Ahora que estuve en menos allá

 

Miguel Cobaleda

 

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I - Jamás me gustó

 

Jamás me gustó la lluvia,

pero me gusta ahora, nunca es tarde,

cae blanda y suave y silente

sobre la piedra y la yerba

de mi tumba

y acompasa el ritmo de este sueño

que no tiene otros compases ni otros tiempos.

Siento solamente si os empapa

mientras me vais despidiendo

con las manos cogidas, qué frías siempre

eso no cambia, prefiero un sepelio

sin sol,

sí sí, yo y el calor, pero qué haría

para estar a tono con mi entierro

en un día cálido y seco, sin la húmeda

transparencia del aire,

cada cosa a su tiempo,

el momento oportuno

incluso en la suprema elegancia de morirse.

De qué lejos tú, hijo mío,

espero que no hayas dejado a medias

ningún experimentum crucis

y que vaya a retrasarse otro siglo

el remedio que cavilas de la muerte

¿una muerte o toda muerte?...

Confío en lo primero, lo segundo...

Bien, felizmente ya no me preocupa.

Sujeta a tu madre por el brazo,

no es muy de cementerios, no te creas

que es tan fuerte que todo lo soporte

no se le han muerto antes

otros compañeros de su vida,

y aunque es más joven que nosotros

ya no tanto como siempre lo ha sido.

Perdón...: no había oído bien

me distraje un momento sin querer

viendo de qué se alegra cada cual.

En los sepelios

todo el mundo se alegra por razones

no siempre bien esclarecidas.

¿Niebla?... la que debe,

no olvidéis que es la orilla de un río

¡no, no!... no quiero saber qué rio...

Prefiero que mis cenizas

se mezclen con las aguas sin nombre

de un arroyo perdido que debéis olvidar.

Y que el solo sonido

de la lluvia cayendo

sobre el agua que me arrastra

acompase vuestro adiós

y os ayude a llorar

o lo que sea que hagáis

para fing para expresar la pena.

Un hermoso murmullo,

gracias por no enterrarme,

qué odioso hubiera sido

oír caer la lluvia

blanda, suave y silente

sobre la piedra y la yerba.

 

 

II - Para que nunca sepas

 

Para que nunca sepas,

y que jamás recuerdes

no te diré no te dije

para que sea menor la tristeza de tu pena

lo mucho que te amé

lo mucho que te amaba

y ahora más todavía

eso aquí no cambia

me gustaría ver si se atreve

quien sea que tenga poder

y que se atreva a intentarlo.

Un océano fuiste

para llenar mi vaso,

rebosaste de mí desbordando los cauces,

mi norte y mi sur,

mi este eras, mi poniente,

el sol y el aire y todo meteoro,

mis dioses eran fueron siempre

tu palabra y tu gesto

que creaban mundos y paisajes

para mis ojos y alientos.

Y vivir en ellos y de ellos.

No todo la muerte lo derrite,

pienso y siento ahora muerto como vivo

si ese amor me era

me sigue siendo,

nada es morir si sólo es el silencio,

nada es morir si es sólo la sombra,

si solamente consiste en estar muerto

pero tu amor se mantiene y permanece.

Una singladura de tu inmensidad

es la vida,

simplemente ahora otro navegarte

por regiones distintas de tu siempre amor,

viajero de todos tus horizontes,

navegante estelar de las constelaciones

en que te complaces.

Estas palabras que no digo

las mismas palabras que no dije

están grabadas en el tiempo de tal modo

que su troquel traspasa los momentos

y se incrusta aquí, en esta densidad sin piel

en que la sombra se hace piedra.

Vivir y no vivir no hacen tribus distintas:

ajenos a tu amor muertos por siempre,

vivo por siempre yo

que te amo.

 

 

III - Nada más morirte

 

Nada más morirte

las cosas se apresuran

a irse deshaciendo,

las de la vida digo,

como si fuesen ellas

y no tú las muertas.

Se deshacen los soles

¿cuántos, por cierto, había?

y la luz se deshace

al tiempo que la sombra,

se deshace la nada

que creíste nada

y la ves ahora hacerse

nada nada de firme

y volverse nada

al irse deshaciendo

(calma, calma, sosiego:

quizá sólo sea

un juego de palabras...).

Se deshacen las palabras

no en chirridos menores

sino en inmensas cadenas

que no se interrumpen

y asfixian al que habla

estrangulado por ellas,

palabras asesinas

que si te descuidas

te matan otra vez

te nacen a la vida.

Se deshacen los sentimientos

y se caen pétalo a pétalo,

regando el paisaje

de un humus hediondo

que pudre pero no fertiliza

y donde y de donde

luego crecen saprofitas

como ese que dicen amor

y que no tiene triaca.

En fin se deshacen

los hilos del tapiz

que forma el argumento

del cuento que nos cuenta

y los trozos de la historia

se desmigan, desgranan,

desintegran, diluyen

hasta que meramente

la vida que has dejado

meramente se acaba.

Por eso muchos muertos

nunca estuvieron vivos.

 

 

IV - El catálogo

 

El catálogo de diferencias

es que el catálogo de diferencias

entre estar vivo y estar muerto

no es cosa mayor cabe aquí

en el hueco más menor de la memoria

de la memoria ínfima

con que recuerdo lo que pudo quizá

no haber pasado.

Hueles o no hueles

los aromas del aire.

Escuchas o no escuchas

los trinos del tiempo.

Ves o no ves

los perfiles del paisaje.

Tocas o no tocas

la carne viva que se te entrega.

En fin, poco más.

La tristeza si acaso,

aquí nadie está triste.

Si acaso la alegría,

aquí nadie está alegre.

Éste es el reino

de las no-distinciones,

la luz se cierne como sombra,

el tiempo se para como eterno,

la piedra gime como un cachorro

a quien su madre se come

(sí sí, ya sé que las madres).

Pero no son grandes

las diferencias,

por mucho que los vivos

se empeñen en seguir temiendo

(ése sí es agudo contraste:

aquí no se teme volver,

felizmente no se puede).

 

 

V - Fuí rey

 

Fuí rey de mi pueblo,

señor de millones de hombres,

amo de continentes y océanos,

dueño de los aires y lord del tiempo.

Y fuí esclavo abyecto y miserable

del más cruel y brutal de los amos,

condenado a trabajar

en la entraña del suelo

sin ver nunca la luz de una piedra celeste

que dicen perfila los contornos

para que el ojo los toque.

Fuí caprichoso dueño

de un harén infinito

donde todas las hembras

existían por mi capricho

y morían por mi desdén.

Y fuí hembra de harén

cuando ya la vejez, la enfermedad,

la molicie,

deshicieron en migas

de recuerdo imposible

la belleza que un día.

Fuí el artista más claro y brillante

de todas las lenguas,

de todos los instrumentos,

de todos los pinceles y cinceles.

Y fuí mudo y sordo y ciego

pedazo de madera insensible

a las nieves y a los soles,

vegetal mantenido en el hálito

por el amor incomprensible

de una madre.

Fuí vencedor, caudillo victorioso,

condottiero de ejércitos sin número,

miles de víctimas regaron por mi espada

con su sangre los hilos de la historia,

y fuí vencido en miles de batallas

y encadenado a todos los yugos

e ignominias, degollado

por todas las hojas inclementes

que de acero y de cristal y de piedra

la ferocidad haya agufilado.

Y nunca tuve compasión de mí,

y nunca me tuve compasión.

Ahora sé que todos los destinos

son el mismo destino siempremente.

Mismo rey y mismo esclavo,

mismo creador y sordociego,

mismo vencedor mismo vencido,

mismo vivo y mismo muerto.

Toda la sangre derramada

ha escapado de mis propias venas

por mi propia sangre degolladas

hecha daga, espada, hecha barrena.

 

 

VI - Estoy pesando lágrimas

 

Estoy pesando lágrimas ¿es que no bebe bastante?las que derrama hoy son gotas más delgadas,

no sé si las derrama o se le van cayendo

a su pesar a su olvido a su estar a otra cosa,

me deja de llorar,

me llora sin llorarme,

las lágrimas, constantes, la van llorando a ella,

no bebe lo bastante,

no bebe de las fuentes

que incesantes se nacen

del profundo manantial

de mi quizá recuerdo,

no bebe de los ríos

que se nutren inmensos

de una nostalgia acerada

de perfiles sin límite,

no bebe ni siquiera de los mares salados

que claman agonías por mi ausencia gimiente,

no bebe lo bastante

o no lo bastante algo,

pero me he puesto la última

gota de tristeza

en el centro del alma,

encima de su párpado,

no pesa,

no penetra,

no me inunda de pena,

ni siquiera es salada.

Poco a poco me aparta

del llorar de sus ojos,

hoy sólo era salada una gota de pena

por alguna tristeza de ajenos corazones

que la rozó de paso cuando entregó mi ropa

a no sé qué mendigo

que ha heredado al tiempo

sus ayes mis camisas.

Tal vez la costumbre

de haberme ido llorando

día tras lágrima día

y que al fin los lagrimales

no son lo deberían

pero no son infinitos ni siquiera infinitos

y se acaban se secan se seca toda fuente

menos quizá la muerte

pero la pena sí, la pena desde luego,

o se angosta, se acurruca

en su cuna pequeña,

regresa al mínimo útero

y se hace tan lisa, tan menuda, tan íntima

que quién la nota al paso, grano de polvo y nada,

la pena sí se seca.

No lo bastante pena

no lo bastante ella

no lo bastante yo

no lo bastante algo.

 

 

VII - Sordo se ha

 

Sordo se ha vuelto el mundo

sordo el tiempo sordo el aire

sordo el amor

sorda la alegría

estar muerto es estar sordo

el sonido ya no suena,

los recuerdos sordos son

tu voz si fue tu voz

si acaso ha sido

ya no es tu voz

estar muerto es no escucharte

¿hablas aún?

Aquí no hablas

el eco de tu silencio

es el único sonido

que continúa.

O quizá es que suena todo a la vez,

cada palabra, cada sílaba

en un único instante,

cada cascabel

de cada risa

en un único ritmo,

cada sollozo de cada tristeza

en una única

solitaria

inmensa

tristeza deshabitada.

Todo a la vez.

Todo a la nunca.

Qué más dará.

 

 

VIII - El dulce

 

El dulce calor de la amistad

se me ha venido a las venas del alma

encendiendo su apagada red de canales,

dando vida de nuevo a su marchito perfil

cuando habéis venido a pasear

cogidos de la mano, lentos, sosegados,

por encima del césped de mi tumba,

recordando otros ayeres,

recordando mi voz y mi presencia,

dejando desgranar la tarde en mi nostalgia,

citando palabras que dijo mi voz

y seguramente pensó mi razón

y hasta cabe que sintiera mi alma,

cuando mi alma sentía

y mi voz se paseaba por entre las fibras

de vuestro cariño,

amigos del alma,

o lo que hiciera sus veces.

Una tarde de fin del otoño,

paleta de sienas y tierras,

amarillos rezagados, verdes de olvido,

calmosos los aires sabedores,

una libélula solitaria que se interpreta alma,

nevando despacio impalpables afectos

de otros días otros tiempos otros días,

silencio por entre el rumor de hojas pisadas,

silencio por entre cariños que aroman

junto con el humus las últimas luces,

mi tumba suena como la tierra en calma,

un colibrí irisado de escamas,

desencantado de su continente y su origen,

un instante se perfila sobre la estela,

qué más da su fecha segunda,

la minúscula sombra del pájaro la tapa,

por un instante pensé que la veía,

me distraen vuestro pasos y ya no la busco,

os miráis a los ojos, tiembla

entre vosotros el aire que es mi alma,

con los dedos suaves la rozáis y os estremece,

a lo mejor sí.

A lo mejor sí me habéis querido.

Estar muerto

es

coleccionar alomejores.

 

 

IX - Sabían

 

Sabían que esta vez

la clase era importante,

estaban con los cuatro y aun los cinco

sentidos,

me miraban tan dentro

que no tuve que hablar

para que asimilaran

todos mis saberes.

Ojos como punzones

traspasando las fronteras

y haciendo que todos los conceptos

se volviesen brillantes,

las manos de la razón

alzadas en preguntas

incesantes y agudas

como bisturíes que son,

escalpelos de luz.

Nunca he dado la lección

a tan ávidos alumnos

que lástima que la frontera

haya esta vez dividido los mundos,

mientras pasaba lista

y ni siquiera sabían

que la estaba pasando,

cómo he recordado

sus rostros y sus nombres,

ahora que puedo al fin

responder a sus dudas,

ahora que mis palabras

troquelarían sus almas

un cristal nos separa.

Nunca más su maestro,

pero el pasado es eterno.

 

 

X - Siempre

 

Siempre quise saber

si estar muerto era frío,

la muerte como tal

nunca fue mi enemiga,

pero el frío era la muerte,

me abrigaba avaricioso

coleccionaba estufas

para hacerme inmortal

(un frío diferente

que aterra al terror)

y pecaba sin ganas

(despreciar idiotas,

desear esposas

de prójimos casados

con infectas arpías,

gulas y lujurias caducadas de fecha...)

por merecer infierno.

Cien grados, mil grados

escalofríos me daba

la superficie del sol

¿era esa escarcha amarilla

todo lo que los dioses

sabían diseñar

en temas de calor?

Tan dentro llegó a estar

en mi entraña ese frío,

[o ese temor quién sabe

si son la misma cosa]

que el propio corazón

acabó siendo un témpano

y el hielo ya nacía

de mi hondo interior

y escarchaba de cristal

todos mis afectos

derramándose como la nieve

cuando borra perfiles.

No sé si me explico.

Si le das tiempo al tiempo

te mueres ya de muerto.

 

 

XI - Vivas otro

 

Vivas otro argumento

y lo vivas mil veces,

vivas otro destino

y mil destinos tengas,

seas tú y seas otro

y la multitud te envuelva

o te acierte solitario

en mitad de un aliento,

vivas junto a y juntatigo,

vivas estilita y único,

vivas el soplo más leve

o la tempestad más furiosa:

siempre creerás al final

haber vivido escaso y poco y limitado.

Pero en la muerte...

Aquí sabrás que has vivido,

y todo te será suficiente,

conocerás de frente a los que nunca

llegaron a salir a la luz

aunque fueran acaso deseados

y arrastran tenebrosos su ausencia.

Conocerás incluso a los que nunca

fueron ni siquiera pensados,

jamás estuvieron en el plan de las cosas,

no se perdieron

porque nunca se hallaron,

jamás ninguna hembra

los imaginó en su seno,

son una nada en la nada y te miran

con esos ojos inmensos

ciegos y mudos y vacíos

que no se olvidan como no se olvida

aquello en que jamás se ha pensado.

Y ellos te enseñarán

con su orfandad incesante

que tienes una estirpe y en ella te insertas.

Aquí sabrás que has vivido,

y todo te será suficiente,

incluso la perla menor,

la ráfaga menos duradera,

el único instante bullendo

en el amnios misterioso y radiante:

ya solamente esa luz

te dará derecho a reclamar la herencia

tuya tuya tuya y tuya

para siempre.

 

 

XII - Nunca

 

Nunca completé

la colección de dolores.

Nunca, por ejemplo,

me dolieron mis pecados.

Y ahora ya.

Tanto como cavilas

esquivando las penas,

tanto como te hurtas

a los mínimos dolores,

terso en la superficie del ánimo,

atento a que la menor arruga

del perfil de tu paz

sea combatida y derrotada

y nunca sobresalga

del borde de su cauce,

y luego echas de menos

dolores que nunca,

penas que jamás.

A mi por ejemplo

nunca me dolió

un dolor muy hermoso

que me enseñó un coleccionista,

cuando yo no sabía

y miraba esas maravillas

sin darme por enterado.

Y tantos y tantos

que a otros dolían,

más afortunados, más dichosos,

y que a mi nunca,

nunca me dolieron,

no sé, dolores de todas

las tallas y colores,

recuerdo uno de un amigo

que nunca me dolió jamás

y eso que el creyó, pero nunca.

Y ahora ya.

Curioso me resulta

comprobar (con asombro)

que guardo aún la bolsa

de lágrimas de pega

con que llorar fingía

penas muy afamadas,

de muertes, desamores,

de familia y amigos

que sentí no sentir

pero qué iba a hacerle,

y ahora que no tengo

(tener nunca tuve)

sentimiento alguno,

sigo guardando la bolsa

de lágrimas falsas

(es que son de piedra,

de rubí, de zafiro,

diamante y esmeralda,

las piedras son muy duras,

no como las lágrimas,

lo verdadero es efímero,

la mentira es eterna).

En fin que echo de menos

no haber tenido penas,

dejar que los dolores

se quedaran conmigo

siquiera una velada.

O quizá haber sentido

lo que dije sentir

cuando otros sufrían

y me daban generosos

parte de su pena.

Mis amigos me fueron

más fieles que yo a ellos.

Pero y qué voy a hacerle,

ahora ya que estoy muerto

y tampoco me importan.

 

 

XIII - La grieta

 

La grieta del tiempo, el salto

que tanto forzaba mi destino,

la diferente catadura de las horas

que me arrojaban de abismo en abismo

como barco sin timón ni horizonte,

cuánto ahora lo echo de menos

para pasear contigo en el recuerdo

horas diferentes de distintos aromas,

hija mía cuya vida te fue dada

a contrapaso de la mía,

a descompás de mi aliento,

de irte cuando yo te esperaba

y de irte igualmente siempre irte.

Tu sonrisa primera

y tu siguiente sonrisa,

tu abrazo primero y tu último abrazo

cuando ya sentías mi frente

piedra,

los primeros pasos de baile,

los diversos desgarros del amor

hijaesposamadrehuérfanaviuda,

esa ternura cuyo diseño acredita

y él sólo

a los dioses,

mujer mujer mujer mujer maravilla

mujer,

ancla que me sujeta al futuro,

ahora ya no puedo no puedo aquí

una compasión feroz

me ha rescatado

de la grieta del tiempo.

Ya no me asusta la siguiente hora,

no la hay.

Pero eras tú,

mi recuerdo de tú,

ese ir y venir de hora en hora,

de ahora en ahora,

y la siguiente siempre más viva y hermosa

y esa cinta es ahora continua

y nada la sobresalta

y en ese laberinto recto te pierdes,

se pierde tu aroma,

tu ternura qué pena qué pena,

por qué no la defienden

si es tan suya y tan bella

los cobardes dioses que duermen

y yacen.

Siento tu mano lenta y suave

en mi piedra fría de muerto reciente,

pasar como mariposa de amor

los párpados cerrando y abriendo la noche

hacia dentro de la nada

que se me enciende cuando tus manos

como mariposas de niebla

corren descorren los telones finales.

Siento tu aliento vivo y cálido

flotar como mariposa de luz

besando mi rostro y despidiendo mi aliento

que se deshace y se quiebra.

Siento tus lágrimas ardientes y heladas

caer como mariposas de nieve

abriendo surcos en el barro que me cubre

y me consiste.

Siento tus ojos

como libélulas de tristeza

rozarme el alma al pasar, al ir

¿al irse, al irme?

al írseme

hacia donde lejos de ti donde tarde de ti

donde nunca de ti hija

que me fuiste y te fuí

y ya no.

Pero no puedo volver a las horas rimadas,

cincelando la melodía

que tú eras en mi corazón,

porque el silencio ha desquebrado el mundo,

que ya no va y viene en el tiempo.

La flecha está detenida en medio de la nada,

tu alma y la mía forman el abismo

que las separa,

si en tu tiempo sigue el tiempo

recuerda que te amé cuando aún no eras

y te amo ahora que ya no soy.

 

 

XIV - ¿Qué?

 

¿Qué del placer del sexo

era tan hermoso?

¿El roce de mucosas?

¿El fluir de jugos?

¿La parte mecánica

del vaivén y el ritmo?

¿Los deslizarse previos

epidermis sobre epidermis?

¿El espasmo nervioso

brevísimo, fantasmal?

¿Estar en manos

del instinto de especie?

¿Lo efímero, lo fugaz

de todo su argumento?

¿Lo eterno que encerraba

en no sé qué esencia íntima?

¿Creer por un instante

que éramos el otro?

¿Creer por un momento

que el otro se nos era?

¿Recordarlo, preverlo?

Misterioso se hace

ahora todo el tema,

pero claro es que aquí

carece de sentido:

ningún muerto se siembra

en el seno de otro muerto.

Los muertos, como sabemos,

nacen de los vivos.

 

 

XV - Prisioneros

 

Prisioneros del tiempo,

rehenes de la esperanza,

cautivos del temor,

esclavos de sentimientos

que nacen sin haber sido llamados

y mueren sin despedirse,

miserables arbustos de carne

que jamás pueden romper

el arraigo de plomo que los lastra,

ni asomar la copa

por encima de las orillas

de su historia

¿por qué quieren los vivos

seguir vivos?

Ratones en cuyo pequeño corazón

dioses juguetones han puesto el deseo

de ser reyes del universo,

señores del tiempo,

amos de la esperanza,

soberanos del miedo,

propietarios de sentimientos

que obedecen como perros

las secas voces del amo.

Somos los hombres

como son las estrellas:

brillamos con luz propia

y ardiendo nos consumimos.

Respeta la muerta estrella

en su negra tumba sombría,

antes fue un hombre.

 

 

XVI - Hemos

 

Hemos muerto a la vez

el otro y yo,

entrado hombro con hombro

en la confusa sombra,

apaciguado al tiempo

los estertores,

respondido por junto

a los adioses,

de la primera soledad

hemos sido contestes.

Con leve asombro doble

comprobamos al fin

que nunca fuimos dos,

que siempre fuimos uno.

Parece que es corriente,

al morir te deshaces

en muchos tuyos tús

que en vida no eran varios.

Se van por separado

el que fue generoso

y el egoísta abominable,

el padre encantador

y el tirano sombrío,

el esposo amante

y el feroz violador,

el amigo más fiel

y el amigo enemigo,

el incansable laborioso

y el inerte holgazán,

en fin, tú y el otro.

Y cada uno se hace muchos.

Quién me hubiera dicho

que el padre encantador

éramos siete en realidad...

 

 

XVII - Cuando

 

Cuando la lanza de sombra

encuentra tu alma

y en ella se clava

pasando a su través,

más allá del límite

de toda ferocidad,

como si los poderes que te ignoran

se hubiesen concitado

para odiarte,

como si la piedad que no existe

existiera

y no te fuese destinada,

cuando esa lanza te encuentra.

Cuando la flor de luz

encuentra tu alma

y en su centro florece

lanzando a todos los vientos

el murmullo de una alegría

que sobrepasa la esperanza,

como si los poderes que te ignoran

se hubiesen arrepentido

y te amasen,

como si la piedad que no existe

existiera

y fuese tu sierva y tu amiga,

cuando esa flor te encuentra.

Todo ello tiene sentido

si vives.

Ambas cosas te ocurren

(y ambas te ocurren)

si vives.

Así,

si vives:

¿cómo distinguir,

quién distinguir,

cuál distinguir,

qué distinguir,

entre ambas lanzas

de luz y de sombra,

entre ambas lanzas de sombra y de luz?

Pero en cambio

si no vives.

 

 

XVIII - Duradero como

 

Duradero como.

Como qué. La eternidad

no dura.

El tiempo sí

pero el tiempo

se desvanece y retrocede

hasta perderse

en la memoria

de su propio origen.

¿Como el amor?

¿Como el odio, mejor,

más afanoso y constante?

¿Como la muerte,

si es que acaso

la muerte existe,

duradero como la muerte

que se ignora a sí misma

aunque el hombre la conoce

y la calla

con todos sus nombres?

Duradero como.

¿Como el solo instante

que vale una vida?

¿Como la vida interminable

que se hace odiosa al que pena?

¿Como el dolor de diamante

que nunca se gasta?

¿Como la niebla del alma

que jamás amanece?

¿Duradero como el miedo

que encementa las escaras

abiertas en la esperanza

y esgrafía el espíritu

con perfiles de hielo?

Fijáos que tememos

todo lo duradero

porque no se termina

y todo lo fugaz

por acabarse pronto...

Y acaso más que nada

la duración incierta

con que temor y esperanza

enmascaran su rostro.

 

 

XIX - Anteses

 

Anteses y despueses,

yo te llamo tú respondes

tu respondes yo te llamo

tu te llamo yo respondes

yo tu llames tu respondo,

juegos de palabras,

eso es todo,

qué más habría si el tiempo

es un pez redondo.

Pero sólo te llamaré

si antes me respondes,

para qué si no,

para qué llamarte.

Si en tu alma no se abre

la flor de color de tu respuesta,

la flor de amor de tu mirada,

para qué sembrar yo llamadas

destinadas a morir en el vacío,

en la soledad y en el silencio.

Y que el orden

de la lógica

vaya aprendiendo otro orden

el que aquí se aplica en todo ritmo:

la respuesta antes que la pregunta,

el después antes del antes,

el olvido del amor primero

y luego el amor del olvido,

los hijos antes y después sus madres

(secuencia que debiera

acaso imponerse

como mejor para el gobierno

del amor universal

y ese tipo de cosas),

el castigo antes que el delito,

los discentes enseñando

y los docentes aprendiendo,

primero morir luego nacer.

Que sea la mirada

la que ponga el paisaje,

que sea el oído

el que armonice

la secuencia de notas

y la haga música,

primero la razón

y luego el sentido,

en fin

primero morir luego nacer

Ya lo he diré hace un luego.

 

 

XX - Regresar

 

Regresar es palabra

que tiene muchos sentidos

y ninguno,

ninguno quizá

más propiamente.

¿Regresar de dónde?

¿A dónde regresar?

Presupone un hogar

y un destino,

un puerto de salida

y de llegada,

un océano intermedio

que pueda navegarse,

una brújula viva

que sepa de horizontes,

astrolabios vigilantes

amorosos de estrellas,

y al menos una quilla

que rompa el infinito

en babores y estribores.

Pero no hay de eso,

inventos del hombre,

fantasías pálidas

que nunca se escriben

en el cuaderno de bitácora

llamado realidad.

Por eso yo no he ido

a sitio ninguno

del que regresar se pueda,

siempre he estado regresando

sin previamente ir,

para qué gastar el tiempo

en viaje de ida e ida

si mi puerto era éste

y ya estaba mi amada

conmigo desde siempre.

Y este último viaje

no nos ha separado,

no hay orilla y orilla

cuando no existe el mar

que las distancia y aleja.

Ni el tiempo ni la muerte:

también sueños del hombre

viajero impenitente

que imagina la estrella

como un destino de luz,

regresar es palabra

que no tiene sentido.

 

 

XXI - Amaba

 

Amaba del tiempo su poder de borrar,

deshacer las cosas,

diluir su esplendor,

desgastar sus perfiles,

volverlas a la nada

donde ya no asustan.

Amaba del tiempo su alianza feroz

con el olvido

que disminuye tamaños

y encoge importancias,

devuelve al color

su pálido rostro

y llama a cada quien

con un apodo pequeño

sin esplendores

ni glorias,

y entonces ya nadie asusta.

Amaba del tiempo su metro,

moderado,

discontinuo,

errático,

saltibundo,

hermosa paleta que pinta paisajes

en una tela que se va deshaciendo

y no tienes que temer que su dibujo

te defina para siempre en lo eterno.

Amaba del tiempo el tiempo,

ésa es la verdad y ahora

no sé si estar muerto es soñarlo,

y nunca lo hubo, que quizá,

es tan raro el tiempo que quizá,

y tan rara la vida que acaso.

 

 

XXII - Torcido y

 

Torcido y derecho

y nuevamente el haz

es el envés del envés.

Quizá toda una vida

para enderezar lo torcido,

varias vidas acaso

para torcer lo derecho,

y qué regla mirar

y a qué modelo atarse

para seguir la pauta

y girar cuando giren

y conseguir que la curva

debidamente recta

pueda seguir torciendo

su derechura rota.

Y todo ello siempre

inverso y viceverso

aunque quizá la muerte

aunque quizá la vida

dos reversos, digo,

de la misma moneda.

 

 

XXIII - Insisto

 

Insisto con frecuencia

y vuelvo a insistir

como tal vez no deban

insistir los muertos

en que todo es lo mismo

y viene a dar igual

anverso que reverso,

izquierda que derecha,

y todo lo demás.

Seguro que os asombra

(estando, claro, vivos)

y no creéis idéntico

el odio que el amor,

tristeza y alegría,

respirar que estar muerto,

ir desde o venir hacia,

pero es que en vuestro mundo

no es como en el mío,

aquí todo es reflejo

y sombra en el espejo,

azogue que se mira

a sí mismo en sus ojos

y se repite ecoico

sin que pueda saberse

qué rumbo está trazando.

No distinguir los rumbos

es precisamente la esencia

(¿cuántas esencias llevo?)

de este estado preciso

que llamáis estar muerto.

Lo que más me preocupa

es no saber de cierto

si no saber de cierto

cambia las cosas ciertas

como el amor que os tuve,

como el amor que os tengo.

 

 

XXIV - Lo que estás

 

Lo que estás de muerto

aquí se eterniza.

Lo que eres,

lo que haces,

las palabras que dices,

el odio que sientes

o el amor si acaso,

el gesto inconsciente,

todo lo que estás

en ese último instante

aquí se vuelve eterno,

inmutable, de piedra.

Si acaso el parpadeo

entrecierra tus ojos,

verás la eternidad

a medias para siempre,

si besas otros labios

como despedida,

eternamente el beso

se volverá prisión

de esos labios que nunca

dejarán de seguir siendo

eternamente besados.

Si mueres en ocaso,

un ocaso infinito

te envolverá por siempre,

y si acaso la aurora

es quien te despide,

sus rojos resplandores

serán mortaja eterna.

Procura, pues, mirar

los ojos de tu amada,

acariciar el pelo

de tu hija más querida,

pronunciar las palabras

más hermosas y dulces,

y, aunque estés incómodo,

si ves que ya te mueres

no te acomodes tus partes;

no querrás gastar

toda la eternidad

tocándote los... en fin.

 

 

XXV - he navegado

 

he navegado el tiempo

en una nave torcida

aproada rumbo a ayeres

singladuras redondas

como el sol que las cuenta

y nada ha vuelto luego

a repetir los puertos

siempre los mismos

o singular y único

regresando de entonces

y a barlovento nunca

rota en hilos la jarcia

podrida estopa la quilla

los masteleros hendidos

enjutas las aguas muertas

muertos los vientos perdidos

y la rosa que los cela

ciega de todo sentido

bauprés queriendo mesana

timón volviendo sin irse

vomitando por la borda

rumbos que nadie ha seguido

mi nave ha llegado a puerto

sin haber nunca partido

 

 

XXVI - No sé si

 

No sé si me sacié de acariciar su piel,

aquí no se puede.

Pero no lo recuerdo.

Recuerdo que mi insistencia levantaba ampollas,

ajaba la pasión, la cansaba,

se volvía la piel escaras y sudores,

lasciva la lascivia se iba de espejismos

y abandonaba un tema demasiado manido

harta de un roce que ya no era otra cosa,

lo recuerdo, qué insistente insistencia,

ahora me parece que no me sacié,

aquí no se puede.

En menosallá la piel lo era todo,

y es que no se podía

penetrar a la víscera;

la superfaz de las cosas, su cara tocadera:

ése era el pan,

el pan de cada dedo,

malditos sean qué torpes que ya no recuerdan

o no tengo dedos o algo se ha borrado,

malditas las manos que nada retienen,

para qué tanto roce, tanto y tanto estregar

y darle a la piel su ración de hastío

si luego nada queda

y la piel no recuerda

(perdóname piel si te echo a ti la culpa

de la manquedad que me asfixia).

(de que mis manos ya no tengan dedos).

(de que mis dedos ya no sientan,

perdóname piel que ya no recuerdas,

maldita piel perdóname,

para qué tanto roce).

(piel).

Eran las cosas todo superficie,

trampantojo pintado sobre atadijos de nada,

fingiendo el rostro un alma en lo íntimo,

mintiendo la piel un músculo tras ella,

engañando la vida un futuro auténtico,

aparentando la risa una alegría honda,

disfrazando el amor su siempre dentro olvido.

Y no supe no quise no pude

se fatigaron mis dedos

de buscar másallá

lo que menosallá nunca contiene,

la raíz, la hondadura, la profundez del hoyo

en que las cosas son más que perfil y dibujo

y cuentan de sí mismas

el misterio y la historia.

Aquí por el contrario la piel no existe,

lo íntimo, lo profundo, lo privado, lo secreto

están siempre a la luz,

eso que llamamos luz y que quién sabe,

enseñando sin pudor

su entraña más oculta,

y todo es desolado anhelo sin promesa,

quiero al fin un mundo que tenga haz y envés,

la moneda completa con anverso y reverso.

Echo de menos tu piel

no sé si ella me extraña,

qué acariciar aquí aunque ya no tenga manos.

 

 

XXVII - Recuerdo

 

Recuerdo recordar que entonces recordaba

una cosa sutil, misteriosa, latiente,

que manaba, emanaba, nacía de algún sitio

oculto y apartado y callado y profundo.

Estaba entre nosotros y sí lo sabíamos

pero no lo sabíamos porque no era sensible

o acaso no teníamos sentidos para ello.

Era ello y ella y era él y ero yo

y era todo y tal vez acaso no era nada.

Brillaba como lo negro brilla entre lo negro,

se perfilaba nítido sobre su propio fondo,

pasaba entre nosotros y nos daba la espalda

pero nunca perdía de frente nuestro frente,

nunca lo supe y lo supe siempre,

siempre recordado y siempre en el olvido,

asiéndote por el asa de algún filtro del alma,

de pronto se iba.

Quizá nunca estuvo.

Ahora no tenemos o al menos no recuerdo

en este lugar las cosas nunca ambiguan,

o son o son o son o siguen siendo,

y si no son no son y entonces no son nunca,

misterios no hay aquí, aquí lo misterioso

está catalogado como tal misterioso,

se le conoce de siempre en su misterio absoluto,

tiene nombre y apellido y apodo de misterio,

se viste de misterio, trabaja de misterio,

no da sobresaltos ni es sutil ni latiente.

Así que nunca supe cuando estaba y estuve,

y ahora ya no sé porque aquí es otra cosa.

Pero recuerdo recordar que entonces recordaba

y ese eco del eco del eco de otro eco

me siembra en el alma un aroma hermoso,

en lo que usamos ahora que hace veces de alma,

pero no logro pronunciar su nombre si lo tuvo,

y de pronto no estaba,

quizá nunca estuvo.

Ojalá que sí, aunque ya qué me importa,

pero ojalá que sí,

latiendo entre nosotros.

 

 

XXVIII - Lento baja

 

Lento baja

el arroyo de mi muerte

como lento bajaba

el río de mi vida,

no creáis a quien os diga

que su corriente fue rápida

vertiginosa, que no tuvo

tiempo para casi nada,

en un instante,

con que dure un instante,

da tiempo a vivir

y eso es todo.

Muchos llamar vivir

a repetir la vida,

amar más veces y no una

más hijos tener que sólo uno,

dos amigos,

dos deseos

y dos sueños.

Sentir una y otra vez

el mismo paisaje,

oler dos veces el único aroma,

creen que los dioses

por eternos repiten

una y otra vez el argumento,

pero los dioses se distinguen

en que viven una vez y no repiten,

cada acto es único y final.

Yo he sido un dios casi siempre,

encarnado a veces por pereza

en un tedio repetido,

pero poco.

Un amor, un hijo, un argumento,

un amigo, una ilusión,

nacer y morir sin bises,

una idea solitaria,

un sólo verso, siempre el mismo,

éste de abajo:

 

 

 

 

 

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