101         Aire

 

Las tumbas, en hileras separadas con hermosos parterres entre filas, estaban todas muy cuidadas, se veía en el campo gran cantidad de amor, como si lo hubieran esparcido generosamente sobre la tierra sagrada que cobijaba a los muertos. Y muchas familias, mujeres, niños, deambulaban por entre los sepulcros con sosegada tranquilidad devota.

Parecía como si cada muerto fuese un muerto de todos, como si fueran muertos comunes, una sola familia paseando pacíficamente entre sus queridos difuntos.

Trabé conversación -no sabía por dónde empezar mi trabajo- con un vendedor ambulante que miraba la escena lo mismo que yo, apoyado en el tronco recto de un altísimo ciprés.

–Se ve que los amaban.

–Algo así...

–Parecen todos familia de todos.

–Nadie es familia de ninguno.

–¿Cómo dice?

–¿Es que no ha oído hablar del 5º Regimiento de Mádigan?

–¿Eh...?... Pues sí, claro, como se puede ver...

–Son ellos.

–No le entiendo.

–Es raro... Siendo usted militar (miraba con desconfianza mi uniforme, las estrellas de capitán jurídico, la insignia honoraria del 5º de Mádigan), y de ese Regimiento...

–Estoy precisamente investigando el suceso, pero nadie parece saber nada al respecto.

–Yo lo sé.

–¿Usted?

–Lo vi todo. Estaba allí mismo.

–Usted no es militar, es un civil, un...

–Un buhonero ambulante, sí, ahórrese los... los calificativos. Por eso estaba allí, estuve acompañando al 5º desde que vino a combatir a esta región. Les vendía de todo. A veces compraba, pero menos, eran soldados ricos, no necesitaban vender ni empeñar.

–¿Qué necesita un soldado al que su Regimiento cuida?

–Ingenuidad de oficial... Necesita muchas cosas: tabaco bueno, grasa limpia de fusiles, crema para las botas de caballería, correajes nuevos, hebillas, todo lo que el ejército escatima o concede con usura. Por no hablar de otros servicios, hacerles de amanuense para que escriban a sus novias, ser un correo más fiable que las sacas militares que se pierden por los caminos... Infinidad de servicios. Seguros, responsables.

–Entonces estaba allí.

–Allí estuve.

–¿Qué fue lo que pasó?

–Una batalla perdida... Supongo que no es la primera vez que su ejército pierde una batalla...

–Puede... Pero eso no explica nada. Era un Regimiento superior, entrenado, de veteranos curtidos y oficiales experimentados, nunca se hubiese dejado atraer a una emboscada y, aún cayendo en alguna, habrían combatido con valor y frialdad, nunca hubiese sido posible masacre semejante, todos los hombres muertos, todo el 5º destruido.

–Habla usted como un libro, como su famoso reglamento castrense. Tiene razón en todo lo que ha dicho, punto por punto: superior, entrenado, curtido, experimentado, no fue una emboscada, combatieron con valor y frialdad, murieron todos, todo el 5º de Mádigan acabó destruido. Informe exacto, nada que corregir.

–Lo que dije al principio: no lo entiendo.

–Pues resulta muy sencillo.

–¿Y no fueron capaces de producirle al enemigo ni una sola baja?... Los mejores tiradores de la caballería, veteranos de cien batallas, armados con rifles de repetición, munición abundante, bien montados, bien pertrechados ¿no fueron capaces de matar ni a un solo enemigo?... ¿Todo un Regimiento disparando y ni una sola bala dio en el blanco?... ¿Es eso lo que fue tan sencillo?

–En el blanco dieron, por supuesto que sí, ni una de las balas que dispararon -y las dispararon todas, agotaron la munición- dejó de dar en el blanco. Cosa por otra parte natural, aunque hubiesen sido ciegos, ya que el blanco era enorme.

–Y los enemigos tan diestros que... Pero todo esto es un maldito embrollo.

–No, capitán. Lo que pasa es que hay que mirar el tema desde el ángulo adecuado. Por ejemplo, los enemigos ésos a los que se refiere...

–Otra cosa que no entiendo. En esta región no combatían fuerzas de consideración que pudieran enfrentárseles, sabemos que no había cuerpos militares consolidados, acaso solamente restos de bandas harapientas. Pueblos vacíos, población civil, mujeres y niños, soldados no.

–Exacto.

–¿Exacto?

–Mujeres y niños, eso es lo que había, los que usted ha visto cuidando las tumbas. Los hombres habían muerto luchando en otras regiones. Cuando vieron venir al 5º de Mádigan, las viudas cogieron a sus hijos pequeños, los armaron con viejas escopetas y rifles, salieron al campo y se pusieron en correcto orden de batalla. No en vano muchas eran viudas de soldados.

–Pero...

–Cuando el 5º cargó contra estos feroces enemigos y vieron al acercarse de quiénes se trataba, frenaron en seco sus furiosos caballos, un silencio helado recorrió las filas, hicieron recular despacio a sus monturas, se alejaron solemnes, con los brazos caídos, haciendo ver al aire que no eran asesinos pero que nada ni nadie conseguía asustarles, que sólo por su decisión se retiraban del campo. Luego desmontaron, echaron a sus corceles del campo de batalla, se convirtieron para su último paseo en gloriosa infantería, levantaron al cielo sus rifles cargados y, avanzando hacia la muerte con ánimo tranquilo, dispararon al aire todas sus municiones mientras iban muriendo bajo la lluvia granada de plomos herrumbrosos y metralla de postas.

–El 5º de Mádigan, Dios los bendiga...

–Las mujeres y los niños les cerraron los ojos, ellas mismas abrieron con ternura las tumbas, los consideran sus muertos, los aman, los respetan. Yo que usted nunca me quitaría del uniforme esa insignia, aunque digan que ha sido el único superviviente...