DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS

20-LA VIRTUD Y EL VICIO
Miguel Cobaleda


A Catón el Censor [Catón el Censor, o Catón el Viejo (Marco Porcio Catón, 239-149 a. d. C.)] no le cayó nada bien Carnéades [Carnéades de Cirene (214-129 a. d. C.)]. El bueno de Carnéades era un platónico escéptico, fundador de la III Academia (en ese momento –siglo II a. d. C.– la Academia de Platón estaba recorrida por los vientos del escepticismo), viajero=diplomático, dialéctico brillante, orador espléndido. Para conseguir una reducción del tributo/castigo que los romanos impusieron a Atenas por haber destruido Oropo, hizo un viaje a Roma, donde mandaba a la sazón el viejo Catón, moralista estricto, militar estricto, gobernante estricto (en fin, todo estricto) y escritor sublime (se dice que su perfecto latín fue la causa de que el latín se convirtiera en la lengua franca de aquellos siglos).

Con su elocuencia, Carnéades consiguió dos cosas: 1) que le redujesen a Atenas el tributo, y 2) que Catón le expulsara de Roma “a patadas”. Esto segundo se debe a que Carnéades hizo dos discursos morales, uno un día y otro al día siguiente. Una leyenda dice que se dirigió a la juventud romana en el Foro, otra que a los senadores en el Senado. Yo prefiero la primera, mucho más razonable.

Ante la juventud romana, Carnéades hizo un encendido discurso a favor de la Virtud, enardeciendo a sus oyentes, que prometieron dedicarse a la virtud con afán el resto de sus vidas. El filósofo los citó para el día siguiente, para otro discurso, en el cual hizo un elogio encendido... del vicio, consiguiendo idéntico entusiasmo... Y Catón le dijo que se marchase ipso facto.

Recuerdo su figura y su leyenda porque me dispongo a hacer lo mismo que él (aunque seguramente sin su, al parecer, inimitable elocuencia): hablar de la Virtud y del Vicio.

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El equipamiento corporal con que nacemos los seres humanos tiene muchas deficiencias desde el punto de vista de nuestras capacidades activas, defecto que debemos subsanar a lo largo de nuestras vidas, empezando cuando antes, desde luego. Por ejemplo, venimos a este mundo sin saber andar. Andar es una actividad compleja para cualquier especie, pero mucho más para nosotros que tenemos un diseño de envergadura alta con una base pequeña y el problema del equilibrio es intrincado –y fundamental–. De hecho se tarda en aprender a andar, hay que hacerlo con ayuda, conlleva accidentes (aunque dada la estatura de la infancia humana, no suelen ser graves) y al principio: a/ requiere atención, y b/ se hace con torpeza.

Venimos al mundos sin costumbres, no tenemos protocolos de actuación para casi ninguna actividad física, y demos gracias por nacer con el reflejo succionador, porque sin él –sin saber mamar–no duraríamos gran cosa.

Subsanamos estas carencias con una disposición general para adquirir mecanismos constructores de costumbres. Esa disposición nos permite “hacer hábitos”. Los hábitos son una de las ventajas más extraordinarias con que contamos. Como acabo de decir, no pertenecen a la naturaleza, no nacemos con ellos pero, una vez adquiridos, son como la naturaleza, son una segunda naturaleza y se comportan con “naturalidad”, esto es, con eficacia y de forma mecánica (ya no requieren atención, se efectúan de modo automático y no necesitamos pensar en ellos, nos ahorran gran esfuerzo mental). Antes de saber andar, somos torpes, tenemos que pensar cada paso, nos caemos... Una vez adquirido el hábito, andamos sin pensarlo, con una eficacia muy grande –sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que es– y de forma automática; podemos andar mientras pensamos en nuestros asuntos, o miramos el paisaje, o hablamos con un amigo, o besamos a la pareja (o leemos a Dostoyewsky de farola en farola).

Los hábitos son la puerta de entrada a una gran cantidad de actividades. Al no ser naturales, no todos tenemos los mismos hábitos –no todos adquirimos los mismos hábitos–. Se adquieren por repetición del acto correspondiente y, mejor aún, por repetición encauzada (entrenada, dirigida, guiada). Hay personas capaces de hacer malabarismos con siete pelotas o con quince aros, personas capaces de escamotearte naipes ante tus propias narices, hay ciclistas, hay esquiadores, hay... Hay hábitos para todos los gustos y personas, diferentes en unos o en otros según que repitas o no los actos de que se trate para adquirirlos.

Una vez adquiridos –y puesto que se comportan como una segunda naturaleza y no requieren atención– es preferible no suspenderlos y tratar de volver al momento anterior a que se hubiesen adquirido, porque esa suspensión nos devuelve a una etapa torpe y podemos fallar lamentablemente. Si el malabarista quiere detener su hábito y hacer lo que hace pensando en ello, se le caerán los aros o las mazas. Pongamos el ejemplo de una adolescente que va andando tan tranquila ocupada en sus pensamientos; de pronto tiene que atravesar entre dos filas de mozalbetes de sexo masculino que la ven acercarse y se disponen a decirle de todo; en ese momento ella se vuelve consciente del hecho de que camina, lo piensa, y por ello se tropieza, con el consiguiente rubor.

Se dice que las virtudes son hábitos operativos buenos, y los vicios hábitos operativos malos. Lo de “operativos” viene a cuento porque no todos los hábitos lo son, por ejemplo los hábitos mentales no lo son. En cuanto a lo de buenos y malos, a la vez que inserta las virtudes y los vicios en el territorio moral, al mismo tiempo diferencia a las unas de los otros en el sentido de que las virtudes son moralmente buenas y los vicios moralmente malos. Ahora bien ¿lo son? ¿Lo son siempre?

Si forzamos un hábito más allá de cierto límite, entonces puede que su carácter moral se deforme, se convierta en su contrario. El hábito del valor físico puede ser exagerado, y se trataría de temeridad.

Si decaemos un hábito más acá de cierto límite, entonces puede que su carácter moral se deforme y se convierta en su contrario. El hábito del valor físico puede ser disminuido, entonces se convierte en cobardía.

He aquí, por tanto, que los hábitos resultan muy maleables, hay que tener prudencia y perseverancia a la vez para que no degeneren ni en un sentido ni en otro. Ésta lección que doy no es mía, es del maestro Aristóteles, que nos enseñó eso tan conocido de que “en el justo medio está la virtud”, poniendo muchos ejemplos de virtudes entre dos vicios, como el que he anotado; o el de la generosidad, que puede convertirse en tacañería, si disminuye, o en derroche si se exagera.

Estas tesis que acabo de referir suponen casi todo: que sabemos qué es lo bueno y qué es lo malo; que sabemos dónde está el equilibrio, el “justo medio”; que sabemos cómo hacer para adquirir una virtud; que sabemos cómo hacer para que la virtud no se corrompa... Pero no siempre sabemos todo eso, ni siempre todo eso puede ser sabido con certeza:

* Lo bueno aquí, es malo allí.- El libro de moral del Ayatolah Jomeini me enseñó, entre otras cosas, lo diferentes que pueden ser los criterios de moralidad –lo bueno, lo malo– según que nazcas más acá o más allá. Y todo el mundo sabe que hay cosas que se pueden hacer, y cosas que se pueden decir, en este país y no en aquel otro.

* Lo bueno ahora, fue malo antes o será malo después.- Un ejemplo estupendo es la esclavitud. En el siglo XIX fue abolida oficialmente en todo el planeta, unas naciones más pronto, otras más tarde. Aunque persisten –y persistirán, porque somos una especie depredadora, cruel y asesina– retazos de esclavismo más o menos encubierto, la Humanidad respiró aliviada cuando se libró de esa lacra ancestral, milenaria. Ahora bien, el invento de la esclavitud no lo fue como una maldad cruel y desalmada, al contario: la esclavitud se inventó como una forma de altruismo, de compasión. En las batallas de la remota antigüedad no había otra forma de tratar a los vencidos que matarlos, lo que ocasionaba –a la escala de aquellos tiempos– verdaderos genocidios. La esclavitud fue la alternativa humanitaria a la muerte segura, y en muchas naciones e imperios la tal esclavitud tenía connotaciones mucho menos terribles que las que llegó a tener con la trata de esclavos que los negreros impusieron en las colonias americanas. Muchos esclavos o libertos ocupaban cargos de responsabilidad y formaban parte de las familias. Y en la Roma Imperial, los esclavos listos y los libertos hábiles fueron muchas veces los verdaderos administradores del Imperio, con mayor influencia real que los propios emperadores. El emperador Claudio dejaba la administración a sus poderosos libertos y el general Narsés, un esclavo eunuco de la corte de Justiniano, bajo la protección de Teodora se convirtió en un general brillante, conquistador de Italia.

* Lo bueno bajo un supuesto, es malo bajo otro.- Los criterios de moralidad no siempre son los mismos porque se pueden fundamentar en supuestos distintos. Si la creencia general es que todos los seres humanos nacemos iguales y tenemos los mismos derechos esenciales, los actos virtuosos y viciosos serán distintos que si ese sentir común interpreta que unos seres humanos han nacido con características especiales o con encargos particulares. Durante mucho tiempo en muchas naciones se creyó que era el propio Dios el que nombraba a los reyes –que lo eran “de derecho divino”–, o que ciertas gentes habían nacido con una misión especial –y las consiguientes prerrogativas–. Las ideologías y las filosofías –entre las que puede haber, y hay, variaciones enormes– son fuente de fundamentaciones diferentes de la moral y del derecho. Sin ir más lejos: los sistemas comunistas y socialistas defienden el bien común por encima del bien individual –bueno, esto lo defiende casi todo el mundo, no sólo ellos–; mientras que mi pensamiento filosófico defiende que el bien individual es el eje y el cimiento de toda moralidad y de toda humanidad, y que si el bien común se opone al bien individual o lo destruye, entonces es que estamos en una etapa primitiva –y criminal– del desarrollo social (que es lo que pienso que ocurre).

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Podemos recorrer una serie de pasos sucesivos, de menor a mayor profundidad y alcance:

* La Virtud y el Vicio en el sentido tradicional.-

Admito en primera instancia la presentación que he hecho en los párrafos anteriores, muy especialmente lo que se refiere a que ambos, Virtud y Vicio, dependen de las definiciones, los tiempos, las naciones, las religiones, las ideologías. Pero básicamente puede ser aceptable la definición general de hábitos operativos buenos y hábitos operativos malos, con la precisión aristotélica de que la virtud, para serlo, no se puede acercar a ninguno de los dos extremos.

* La Virtud como altruismo y el Vicio como egoísmo.-

Como se admite de forma universal (con mi excepción en los términos en que lo he explicado otras veces y lo resumo unas líneas más arriba) que el bien común es el Bien por Antonomasia, y el bienestar individual tiene que estar subordinado al común, el comportamiento altruista es bueno, el egoísta es malo. Todo ello es muy discutible, pues la preeminencia del bien común conlleva casi siempre abusos intolerables contra los derechos humanos básicos (como demuestran tantas guerras en que ese pretendido “bien común” –definido por gerifaltes que hablan de honor patrio o similar, y que ellos mismos no se juegan nada– maltrata al bien individual), y muchas veces arrastra precios que para el individuo son enormes –la vida, por ejemplo– y para el grupo son mínimos, de donde la equivalencia es injusta y desastrosa. Por otra parte, y yendo al fundamento, no cabe bien común que no sea la suma de los bienes individuales, en contra de tantos comportamientos sociales en que se priman cosas ficticias que no son bienes, sino inventos, como la “seguridad ciudadana” –para limitar la libertad–, el “ordenamiento jurídico” –para oprimir a los débiles [Trasímaco de Calcedón: “Las leyes son creaciones de los poderosos para oprimir a los débiles”]–, la distribución más justa –para justificar el nepotismo y el cohecho–...

* La Virtud como construcción y el Vicio como destrucción.-

Un planteamiento muy básico y general presenta el panorama de la Historia Humana como procesos constructivos y procesos destructivos. No estoy todavía en zonas hondas del tema porque los dos conceptos, “construcción”, “destrucción” son relativos. Por ejemplo, la mayor parte de las veces, para construir hay que empezar destruyendo lo previo que ya no vale, sea un edificio, sea un comportamiento. No se pueden generalizar sin prudencia porque la destrucción no siempre es mala –si es destrucción de lo perverso, de lo nocivo–; aunque la construcción sea siempre buena porque el término sólo permite incluir construcción de lo bueno; la “construcción de lo malo” sería una especie de oxímoron y carece de sentido verdadero. Si usamos esa prudencia, hablamos en general y no nos salimos de los márgenes del sentido común, vale decir que construir es virtuoso y destruir es nocivo.

* La Virtud como actitud conjunta del instinto y de la inteligencia libre, bajo la dirección de la inteligencia. El Vicio como actitud conjunta del instinto y de la inteligencia libre, bajo la coerción del instinto.-

No podemos –y supongo que no querríamos aunque pudiésemos– prescindir del instinto. Es un instrumento de una potencia inmensa, viejo como el mundo –y por lo tanto máximamente experto en su campo–, lleno de trucos para sobrevivir, enraizado en lo más hondo de nuestra personalidad, ¿enteramente de nuestra parte...? (aunque no nos guste reconocerlo). Su ayuda en trances extremos es vital, nunca descansa, nunca se despista, nunca duerme. No es versátil, no aprende, no cambia, no inventa, no resuelve problemas nuevos ni los viejos con soluciones distintas. Y aunque parece “muy nosotros”, es en realidad un servidor de la especie, un “topo” que la especie nos coloca a bordo para que defienda en el nosotros individual sus intereses específicos. (Ejemplo: una vez que hemos sido engendrados y hemos nacido, hemos sido cuidados y criados, el instinto sexual y el instinto materno sirven a la especie, no al individuo, eso está claro).

La inteligencia, por sí misma, es “muy nosotros pero muy poco nosotros”; es más amiga nuestra de verdad que el instinto específico, pero es una mochila que llevamos a la espalda y que sirve para todo, aunque no forma parte de nuestra entraña más vital. La inteligencia+la libertad sí es nosotros en cierto modo, aunque la inteligencia siga siendo un instrumento externo y la libertad esté mediatizada por pasiones, pulsiones, motivaciones... Pero es el nosotros más nosotros que se pueda dar. Inteligencia+instinto+libertad es lo que somos. Y cada uno tira por lo suyo, hacia su lado, hacia su interés.

El instinto, como servidor de la especie (y de su pasado pre-humano desde la arquea ancestral), es brutal, egoísta supremo, tajante, no da cuartel, en la persecución de sus objetivos ególatras destroza lo que se le ponga por delante. Si sus limitaciones en versatilidad y originalidad son corregidas y superadas con la ayuda de la inteligencia –que se ponga a su servicio bajo coerción– llegará tan lejos que ni siquiera seremos capaces de entenderlo y de asimilarlo. Las barbaries nazis, comunistas y nacionalistas del siglo XX son el ejemplo absoluto y el mal absoluto.

La inteligencia+libertad, si es/son potenciadas en su acción por la fuerza del instinto bajo la guía de su propósito consciente y de su voluntad libre, sin dejarse arrastrar por esa potencia, sino dominándola y encauzándola, llega/llegan tan lejos como para crear religiones, comunidades globales; y llegará/llegarán tan lejos como para descubrir horizontes de superación que nos costará creer que son posibles o que podamos alcanzarlos (aunque sí que podamos).

* La Virtud como ascenso hacia la superación del nivel de humanidad de la Humanidad, el Vicio como regreso hacia la animalidad pre-humana.-

Dentro de los esquemas de mi pensamiento, contemplo (aunque desconfío) la posibilidad de que la Humanidad se eleve a un estado superior, en el que no solamente construya la realidad con la mente –ahora esa realidad que la mente construye es rebelde, contundentemente ajena al dominio del ser humano–, sino que la domine aglutinando bajo su potestad todos los momentos del tiempo, todos los momentos del pasado, del presente y del futuro. Esta utopía tan escasamente probable se impone, sin embargo, como conclusión inevitable cuando nos damos cuentas de que es un camino único y que sólo ofrece las dos alternativas de avanzar o de retroceder. Si la Humanidad no se eleva a ese estadio superior, siquiera sea poco a poco y a trompicones, regresará, y no poco a poco, a momentos pre-humanos. Tal pronóstico parece todavía menos probable que el anterior, excepto si tenemos en cuenta de qué modo tan fácil, rápido y aterrador es capaz de olvidar los milenios de civilización y hundirse en la barbarie, de la noche (la de los cuchillos largos) a la mañana (cuando los trenes llegan a Auschwitz y descargan sus cientos de muertos vivientes).

Estamos siempre al borde de volvernos por donde hemos venido, nunca dejamos de ser el animal salvaje y sanguinario que hemos sido, en cuanto nos sentimos amenazados o nos sentimos poderosos, la tentación de golpearnos el pecho y rugir como gorilas es inevitable. También es verdad que en esas dos tesituras surgen los movimientos hacia adelante con una fuerza igualmente tenaz y poderosa.

Si nos sentimos amenazados: ha bastado que la pandemia del Covid 19 nos acose (y no es una guerra de cientos de millones de muertos, de ciudades devastadas, de industrias destruidas) para que, a la vez, surjan el egoísmo más cicatero y el altruismo más generoso.

Si nos sentimos poderosos: cuando las diversas potencias del planeta se consideraron en la cumbre del éxito total, social, industrial, demográfico y económico, hubo naciones que declararon guerras devastadoras (y totalmente desinformadas, pues tanto Alemania como Japón, en la cumbre de su plenitud ególatra, ignoraron estúpidamente el muy superior poderío social, industrial, demográfico y económico de otras potencias como los Estados Unidos y Rusia, consiguiendo solamente ser diezmadas, devastadas y humilladas luego de haber hundido al mundo en un océano de destrucción y de sangre). Pero hubo naciones que idearon planes de reconstrucción, por ejemplo de Europa, y se aplicaron a ellos con la generosidad más entregada, sacando al mundo en muy poco tiempo de su negro agujero.

Podemos subir y podemos bajar. Puesto que somos seres temporales, puesto que el tiempo es un hilo esencial del tapiz de nuestra esencia, lo que parece que no podemos es quedarnos como estamos, inmovilizar el momento para que se vuelva eterno. No sólo no es posible, no tiene sentido: es un espejismo que se nutre de ceguera, de mirarnos el ombligo los ricos para no ver que este momento en que somos tan felices –nosotros, los del primer mundo–, encierra hambrunas que matan a millones de seres humanos –a otros, los del tercer y cuarto mundo–, e igualmente oculta desigualdades, esclavitudes, guerras menores (aunque no menos sangrientas) y horrores sin nombre. La Humanidad es un azogue que no para de moverse. O nos movemos hacia adelante, o nos movemos hacia atrás, pues en cada instante de nuestra historia están presentes las dos tendencias –las dos tentaciones–. Puede que la utopía sea tan improbable como a mí me lo parece, pero la alternativa es la muerte.

¿La muerte?... ¿Tanto?... ¿La Humanidad entera amenazada?... ¿No estaré exagerando un mucho?... Recordemos a este respecto que, durante cinco décadas del siglo XX, hemos estado temiendo la posible –y probable– destrucción del planeta entero por motivos nucleares, cuando las potencias llegaron a acumular en sus arsenales ¡nada menos que cincuenta veces la capacidad de destruir el globo terrestre!

Virtud es todo movimiento colectivo y/o individual que recorra el camino hacia adelante, hacia la superación del actual nivel de Humanidad en otro superior y más “humano”. Vicio es todo movimiento colectivo y/o individual que descienda hacia estratos menos “humanos” de la Humanidad.

Para no despreciar los conceptos previos y recoger la tesis de Virtud y Vicio como hábitos, diré que las dos actitudes del párrafo inmediato, establecen siempre precedentes, inicios de costumbres, y esto es lo bueno de la Virtud y lo malo del Vicio, tal como los he definido. Cada acto individual o colectivo de superación es un paso, pero es también una conquista; cada acto de rendición es un retroceso y también una derrota.

Como la utopía lo es tanto, repito, “y parece tan improbable”, es oportuno recordar que no sería el primer avance de la Humanidad en su camino, ni el más importante o de mayor nivel:

Antes de ahora hemos adquirido la inteligencia, y lo hicimos cuando éramos solamente animales enfermos y dementes.

Hemos adquirido el lenguaje, hemos domesticado la naturaleza animal y la naturaleza vegetal, y lo hicimos cuando no habíamos superado el nivel social de la tribu.

Hemos construido civilizaciones.

Hemos inventado la filosofía, la religión y la ciencia.

Hemos conseguido superar la duración media de la vida de treinta años a más de ochenta. Y lo que queda...

Hemos diseñado una comunidad global que cubre la entera superficie del planeta y se opone con firmeza a todos los intentos particularistas, nacionalistas y egotistas.

Somos capaces de la utopía, pero somos capaces del desastre. Virtud o Vicio, en cada instante tenemos que elegir, y de cada elección y de cada instante depende nuestro futuro.

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