EL TIEMPO DEL SUEÑO
En diferentes textos hemos visto distintas
referencias del término aborigen tjukurpa,
a veces en sentido de relación con el tiempo del sueño, a veces con las líneas
de canto y de sentido, con lugares sagrados... Más frecuentemente viene a
significar cuento, o relato, o historia, o la estirpe de relatores en que un
relator individual se inserta, o el fluente contenido de esos argumentos en que
uno concreto tiene su origen, enraíza su esencia o su sentido.
Tjukurpa es, así, el que cuenta y lo que cuenta, el cuento
como suceso y el cuento como relato. Hegel lo habría entendido, pero quizá
nosotros, que separamos tanto los sucesos históricos que llamamos HISTORIA, del
relato que los narra, que llamamos ciencia histórica o Historia con minúsculas,
nos vemos dificultados de entender la unidad, continuidad, identidad entre
quien cuenta, el cuento y lo que el cuento cuenta. Y más todavía si añadimos
que somos (vamos siendo) lo que el cuento, según lo vamos contando, nos va
haciendo, como si el cuento, al contarlo nosotros, nos fuese contando él y se
hiciese el nosotros que el cuento va contando.
Esta red de ríos y arroyos que riega (invade)
nuestro territorio social y moral, no desde una fuente nace y a un océano se
dirige: desde un océano nace y a otro-el-mismo se encamina. Por eso nos suenan
tan escasamente convincentes, tan lejos de la comprensión del nativo aborigen
australiano, tan ignorantes de la peculiaridad de su ancestro en medio de otros
primitivos, palabras como éstas:
Tras este
sistema de encantamientos para las necesidades de la vida práctica, vienen los
relacionados con el mundo de los sueños. Hay realidades inexplicables, mundos
fantasmales que acechan al hombre cuando duerme y que pueden más tarde
desasosegarlo. Cuando estos sueños son interpretados plásticamente, cree el
nativo entrar en posesión de su misterio y defenderse así de cualquier mal que
esas fuerzas incontroladas puedan acarrearle. Cabría decir que con esas
pinturas realiza psicoterapia, aunque no haya podido percatarse de ello.[1]
Difícil sería hallar texto menos conocedor del
tema de que habla. Este ‘erudito’, cumpliendo a como dé lugar el encargo de
escribir dos palabritas para una exposición de arte aborigen australiano, ni
siquiera sabe que ‘sueño’ en este contexto no es lo que ocurre cuando cenas
mucho y duermes con pesada digestión.
¿Sistema de encantamientos?... Como no se ajustan
a los esquemas del outsider
europeo, a los cánones que le han enseñado en la universidad de su provincia,
llama encantamientos a los procesos por los cuales se hace viable la realidad y
el sentido de las cosas. Nunca llamaría el anangu
australiano encantamientos a los manidos protocolos de la ‘ciencia’ del
erudito.
¿Realidades inexplicables y fantasmales?... La
realidad es explicación de la realidad, para el anangu la realidad no puede ser inexplicable porque
si es inexplicable no es real, pero a saber qué llama realidad el erudito... En
cuanto a fantasmas, los seres del tiempo del sueño que están fotografiados en
la roca no son fantasmas, en ninguno de los sentidos de la expresión, ni en la
rigurosa y precisa acepción aristotélica (que no es, claro, la que al erudito
le suena), ni en la más vulgar de sábanas con cadenas (que sí será). Son
genuinamente reales, auténticos, son lo
auténtico.
¿Desasosegar al hombre?... Al hombre le
desasosiega que se quiebre la continuidad con ellos, que se rompa la línea de canto,
que nos abandone el tiempo del sueño, que se descree el mundo si el Sueño
termina (y este desasosiego, que también a mí y a cualquiera que no sea necio
nos desasosiega, quizá no sepa en qué consiste el erudito).
El hombre cuando duerme... No es el dormir de
echar un sueño, es el recuerdo-unidad con el tiempo de la creación, o para que
el erudito lo entienda mejor: no es una siesta, es metafísica.
Psicoterapia... En fin, si alguien no está
cuerdo y en su actividad cultural lo demuestra (no estar integrado en la propia
referencia social, estar en contra del proceso natural y sus leyes, desconocer
los contenidos profundos, los vínculos reales, de-con la globalidad de la
estructura a que se pertenece, etc., etc.), es el erudito y no el aborigen.
Cualquier occidental moderno está mucho menos cuerdo que cualquier aborigen
prehistórico, salvo que éste haya tenido el honor de ser curado de su locura
con la psicoterapia del hombre blanco.
Interpretar plásticamente... Con este
despropósito finalizamos. La palabra adverbial que ahí se usa no tiene con el
arte primitivo australiano la más mínima relación, sobre todo si se usa de
forma directa y sin metáfora (que sería admisible como complemento lingüístico
y expresivo). El anangu no
está haciendo expresión plástica, como no está haciendo expresión oral, en el
sentido que se le da a estas palabras en su contexto europeo, está haciendo,
está explicando, la realidad mientras se hace y explica a sí mismo dentro del
fluido del significado común.
Y que nos perdone el erudito haber usado su
texto como excusa para profundizar en el tema mientras negábamos pieza a pieza
las referencias contenidas en él, era tan invitador...
Pero volvamos al cauce con otro texto,
lapidario, cargado de un sentido real:
El arte,
en la perspectiva del historiador, es ante todo la obra de arte; en la del
australiano, es la inclusión de la personalidad en un proceso figurativo.[2]
Sustituyamos la palabra ‘figurativo’ por el
término ‘realizador’, y tendremos una concisa sentencia, y verdadera, que resume
lo que estamos diciendo aquí. Para el australiano, lo que nosotros llamamos su
obra de arte, es la inclusión de su propia realidad en un proceso realizador;
es sencillamente ser, estarse siendo.
El tiempo del sueño, pues, tjukurpa, es la realidad y el principio de
la realidad. Quiero volver ahora a la terminología que me es familiar y, aun
violentando los contenidos, decir que ese tiempo del sueño es la fuente
ontológica a la vez trascendente e inmanente de donde surge y en donde se
constituye la realidad de lo real. No es un creador en el sentido del dios
omnipotente de los monoteísmos europeos, porque no es UNA persona, sino varias
potencias, pero entiendo que no se trata de varios poderes, sino de UN poder
que inerva y energiza a todas esas potencias. Siempre he creído que todos los
politeísmos, especialmente los animismos primitivos, son monoteísmos: cuando
las cosas vienen en serio, en serio de verdad, cuando se trata no ya de
triviales cuestiones como la vida y la muerte, sino del sentido real de lo que
hay, en suma, cuando estamos hablando de metafísica sin andarnos por las ramas,
entonces el hombre habla con un solo responsable y se dirige a él y a él le
pide cuentas (forma auténtica -la única- de toda religación) de lo que pasa, de
por qué pasa y de por qué tiene
que pasar (el hombre, cuando hace metafísica en serio, nunca se cree esas
tonterías del inevitable destino).Y debo dejar claro ya mismo que el aborigen,
metafísico natural y por ello más auténtico, lo mismo que es herbolario natural
y por ello más profesional, distingue claramente la definición de su problema
(mejor: de su tema) y conoce los límites y la ‘calidad’ de su inserción en el
todo:
Los mitos
de los aborígenes australianos formulados oralmente, con la intención de
informar sin ser necesariamente didácticos, revelan la manera de llegar a la
redención. Porque, aunque un mito sea capaz de enumerar en sus más ínfimos
detalles las variedades de alimentos y los recursos naturales propios de
determinadas localidades y pueda exponer las consecuencias de su empleo, sigue
siendo discretamente ambiguo en lo que concierne a la forma concreta en que un
hombre debe usarlos... Al oír el relato de un mito y tomar así conciencia de un
mundo de entidades objetivas que existen fuera de él pero son semejantes a él,
un hombre se ve obligado a decidir su forma de actuación a la luz de su propia
experiencia pragmática y del conocimiento que posee de sus semejantes y de las
reglas de su comunidad. Al tomar parte en la representación dramática del mito
con ocasión de un ritual, en el transcurso de un corroboree o de las ceremonias iniciáticas, él
mismo forma parte del mito, no sólo representando un ser del tiempo del sueño,
sino también convirtiéndose, mientras dura el espectáculo, en ese mismo ser.[3]
Si la cosa es fácil de comprender, si no se
trata de nada extraño... (Aunque tal vez haya que ponerse en lugar de gentes
que, luego de 40.000 años de continuidad sin desastres, ven cómo un furioso,
bárbaro e ignorante huracán, barre por completo creencias, sistemas,
costumbres, líneas de sentido, mitos, ritos...) Por lo demás es muy sencillo:
estoy al borde de un abismo sin fin, la flecha que se dirige a mi corazón ya ha
sido lanzada, mi muerte aguarda sentada a mi lado a que la flecha llegue,
hablamos los dos tranquila, suavemente; y de la mano-en la mano-sobre la mano
sostengo la hebra que en lo remoto originó el tapiz de la realidad de las
cosas. Si no la suelto, se hundirá en el abismo conmigo. Así que la suelto,
signifique esa renuncia lo que signifique (casi nada: que yo me quedo ciego,
sordo, mudo, insensible, que dejo de tener sentido, que no existo, que no he existido, que no habrá, no habrá habido, memoria de mí en la
historia de las cosas), porque si no lo hago así, nada existirá, nada tendrá sentido, nada habrá existido.
Mi arte está cargado de la infinita densidad de
todo ello, de la tristeza casi insoportable de este incomprensible atentado
contra la realidad del mundo; de la nostalgia del tiempo del sueño que ya nunca
podré recuperar, luego de haber soltado la hebra que de él me manaba; de los
recuerdos que, pese a todo, nadie podrá arrebatarme y que son el único tema de
la conversación que, mientras aguardo, mantengo con la muerte; de los futuros
que no serán, o serán sin que yo sea con ellos, porque yo ya no soy...
Pero que el bárbaro extranjero blanco, el piranpa, no sepa jamás que yo
era-soy-seré (hasta mi renuncia) el poder del tiempo del sueño que ha hecho el
mundo y su realidad, cantando el sentido y empezando así las líneas de una
continuidad sin fisuras. Que no lo sepa, que no lo sepa nunca, porque el piranpa ha venido a descrear el
mundo.
[1] LAS PINTURAS DE LAS TIERRAS DE ARNHEM, de Carlos Areán.
[2] EL ARTE DE LOS PRIMITIVOS ACTUALES, de Leroi-Gourhan.
[3] LAS RELIGIONES EN LOS PUEBLOS SIN TRADICIÓN ESCRITA, de H-CH. Puech. Al párrafo sólo le sobra la expresión “mientras dura el espectáculo”, pues el aborigen usa el rito –el corroboree por ejemplo- no para ser durante un momento un ser del tiempo del sueño, sino para convencerse a sí mismo de que no lo es nada más que durante ese instante, propósito que no alcanza, convencimiento que no logra, pues él sabe que es quien es, aunque desearía otro destino.