3    Me ha dejado mi amada

 

No sé si realmente me amaba, tanto como lo repetía y repetía, luego cuando al fin lo dejó de repetir, no sé si realmente me amaba, siempre con sus ojos oscuros mirando qué sé yo qué honduras de mí mismo, buscando en mi fondo alguna complicidad con un migo mismo que yo no conocía, abierta a la noche su alma cerrada, tapiado a la luz su corazón sin alegría, por qué somos los unos la condena de los otros. No sé si realmente me amaba.

Sí, sí que fue recorriendo mi propio camino, para alcanzarme decía, para rescatarme la vida antes de que rodara al fondo último del último abismo, y a los infiernos bajó porque no fuese solo, la recuerdo todavía con el pico en el brazo, ingenua, sin saber, tuve que enseñarle todo el ritual, usó mis liturgias, mis arras, mis herrumbres, la cuchara quemada, el viejo encendedor, la goma tatuada con la marca de mis dientes, quiso todo lo mismo, que el éxtasis rodase por las mismas roderas, hacer suyas mis venas, hacer suyos mis sueños y suyos mis delirios. Y juntos bajamos a los mismos infiernos y bailamos al son de la única música.

Conoció los senderos del centro del abismo, las puertas tapiadas con su nunca jamás, la condena incesante que no tiene vuelta, cogida de mi mano visitó por sus ojos todos los rincones que quemaban los míos, hasta ser veterana y cicerone y guía de la nada brumosa que te suplanta el aliento.

Luego tiró de mí agarrándome del alma, pero el abismo es grande y me fui salvando solo mientras ella se quedaba sin fuerzas para salir, gastadas todas al empujar hacia la luz mis ojos, decía que me amaba, no sé si no mentía, tal vez fue todo una excusa para sacarme de allí y en realidad no me amaba, los celos son extraños, o quizá que no quiso compartir otra vez el infierno conmigo. Veleidosa, inconstante, como todas las mujeres. No me amaba, sospecho.