La banda

 

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196 - 26 = 170

 

Personajes:

 

(Del batallón:

 

Benedict, capitán de la Compañía de Plana Mayor.

 

De la Banda de Música:

 

Albert, brigada, maestro director

Horatius, sargento, trompeta 1

Connor, trompeta 2

Istander, trompeta 3

Enmanuel, trompeta 4

Arsenius, saxo alto 1

Lemmy, saxo alto 2

Parker, saxo tenor 1

Robert, saxo tenor 2

Castle, flauta 1

Matthew, flauta 2

Garrison, flauta 3

Lothar, cabo, trompa 1

Amadeus, trompa 2

Virgil, tuba

Perry, trombón 1

Nahún, trombón 2

Clark, clarinete 1

Fabiud, clarinete 2

Hamart, clarinete 3

Kent, clarinete 4

Borland, percusión 1

Gilmore, percusión 2

Dewayne, percusión 3

Josephson, platillos

 

de la Compañía de Plana Mayor)

 

*** *** ***

 

Capitán BENEDICT.- Desde que se aprobó su absurda propuesta (perdóneme, brigada Albert, pero su propuesta siempre me ha parecido absurda)...

Brigada ALBERT.- Perdóneme, capitán Benedict, pero sus conocimientos de música y su gusto por la cultura musical... bueno, por la cultura en general, son absolutamente nulos.

Capitán BENEDICT.- Pudiera ser... No se lo discuto. Soy militar profesional y no comprendo qué hace una banda de música en una unidad destacada en el frente que, por cierto, tampoco tiene tantos efectivos como para integrar casi una treintena de ellos...

Brigada ALBERT.- Los ingleses...

Capitán BENEDICT.- Sí: sé que los ingleses van al combate (o iban, cuando iban) precedidos por una banda de gaiteros escoceses que ponían la nota patria en el asunto... En mi opinión, los ingleses eran muy listos y los escoceses muy tontos, y no se trataba de una cuestión musical ni de cultura étnica, sino de que matasen primero a los gaiteros. Por cierto, yo estaría de acuerdo en esto si la banda fuese delante y se hiciera matar en primera línea. Pero como nuestras bandas de música no combaten, repito que...

Brigada ALBERT.- Ya sé, ya sé... que “no tiene sentido destinar 25 hombres a tocar flautitas en lugar de combatir”... ¿Es así como la ha definido?

Capitán BENEDICT.- Exactamente así.

Brigada ALBERT.- Pero el mando...

Capitán BENEDICT.- ¡Ah!... ¿Cree que si no me lo hubiese ordenado el mando tendría usted su banda de música, brigada?

Brigada ALBERT.- Sé que no, capitán, sé que no... Quiero decir: el mando parece entender este asunto de modo distinto a como lo entendemos nosotros dos. Si por mí fuese, tendríamos una agrupación musical como es debido. Por usted, en cambio, no habría banda de música...

Capitán BENEDICT.- Casi exacto: no habría bandas de música.

Brigada ALBERT.- Claro, claro... ¿para qué la música, estando ya los otros sonidos armónicos del tableteo de las ametralladoras y la cadencia del cañón?... Pero a lo que voy: puesto que se ha decidido que sí haya banda de música, una banda con sólo veinticuatro músicos...

Capitán BENEDICT.- Si usted se animase a tocar algún instrumento, serían veinticinco...

Brigada ALBERT.- ...una banda con sólo veinticuatro músicos es una banda en cuadro. ¿Sabe que tenemos sólo tres tambores, sólo cuatro clarinetes?

Capitán BENEDICT.- En mi opinión, en mi harta opinión, el número total de tambores en una banda debería ser de cero tambores. Clarinetes le concedo alguno más, pongamos medio...

Brigada ALBERT.- En fin, muy gracioso, muy ocurrente, mi capitán. Es decir, que no.

Capitán BENEDICT.- Que no.

Brigada ALBERT.- A pesar de que el ejército...

Capitán BENEDICT.- Del mismo modo que el ejército ha decidido que haya banda, ha decidido que esté bajo el mando administrativo del capitán de la compañía, que soy yo, y deja a discreción de éste el número de componentes. A este respecto, yo opino que, para una unidad que actualmente cuenta sólo con trescientos efectivos, veinticinco soldados tocándose los... tocando los palillos, son más que suficientes.

Brigada ALBERT.- Lo dicho, mi capitán, es usted un prodigio de gracia y comicidad. ¡Qué le vamos a hacer!... Queda usted invitado a nuestro próximo concierto.

Capitán BENEDICT.- Casualmente tengo que acudir ese mismo día, con los insuficientes restos de la Compañía de Plana Mayor, a ver si ganamos de una vez esta put... esta operación militar de ayuda humanitaria en la que estamos metidos. Pero gracias de todos modos.

Brigada ALBERT.- No hay de qué.

 

*** *** ***

 

Recordaba esta conversación el brigada Albert, maestro y director de la banda de música del batallón, mientras disparaba con escasa precisión (tenía algunos años y algunas dioptrías) su fusil, chisme con menos pistones que una tuba pero en cierto sentido más complicado aunque de efectos igualmente personales, pues también “amansaba a las fieras” (al menos si las acertabas...). Lo de no combatir sonaba ahora en su memoria como un sarcasmo, igual que el escaso número de efectivos y el resto de las palabras de su capitán: “insuficientes restos de la Compañía”, etc, etc. En efecto, los insuficientes restos de la Plana Mayor, más el efectivo total de las Compañías A y C, habían salido del campamento horas antes hacia alguna operación militar de la que el brigada no había considerado oportuno enterarse, dejando por toda guarnición en la base a... la banda de música. “Para que ensayen” había dicho el capitán con sarcasmo y, en efecto, estaban ensayando prácticas de supervivencia pues, en cuanto el grueso de la fuerza se alejó del campo, los guerrilleros iniciaron una ofensiva que daba que hablar a los aguerridos músicos de su agrupación mientras se defendían como podían del inesperado ataque.

 

Albert había confiado enseguida en la sabiduría táctica del sargento Horatius, su trompeta primero, cuyo puesto en la orquesta se debía al empleo militar más que a los conocimientos musicales, ya que había pasado de ser un corneta mediocre a un trompetista regular para tener menos obligaciones marciales, pero que, al fin y al cabo, era un sargento como es debido y tenía las usuales habilidades de sargento. Lo primero -después de guardar cada instrumento en su funda y ponerlos a cubierto, aunque cercanos- había sido proceder a un reparto de las posiciones defensivas acotando el terreno en torno a las instalaciones de la B, desmanteladas sus tiendas desde la masacre de la misma, y que por ello ofrecía más posibilidades como baluarte y algún otro interés que el sargento Horatius se reservaba aún. Los soldados estaban en cuatro grupos de seis o siete hombres, respectivamente al mando del brigada Albert, del sargento Horatius, del cabo Lothar, trompa primero, y del veterano soldado Gilmore, segundo tambor. Estaban a la vista los unos de los otros, incluso se veían y se oían. El resto lo consideraron imposible de defender con tan escasos efectivos y lo habían abandonado a la incursión de los enemigos.

 

La conversación, entrecortada por disparos y contradisparos , por el cambio reptante entre las improvisadas trincheras, por gritos de solicitud de municiones, coberturas, órdenes... y demás actividades propias de una ofensiva y de una defensiva bélicas, obedecía sin embargo los protocolos de una cierta coherencia, siguiendo meandros de su propio discurrir lógico, con preguntas, respuestas, consideraciones, tesis, antítesis, síntesis... sin faltar las bromas -que acaso mitigasen el miedo de los combatientes- de vez en cuando. Podemos en este relato circunscribirnos a las simples palabras, dejando el resto de los efectos especiales a la industria del cine, siempre más creativa que la propia realidad.

 

CONNOR.- Van a destruir toda la base. Nuestras tiendas...

ARSENIUS.- ¿No tienes asegurada tu colección de condones de recuerdo, Connor?

HAMART.- Las tiendas las quemarán, supongo, si no las han quemado ya.

ISTANDER.- Ese humo...

ROBERT.- Ese humo es de la cocina.

BORLAND.- Pues en la cocina no es necesario que quemen nada. Los cocineros, habitualmente...

Cabo LOTHAR.- ¡Asegura tu sector, Borland, que nos llega metralla desde allí!

GILMORE.- Tú a lo tuyo, Lothar, que el mando de este sector me corresponde.

BORLAND.- Bien dicho, mi cab... pero tú no eres cabo: bien, dicho, mi... ¿mi qué?... mi mandante.

GILMORE.- Y no es metralla lo que te llega, sino las salpicaduras de arena. Nuestros sacos terreros están bien colocados, la prueba es que los impactos...

VIRGIL.- Deberíamos habernos quedado en nuestro propio terreno. ¿Para qué queremos defender este solar...

PARKER.- Cementerio.

VIRGIL.- ...de la B...? ¡Eso: cementerio! Los de la B están todos...

MATTHEW.- Cállate, Virgil.

VIRGIL.- ¡Cállate tú, Matthew!

NAHÚN.- Calláos los dos.

DEWAYNE.- Tiene razón el Enamorado, deberíamos habernos quedado junto a nuestras tiendas. Aquí no tenemos nada que defender.

Sargento HORATIUS.- ¿Ah, no?

FABIUS.- No es que sean grandes las pertenencias de un soldado, pero que te las queme el enemigo en tu propia taquilla...

KENT.- No serán grandes las tuyas, pero yo tengo las ganancias de toda una vida.

GARRISON.- Cierto, de toda una vida dedicada a la delincuencia. ¿Os acordáis de cuando desaparecieron los paquetes postales de la última saca...

KENT.- ... y luego aparecieron.

GARRISON.- ... y luego aparecieron todos menos dos, uno de ellos el mío?

KENT.- ¿Pretendes que te he robado, Garrison, capullo?

LEMMY.- Hay cosas más importantes que los paquetes de casa. Yo tengo en la taquilla...

Sargento HORATIUS.- ¡Lothar, por tu derecha!

Cabo LOTHAR.- ¡Gracias, sargento!... Ése ya lleva lo suyo.

Brigada ALBERT.- ¿Cómo vamos de municiones, chicos?... Apuntad bien, porque...

CLARK.- Es la primera vez que oigo al brigada hacer de brigada; en lugar de ¡soplad fuerte!, ¡apuntad bien!

ENMANUEL.- Se va a convertir en un soldado. Es lo que pasa con las guerras: cambian a los hombres.

CASTLE.- ¿Qué tienes en la taquilla, Lemmy?

PERRY.- Un pañuelo de seda bordado por su mamá.

CASTLE.- Deja que conteste.

Sargento HORATIUS.- ¡Tú, flautista, atento a las ratas, que se te escapan!

CASTLE.- ...Ya veo... Gracias, sargento, estaba distraído...

Brigada ALBERT.- No sé qué les ocurre en los consejos de guerra a los soldados que se distraen en la batalla, pero si una de mis flautas se distrae en el concierto...

AMADEUS.- Lemmy, responde de una vez ¿qué demonios tienes en la taquilla?

JOSEPHSON.- Nos vamos a morir sin saberlo...

ARSENIUS.- ¿No serán condones también, como el amigo Connor?

CONNOR.- Eres un cretino, Arsenius.

ARSENIUS.- Claro, pero te acabo de librar de la picadura de una avispa. De una avispa con turbante.

LEMMY.- Bob Dylan entero.

JOSEPHSON.- ¡Bob Dylan entero, antiguallas del siglo pasado!

NAHÚN.- ¡El soldado Lemmy es un anticuario!

HAMART.- ¿Con su mortaja y todo, ese Dylan?

ISTANDER.- Peor es lo de Virgil, amigos. Si nos queman la casa, Virgil es el que más pierde.

DEWAYNE.- ¿Qué pierde Virgil?

PARKER.- ¿Los cojones?

JOSEPHSON.- ¿Es que no los lleva puestos?

HAMART.- Los deja en la taquilla para que no se le rompan.

ROBERT.- ¿La virginidad?

ENMANUEL.- La virginidad de Virgil es un concepto abstracto, y los conceptos abstractos no arden.

Cabo LOTHAR.- ¡Qué ignorantes sois!... El tesoro de Virgil... ¡¡Atentos ahora al frente!! ¡¡Sargento, sargento!!

Sargento HORATIUS.- No grites, ya los veo... Todos juntos, muchachos ¡ahora! ¡Y agacha la cabeza, Clark, capullo!

GILMORE.- ¡Le han sacudido a Clark, le han dado a Clark!

CLARK.- ¡Calma, joder, Gilmore, que me asustas a mí!... No me han dado: es sólo una rozadura...

GILMORE.- ¡Te chorrea la sangre por el ojo!

CLARK.- Pero sigo teniendo ojo, cálmate y dispara, que yo todo lo veo carmesí y no distingo...

Sargento HORATIUS.- Bien, queridos músicos, bien... El vals de las balas... -entonando con ritmo de vals- eso es, eso es, eso es, eso es...

ENMANUEL.- ¿Decíamos?

Cabo LOTHAR.- Bueno, parece que esta vez... A lo que importa: el tesoro de Virgil son sus cartas de amor, ¿no lo sabíais?

ISTANDER.- Claro que lo sabíamos: recibe una cada día, en papel violeta y oliendo a esencias diferentes, los lunes a lirios, los martes a nardos, los miércoles a jazmines... La de la fecha actual la guarda en el bolsillo para que le perfume los cojones, y como cada mañana cambia la carta por la siguiente, si no sabe la fecha, saca el sobre y lo huele. Es un calendario odorífero.

ROBERT.- ¡Qué culto eres, Istander!

DEWAYNE.- Yo sigo insistiendo en que aquí no hacemos nada. Sean los discos de Lemmy, los condones de Connor o las cartas de Virgil, allí tenemos

Cabo LOTHAR.- Teníamos.

DEWAYNE.- cosas que defender. Aquí sólo quedan las huellas de los muertos.

Sargento HORATIUS.- Y el puto polvorín.

 

Breve momento de tenso silencio general.

 

GILMORE.- ¡Joder, es cierto!

PARKER.- ¡El polvorín!

Sargento HORATIUS.- ¿Creíais que estos cabrones venían a por discos, condones o cartas de amor? Odian la música, los condones los hacen de tripas de cabra y las cartas de amor se las escriben a sus mujeres en esas tiendas de campaña con que las visten. Han olido que el batallón levantaba el campo y han venido a buscar munición.

Brigada ALBERT.- Es por esa razón por la que estamos aquí y no junto a nuestras tiendas: para defender el polvorín.

KENT.- El brigada está aprendiendo táctica.

GARRISON.- ¿Pero no tienen éstos el mercado de las armas y las drogas?

MATTHEW.- Querrán comprar de oferta...

ARSENIUS.- A lo mejor se les ha jodido la cosecha de la amapola.

LEMMY.- Pues, ya que no hemos podido defender a Bob Dylan, me parece estupendo estar cerca del polvorín.

FABIUS.- ¿Para no perderte los fuegos artificiales?

LEMMY.- Para recargar. ¿O soy yo el único que está tirando piedras desde hace un rato?

Sargento HORATIUS.- Tenemos la ventaja de que esos mamones no quieren que volemos por los aires, porque entonces se quedarían sin lo que han venido a buscar. Pero en esta melé cualquiera sabe qué bala perdida...

Brigada ALBERT.- Ahora a por la munición. Necesitamos voluntarios para salir a descubierto y acercarse al polvorín.

AMADEUS.- ¿Pueden ser de la compañía B, que ya están...?

Sargento HORATIUS.- ¡Amadeus, cabrón, cierra esa bocaza!

PARKER.- Como van a reponer pronto lo que gasten, esos hijos de puta están barriendo el descampado. El que salga...

VIRGIL.- Yo saldré, mi brigada.

CONNOR.- El enamorado.

BORLAND.- El amor los vuelve locos.

Cabo LOTHAR.- ¿Quién te ha mandado a ti presentarte?

VIRGIL.- El brigada ha pedido voluntarios.

Cabo LOTHAR.- Pero eres de mi pelotón. Si te necesito para...

GILMORE.- Para que te rasque los...

Sargento HORATIUS.- ¡Basta de gilipolleces! Virgil, ¿has visto el polvorín alguna vez?

NAHÚN.- Como no guarde ahí la tuba...

VIRGIL.- No, mi sargento.

Sargento HORATIUS.- Hay mucha morralla de grandes calibres que ahora no nos sirven para nada. Lo que necesitamos es lo pequeño: balas para los fusiles, granadas de mano, cohetes anticarro con sus lanzacohetes...

GILMORE.- (En voz baja) Tanques, aviones, artillería autopropulsada, dos cruceros de combate, tres o cuatro submarinos... Podremos emplear todo lo que traigas, hijito...

Sargento HORATIUS.- No podrás con mucho... ¿Una caja de cada cosa?

VIRGIL.- Creo que sí, mi sargento.

Sargento HORATIUS.- La munición pequeña está casi en la entrada, a la derecha.

VIRGIL.- De acuerdo.

Brigada ALBERT.- Bueno, hijo, pues a la de tres.

Sargento HORATIUS.- Cuídate...

VIRGIL.- Sí, mi sargento.

Sargento HORATIUS.- En cuanto salga, todos a cubrirle. Fuego a discreción: gastemos todo lo que nos quede ¡y aprovechad la munición!

 

*** *** ***

 

Lo inesperado -para los guerrilleros enemigos- de la salida del soldado Virgil (solista de tuba), la descarga cerrada con la que sus camaradas agotaron la munición y la rapidez de su carrera, fueron las causas de que llegase sano y salvo a la puerta del polvorín, ya a resguardo de las paredes en casamata de su angosta entrada y, aunque no dentro todavía, a cubierto. Le oyeron abrir la puerta, trastear en el interior, arrumar las tres cajas en el conducto de salida, cargarlas de alguna manera entre jadeos de esfuerzo y salir a toda máquina tambaleándose, eso sí, por el peso del metal y los explosivos.

 

El primer impacto no le mató, ni siquiera soltó su carga, sólo le hizo retroceder varios pasos, como borracho. El segundo, en el centro mismo de la frente, sí le mató, pese a lo cual aún permaneció un instante en pie, sin soltar la carga. Por eso el tercer disparo, aunque no le dio a él, acertó en una de las cajas, alzadas aún sobre sus hombros. La explosión, que se contagió al polvorín destrozando la casamata en una furia de fuegos de salvaje intensidad y crispante sonoridad (la guerra real, desoyendo consejos de los asesores musicales cinematográficos, hace las explosiones muy crudas y fuertes, estampidos secos que desplazan de golpe las masas de aire; no las “sinfoniza” como en el cine, y por eso los espectadores, que tampoco suelen estar sentados en butacas, quedan embotados y perdidos), deshizo en partículas mínimas al soldado Virgil, solista de tuba.

 

El sargento Horatius fue el primero en recuperarse del estupor y de la contemplación del rápido desastre. Enseguida comprendió que se habían quedado sin municiones de repuesto y que su situación, ahora que el enemigo ni siquiera debía ya respetar la proximidad de la santabárbara, era apurada, muy apurada.

 

Sargento HORATIUS.- Mi brigada, el heroico sacrificio de la tuba no ha servido de nada.

Brigada ALBERT.- Ya lo veo. Estúpida tragedia.

Sargento HORATIUS.- Salvo en la literatura griega (según tengo entendido), todas las tragedias lo son. El caso es que vamos a tener que tomar medidas excepcionales.

Brigada ALBERT.- ¿Medidas excepcionales?... ¿Qué quiere decir, sargento?...

Sargento HORATIUS.- Puesto que ya no contamos ni siquiera con una bala... Un momento, veamos... ¿Le queda a alguien munición suficiente?

FABIUS.- Dos balas, mi sargento.

DEWAYNE.- Una bala, mi sargento.

 

Silencio general.

 

Sargento HORATIUS.- Por lo tanto, podríamos cargarnos, con mucha suerte, a tres de los mamones de ahí fuera, lo que dejaría un resto de cincuenta o así. Lo dicho, mi brigada: medidas excepcionales.

Brigada ALBERT.- Ya sabe que, si se trata de algo militar y no hablamos de trompetas, confío en usted, Horatius.

Sargento HORATIUS.- A veces las trompetas son militares...

Brigada ALBERT.- Repito, Horatius, confío en usted plenamente; lo que disponga estará bien...

Sargento HORATIUS.- Gracias por su confianza, mi brigada pero, más que yo, quien lo ha dispuesto es el destino...

 

*** *** ***

 

La entidad artística de una banda de música es tanta, que tiende uno a olvidar todas las individualidades que la componen, sus idiosincrasias personales, sus historias íntimas. Pero antes de dar por concluido este relato, se pueden traer a colación algunas de esas crónicas singulares, siquiera como símbolo de las variadas identidades de sus veinticinco miembros y de que la aventura humana particular trasciende muchas veces la epopeya colectiva.

 

Por ejemplo, las historias paralelas de HB y HN (hombre blanco, hombre negro), con su ritual del PD (puto dólar, expresión que deberíamos evitar en lo posible -no lo haremos- a causa de ese grosero término, ya sabéis: dólar).

 

Aunque en público se comportaban como camaradas, Parker, el hombre negro, y Robert, el hombre blanco, ambos saxofonistas, eran todo menos camaradas. Oriundos del mismo pueblo ignorado del Sur (Robert lo había buscado en el mapa y no venía), procedían de dos familias opuestas en rango económico, en posición social, en “relieve institucional”. Robert era el hijo único del magnate local, propietario de la mitad de las empresas, de la mitad de los terrenos y de casi todos los inmuebles de la pequeña villa. Parker era hijo del negro más humilde de la zona, aparcero por cuenta ajena, siempre al borde de la miseria y metido de hoz y coz en la marginación.

 

La relación entre ambos, desde la más tierna infancia, la describe y simplifica un diálogo que resume la esencia de todo el asunto.

 

ROBERT.- Negro, toma un puto dólar y límpiame los zapatos.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

ROBERT.- Mono, toma un puto dólar y lávame el coche.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

ROBERT.- Carbonilla, toma un puto dólar y arregla ese cabrón de ventilador, que voy a derretirme. Como los africanos estáis acostumbrados a asaros en África, tú ni lo notas.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

ROBERT.- Quemado, toma un puto dólar y quítate de enmedio, que va a venir... a verme... la señorita Louisse y no quiero que piense que me trato de igual a igual con los macacos.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

 

Así cuando, en las noches de luna, tocaban a dúo el saxofón junto a los álamos de la ribera:

 

ROBERT.- Tostado, toma un puto dólar y sígueme bien con ese trasto, que parece que estuvieras tocando la carraca.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

 

Así cuando, en los burdeles más tirados del villorrio, compartían las desnudas pieles de alquiler.

 

ROBERT.- Tenebroso, toma un puto dólar y véte lejos que, como tienes la costra de su mismo color, no sé dónde empieza ella y terminas tú, no vaya a resultar que...

PARKER.- Claro, señorito Robert.

 

Así cuando, al alejarse del pueblo hacia más altos horizontes, recorrían los caminos de este mundo.

 

ROBERT.- Achicharrado, toma un puto dólar y ponte la gorra porque así no pareces un chófer; pareces el amo del Cadillac, como si me hubieras recogido en auto-stop.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

 

Y siguieron por las rutas de la existencia, del ejército y de la guerra.

 

ROBERT.- Azabache, toma un puto dólar y sácale brillo a mi saxo. ¡Pero que resplandezca! ¿estamos?

PARKER.- Claro, señorito Robert.

ROBERT.- De paso, también al cinturón.

PARKER.- ¿Por el mismo PD?

ROBERT.- Por el mismo, orangután.

PARKER.- Claro, señorito Robert.

 

La vida, no obstante, no siempre se deja conducir por protocolos humanos, y el ritual del PD, aún manteniendo todo su castizo carácter sureño, fue poco a poco cambiando de ritmo.

 

ROBERT.- ¿Sabes, tinto tinta, que mi padre está vendiendo parte de sus tierras?

PARKER.- ¿Por un puto dólar, señorito?

ROBERT.- Algo más estará sacando, digo yo... Ya sabes cómo es mi viejo, nunca regala nada.

 

ROBERT.- Ahora le ha dado por vender también los inmuebles del pueblo. No sé qué del fisco... ¿Tú sabes lo que es el fisco, platirrino?

PARKER.- El que se queda casi con la mitad de cada puto dólar, señorito.

ROBERT.- Ése mismo, ése mismo.

 

ROBERT.- Parece que la muy cabrona es insaciable.

PARKER.- ¿Su señora madrastra?

ROBERT.- La barragana de los cojones de mi señor padre.

PARKER.- Pensé que habían pasado por el juzgado...

ROBERT.- Eso no quita, colega, para que sea una maldita lagarta que le está robando mi herencia.

PARKER.- ¿Cada PD, señorito?

ROBERT.- Cada puto dólar, compañero, cada puto centavo.

 

ROBERT.- ¡¡Se ha largado con lo que quedaba, la mamona jodía, la muy marrana de todos los...!!

PARKER.- No se atragante, señorito, que las mujeres no lo merecen.

ROBERT.- ¡Ha estafado a mi viejo los sudores de una vida, amigo!

PARKER.- Para sudores de una vida los del mío.

ROBERT.- ¡Me ha dejado en la calle!

PARKER.- Pero su señor padre...

ROBERT.- Mi señor padre se ha colgado de las ramas del álamo grande, donde tú y yo ensayábamos. Al parecer, tuvo que pedir prestada la cuerda...

PARKER.- ¿Sin un solo PD en el bolsillo, entonces?

ROBERT.- Sin un PD, como tú dices, Parker, sin un PD...

PARKER.- Pues entonces tenemos un problema, señorito.

ROBERT.- Eso será lo que tengamos, viejo amigo, porque lo que es otra cosa...

 

Es por ello por lo que el HN (hombre negro), en la tienda donde dormían juntos desde que formaban parte de la banda, -y puesto que toda la herencia había sido dilapidada por la malvada madrastra- cada mañana, al limpiar el uniforme del HB (hombre blanco), le llenaba los bolsillos de putos dólares para que le pagara los recados que quisiera encomendarle ese día. Y una tarde en que le había llamado “Parker”, “camarada” y “amigo” demasiadas veces, le prendió una notita en el cinturón con la siguiente lista:

 

 

Negroide

Sombrío

Africano

Antracito

Penumbro

Oscuro

Tinieblo

Luto

Gorila

Chimpancé

Primate

Lémur

Babuino

Mandril

 

*** *** ***

 

O la historia de Hamart, clarinete tercero de la banda, que en su pre-adolescencia estuvo trabajando como instructor de ángeles custodios. El asunto empezó con una conversación que nosotros cogemos a medias:

 

HAMART.- ¡Me has chafado el ligue, so memo! ¿Dónde has estudiado tú la carrera de custodio, por correspondencia?

–.- Te hubiese dado un disgusto el día menos pensado, y mi obligación como ángel de la guarda...

HAMART.- ¡Qué sabrás tú de disgustos de mujeres!...

–.- Más que tú. Esa... esa tal es la primera, así que no sabes nada.

HAMART.- ¡Pues por eso, capullo, por eso, para aprender!

–.- No la conoces.

HAMART.- ¡Y tanto que no la conozco! Culpa tuya. Estaba a punto.

–.- Desde luego que lo estabas, su cometido precisamente es poner a...

HAMART.- ¡Ella! ¡Estaba a punto ella!

–.- ¡Oh, claro!... Ella está siempre a punto.

HAMART.- ¿Qué insinúas?

–.- Pues que esa muchachita tan angelical es muy... muy...

HAMART.- ¿Casquivana?

–.- Digamos veleta, cambiante, movediza, caprichosa, desigual, variable...

HAMART.- Déjalo ya, que pareces el diccionario de sinónimos del Word. Salvo raras excepciones, la primera de un chico nunca tiene al chico como primero, y las movedizas variables son buenas para aprender.

–.- Lo he hecho por tu bien.

HAMART.- Por mi bien, por mi bien... ¡Por mi bien tendrías que haberme obligado a usar el casco el otro día, cuando me caí de la moto y casi me parto el cuello, no decirle a mi chica al oído que tengo ladillas, cabrón!

–.- No es tu chica.

HAMART.- ¡Claro, ya no!

–.- ¿Estás muy enfadado?

HAMART.- En fin...No, no mucho... De todos modos voy a tener que aguantarte el resto de mi vida... Pero tienes que aprender, hombre,

–.- Ángel.

HAMART.- Eso. ¿Cómo se te ocurre interferir en el primer sexo de un chaval? En ocasiones así, los custodios miran pudorosamente hacia otro lado ¿no comprendes?

–.- Es que tú sí eres mi primero y no tengo las cosas demasiado claras.

HAMART.- Verás...

 

En las alturas de la Academia para Espíritus Guardianes, oyendo las prudentes y fundadas razones de Hamart a su ángel, pensaron que podía ser un buen instructor de custodios y le contrataron. Al principio le daba un poco de corte ser profesor de tan excelsas criaturas: poderosas, inmortales, brillantes, inteligentes, pero pronto se habituaron tanto él como ellos y los magníficos espíritus hablaban maravillas de su joven maestro:

 

–.- Me ha enseñado a regular el relé de equilibrio entre libertad y responsabilidad; en los seres humanos es un asunto muy importante.

–.- Yo ya lo sabía, pero en cambio ignoraba que es preciso darles una de cal de cuando en cuando, pues si muchas son de arena, se deprimen pensando que todas lo son. Tienden a suponer que su suerte es especialmente injusta.

–.- En resumen: el síndrome de las colas del cajero.

–.- ¿Los cajeros tienen cola?

–.- Al parecer, cuando guardan cola en el banco, o en el estadio, o en cualquier otro sitio, siempre creen que las otras colas en que no están ellos van más deprisa que la suya.

–.- ¡Sí, sí, lo piensan siempre!

–.- Pero basta insinuarles que a todos los demás les parece lo mismo, para que se tranquilicen. Mejora su estado de ánimo, volviéndose más paciente; se fomenta el espíritu de fraternidad e incluso propenden a considerar a los otros como colegas sometidos a la misma suerte.

–.- Es una cuestión trivial...

–.- Lo pongo como ejemplo y porque el síndrome se llama así, pero en todos los asuntos de la vida funcionan de modo similar, también en los más importantes.

–.- A mí me ha enseñado que debemos conseguir que nuestros custodiados se alegren más con las alegrías de lo que se entristecen con las tristezas. Parece que lo hacen al revés.

–.- En cuanto a su relación con la muerte...

–.- ¡Claro, como somos inmortales, en el tema de la muerte a todos nos ha enseñado muchísimo!

 

Pero lo que este relato pretende, más que contar sus éxitos educativos, es referir las relaciones que llegó a tener con los seres humanos custodiados por los ángeles pues, al proceder a las lecciones de campo, naturalmente se veía obligado a tratar con ellos también. En especial el caso de una niña de ocho años de cuyo carácter quedó tan prendado que, terminada ya su tarea de instructor, permaneció como “segundo guía” al lado de la niña y de su ángela de la guarda; cuando ésta se ausentaba por cualquier motivo (congresos de angelología, asambleas celestiales, el café de las once o lo que fuere), tenía con su administrada diálogos fantásticos:

 

–.- Yo preferiría tenerte de padre. Eso de vice... vice lo que sea...

HAMART.- Vice-vigilante.

–.- No sé en qué consiste y no me gusta mucho.

HAMART.- Pero tú eres huérfana.

–.- Pues por eso.

HAMART.- ¿Cómo sabes lo que son los padres, si no tienes?

–.- Sé cómo tienen que ser.

HAMART.- No creo, eres demasiado pequeña...

–.- Los niños lo sabemos todo de cómo tienen que ser los padres. Otra cosa no sabremos, pero eso...

HAMART.- ¿Y cómo tienen que ser?

–.- Han de cumplir tres repisitos bási...

HAMART.- Requisitos.

–.- Eso, tres. (Señalando muy seria con su dedo índice de la mano derecha los dedos sucesivos de la izquierda). Uno: Tienen que quererte tanto que necesiten varios corazones y tres o cuatro espíritus para que les quepa el amor en ellos; como sabes, los seres humanos, en tanto que padres, vienen equipados con más corazones y más almas de los que traen de serie. Dos: Tienen que dedicarte todo el tiempo, esto es, el que tienen y el que no tienen; sabrás, imagino, que el cupo de tiempo de los seres humanos, en tanto que padres, es elástico. Y tres: ni siquiera los matemáticos celestiales podrán alcanzar a comprender el elevadísimo número de veces que un padre puede arreglar el mismo juguete sin enfadarse y con buen humor.

HAMART.- Con el primer “repisito” bastaba, los otros están comprendidos.

–.- Me hacía ilusión citarlos, sobre todo el último.

HAMART.- ¿Rompes muchas muñecas?

–.- Las peino demasiado, según parece. Están todas calvas. ¿Eres tú, por casualidad, peluquero de muñecas?

HAMART.- Puedo aprender.

–.- Pero dices que quieres ser soldado...

HAMART.- Primero quiero ser padre. Tu padre.

–.- Pues entonces...

HAMART.- Hay pegas... No sé si vas a comprender... Si un chico mayor, un hombre como yo, pasa mucho tiempo a solas con una niña pequeña como tú, que ni siquiera es su hija...

–.- Ya sé, ya sé, he oído rumores en el orfanato: los llaman filo algo, filósofos, creo.

HAMART.- Pedófilos.

–.- Eso. Supongo que es una marranada, claro.

HAMART.- Sí, aunque no la que tú piensas. Por lo cual no sé si me dejarán que sea tu padre.

–.- ¿Y si yo lo pido?

HAMART.- Cuando las personas mayores se proponen cuidar a los niños, lo hacen todo menos preguntar a los propios niños. No te escucharán, o peor: pensarán que te influyo negativamente.

–.- ¡Pero no es verdad que me incluyas!

HAMART.- Influyas.

–.- Eso, ¡no es verdad!

HAMART.- Oye, una pregunta: ¿cómo es que sabes “vienen equipados” o “el cupo de tiempo” y no sabes “influyas”o “requisito”?

–.- No sé, leo a saltos... A veces no entiendo las palabras y me las aprendo de memoria sin saber qué quieren decir. Supongo que como mucha gente.

HAMART.- ¿Lees?

–.- De todo.

HAMART.- Eres muy pequeña...

–.- Pues leo, aunque sea pequeña... Bueno, ¿podrás ser mi padre o no?

HAMART.- Yo sí quiero.

–.- Yo también.

HAMART.- No te aseguro que pueda devolverle el pelo a tus muñecas, la alopecia es muy rebelde...

–.- No me importa, siempre que me quieras con todo tu cora...

HAMART.- Por eso no te preocupes: desde que lo dijiste, estoy en ello a tope; tengo ya las tres almas y los siete corazones absolutamente atiborrados de cariño.

–.- Bien, entonces bien.

 

Pero volvió la ángela custodia, interrumpiendo el diálogo.

 

–.- ¿Con quién hablabas?

HAMART.- Hablaba solo.

–.- Te pasas el día hablando solo...

HAMART.- Así soy yo.

–.- No es verdad que hablaras solo, no eres tan listo... Confiesa, anda, ¿con quién estabas hablando?

HAMART.- ¿Con quién va a ser?... Con nuestra custodiada, claro.

–.- ¡Pero si no ha nacido aún!

HAMART.- ¿Y qué?... Cuando nazca y crezca, yo no estaré aquí; tengo que aprovechar el tiempo. Además, puesto que se va a quedar sin padre...

–.- ¿Quién es el idiota que tiene la culpa de eso? ¿Quién es el idiota que se fue a la guerra antes de que su hija naciese?

HAMART.- No me he ido a la guerra, me he ido a una banda de música. No es culpa mía que a las bandas de música las manden también a la guerra. Ni es culpa mía que...

–.- ¡Claro, lo de siempre! Los cretinos de los hombres echando la culpa de sus desastres al destino, a Dios o, peor aún, a los ángeles custodios. ¿Y qué te ha dicho?

HAMART.- Que sí, que le convengo de padre.

–.- Como no sabe que te piensas marchar...

HAMART.- Sabe que quiero ser soldado.

–.- ¿Le has dicho al menos que la amas?

HAMART.- Claro que se lo he dicho, pero... ¿lo olvidará?

–.- Nunca, hombre, nunca lo ha olvidado.

HAMART.- Me lío con el tiempo en estas conversaciones.

–.- Es natural: vienes desde una batalla lejana para hablar con tu hija de ocho años -que no ha nacido aún- de cuando sea mayor y tú te hayas ido a una guerra en la que estás a punto de...

HAMART.- Lo que menos me gusta de vosotros, los espíritus guardianes, es que, como lo sabéis todo de antemano, sois de un indiscreto que manda cojo...

–.- No digas tacos y vuelve a tu sitio. El brigada Albert está a punto de dar la orden.

HAMART.- No permitas que lo olvide ¿vale?

–.- Marcha tranquilo, siempre te querrá, ignora que eres idiota y que te vas sin conocerla. Recordará esta conversación toda su vida.

HAMART.- ¿Aunque viva largo tiempo?

–.- El tiempo que dura la vida es una vivencia interior que no se mide por longitudes. Ella siempre tendrá ocho años y estará eternamente hablando contigo.

 

*** *** ***

 

O la historia de Perry, trombón primero, que fue en tiempos solista de una gran orquesta clásica, pero que se vio en la indigencia al cabo de un proceso gradual que empezó por el surgimiento interior de una melodía diferente, distinta, única, que al principio sólo él oía, pero que creció suplantando todas las otras posibles músicas de su trombón, hasta que esa balada íntima salió a la superficie, inundó su instrumento, desbordó a la orquesta (el presidente de la misma, a instancias del director oficial, le rogó que dimitiese), deshizo su matrimonio, le exiló a las calles donde la inhumana música le hizo pasar hambre, ya que no conocía otro modo de ganarse la vida y los transeúntes no eran generosos con un músico que sólo sabía interpretar un tema, y era un tema espantoso, siniestro (infinito: por eso asustaba).

 

En la esquina donde tocaba, su figura de hombros envejecidos inspiraba, en lugar de lástima, una especie de encono: como la melodía tirana estaba diseñada en graves, la vara del instrumento salía siempre a la posición más distante, obligando al músico a alargar los brazos, componiendo un tétrico perfil de fusilero loco, alguien que se propone matar el aire de un disparo, o reventar estrellas con su lamento infinito.

 

Al borde de la muerte por hambre, por soledad, por cáncer interior en forma de música letal, rompió su instrumento y esparció los pedazos en los caminos de la noche. Mucho tiempo estuvo sordo por fuera y por dentro, pero al fin un anuncio le llevó hasta la Banda, donde un trombón virginal le fue enseñando de nuevo los otros sonidos del mundo.

 

Ahora no le importaba nada la figura próxima de la muerte, pues en sus oídos resonaban los disparos, las explosiones, los quejidos... y todos eran sonidos humanos, hechos a imagen y semejanza del hombre; de la bestialidad del hombre, sí, pero del hombre, no como la melodía singular que durante un tiempo sin término le había llevado a creer ¡oh, Dios misericordioso! que era el único ser vivo sobre la Tierra.

 

*** *** ***

 

Y tantas otras historias de los músicos de la Banda, que podríamos relatar pero que no vamos a hacerlo para no cansar al lector.

 

La que no podríamos contar aunque quisiéramos, en cambio, es la historia de Virgil, el Enamorado, solista de tuba, pues esa narración tendría que haber consistido en las cartas que había ido recibiendo, carbonizadas por el fuego en la tienda de su Compañía; especialmente la última, que guardaba en el bolsillo de su pantalón y que fue desmenuzada por la misma explosión que acabó con su vida.

 

...dice el doctor Anweg que es un proceso largo. Y doloroso, añado yo, aunque eso, claro está, él no lo ha dicho. No te lo creerás, pero ésa es la última razón por la que me disgusta que estés tan lejos. Sé que tu presencia resultaría, entre tantas otras cosas maravillosas, una especie de bálsamo pero, en lo físico, los dolores no se dejan disminuir por ninguna magia personal.

 

***

 

No tienes razón, ¿cómo va a ser lo mismo?... No quise cuando te fuiste y sigo sin querer. ¿Qué sentido tiene que te conviertas en viudo nada más casarte?... Nuestro amor no cambia por estar o no estar casados, ni en cantidad ni en cualidad, y ese matrimonio me habría parecido una especie de chantaje que te hacía... No, no: sigo pensando que he hecho bien en posponerlo. Crees que se trata de una especie de desesperanza pero es al revés, una firme esperanza.

 

***

 

Me da igual lo que digan tus amigos de la Banda. Si soy antigua, que sí que lo soy, pues mejor. Supongo que se ríen de ti cada día cuando recibes la carta, qué cosa tan antigua, dirán, el correo postal... Espero que sea cada día y que las cosas de la guerra no las acumulen y te pases meses sin recibir ninguna para de golpe recoger un saco... sería un novelón... ¡pero qué digo, si me respondes a diario!... ¡pues claro que las recibes cada día!... Estoy tonta.

No, querido, no es que no quiera escuchar tu voz por teléfono: es que no podría sobrevivir cuando se terminara la conversación. Ni siquiera podría hablarte mientras durase, me quedaría en silencio, muda, y pensarías que se habría cortado o que no habría cobertura... El papel es más “seguro”, más tranquilo, me permite fijar mejor lo que quiero decirte y cómo decírtelo, y hace durar el instante que paso contigo, aunque estés en el otro extremo del univ... del mundo, iba a decir del universo.

 

***

 

No sabes lo que me pesa mi compromiso -conmigo misma, más que contigo- de decirte siempre la verdad. Ahora me doy cuenta de que tenías razón cuando insistías en una “prudente confianza que no agote ni destruya la intimidad”. Algo celosa, supuse que sería un subterfugio por si tenías que ocultarme amoríos con las hermosas nativas de la región, o tus compañeras soldados, pero ahora sé que hay cosas que hacen daño cuando se dicen, cuando se escuchan, sin que sean culpas o remordimientos; y que es preferible no decirlas. Pero, como sabes, siempre he cumplido mis compromisos.

Bueno, los ciclos... así, así... lo que quiere decir que son terribles y, a la vez... ¿lo diré?... inútiles. ¡Lo siento tanto, mi amor lejano, lo siento tanto!... El bueno de Anweg sostiene que no, que va todo muy bien, pero su triste sonrisa le desmiente. Y mi conocimiento personal de mi propio cuerpo, lo que me cuentan mis dolores, tan charlatanes... Hay guerra, pues, también por esta retaguardia.”

 

***

 

La soledad es tan diversa... Por una parte el silencio de la otra voz. Y por otra parte el silencio de la otra voz. ¿A que suena raro?... No para ti, mi amor, que me conoces. Se calla la voz de la persona que falta, el contertulio de tu diálogo constante. Y, al callarse esa voz, se calla también la tuya. Si el eco deja de responderte, dejas tú de gritar...

 

***

 

...como en siglos anteriores, cuando la gente no sabía escribir y necesitaban dictar sus cartas a los amanuenses profesionales. No se habla igual que se escribe, ni se expresa una lo mismo en la intimidad que ante otra persona, aunque el querido doctor Anweg [que pide disculpas por su casi ilegible letra de médico, palabras del “amanuense”], sea tan discreto. Pero qué le vamos a hacer, casi no puedo sostener el lápiz [sin casi].

Espero que la ofensiva de primavera o como se llame la operación que tu unidad prepara, no te incluya; ¡algo bueno tiene que tener ser de la Banda!  Si no es por otra razón, al menos por ésa amo la brillante tuba que te acompaña en lo remoto y te aleja de los combates.

 

***

 

A lo mejor por no tener familia, qué sé yo... o tu lejanía, allí en el confín de la tierra... pero lo cierto es que nos imagino solitarios, únicos habitantes del planeta, mirándonos a los ojos a través de la distancia, y las lágrimas -que se producen sin que yo haga esfuerzos que no podría hacer- fluyen hacia el abismo flotando, no cayendo, y en lugar de enturbiar la visión, la vuelven más nítida. Veo tu rostro amado y sé que no lo olvidaré.

 

***

 

“Le informaré de inmediato, no se preocupe usted. Es un coma irreversible y terminal, pero al menos se han acabado sus dolores. Le mantendré al tanto.”

 

***

 

“En la madrugada de ayer, a las 5.00 en punto. Querido amigo, siento su pérdida más de lo que puedo expresar. Esta su guerra ha terminado. Cuando termine la de usted, me gustaría conocerle personalmente y darle los efectos personales que ella me ha confiado para que se los entregue. Y sus cenizas, por supuesto.”

 

*** *** ***

 

Sargento HORATIUS.- Bien, mi brigada, cuando quiera.

Brigada ALBERT.- Vamos allá. ¿Todo el mundo preparado? ¿Trompetas, saxos, clarinetes, trompas, tambores, flautas, trombones...? Aunque no esté, recordemos el sonido de la tuba como si estuviese, señores. El “Himno del Batallón Victorioso”, por supuesto. Nos sabemos esa pieza hasta dormidos, así que no necesitamos la partitura ¡Atentos a mi batuta!... ¡De cuatro en fondo! ¡¡Ar!!

 

Su gesto fue tan sorprendente para los guerrilleros enemigos, que reaccionaron tarde y la Banda de Música del Batallón casi consiguió terminar su Himno de la Victoria.