7 Comercio
Me han dicho que existe una mujer, más allá de
los límites, en regiones muy alejadas, que se vende por dinero. Me parece raro
¿qué es exactamente lo que vende? ¿se vende por partes, un brazo, un ojo, un
sentimiento? En cuanto al dinero, no sé para qué le sirve, con dinero no se
puede comprar un brazo, un ojo, un sentimiento. En cualquier caso, resulta
preferible conservar los propios, mejor que cambiarlos por ajenos. Y si
estuviesen defectuosos, me parece improbable que obtenga por unos miembros
defectuosos la cantidad de dinero suficiente como para comprar con ella otros
mejores y nuevos. Tiene que ser muy buena en el trato, esa mujer, si consigue
tanto beneficio.
O, si lo que hace es venderse entera, como
esclava, entonces ¿de quién es el dinero que obtiene al venderse? Los esclavos
son propiedad del amo, ellos y todo lo que les pertenece, por lo cual, al
venderse, la mujer se pierde a sí misma, pierde todo lo que tenga y pierde
también el dinero que le pagan por su propia venta. Quien la compre tiene que
ser muy bueno en el trato, si consigue tanta plusvalía.
A lo mejor es que recibe el dinero a cuenta,
técnicamente antes de ser propiedad de nadie, lo deja a sus deudos por ejemplo,
si los tiene, y luego, ya puramente reducida al simple valor comercial como
cuerpo, entonces se entrega al amo. Sería algo así como otorgar una dote a tus
herederos cuando no tienes otra propiedad que tú mismo. Tienen que ser muy especiales
esos hijos, si fuerzan un trato tan ventajoso en que solamente pierden una
madre pero ganan lo que vale una esclava.
Al fin, cuando mi curiosidad se hizo
insostenible, tomé la determinación de vender todos mis bienes; cogí el dinero,
me despedí de nadie por si no regresaba, y marché al confín donde me fueron
diciendo que la mujer vivía.
Bueno, pues no era cierto, la mujer sí era
cierta, pero no era su cuerpo, como yo imaginara, lo que ponía a la venta. Lo
que liquidaba era el alma y por poco dinero, una simple y simbólica moneda. Lo
hacía por despecho, por furia, por desamor, por nada (una venganza contra no sé
qué ofensas o abandonos o agravios).
Habiendo llegado tan lejos, le entregué la
moneda y compré lo que vendía, allí quedó la mujer vacía, desalmada, por fin
sin tanto peso, más alegre, más ilusionada; al darse la vuelta se olvidó de mí
y de mi equipaje y, distraída, dio la moneda de limosna a un viejo mendigo.
Su alma resultó viajera y poco a poco me
convertí en ambulante buhonero, la llevo en el fondo del zacuto, a veces me la
pongo en días de mucha fiesta, y cuando me noto vacío y quiero sentirme
habitado.