41  Recuerdo

 

Los llamaban hospitales de sangre y estaban en primera línea, tan en primera, que muchas veces había que trabajar bajo los bombardeos de la artillería e, incluso, entre el fuego granado de la infantería de vanguardia. Yo trabajé en uno de enfermero, de médico, de ayudante, no recuerdo.

Y me sucedió en él la cosa más increíble que pueda pensarse.

Sé que el adjetivo ‘increíble’ se ha usado tanto que ha perdido todo su valor, especialmente en estos tiempos en que la barbarie humana ha vuelto creíbles todas las cosas. Pero yo lo estoy usando en su exacto sentido, con todo su peso, sin exagerar un ápice. Fue totalmente increíble lo que allí me sucedió... o mejor dicho, lo que allí sucedió y me fue pasando luego en el transcurso de los años. Exacto: lo increíble fue el proceso entero a lo largo del tiempo.

Pero tal vez sea necesario saber qué es lo que sucede en uno de esos lugares, qué son, cómo son.

Recuerdo.

Unas lonas vagamente camufladas con una gran cruz roja pintada en lo alto, y sostenidas por estacas, todo a la intemperie, aire sano y puro por los cuatro costados. Camastros de jergones sin muelles, madera podrida y quemada de embalajes viejos. Y quirófanos, esto es: mesas de estera -con dos burrillas por cada una- donde malamente cupiese un cuerpo pequeño. Eso sí: mucho instrumental; ¿bisturíes?...no, cuchillos de cocina, bayonetas, tijeras de costura, agujas de coser, hilo de fabra y coats del que llaman de hilvanar, trapos para vendas, algodón usado una vez y otra vez, y vino de la tierra como antiséptico universal.

Recuerdo.

Un muchacho pálido con el destino grabado como un aspa en la frente, abierto por un pequeño agujero en el pecho, muy pequeño, muy mínimo, un orificio menudo exacto como la muerte, en el sitio preciso. Agarraba mi mano y no esperaba nada, sus ojos me miraban sabiendo que este rostro mío era el último rostro. Quiso decirme algo y luego ya no quiso, nunca olvidaré su gesto, su mirada, su mano, era hermoso y joven como un dios sin futuro.

Recuerdo.

Un oficial de pelo canoso, chorreando el frío sudor del sufrimiento y la fiebre como lluvia furiosa desde su frente blanca, y con él tres piernas por si acaso los médicos sabíamos acertar cuál era la adecuada que le estaba faltando, el camillero había recogido todos los miembros sueltos, se curaba en salud. Espero que la pierna, que prendió ¡qué milagro! como planta agradecida, fuese pareja adecuada y que no vaya por el mundo a trancos desiguales con la pierna de un muerto enterrado con su pierna.

Recuerdo.

Dos hermanos gemelos, milicianos, chico y chica, y dicen que era ella la más feroz de los dos, hasta en sus minutos finales igualaron la suerte, la misma mina estalló entre ambos y les produjo igualmente gemelas heridas por las que se iba al unísono escapando su historia. En camastros contiguos siguieron los pasos de un único destino, pero el destino es siempre caprichoso y voluble; con un esfuerzo de voluntad que redime a la especie, con un amor fraterno que es prenda de vida y merece, creo yo, la gloria de los dioses, la muchacha juntó en su mirada valiente el escaso aliento que todavía tenía, lo empujó por sus ojos con esa fuerza que tienen los que saben morir desde el momento en que nacen, hizo que esa brizna de aliento de vida saltase el espacio entre ella y su hermano, se lo metió a la fuerza en la herida del alma y le obligó a vivir por los dos, mientras por los dos moría ella en una paz silenciosa. Jamás podrá borrárseme esta escena del alma.

Recuerdo.

Y así miles y miles, hasta ser sucesión de horrores tan concretos, perfilados, precisos, que se troquelan como relieves en la piel de tu espíritu, inolvidables, eternos.

Pues lo increíble del caso es que, al correr de los años y según he ido haciéndome viejo, se me fueron olvidando todos esos recuerdos y ya no los recuerdo.