ¿no fueron capaces de matar ni a un solo enemigo?... ¿Todo un Regimiento disparando y ni una sola bala dio en el blanco?... ¿Es eso lo que fue tan sencillo?

–En el blanco dieron, por supuesto que sí, ni una de las balas que dispararon -y las dispararon todas, agotaron la munición- dejó de dar en el blanco. Cosa por otra parte natural, aunque hubiesen sido ciegos, ya que el blanco era enorme.

–Y los enemigos tan diestros que... Pero todo esto es un maldito embrollo.

–No, capitán. Lo que pasa es que hay que mirar el tema desde el ángulo adecuado. Por ejemplo, los enemigos ésos a los que se refiere...

–Otra cosa que no entiendo. En esta región no combatían fuerzas de consideración que pudieran enfrentárseles, sabemos que no había cuerpos militares consolidados, acaso solamente restos de bandas harapientas. Pueblos vacíos, población civil, mujeres y niños, soldados no.

–Exacto.

–¿Exacto?

–Mujeres y niños, eso es lo que había, los que usted ha visto cuidando las tumbas. Los hombres habían muerto luchando en otras regiones. Cuando vieron venir al 5º de Mádigan, las viudas cogieron a sus hijos pequeños, los armaron con viejas escopetas y rifles, salieron al campo y se pusieron en correcto orden de batalla. No en vano muchas eran viudas de soldados.

–Pero...

–Cuando el 5º cargó contra estos feroces enemigos y vieron al acercarse de quiénes se trataba, frenaron en seco sus furiosos caballos, un silencio helado recorrió las filas, hicieron recular despacio a sus monturas, se alejaron solemnes, con los brazos caídos, haciendo ver al aire que no eran asesinos pero que nada ni nadie conseguía asustarles, que sólo por su decisión se retiraban del campo. Luego desmontaron, echaron a sus corceles del campo de batalla, se convirtieron para su último paseo en gloriosa infantería, levantaron al cielo sus rifles cargados y, avanzando hacia la muerte con ánimo tranquilo, dispararon al aire todas sus municiones mientras iban muriendo bajo la lluvia granada de plomos herrumbrosos y metralla de postas.

–El 5º de Mádigan, Dios los bendiga...

–Las mujeres y los niños les cerraron los ojos, ellas mismas abrieron con ternura las tumbas, los consideran sus muertos, los aman, los respetan. Yo que usted nunca me quitaría del uniforme esa insignia, aunque digan que ha sido el único superviviente...

VOLVER AL PRINCIPIO    IR AL CUENTO: "PARAR"    IR AL FINAL DEL DOCUMENTO

184         Tierra

 

Me dice ella, y suena como música celestial en mis oídos:

–Iré contigo a tu tierra por muy lejos que esté de la mía.

Es una tarea muy muy larga, acaso la más larga tarea que pueda ser realizada. Consta de muchos pasos esforzados y lentos. Primero hay que picar las piedras más grandes.

–No me dolerá dejar ni mi casa ni mi gente.

A veces se pueden convertir en pequeños guijarros con el pico, otras veces hay que agrietarlas y llenar esas grietas de agua, para que el hielo del invierno las quiebre.

–Se trata de seguirte a ti, de quien estoy tan enamorada, ¿cómo podría dudarlo?

Luego es necesario que esos guijarros se vayan haciendo polvo, con un mazo pesado lo consigo a golpes, un guijarro, otro guijarro, otro guijarro, otro guijarro... No estoy siendo pesado, es que son millones.

–Mi corazón te sigue con el pensamiento hasta el valle donde vives.

Esa grava fina ya puede ser manejada por la pala y cargada en los serones. Tengo cuatro serones, es el número justo.

–Lo imagino hermoso, como tú me lo describes. No puedo negarte que de vez en cuando añoraré a mis padres, pero es ley de vida, grata ley de vida, que la mujer abandone padre y madre para fundar su propio hogar.

He calculado que cada capazo hará como unos cinco kilos. Son pequeños, pero no podría manejarlos de otra forma. Cuatro capazos, veinte kilos de grava.

–En tu valle seré feliz, acostumbraré mis ojos a otras flores, a otros colores.

Los engancho con unas cinchas dos a dos, de forma que puedo luego acomodar un par en cada hombro, un poco como si fuesen albardas, colgando dos por delante y dos por detrás.

–Acaso, solamente, eche de menos un poquito mi querida montaña...

Y los ato a las rodillas para que no se bamboleen a cada paso y no me golpeen las espinillas. Al ser tanto camino, si me golpearan, no sólo me harían grandes escaras,  acabarían por romperme algún hueso. Pero, sujetas, no son peligrosas.

–¿Dices que desde tu valle liso no se alcanza a verla?

Y a caminar se ha dicho con los cuatro serones. Es un largo paseo para acarrear veinte kilos de grava. Los hombros y las piernas parecen lo peor. Lo son sí, pero...

–Es mucha distancia, lo sé, no me importa. Seré feliz.

Cuando es tanto camino y tanto peso, al final te duelen cosas que ni siquiera recordabas tener. Los brazos, que en este asunto parece que no trabajan, se cansan tanto como la espalda, no entiendo muy bien por qué. A medio camino ya te sientes muerto. Bueno, es igual, yo tengo que hacerlo, así que...

–Además, una pequeña mota de nostalgia en el fondo inmaculado y perfecto de mi felicidad, hará que ese blanco sea más radiante.

Al llegar hay que descargar con cuidado, que el montón anterior no se resienta. Esperar luego un tiempo para que los músculos dejen de tiritar incontrolados y vuelvan a responder obedientes. A veces tardan tanto, que da la sensación de que ya nunca dejarán de estremecerse.

–Imaginaré mi montaña, me bastará con eso.

Finalmente, cementar la nueva carga para que forme masa con todo lo anterior. Cuanto más alto hay que subir, más trabajo cuesta, eso es natural. Y conforme van pasando los años va haciéndose tan alta, que ya interrumpe el liso horizonte del valle.

–Recordaré mi montaña, eso me hará feliz.

Pero ya estoy terminando. Mil viajes más y le habré traído su montaña.

 

VOLVER AL PRINCIPIO    IR AL CUENTO: "PARAR"    IR AL CUENTO: "TIERRA"