9    El tiesto

 

Planté una semilla de hija en un tiesto; la semilla no sé de dónde la saqué (me parece que la compré a un buhonero ambulante, junto con otras cosas igualmente inservibles, siempre me engañan, compro elixires de juventud, plegarias para odiar enemigos, maldeojos y biendeojos que intercambiar, el mapa de mi destino, un calendario universal de la desgracia, tonterías).

Germinó, creció bien, no había casi que cuidarla, se alimentaba del aire, regar si me acordaba, daba florecillas de conversación y ternura con un hermoso color azul.

Me hizo compañía unos años, ese largo tiempo que luego se vuelve tan corto, le fui enseñando cosas, hablábamos envueltos en la luz opalina de la tranquila felicidad, nunca recogía sus pétalos por la noche sin antes perfumarme el alma con su aroma de hija y amor. Y yo nunca me olvidé tampoco de agradecer al buhonero en la intimidad de mi alma reconocida.

Ya de mayor echó a andar y me dejó vacío el tiesto, barro viejo desportillado, estaba cansada del mismo paisaje, quería ver el mundo. Me había acostumbrado a su presencia, no por otra cosa me paso los días llorando. El tiesto sigue vacío, no me determino a plantar ninguna otra cosa, o quizá que no ha vuelto el buhonero.