LÍNEA DE CANTO
Las líneas de canto son cauces del sentido,
pero son también las dimensiones de creación y realización de las cosas. No
olvidemos lo ya sabido, que tienen su origen en el tiempo del sueño y que se
entrecruzan formando la malla de la realidad general de todo lo que existe. Los
seres de ese tiempo original han creado el mundo iniciando y continuando líneas
de canto que se concretan, por un lado en la existencia real de las cosas, de
forma que tienen una apariencia material, pero por otro lado en el significado
esencial de las cosas, con lo cual su verdadera ‘personalidad’ es espiritual,
inmaterial, trasciende los tiempos concretos para devenir desde el origen en el
tiempo del sueño y perpetuarse hasta un futuro impreciso.
Varios son los aspectos, pues, que las
conforman. En primer lugar tenemos su peculiar carácter de sendas de creación
de los seres; luego su manifestación como instrumentos de conservación de los
mismos; pero sobre todo su presencia constante como donadoras del sentido que
es la realidad, de la realidad que es el sentido. Aparte está el hecho,
igualmente importante, de que cada ser está inscrito en alguna (o algunas) de
esas líneas, lo cual explica y define su esencia y su posición en el mapa
general de todo lo existente.
Si la red física de la geografía australiana
está entrecruzada de líneas de canto en el sentido de identificaciones
materiales de lugares sagrados, la red social de su antropología lo está en
medida mucho mayor (aunque no sea la palabra ‘medida’ la más afortunada) por
todas las formas de explicación-creación que significan y hacen la realidad
verdadera del todo.
Hilvana, venidas desde el tiempo del sueño, las
piezas de una cadena sin fin que nutre de sentido y de realidad la organización
completa de la vida aborigen, sea la explicación de su nacimiento (que tendrá
su inserción en procesos que trascienden la paternidad y que se vinculan a lo
sagrado), sea la estructuración de sus relaciones sociales, o la incardinación
en el esquema general del grupo, ya la participación en el ritual del mito, ya
en la recepción-donación de sentido de lo que existe, ora en la pertenencia a
una comunidad y a un lugar concretos, ora en la inmersión en la comunidad
global.
‘Cantar’
es crear, pertenecer a una línea de canto es ser, romper una línea de canto es
destruir, consistir en una línea de canto es tener sentido, poder ser
entendido, poder entender.
La ‘longitud’ de una línea de canto, que por
supuesto no se extiende en el espacio, tampoco se extiende solamente en el
tiempo, pues el tiempo del sueño, además de una datación ancestral, es un
origen de esencias y presencias, por lo que esa dimensión son varias
dimensiones y ninguna, se prolonga en la duración pero se hunde en la
profundidad, se dilata en la universalidad, pero se intensifica en el sentido.
Las reglas del comportamiento, el diseño de las
costumbres, los contenidos y hasta matices de los ritos, la estructura de las
relaciones, el significado de los mitos (y su concreto relato), la
jerarquización de los lugares sagrados y de su respectiva sacralidad, los lazos
concretos que, dentro de la malla general, unen cada parte del conjunto... Todo
está inervado por las líneas de canto, manifestaciones del espíritu en
dimensiones múltiples.
Pero hay testigos de los diferentes aspectos.
En lo que se refiere a la ‘paternidad verdadera’. En lo que atañe a la relación
línea de canto-creación, es decir, el sentido realizador y el hacer como
explicar. Pero si queremos una profundización más antropológica y filosófica en
estos contextos, nos la ofrecen las palabras de Leroi-Gourhan sobre la densidad
‘dramática’ y ‘figurativa’ trascendiendo los elementos estéticos, constituyendo
líneas de sentido (lo que venimos llamando líneas de canto):
Donde nosotros
tendemos a ver objetos estéticamente analizables, el primitivo siente ante todo
el ritmo de la dramatización figurativa, lo que explica que no se le pueda
hacer ejecutar casi nunca una ‘obra de arte’ fuera del conjunto rítmico en que
se encuadra. En otros términos, el objeto de arte es instrumento, es decir
elemento eficaz y momentáneo, que participa en la construcción de una
estructura figurativa.[1]
Pero la profundización de estos eminentes
testigos no me parece en el presente tema suficiente, las últimas palabras nos
remiten tan sólo a la estructura figurativa, bien que en su conjunto,
globalizada. Pero esa estructura (meta final de la investigación de
Leroi-Gourhan) no puede ser la meta final de la nuestra, porque hemos
identificado un nivel más radical que nos espera. Esas líneas de canto que se
concretan en realizaciones de profundidad entitativa
y significativa trascendentes,
conllevan una dimensión que hasta ahora no hemos ajustado a términos de
completo rigor filosófico, pero que es hora ya de ajustar:
...el arte
trata de construir la
realidad como fantasía, pues el arte es
siempre en alguna medida arte religado, si bien no en cuanto a los elementos
absolutos, sí en cuanto a cumplimentar diversas partes de una programación
global, o en cuanto a involucrar en cierta medida a la misma capacidad
relacional general haciendo parcialmente suyo el propósito primigenio u
horizonte ultraúltimo de la realidad como universo.[2]
La belleza
es la realización, pero la de la estructura suprema, es decir, es la realidad como universo.[3]
El arte ha
sido el conocimiento y el conocimiento el arte, cuando el arte era arte
religado; ahora el arte es el arte y el conocimiento el conocimiento.[4]
Pero podemos quizá entender más cabalmente lo
sagrado que manejamos si lo reducimos a términos reales desde el punto de vista
del aborigen, pues lo sagrado para él es la realidad inmediata y en su
inmediatez se siente tranquilo, no asustado, como quizá hemos supuesto:
Sin
embargo es preciso devolver a la cuotidianeidad lo que hemos sacralizado en
extremo... Se elabora el indeleble fresco con la misma naturalidad con que se
es moreno, se lleva una configuración pictórica sobre la piel con el mismo
talante con que se portan cinco dedos en la mano; no plegándose a un destino
que es imponente por carecer de sentido, sino cooperando con él porque sentido
tiene, aunque no para nosotros, del mismo que cooperamos con la naturaleza sin
esclavitudes...[5]
Porque el nativo cuando emite arte, lo que hace
es seguir simplemente el ritmo tradicional del diseño vital que ‘naturalmente’
vive cada día. Somos nosotros, los que estamos en situación de espectadores
‘civilizados’ de su comportamiento, los que tenemos como cosas diferenciadas el
arte y el conocimiento, y ambas cosas separadas de lo sagrado y todo ello ajeno
a la realidad de la vida corriente. Incluso aquél que profesionalmente se
dedica a la ciencia (a crearla), o aquél que frecuenta alguna forma de arte, no
confunden estas actividades con lo sagrado por un extremo, la vida digamos
familiar por otro. Pero el aborigen no entendería tales distinciones,
especialmente la que diferencia al arte de otra forma de comprender y tampoco
la que separa esa actividad única de la vida restante. Y, por supuesto, si
pretendemos dejar esas actividades al lado, no entenderá qué queda para ser
considerado ‘lo sagrado’.
Porque las líneas de canto son líneas de
continuidad, de indistinción, aunque nuevamente se nos abra en este punto la
paradoja que constantemente nos acompaña. Ya sabemos, no obstante, que cada vez
que en un nuevo nivel otra vez se nos plantea, es para que podamos escalar un
peldaño más alto de nuestra investigación.
Cuando la ruptura supuesta por el hombre blanco
señala con su asombro las realizaciones nativas (por ejemplo, las pinturas en
las cuevas, el recitado de los mitos y su complejísima y cuantiosísima
factura), y lo hace con grandes aspavientos de “cómo estos salvajes incultos
pueden haber sido autores de algo así... Una raza diferente que ha degenerado
hasta límites enormes, pero que en su origen fue civilizada o superior o más
capaz o más hábil... ellos, bueno, pero éstos ¡qué va, imposible!”, el nativo
se contempla a sí mismo con una distancia que nunca había sentido, con la
perspectiva del extraño (recordad cómo suena outsiders
-piranpa en su lengua- en
boca de Alec Minutjukur), no con la cercanía del residente, se aleja de su
propia continuidad y quizá, quizá, duda sobre su propia interpretación de sí
mismo, de su paisaje, de su historia... Porque uno de los más terribles
resultados de la aculturación es que el aborigen reniega y sospecha de su
propio legado... En su corazón se mira (lo que el hombre blanco ha acabado
haciendo de él) y se pregunta cómo es posible que antepasados de su raza hayan
sido... no, han sido seres sobrehumanos del tiempo del sueño, la continuidad es
pertenencia (inmerecida) pero no esencia, nos es, pero no le somos...
Esta ruptura reciente por la cuña brutal de
otra sociedad más poderosa, alarga hasta lo impalpable las líneas de canto,
muchas se rompen (recordemos, el mundo se va descreando...), muchas se deshacen
como en una niebla en que la realidad y el sentido adelgazan hasta no ser,
hasta que las cosas no son y no necesitan ser explicadas, hasta que dejan de
tener explicación y no necesitan ser. Ya la simple demografía ha decretado
quiebras que no pueden ser subsanadas, no somos bastantes para mantener la
malla útil en una parte apreciable de la inmensidad que llegó a ser su mapa en
tiempos antiguos, tantos nudos han desaparecido, tantas hebras han sido desgastadas,
tantas lagunas se han ido abriendo, como boquetes por los que la ganancia de
realidad y significado ha ido cayendo hacia el abismo, que no cabe lo sagrado
en lo poco que queda, resbala hacia la nada, se nos va de las manos...
Las líneas de canto... ¿quizá mejor las
soltamos, de modo que no las arrastremos en nuestra caída? ¿Dejamos de ser
[aunque sigamos viviendo] dejando de tener sentido, ajenos, extraños en lo que
ha sido nuestra propia canción, para que ellas se mantengan, allá en su remoto
origen, sueltas de nosotros, sueltas del futuro, pero intactas?
Quítale a un pueblo su tierra, hombre blanco,
quítale su libertad, sus hijos, su futuro, pero si no eres el más brutal de los
necios, no le quites sus líneas de canto. Mas qué sabes tú de lo sagrado.