DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS

Miguel Cobaleda
01-12-2023

34-ELEMENTOS SOCIALES QUE CAMBIAN, 0: INTRODUCCIÓN


Nada indica que la Humanidad vaya a mejorar, todos los indicios van en el sentido opuesto:

que la Religión [Capítulo II de este conjunto, prevista su publicación en Twitter para el 01-02-2024] esté dejando paso poco a poco a una desvaída fe científica, a la confianza en una técnica sin alma y a la superstición más pueril;

que la Ciencia [Capítulo III de este conjunto, prevista su publicación en Twitter para el 01-03-2024] esté desapareciendo, fugándose a muchos mínimos reinos de taifas, convertida en una tecnología cuyo funcionamiento es cada vez más esotérico y menos comprensible;

que la Moral [Capítulo IV de este conjunto, pre-vista su publicación en Twitter para el 01-04-2024] se difumine sin ser siquiera sustituida por alguna otra cosa que sirva de alivio tras su pérdida, y desaparezcan la solidaridad, la compasión, la defensa del indefenso, el respeto por los compromisos libremente adquiridos;

que hasta la Guerra [Capítulo I de este conjunto, prevista su publicación en Twitter para el 01-01-2024] parezca ser cosa de siglos pasados, aparentemente suprimida en su globalidad por el temor al desastre absoluto, pero reemplazada por un proceso de dominio total y por multitud de guerras locales tremendamente feroces...

Todo ello defiende la sospecha de que estamos cayendo hacia un infierno de instintos salvajes, no ascendiendo hacia un Paraíso de perfección.

Es muy posible –incluso muy probable– que sea así. Mis esperanzas poco esperanzadas no pueden presentar más argumento a favor que el que ya he expuesto varias veces: o avanzamos o desaparecemos. Será una desaparición abrupta, mediante alguna catástrofe bélica autodestructiva o mediante alguna epidemia que no nos esforcemos en resolver por desidia, por estupidez, por estar atentos a nuestros mezquinos intereses particulares; o será una reconversión hacia la animalidad no inocente, una regresión en que el instinto, dueño del terreno pero auxiliado por una inteligencia derrotada, nos haga volver a las tinieblas de las que salimos hace millones de años.

En cierto modo ya hemos visto –y seguimos viendo– que somos capaces de lo peor (suele decirse que somos capaces de lo mejor y de lo peor; de lo peor desde luego, masivamente; de lo mejor... sólo en muy pequeñas dosis y de forma completamente residual).

Pero desapareceremos en el sentido de las grandiosas expectativas que sin duda la creación entera ha albergado a la vista de la potencia de nuestro instrumento específico, esa inteligencia racional tan infinita, aunque tan desaprovechada.
Seguramente seremos el experimento fallido de un planeta maravilloso en el que la vida ha ensayado –creemos que por primera vez, ojalá que no por última– la creación de la realidad y la confianza en algo superior y más perfecto. Y seguramente dejaremos sobre la piel del planeta las huellas de nuestra barbarie, pero también de nuestra excelencia, residuos grandiosos de lo que pudimos ser y hacer, y ni fuimos ni hicimos.

La tarea del profeta es espantosa, en realidad. Si profetiza desde muy cerca, nadie lo toma en serio, todos creen que han advertido por su cuenta lo mismo que el sedicente adivino asegura: “Eso ya lo sabía yo desde hace tiempo”, aunque no sean capaces de predecir ni la puesta del Sol. Si se profetiza desde algo más lejos, entonces se le toma por loco, simplemente y, cuando sus advertencias se cumplen, entonces sólo se recuerda que estaba loco, no que las anunció. Y si nos alejamos siglos, incluso milenios, las tales profecías no son nada, ese tiempo sin medida las deshace sin que hayan tenido ninguna repercusión. La tarea del profeta es idiota, lo sé de buena tinta. O se le toma por lunático o se le ignora (o las dos cosas). Sucede que los que reciben esta vocación de casandras, no es que la hayan pedido ni la consideren un regalo, la entienden como lo que es, un oficio de soledad y de marginación. Los ojos ven lo que está delante de ellos ahora, los oídos oyen lo que suena junto a ellos ahora, las manos tocan lo que está a su alcance ahora...

El futuro está convenientemente oculto por un telón impenetrable y los que se aventuran a mirar por detrás del mismo y aseguran haberlo visto–o fingen que lo han visto–, se ganan la enemistad y el desprecio de todos si se entiende que están mintiendo, o el rencor de todos si se piensa que aciertan, porque el futuro es tabú y el que lo desvela antes de tiempo no es un profeta, es un destructor y un aliado de la sombra. Pero como el futuro, por muy tabú que sea, se anticipa a su tiempo con semillas que lo van sembrando en el presente y que, escurridas hacia el pasado, muestran todo su poder de desarrollo y germinación, ocurre que no se necesita mucho don profético para adivinar según qué cosas, ya que están escritas con todas sus letras y basta abrir los ojos y leerlas, basta abrir los oídos y escucharlas. No es el vago perfil de fantasmas sin sustancia, no es el suave rumor del viento: son pistas que ineludiblemente señalan un proceso con contundente rótulo, el que las ve y las oye no es un vidente, es simplemente uno que mira y que escucha. Otra cosa es que lo diga, lo escriba, lo proclame... Bueno, pues que no lo haga y, si se empeña, allá él con su temeridad: si se comporta como un demente, es natural que se le considere como tal.

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