16 Aplauso
Me había parecido cuando salí de entre cajas,
tras la última pata, casi por el foro, deslumbrado por la oscuridad, y ¿por qué
no confesarlo? asustado, nervioso, me había parecido que la asistencia era
escasa. Es una forma rara de pensar en un actor profesional que vive de su
trabajo, pero lo cierto es que, en el momento de salir a escena, prefiero -y me
imagino- que haya poca gente. No sé... es como si el fracaso ante pocos fuese
menor que el fracaso ante muchos, y el miedo al fracaso, por tanto, disminuyera
con el número.
Ese ambiente que supongo más íntimo, más
familiar, me dispone el ánimo a una mayor cordialidad, suaviza y matiza el tono
de mi voz, da a los agudos una tersura que disimula el clarín, envuelve a los
graves en una funda de melancólica y tranquila calidez. Me siento relajado, doy
lo mejor de mí, y no me importa si la masa de los aplausos atruena menos o no
atruena.
Con esa confianza recité mi monólogo y creo
haber estado muy por encima de otros momentos; pecaré de inmodestia pero, en
ocasiones, sublime. A gusto con mi personaje (a gusto conmigo mismo) anduve los
senderos del largo recitado teniendo para cada palabra su gesto y su tono,
seguro, confiado, dejando como nunca en las pausas que el silencio se hiciera
notar con espesa presencia, austero de movimientos y eficaz en todo instante.
Esperaba un aplauso
rompedor, fulminante, aunque moderado en la cantidad total de decibelios. Por
eso me asombró el caudal imprevisto, ya desde el inicio retumbador, inmenso,
incluso forcé la vista en el primer saludo para ver -que no vi nada- la sala
abarrotada. No sé si lo estaba, pero el aplauso crecía y se volvía tremendo, al
fin fue tan cerrado, tan sólido, tan denso, que me quedé completamente inmóvil,
envuelto, rodeado, sintiendo el latido en cada hueso del cuerpo, con los ojos
cerrados, sometido a un vértigo creciente, poco a poco temeroso, cada vez más
asustado, mientras el aplauso inhumano, despiadado, implacable, dominaba la
inerte resistencia de las cosas y empezaba a abrir grietas en los muros, en los
suelos, en el espacio, en el tiempo.
Rodeado de ruinas, de migas del mundo, empapado
de un terror que no tiene nombre, sigo y sigo y sigo oyendo el aplauso que será
condena eterna porque a la muerte le asusta.